Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Datsue emitió un suspiro apesadumbrado, o al menos pretendió que lo pareciera, cuando Nagisa le ordenó quedarse atrás. Internamente, sin embargo, no pudo evitar sentir una breve sensación de alivio. Encararse nuevamente con aquellos hombres no era lo que, precisamente, le apetecía hacer. Además, ya había hecho todo lo posible por ayudar a Koko. Mucho más de lo que cualquiera —y él mismo— se hubiese imaginado, teniendo en cuenta que la mayoría de las veces se llevaban a matar. Además, dejarse ver por Zaide, cuando él había pedido expresamente que la Chūnin fuese sola, tan solo complicaría las cosas.
No, aquello era lo mejor, para todos.
—De acuerdo —dijo—. Aunque podría sellarte el Sello Brújula en una mano, así sabrás siempre en qué dirección se encuentra Koko, por si pasa algo… —Los Dioses no lo quisiesen, pero, ¿cuál era el porcentaje de rescates que terminaban bien? El Uchiha no lo sabía, pero apostaba a que era bajo.
Y, hablando de apuestas, eran imaginaciones suyas o…
… ¿¡Nagisa estaba desnuda bajo las sábanas!? La Chunin acababa de ponerse sobre él, y aunque por pudor y vergüenza no se atrevía a bajar la mirada, esas cosas se notaban. Rojo como un tomate, no pudo creerse las palabras que llegarían a continuación:
—Estas cosas suelen estresarme y necesito estar lo más relajada posible, ¿te apetece ayudarme un poco?
—¿Ehm…? —¿Estaba pidiéndole lo que creía estaba pidiéndole?—. Pues… esto… —El rostro cada vez más cerca de Nagisa así se lo decía—. Yo…
¿Qué podía hacer? ¿Cómo negarse a ayudar a una compañera? ¿Cómo decir no a la petición de una superior? «N-no puedo negarme. Imposible. No, no. Habrá que hacerlo y ya está… Como diría Akame, hay que ser un profesional...»
Fue el deber más fácil de cumplir por Uchiha Datsue en toda su existencia.
• • •
Un día después...
Al día siguiente, cuando Koko fue liberada del Nunoshibari no Jutsu, despertó en lo que parecía ser una pequeña cabaña. Seguía esposada, pero allí obtuvo ciertas comodidades. Lo primero, pudo darse su ansiada ducha. El cuarto de baño, pequeño y antiguo, le dio la intimidad deseada. Luego, Zaide le dio ropa limpia, aunque se notaba a leguas que era vieja y estaba gastada, muy gastada, y que habían pertenecido a una mujer de campo: la zona de las rodillas y el bajo del pantalón habían adquirido un tono verduzco, tan característico de mancharse una y otra vez con la hierba.
Lo segundo, fue un colchón sobre el que descansar. Aquella pequeña cabaña tenía dos habitaciones: una, la de matrimonio; y una segunda en la que parecían haber vivido dos críos, mucho tiempo atrás. Ella se encontraba en la segunda. Si sentía curiosidad, quizá podría husmear en los cajones; en la estantería que había entre las dos camas, y en la foto que había sobre ella; y en el armario lateral. Zaide estaba tumbado boca arriba en la otra cama de la misma habitación, con los ojos cerrados y aparentemente dormido. Quizá, incluso podría intentar escapar.
Si miraba por la ventana, vería que se encontraba en lo alto de una montaña, muy lejos de las profundidades de los cañones en la que había sido secuestrada. Allí, la nieve lo inundaba todo con un blanco cegador, brillante, regalando a la kunoichi unas vistas de ensueño. Aquello, era la tercera ventaja de haberse mudado. Ahora, al fin, había huido de la penumbra y podía ver a más de dos palmos de ella.
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Luego de verse envuelta en unas telas, Koko perdió noción de todo lo que ocurría a su alrededor, no podía ver nada y poco después se quedó… ¿dormida? ¿inconsciente? No tenía idea de nada de lo que estaba pasando e incluso podrían golpearla como saco de papas y no se enteraría.
No fue hasta pasado… quien sabe cuánto tiempo que fue liberada de las ataduras, a excepción de las esposas que seguían en sus muñecas de todas formas. Apenas allí pudo ver la luz del día quedando cegada por la falta de costumbre, todos esos días se los había pasado en una cueva oscura así que es bastante normal que no se vea capaz de ver bien con la luz del sol.
Tardó un rato en acostumbrarse nuevamente, pero finalmente lo logró y de paso, con la alegría de volver a ver la luz del día, la pecosa se pudo dar el lujo de darse una ducha en un baño completamente privado sin un bandido vigilándola constantemente. Además, se le permitió usar un conjunto limpio de ropa, o bueno, tan limpio como podía estar la ropa vieja de alguna persona trabajadora.
Pero a pesar de su alegría al haber podido saciar esas necesidades suyas, la Kageyama no pronunció una sola palabra.
Una vez que se dio el baño y se cambió. Regresó al colchón que le habían dejado y allí se quedó, sentada y con la vista fija en la ventana.
Podía imaginarse que si se acercaba demasiado Zaide la arrastraría lejos para asegurarse que no intentaría escaparse y es que por mucho que parezca dormido, fijo que se despertaba en el momento justo para cogerla y envolverla de nuevo en las telas.
Como antes de editar pusiste que no aceptabas la comida, lo doy por hecho aquí y así agilizamos
Una cama, una ducha, ropa limpia, un váter al que acudir según las necesidades… No es que fuesen grandes cosas, más bien lo básico, pero tras días encerrada en una cueva mugrienta y fría aquello podría parecer el paraíso.
Llegada la tarde, se produjo otro cambio. Zaide —o el clon de éste—, había logrado cazar una cabra montesa, sustituyendo el ya rutinario pescado por carne a la plancha. Carne tierna y jugosa, al punto, que Zaide se encargó de devorar con las manos y relamer los dedos hasta chupar la última gota de grasa. La kunoichi, sin embargo, no había querido probar ni un bocado. El motivo de semejante huelga de hambre era todavía incomprendido por el Uchiha, que empezaba a sentirse curioso.
A la tarde, tumbado en la cama de al lado y con los ojos cerrados, no pudo evitar poner voz a sus pensamientos.
—¿Por qué ya no comes, huh? —preguntó, sin abrir los ojos. ¿Es que acaso ya había perdido las ganas de vivir? ¿O era…?—. Hasta la noche pasada devorabas cada sardina que cocinaba para ti, y entonces, justo cuando te salvé de ser violada por Kuma… —chasqueó los dedos, y abrió un ojo para observarla—. ¡Oh! ¿Era eso? ¡Querías que Kuma te follase! ¡Por eso estás enfadada! ¿Por no dejarle, cierto? —preguntó, y su cara se iluminó como si ya hubiese resuelto el insoluble misterio.
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La comida que el Uchiha había conseguido se veía apetitosa, no podía negarlo, pero no iba a probar bocado de nada que él pudiera ofrecerle así eso significase quedar en los puros huesos.
Siguiendo con su pequeña huelga, la kunoichi prefirió mantenerse sentada en el colchón mirando por la ventana, anhelando el momento en que pudiera ser realmente libre de una vez por todas y pueda despedirse al fin de aquel individuo que le tocaba la paciencia muy a menudo. Aunque no tanto como Datsue, probablemente.
Dejando esos pensamientos a un lado, al bandido le entró al fin la curiosidad por saber los motivos de la pecosa por los que no había probado bocado en tanto tiempo, pero una vez más le ignoró hasta que… soltó ese comentario sobre Kuma.
«No puedo creer que a alguien se le pueda ocurrir algo así » se dijo a sí misma poniendo los ojos en blanco por un momento. Luego negó con la cabeza y pasó de todo, siguió con la mirada fija en la ventana sin molestarse en responder al contrario.
Zaide no pudo evitar esbozar una sonrisa agria ante el silencio de la kunoichi. Sí, lo sabía, no debía bromear sobre aquellas cosas. Era una crueldad innecesaria por su parte. Que lo hiciese en la que había sido su propia casa solo lo volvía peor, mientras ella yacía en la cama en la que una vez había dormido su hermana.
Aquel sitio le evocaba tantos recuerdos… Los mejores de su vida. También los peores. Era un cóctel de añoranza, rabia, nostalgia, rencor, aderezado todo con el mono que tenía por el omoide. Aquella droga apenas creaba dependencia física comparada con otras, pero dependencia psicológica… Ah, aquella era otra historia.
Por eso, necesitaba evadirse, y como no había nadie más en aquella jodida montaña con la que hablar…
—Me das pena, Koko —dijo con voz grave—. Lo de Katame… no debió pasar —inspiró fuertemente, como si quisiese impedir que un moco se le cayese por la nariz—. Pero tu infancia es la que me da verdadera pena —le confesó, mientras abría el ojo izquierdo para mirarla de reojo—. Debió de ser jodida, ¿huh? Sino, no me lo explico. No hiciste huelga de hambre ni parecías tan enfadada cuando descubriste que Katame te violó. Tampoco cuando Kuma trató de hacerlo. Y, desde luego, no te enfadaste conmigo ni estás dejando de comer por haberte secuestrado, sino que lo haces por…
»…que te sentiste ofendida. Insultada —emitió un suspiro de incredulidad—. ¿Tan mal te trataban los Sakamoto? ¿Tanto te humillaron? —preguntó. Recordaba perfectamente el recuerdo que le había visto: el día en que su familia la expulsó fue el más feliz de su vida—. Aceptaste el resto de cosas como te vinieron, pero sentirte menospreciada… eso sí que ya no, ¿huh? ¿Tanto tuviste que tragar para que te importe toda una mierda salvo eso?
»Joder… —suspiró de nuevo—, y yo que pensaba que había tenido una infancia dura.
Elevó la mirada el techo y se acomodó en la cama. No esperaba que Koko contestase, viendo los antecedentes, así que se dedicó a pensar. A repasar todos los detalles que mañana podrían salir mal, y que saldrían mal. Siempre lo hacían. Lo importante era estar preparado mentalmente para afrontar los problemas que surgirían, y sobreponerse.
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Al principio pareció que el bandido buscaba ofenderla, pero pronto comprendió que no era el caso y en realidad lo que sentía era algo muy distinto, era pena real y no una frase tirada para molestar. Motivo por el que la pecosa alzó levemente la mirada para ver al contrario.
A diferencia de las otras veces, ahora Koko le estaba escuchando con mucha atención, cada frase que soltaba y cómo entonaba dejaba en claro que no estaba bromeando, al menos para la Kageyama era así, tal vez estaba fingiendo tan bien que ella ni se enteraba pero por lo menos, en cuanto terminó, la chica suspiró pesadamente.
—Era una criada, tenía que limpiarle el culo a quien sea que me mande sin protestar —afirmó, con tono neutro y volviendo la mirada a la ventana—. Lo más jodido fue que mi hermana melliza tuvo mucha más libertad, era una de las más importantes mientras que yo me tenía que mantener detrás suyo lamiéndole los pies para evitar castigos. ¿Sabes por qué? —hizo una pequeña pausa para mirar a Zaide, aunque no le dejó tiempo para que respondiera—. Por mis pecas —añadió, con una ligera sonrisa de medio lado—. Porque nací con pecas pasé a ser una mierda a la que pisoteaban y no podía hacer otra cosa que limpiarle el culo a los demás, fue una putada de principio a fin pero por suerte, Hideo, el tipo al que decías de matar, me ayudó a zafarme de todo eso.
—Vengo tragando mierda desde que nací, me pisotean y escupen desde que tengo memoria —aquello sería lo último que diría. Tras ello simplemente volvió a su posición para mirar cómodamente por la ventana aunque su mirada se notaba algo distinta, parecía algo irritada en comparación con momentos atrás.
A medida que Koko iba hablando, una de las cejas de Zaide se iba elevando, y cuando terminó parecía que se le iba a desencajar de la propia cara de lo alta que la tenía.
Yume le había dicho que la familia Sakamoto era… especial. Rarita, por así decirlo, pero nunca se había imaginado que llegaría a tanto. ¿Una hija usada de criada? Si aquello podría hacerle estallar la cabeza a un hombre que no había visto lo que él vio, el motivo lo remataría: simplemente, porque había nacido con pecas.
¿Qué clase de locos desequilibrados hacían eso a una hija? Debían de estar muy enfermos de la cabeza, aunque, en cierto modo, ¿no lo estaban ya todos los ninjas? Zaide bufó, sin decir nada por un rato.
Luego, recuerdos lejanos acudieron a su mente. Recuerdos olvidados. Recuerdos que había querido olvidar. Treinta años habían pasado, pero ahora que volvía a estar allí, casi podía sentirlos. Verlos. Veía a su padre asomándose a la puerta, riéndose de él porque siempre le cazaba mirándose al espejo. Le llamaba un presumido de ciudad, y él se enfadaba como el niño pequeño que era. Veía a su madre, que con una simple mirada suya parecía traspasarle el alma y saber si había hecho algo malo. ¿Qué diría ahora? ¿Qué opinaría si estuviese allí? ¿Si viese el hombre en el que se había convertido?
Nada, porque estaba muerta, como el resto.
—Deberías cenar —masculló, mientras se levantaba. Necesitaba salir de allí por un momento. Necesitaba respirar aire puro. Necesitaba el omoide—, o mañana te arrepentirás de no haberlo hecho.
No dijo ni agregó nada más. Koko oyó un portazo, y no le oyó volver hasta media hora después. Le llegó el olor característico olor de carne a la brasa. Suya era la decisión de comer o no, pero tras la cena, sería envuelta de nuevo por las telas del Nunoshibari no Jutsu. Allí, no había ninguna celda en la que apresarla, y Zaide necesitaba dormir tranquilo sin temor a que Koko escapase…
… o tratase de matarle.
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Luego de justificarse, reinó el silencio. Ni Zaide ni Koko pareció dispuesto a seguir con aquella conversación y probablemente sería lo mejor, después de todo, aquel hombre no tenía por qué saber tanto sobre un clan de Uzushiogakure ni ella tenía por qué hablar tanto al respecto. Pero lo había hecho y ahora el bandido tenía una vaga idea de por qué aquella chica se había sentido tan frustrada cuando comenzó a molestarla.
Sea como fuere, al cabo de unos momentos comenzó a sentir cierto aroma que le hacía agua la boca, la carne asada de un animal, a saber cuál pero que la rubia estaba deseosa de degustar aquello era un hecho más que una suposición.
¿Había tenido suficiente con la huelga? Tal vez, su estómago le dolía horrores y no paraba de gruñir, en cualquier momento terminaría por padecer algún daño severo si no se llevaba algo a la boca que no fuese simple agua así que luego de meditarlo por un largo rato, tomó la decisión de desistir. Se levantó y dirigió hacía donde debería de poder comer algo, si es que claro, Zaide no le había jugado una broma de muy mal gusto y realmente le permitía comer.
Luego de ello pues seguramente terminaría envuelta en telas de nuevo, como una momia a la que dejarían ”durmiendo” hasta nuevo aviso.
No hubo trampa, ni engaños, ni mofas porque se hubiese rendido tan pronto de su idea de hacer una huelga de hambre. Simplemente, cenaron envueltos en el silencio, tan solo interrumpido por el sonido que hacían al masticar —Zaide comía con la boca abierta— y, ocasionalmente, algún eructo del Uchiha.
Pasada la cena, sin embargo, Koko se vio envuelta de nuevo en aquellas telas, quedando sellada e imposibilitándola escapar a lo largo de la noche.
Mañana le esperaba un gran día. Mañana le esperaba la libertad.
• • •
Tras la noche pasada con Datsue, Nagisa hizo caso a las indicaciones del mapa y se adentró en solitario en el País de la Tierra. Al poco se adentró en sus montañas, llena de caminos escarpados y altas pendientes. Un mal sitio para su peculiar montura, si es que había decidido usarla, y peor sitio todavía para su ligereza de ropa. El viento soplaba con furia, y aunque ella estaba acostumbrada a las fuertes corrientes en Uzu, no lo estaba tanto al frío polar que traía consigo. Un frío que le atravesaba los huesos y le hacía castañear los dientes.
Tras un largo y duro día de viaje, halló una cueva en la que refugiarse a la noche. Allí podría dormir, encender una hoguera —si quería— y reponer fuerzas para el día siguiente.
• • •
Al día siguiente...
Zaide se había levantado a primera hora de la mañana para asegurarse de que lo tenía todo listo. Había medido los tiempos con precisión quirúrgica, pero sabía que, cualquier eventualidad, cualquier retraso del uno o el otro, chafarían su plan. De hecho, lo más probable era que sucediese. Pero, ¿acaso toda su vida no estaba compuesta de locuras parecidas? Ya era demasiado viejo para cambiar.
Había huido de la cueva en la que había retenido a Koko por si acaso. Por si acaso alguno se adelantaba de más. Por ejemplo, Nagisa. ¿Quién le decía a él que Datsue no le había contado la posición exacta de su guarida? ¿Quién le decía a él que no se adelantaría y trataría de atacarle mientras estaba desprevenido? Nada, y por eso había huido de allí a la cabaña en la que una vez había vivido.
Las armas, el botín… lo había dejado todo atrás. A aquellas alturas, ya se había rendido de poder sacarle provecho.
• • •
Koko vio la luz a una hora cercana al mediodía. Ya no se encontraba en lo alto de una fría montaña, sino mucho más abajo, en una larga explanada en la que no había más que algunos árboles delgados desperdigados por la zona y tierra árida. Distinguía la nieve en las altas cumbres de las montañas, pero allí abajo, pese a que sentía el frío helado colándose en sus carnes y casi cortándole los labios, no había ni rastro.
Observó que Zaide acababa de liberarle de la técnica, y que estaban rodeados de cuatro pilares de piedra, de tres metros de alto, y que formaban un cuadrado imaginario alrededor de ellos —de ocho metros de lado—. Que aquellas losas de piedras estuviesen allí, desde luego, no parecía ser cosa de la naturaleza.
—Toma —dijo Zaide, ofreciéndole una pequeña botella de agua—. Queda una hora para el encuentro con tu hermana —le informó—. ¿Ansiosa?
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Tenía que aceptar que había descansado muy bien aquella noche, a pesar de estar en medio de un viaje para rescatar a una de sus tantas hermanas. ¿Será que está tranquila justamente porque tiene otras tantas hermanas? Tal vez Nagisa esté pensando que mucho no pierde si Koko desaparece por el resto de su existencia… o tal vez simplemente aquella es su naturaleza.
Esta vez en el país de la Tierra, la chuunin prefirió manejarse a pie y no depender de ninguno de los cocodrilos que podría invocar, después de todo aquellos terrenos le dificultaría al animal moverse y perdería muchísimo tiempo.
Tristemente ahora padecía nuevamente la falta de preparativos para emprender el viaje. No se había llevado nada más que dinero y lo que llevaba encima en el momento, así que no tenía nada de abrigo y de no ser por el genin que la acompañó hasta la Ribera también hubiese pasado fatal la noche.
Para empeorar las cosas, todavía le quedaba pasar una noche más, sin nada a su alcance para abrigarse más que una hoguera que logró encender. Y ahora que estaba sufriendo de aquello se lamentaba de no haberle pedido la bolsa de dormir a Datsue, al menos se habría podido abrigar por aquella noche.
La Kageyama se pasó vaya uno a saber cuánto tiempo envuelta en telas, hasta que finalmente fue liberada en un lugar completamente distinto, dejándole con ello una pequeña pero muy importante duda. «¿Por qué no me hace caminar? Sería más fácil que cargarme todo el camino »Pensaba incapaz de dar con una respuesta convincente.
Se sentía algo torpe y desorientada, así que tardó un poco en reaccionar al ofrecimiento del agua pero al final tomaría la botella y daría un largo trago antes de plantearse el responder algo al Uchiha.
—Bastante, al menos dejarán de envolverme a cada noche —dijo de mal humor.
No le agradaba eso de ser sellada cada noche, menos el verse obligada a usar ropa que no es suya, no poder asearse seguido y también los dolores y malestares que sentía por tanto tiempo viviendo en tan malas condiciones.
—¿Y cuánto tiempo me tuvieron encerrada? —preguntó devolviendo la botella al fin.
Koko bebió de buena gana de la botella de agua que Zaide le había ofrecido. No era para menos, pues días atrás se había aventurado en una —corta— huelga de hambre y sed, una locura que pronto había comprendido como irrealizable, a no ser que quisiese poner fin a su vida.
Luego, le preguntó al Uchiha cuánto tiempo llevaba encerrada.
—Menos de lo que has estado con tu familia —respondió, divertido, Zaide. Acto seguido, le quitó la botella y, sin previo aviso, le pegó un sello explosivo bajo el cuello. Era de clase A—. Por si a tu hermana se le ocurre hacer alguna tontería —le explicó.
La kunoichi le daría tiempo a replicar, pero no a seguir mirándole a los ojos, o a su alrededor, porque Zaide le colocó un saco sobre la cabeza, del mismo modo en que días atrás habían hecho con Datsue.
Poco después, oyó un pluf, como el de un clon formándose, y oyó sus pasos alejándose unos metros.
• • •
Nagisa pudo llegar al punto de encuentro a la hora acordada. Tras viajar durante poco más de una hora sobre las profundidades de un cañón, con gigantescos muros escarpados a cada lado, las montañas se separaron, encontrándose en una gran explanada rodeada de montañas a lo lejos.
En el centro mismo, halló cuatro losas de piedra formando un cuadrado. En su interior, un Uchiha —lo supo por sus ojos rojos por el Sharingan— esperándole, junto a lo que parecía ser su hermana, sentada de rodillas y con un saco en la cabeza.
Apoyado en una de esas losas, en el exterior de lo que sería aquel cuadrado imaginario, el mismo hombre. Uno de los dos era un clon, o quizá los dos.
Necesitaría saber el Poder de Nagisa, y su cantidad de chakra actual, ya que con el Sharingan Zaide es capaz de saberlo
4 AO por parte de Zaide
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La respuesta que recibió no fue del todo satisfactoria, obviamente no se había tirado años dentro de la celda o probablemente se hubiese muerto o enfermado mucho peor de lo que ya se había conseguido en plena huelga de hambre y también con las pésimas condiciones en que se encontraba su celda.
Lo peor era que cuando menos se lo esperó, el bandido le pegó un manotazo en el cuello, no fue doloroso ni con violencia excesiva, pero si sabía que algo le había quedado pegado y por mero reflejo se llevó una mano a la zona afectada, se frotó y básicamente sintió algo parecido a papel.
—¿Otro sello? —preguntó algo irritada, temiendo lo peor y por ello no se mostraba muy dispuesta a probar suerte a quitar aquello de su cuello.
Tristemente, justo cuando soltó la frase, algo le cayó en la cabeza dejándola literalmente ciega y para colmo una mano le había quedado dentro del saco y obviamente algo chueca. Estaba incómoda, hablando de forma sencilla.
Nagisa reanudó el viaje a primera hora, no se molestó demasiado en intentar arreglarse ni nada por el estilo porque por un lado no tenía los elementos necesarios para ello, y por el otro no tenía el tiempo ni la motivación para hacerlo. Lo único que esperaba era poder concluir aquel asunto lo antes posible y con la menor cantidad de contratiempos posibles.
Tenía que guiarse pura y exclusiva por su propia memoria y un vago mapa que no ayudaba en lo más mínimo. Pero por suerte logró dar con una formación extraña y de aspecto sospechoso donde estaban dos hombres —alguno de ellos era un clon seguramente— y una fémina de rodillas a un lado. A juzgar por su físico, esa chica era Koko, era fácil para la Sakamoto reconocer aquella silueta e incluso cuando la vestimenta que tenía no dejaba ver fácilmente sus proporciones, podía verse perfectamente en una porción del escote una importante cantidad de pecas adornando la piel de la chica.
—Imagino que a ti te tengo que pagar para que me devuelvas a la Kageyama, ¿verdad? —preguntó con cierta indiferencia mientras mantenía su mirada en el torso de los masculinos evitando así la mirada rojiza de aquellos dos.
Dicho sea de paso, la mujer había sido algo precavida y no se atrevió a atravesar aquel cuadrado imaginario.
El hombre más cercano a Nagisa —el que estaba apoyando la espalda contra una de las losas de piedra— dio un paso al frente. Ladeó la cabeza hacia un lado, mientras la recorría con la mirada, no con la lujuria que a veces tenía que soportar la kunoichi, sino más bien con ojo analítico. Como un comerciante que analiza que no le están dando gato por liebre.
—Así es —respondió finalmente, avanzando hacia ella con calma. Se quedó a un par de metros de distancia—. ¿Lo has traído todo?
4 AOs mantenidas.
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Nagisa siquiera se inmutó ante aquel hombre que la analizaba con la mirada. Daba igual si era de forma analítica o lujuriosa, ella estaba allí para llevarse a su hermana y con algo de suerte olvidarse completamente de la existencia de aquel individuo que no satisfacía los estándares que ella tenía.
—Diez mil ryōs en efectivo —dijo alzando una bolsa algo robusta—. Imagino no tendrás problemas en mostrarme que esa es en efecto, mi querida hermana —añadió, acompañando a sus palabras con un ligero gesto de la mano libre con el que básicamente señaló a la fémina de rodillas.
A diferencia del Uchiha, ella no tenía absolutamente nada preparado, confiaba en que aquel desconocido llevaría aquel trato de la manera más tranquila posible sin necesidad de recurrir a violencia ni similares.