Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal del joven jōnin cuando vio a su antigua maestra susurrar unas palabras al oído del señor. Akame tenía claro que aquello no podía ser bueno para el prisionero, y mucho menos para ellos; el primero no le importaba, pero los segundos...
Cuando Iekatsu solicitó saber si los ninja estaban allí, el Uchiha dio un ligero respingo. Antes de que pudiera decir o hacer nada, Datsue alzó la voz y dio un paso al frente. Akame le siguió. Ahora estaban en primera línea, frente a los cuatro guardias que custodiaban a Makoto Masaru, y la mirada cansada, enferma del señor los escudriñaba con un deje curioso.
—Por todos es conocido que Toritaka Iekatsu es un señor compasivo y justo —comenzó a decir el marchito noble, mientras la mujer de ojos dorados observaba la escena con una sonrisa—. Así pues, satisfaré tu deseo... Lucharás contra este joven shinobi.
Akame miró a su compadre, señalado por el dedo índice —raquítico y huesudo— de Iekatsu. El prisionero se volteó para ver al muchacho y una mueca de disgusto se dibujó en su rostro.
—Iekatsu-sama, con todo el respeto, ¿qué honor hay en luchar contra un ninja? —replicó.
El señor de Rōkoku pareció dudar un momento, y como un acto reflejo sus ojos viajaron hacia su hombro derecho, donde la mujer de pelo negro estaba. Ella capturó su mirada y asintió de forma apenas perceptible.
—Esa es mi decisión, y es final. Tomadla o dejadla.
Makoto Masaru emitió un suspiro de resignación antes de inclinarse en otra florida reverencia.
—Os transmito mi más profundo agradecimiento, Iekatsu-sama.
—Sea pues —y con un gesto de su mano, el señor indicó a uno de los guardias que liberase al cautivo de sus grilletes.
El tintineo de las cadenas inundó la concurrida estancia, ahora en silencio. Uno de los guardias se sacó la espada del cinto y se la tendió a Masaru, que la cogió con delicadeza. El prisionero miró el filo de la hoja y sopesó la empuñadura con gesto experto mientras los cuatro guardias retrocedían para agrandar la formación de cuadrado alrededor suya, creando una especie de cuadrilátero de combate imaginario.
—Adelante, Datsue-san. ¿He de suponer que vais armado? —quiso saber Iekatsu, con la mirada fija en el joven jōnin.
Los Dioses, a veces, tenían un sentido del humor demasiado cínico y cruel hasta para Datsue. El Uchiha, que momentos antes había rezado por ver un combate entre el preso y otro guerrero, vio concedido su deseo. El único punto negativo era…
… que él sería su adversario. No era la forma en el que se lo había imaginado, precisamente.
—Iekatsu-sama, con todo el respeto, ¿qué honor hay en luchar contra un ninja? —replicó Makoto Masaru. Datsue no pudo sino darle la razón en su fuero interno, y esperó que Ieakatsu entrase en razón. Deseo que, aquella vez, no se cumplió.
«Por Shiona, ¿cómo mierdas he llegado a esta situación?» Tenía la boca seca y el pulso acelerado. Por muy débil, demacrado e inexperto en las artes ninja que parecía aquel hombre, seguía siendo un combate a muerte. Y eso, iba en contra de sus más fuertes instintos.
—Adelante, Datsue-san. ¿He de suponer que vais armado?
La pregunta del señor feudal le tomó por sorpresa. Aquello iba en serio. Querían que luchase, y querían que lo hiciese ahora.
—Yo, ehm… Sí, señor Ieaktsu-sama. Pero señor, con todos mis respetos… —Notaba decenas de miradas clavándose en su nuca. Tragó saliva—. Esto no entraba dentro de nuestra… misión. —«Por los Dioses, ¡entra en razón!»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
A juzgar por la cara que se le quedó a todo el mundo en aquel salón —a excepción del bueno de Akame—, la respuesta de Datsue fue lo último que cualquiera de ellos se hubiese esperado. Durante unos largos instantes se hizo un silencio tan tenso que podría haberse cortado con la espada que empuñaba Masaru, ya libre de sus cadenas. El señor Iekatsu, el prisionero, los guardias e incluso el público de peticionarios a espaldas de los Uchiha. Todos estaban anonadados por las palabras de Datsue.
Fue la dama de ojos dorados la que rompió el mutis generalizado.
—¿Es esta la famosa cortesía de los shinobi del Remolino entonces? ¿Negarse a la simple petición de su anfitrión? ¿Debe entonces Makoto Masaru-dono resignarse a morir en el cadalso, como un delincuente corriente? —alzó ambos brazos al público—. ¡Así pagan los ninja la hospitalidad de nuestro buen señor!
Casi al momento, un coro de cuchicheos y bufidos molestos se levantó en el salón. Las miradas de todos se centraron en Datsue, y no le transmitían precisamente cordialidad, sino más bien una profunda enquina y el desagrado más sincero. Era evidente que, a través de las palabras de la dama, el ninja no había ofendido sólo al señor de Rōkoku, sino que mediante ellas el malestar se había colectivizado rápidamente.
Incluso Makoto Masaru parecía molesto. Volviéndose hacia el señor, protestó.
—Iekatsu-sama, con todo el respeto, este shinobi es un cobarde.
Un silencio incómodo, como un sudor frío que te pega la ropa a la piel, invadió el gran salón del castillo tras sus palabras. Datsue oía el latido de su corazón, palpitando en su sien, mientras decenas de miradas se clavaban en él como senbos envenenados.
La dama de ojos dorados intervino entonces, avivando a la muchedumbre y poniéndola en su contra. «¡Será hija de…!» Ya no le parecía tan guapa.
—Iekatsu-sama, con todo el respeto, este shinobi es un cobarde.
¿Cobarde? Datsue le lanzó una mirada asesina. ¿Cobarde él? «¡Pues claro que lo soy! ¡Y a mucha honra!», quiso espetarle. Así había logrado sobrevivir como ninja. Siempre cauteloso. Siempre interponiendo a alguien entre él y el peligro.
Pero quizá, aquel era el día que se merecía una excepción. ¿Acaso no era el jōnin? ¿Acaso no era un Hermano del Desierto? ¿Acaso no era capaz de aplastar a aquel hombre como si de una cucaracha se tratase? Él era Uchiha Datsue el Intrépido, el Matakages, y aquel hombre un simple vestigio del pasado. Una imitación barata de samurái.
«¡Pues claro que puedo, joder, pues claro que puedo! ¡Se van a enterar estos cabrones!»
—¡Está bien, está bien! —exclamó, levantando las manos para apaciguar a la plebe—. Recuerden bien este día, damas y caballeros, ¡porque hoy es el día en que verán luchar a Uchiha Datsue el Intrépido! ¡Una historia para contar a sus nietos! —Sí, se estaba viniendo arriba—. Iekatsu-sama —hizo una ligera reverrencia. Luego, se giró hacia Akame—. Necesito tu katana, her… Compadre —pidió, extendiendo una mano hacia él—. Voy a darle a este hombre lo que quiere. ¡Un combate honorable, sin trucos ninjas! —Y, con aquella frase, Datsue remarcó la diferencia que había entre ninja y samurái, entre shinobi y guerrero. Para el ninja, el engaño y la manipulación formaba parte del combate, y Datsue acababa de hacer lo que mejor se le daba: mentir.
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Asahina Kunie esbozó una sonrisa estudiada, calculada, cuando el joven shinobi mordió el anzuelo y, queriendo poner al público de su lado, aceptó el reto. No dejó que se la viera demasiado satisfecha ni interesada; sólo lo justo para creer que el ojito derecho del señor Iekatsu había satisfecho su capricho a ojos del populacho.
—Ten cuidado —susurró Akame a su compadre mientras le tendía su espada, negra como el carbón—. Esto me da muy mala espina...
La multitud formada por los peticionarios que habían acudido aquella mañana a las audiencias con el señor de Rōkoku se arremolinó alrededor del cuadrilátero imaginario que formaban los cuatro soldados de pesada armadura, como un enjambre de moscas en torno a la miel. «Artesanos, comerciantes, nobles, ricos, pobres... La violencia los pone al mismo nivel. Los atrae a todos por igual», pensó con cierta molestia el Uchiha mientras retrocedía algunos pasos para no quedarse expuesto más allá de la multitud.
Masaru, por su parte, empuñó su propia espada con firmeza y la sostuvo en alto frente a sí, con las piernas abiertas formando un arco y las rodillas ligeramente flexionadas. Por su postura, se podía intuir que tenía destreza y experiencia en semejantes lides; lo que, por otro lado, era de esperar de un noble de Hi no Kuni.
—Pueden comenzar —dijo el señor Iekatsu, con un hilo de voz, y acto seguido le sobrevino un ataque de tos que empañó cualquier vestigio de solemnidad que el momento pudiera tener.
El espadachín no dijo nada, sino que se limitó a fijar sus ojos en la figura de Datsue y esperar a que éste se pusiera en guardia. El cuadrilátero formado por los guardias medía unos seis metros de lado, lo que no daría a ninguno de los oponentes demasiado margen para maniobrar durante la contienda.
—Ten cuidado —susurró Akame—. Esto me da muy mala espina...
Ya eran dos. Cuando Datsue sintió el peso de la espada en sus manos, ya se había arrepentido. ¿Por qué aceptar semejante duelo? ¿Honor? ¿Orgullo? ¿¡Desde cuando se dejaba llevar él por semejantes banalidades!? Si precisamente había sobrevivido hasta entonces, era por su tendencia a evitar el peligro en lo máximo posible.
¿Pagaría su error? ¿Sería aquel su final? Esas y más preguntas acosaban ahora la mente del Uchiha como un enjambre furioso de abejas.
La posición de aquel hombre no podía ser más desoladora para él. Una postura marcial, perfectamente medida y calculada. Aquel cabrón sabía lo que se hacía. Datsue, sin embargo, tuvo que secarse las palmas de las manos en el pantalón, que ahora se le habían dado por chorrear sudor, pasándose la katana de una mano a otra.
«Vamos, tío, ¡vamos! ¡Puedes hacerlo!»
Pero todo lo que veía era negativo para él. El cuadrilátero improvisado era pequeño. Demasiado pequeño para su gusto. En un espacio tan cerrado, el arte del kenjutsu se veía enormemente favorecido. No había posibilidad a alejarse lo suficiente y formar una tanda de sellos. No una larga, al menos.
«Vamos, joder, ¡vamos!»
En la esquina del cuadrilátero, alzó la katana de su hermano, señalando con la punta de ésta a su contrincante.
—Este es tu final —dijo, imprimiendo toda la convicción y seguridad que pudo. Luego, activó el Sharingan, e hizo inventario mental de lo que tenía. «Sellos explosivos descartados, me dañaría a mí mismo. Bombas sonoras también. Las de humo ni de coña. La adhesiva…» La adhesiva podía ser útil. Tenía un bajo alcance, y limitaría los movimientos de su contrario. Claro que…
… había prometido luchar con honor. Aunque, por otra parte, ¿desde cuándo Uchiha Datsue cumplía sus promesas?
Se llevó la mano libre —la zurda— al bolsillo de su chaleco militar, mientras seguía manteniendo en alto la katana. Sabía que era un momento perfecto para que Masaru le atacase, y no podía bajar la guardia. Seguidamente, y tras localizar su esfera, lanzó la bomba adhesiva al otro lado del cuadrilátero de un rápido movimiento. Justo donde se encontraba Masaru, a sus pies.
—¡Ajá! —rugió Datsue, tomando la espada con ambas manos. Si aquella bomba acertaba, la balanza se inclinaría razonablemente a su favor. Además, tenía otro as bajo la manga preparado…
¤ Bomba de aceite - Tipo: Consumible - Requisitos: Mercadeo, Destreza 30 - Precio: 700 ryos - Uso: 2 metros de radio
La bomba de aceite es un prototipo que todavía no está a la venta al público, pero que Datsue consiguió gracias a sus contactos con una tienda de armas. Es una bomba de papel compacta con forma de esfera y del tamaño de un puño que, tras un sello del usuario (serpiente, ambas manos), tras un tiempo preestablecido en turnos (determinado en el momento de su lanzamiento, no inferior a 3 turnos), o tras estamparlo contra el suelo, estalla. Este estallido no es dañino, pero salpica con el líquido que contenga todo lo que haya en un radio de 2 metros.
En esta versión, la bomba está llena de un aceite negro y viscoso altamente inflamable. Si se incendia, el aceite se consume en cuestión de pocos segundos, pero produciendo graves quemaduras (12PV por 3 turnos).
Alterador (Bomba adhesiva): En esta versión, la bomba está llena de una sustancia adherente y espesa, parecida al hormigón, pero no inflamable. Sin embargo, es mucho más pegadiza y pesada que el aceite, provocando una penalización de -10 en Agilidad durante 2 turnos (lo que tarda en escurrirse del cuerpo, aunque el agua puede limpiarlo en un simple turno).
Si en esos 2 turnos el objetivo recibe una técnica ígnea lo suficientemente caliente para fraguar la sustancia y endurecerla (20PV o más), dificultará todavía más sus movimientos (-10 en Agilidad extra, aunque solo por unos segundos). Después, con el movimiento, la sustancia se resquebrajará y caerá, perdiendo todos sus efectos.
¤ San Tomoe no Sharingan ¤ Ojo Giratorio de Tres Aspas - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Uchiha 60 - Gastos: 18 CK (divide regen. de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales:Percepción+18 - Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: -
Los iris del usuario se vuelven de color carmesí, y alrededor de sus pupilas surgen tres aspas negras que giran hasta formar un trío en una circunferencia imaginaria. Este estado del Sharingan se considera el más avanzado en su forma básica.
El Sharingan le da color al chakra, y permite distinguir su composición elemental. El usuario puede ver el flujo del chakra de otros seres vivos como un manto, con suficiente precisión para detectar si tiene mucho o poco chakra (CK actual) o si ese chakra es débil o poderoso (mide aproximadamente el Poder), pero no con la suficiente para detectar movimientos de chakra dentro de un oponente si no hay una técnica activa. El Sharingan puede ver el chakra de las técnicas activas: las que afecten al interior de un ser vivo o las que ya se encuentren en el exterior de un oponente, pero no antes de que se hayan formado. Puede detectar si alguien está siendo afectado por una técnica ilusoria.
La percepción visual del usuario goza de un gran estímulo, volviéndose muy sensible al movimiento. El Uchiha puede leer labios con extrema facilidad o imitar movimientos tan sutiles como los de la escritura, escribiendo lo mismo que alguien a quien está observando. En combate, el clan utiliza esta destreza para seguir con claridad los movimientos físicos (y no de técnicas, importante) de un oponente y de sus extremidades en el Taijutsu, y para leer con claridad los sellos manuales que realiza. Si y sólo si el usuario conoce la técnica que va a utilizar, puede anticipar una respuesta (hay muchas técnicas con secuencias de sellos similares o iguales. En este caso, el Uchiha no tiene manera de saber qué va a hacer el oponente). El Tres Aspas hace que el Uchiha pueda predecir dónde va a encajar un golpe de Taijutsu mediante la lectura de las tensiones en los músculos del cuerpo del oponente, dotándole de cierta capacidad predictiva. Cabe destacar que aunque el usuario sea capaz de percibir un movimiento, necesita las capacidades físicas y de reacción para poder responder ante él.
La habilidad para leer los movimientos del Sharingan le otorga al usuario la capacidad de copiar los sellos de una técnica de Ninjutsu o de Genjutsu (o los movimientos de una técnica de Taijutsu) que no dependa de una facultad personal para ejecutarla al mismo tiempo que el oponente o registrarla en su repertorio (hasta un máximo de tres técnicas). Se pueden imitar evolutivas, pero no registrarlas. Para copiar una técnica se debe de tener su requisito convertido a la facultad Uchiha.
El Sharingan le permite al usuario distinguir técnicas como los clones simples (no los generados por la técnica Kage Bunshin no Jutsu) de un usuario real, y ver a través de la técnica Henge no Jutsu.
El Sharingan de Tres Aspas es capaz de penetrar y romper los Genjutsus sensoriales, y de ver a través de las imágenes creadas por los Genjutsus ambientales.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
El rostro de Makoto Masaru reflejó sorpresa y miedo a partes iguales cuando Datsue activó su Dōjutsu y el rojo sangre del Sharingan tiñó sus ojos.
—¿Es una de tus artes engañosas, ninja? —le espetó a Datsue mientras éste pensaba en la mejor forma de abordar la situación—. ¡Pues sabe que Masaru, del clan Makoto, no se amilanará fácilmente!
Y con un grito de guerra, el espadachín cargó hacia Datsue. Era rápido, aunque no tanto como para que sus movimientos pasaran desapercibidos al Sharingan. También tenía buenos reflejos; cuando el shinobi le tiró algo a los pies, Masaru se apartó de un salto hacia su derecha sin apenas volver la vista atrás. La bomba adhesiva estalló contra el suelo, cubriendo una pequeña área con su viscoso contenido.
—¡Ridículo! —bramó el prisionero antes de descargar un rápido y feroz tajo descendente, sujetando su espada con ambas manos, directo a la cabeza de Datsue.
Luego el espadachín retrocedió ligeramente para ganar algo de espacio, adoptó una postura baja con su katana y realizó un corte ascendente, de izquierda a derecha. Lo siguió de un par de estocadas; una al pecho y otra a la cara, girando rápidamente las muñecas para intentar tomar por sorpresa al shinobi.
«Por las tetas de Amaterasu... Este tipo es diestro, y lucha como si estuviera fresco...»
—¡Ridículo! —exclamó a su vez Masaru, quien evadió el aceite de un simple salto en diagonal para acto seguido atacarle con un tajo descendente. Gracias a su Sharingan, Datsue logró telegrafiar el movimiento, saltando justo a tiempo hacia su derecha para evadir el filo cortante.
Sin darle ni un solo segundo de respiro, y como una danza continua y fluida, el espadachín aprovechó su posición baja para lanzar un nuevo tajo, esta vez ascendente, que hizo recular todavía más a un sorprendido Uchiha para evitar el envite. Todo cansancio, debilidad y decrepitud mostrada por Masaru habían desaparecido, como si de un milagro se tratase. O, tal y como había intuido Datsue momentos atrás, como si tan solo hubiese sido una mera fachada. Un disfraz bajo el que se había protegido, para ser subestimado. No obstante…
«¡Esta es la mía!», pensó, tomando la katana de su Hermano con ambas manos, cuando el espadachín decidió atacarle con una estocada directa al corazón. Con pies de gacela, Datsue se movió rápidamente a un lado mientras desviaba la hoja de su adversario con la suya propia hacia el lado contrario. Pero aquella no sería una simple defensa, sino que al entrechocar ambos filos, el Uchiha aplicaría chakra a su katana a la vez que realizaba un brusco giro de muñeca.
—¡Ninpō: Bunkai! —El Arte Ninja del Desarme. Tras tratar de desarmar a su adversario, Datsue ejecutó un rápido tajo en horizontal aprovechando la sorpresa, buscando cortarle de lado a lado a la altura del estómago.
200/200
–
232/270
–
-18
–
-20
–
reg. dividida
–
¤ Ninpō: Bunkai ¤ Arte Ninja: Desarme - Tipo: Apoyo - Rango: D - Requisitos: Bukijutsu 25 - Gastos: 20 CK - Daños: - - Efectos adicionales: Desarma a un oponente bajo ciertas condiciones (ver descripción) - Sellos: - - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Esta técnica es una útil treta entre los practicantes del Bukijutsu, que consiste en la aplicación de un refuerzo de chakra no visible al arma y un inteligente giro de muñeca que desarma al rival y aparta su objeto a un lado, dejándolo expuesto. Un oponente que conozca la técnica se dará cuenta de lo que intenta el usuario y podrá pagar el gasto para devolverla. Para saber quién gana y desarma al contrario, se suman sus destrezas y la mitad de sus fuerzas, el daño más elevado del arma que empuñan, y por último, se suma una bonificación de 20 puntos si en el momento del intento de desarme cualquiera de los dos empuña su arma con dos manos. La puntuación más elevada gana, y desarma al adversario.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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12/04/2018, 16:49 (Última modificación: 12/04/2018, 16:50 por Uchiha Akame.)
Masaru: 30 (Fuerza/2) + 65 (Destreza) + 40 (daño mayor del arma) + 20 (a dos manos) = 155 puntos
Datsue: 20 (Fuerza/2) + 60 (Destreza) + 40 (daño mayor del arma) + 20 (a dos manos) = 140
Datsue pierde el choque.
El Uchiha se movió con la rapidez que le confería su entrenamiento ninja y la clarividencia de su particular Dōjutsu para esquivar con efectivos movimientos los ataques de Masaru. La lucha era claramente entre dos crotrincantes de considerable destreza, y a los ojos de la mayoría del público muchos golpes apenas eran perceptibles; los que sí, arrancaban un "Oooh" de tanto en tanto.
Sin embargo, en un momento dado Datsue decidió hacer uso de sus conocimientos en el arte ninja del Bukijutsu para intentar desarmar a su rival y, previsiblemente, poner fin al duelo. Los aceros se trabaron y el charka del Uchiha fluyó como un río por la hoja negra de la espada de Akame, cedida en préstamo, hasta provocar que saltaran chispas entre ambas katanas.
—Para vuestra fortuna, shinobi-san, no estoy interesado en ganar este duelo —le susurró el noble, tan cerca que sólo ellos dos podrían oírlo—. Sino en cumplir con el primer deber de un prisionero.
Al principio pareció que el shinobi iba a llevarse el gato al agua, pero para su mala fortuna, Masaru acabó inclinando la balanza a su favor gracias a su fuerza física superior. Cuando su espada parecía a punto de ceder ante la de Datsue, el guerrero del clan Makoto recolocó ligeramente la posición de sus piernas y, haciendo fuerza con las mismas, empujó la hoja del ninja hacia arriba. El Uchiha notó cómo la empuñadura azabache de su arma se le resbalaba de entre los dedos inevitablemente.
—¡Yaaaaaaaargh! —con el rugido de un león, Masaru desarmó por completo a su oponente.
La espada de Akame voló por los aires un par de metros hasta caer a los pies de su dueño, que la recogió y se apresuró a evaluar su estado, como temiendo que hubiese sufrido algún desperfecto.
El público, por su parte, rompió en aplausos y vítores hacia el que tan sólo minutos antes se encontraban humillado y encadenado. La dama de ojos color miel torció el gesto en una expresión que dejaba translucir que ella no había previsto semejante resultado para la contienda; y, al verla, Akame no supo si sentir miedo —por lo imprevisible de su reacción— o gozo —porque sus planes acababan de verse frustrados—.
—Habéis ganado con honor, Masaru-dono —concedió el señor Iekatsu—. Así pues, tal y como prometí, podréis elegir de qué modo queréis ser ejecutado.
El joven Makoto se cuadró en el sitio, realizando una profunda reverencia.
—Es un honor, Iekatsu-sama —masculló, cerrando los ojos—. Pero prefiero vivir un día más.
Antes de que cualquiera de los presentes pudiera reaccionar ante sus palabras, un objeto esférico y del tamaño de un puño salió despedido desde algún punto entre el público para estrellarse en mitad del cuadrilátero imaginario que formaban los guardias de la casa Toritaka. La Hikaridama hizo explosión al instante, invadiendo la estancia con su cegador destello.
Se desató el caos. Los peticionarios empezaron a correr de un lado para otro, cegados, empujándose, derribándose y dando tumbos. Por encima del griterío general, Akame pudo escuchar la voz de su antigua maestra.
Pese a que se esforzaban, los guardias eran incapaces de reaccionar. Cuando los presentes recuperaron el don de la vista, no quedaba rastro de Makoto Masaru en aquella sala.
Datsue se recompuso rápidamente, espantando aquel pensamiento de la cabeza. Makoto estaba tratando de confundirle, de despistarle, y eso era algo que el Uchiha no podía permitir. Con las katanas trabadas, aplicó una de sus técnicas de bukijutsu favoritas: el Arte Ninja del Desarme. Pocas técnicas tenía que le fuesen tan eficientes como aquella. Nunca en la vida le había fallado. Nunca le había dejado tirado...
Hasta entonces.
—¡La madre que…!
Datsue contempló horrorizado como la katana salía despedida por el aire. Ya nada tenía con lo que defenderse. Ni con lo que atacar. El ninjutsu, en un campo de batalla tan reducido, era casi irrealizable. Demasiados sellos a formar para tan poco tiempo de reacción. La única alternativa era…
—Habéis ganado con honor, Masaru-dono —intervino el señor Iekatsu—. Así pues, tal y como prometí, podréis elegir de qué modo queréis ser ejecutado.
Makoto, por su parte, realizó una reverencia. Para suerte de Datsue, aquel combate había terminado. No se disputaría hasta la muerte. El Uchiha cayó de rodillas, tan derrotado como aliviado. Tenía la cara pálida, y el sentimiento de alivio pronto fue eclipsado por el de la furia. No por orgullo, no por haberse visto humillado, sino porque en aquel combate pudo haber salido con los dos pies por delante. Por su descuido. Por una repentina y estúpida bravuconería. Algo impropio de él. Algo que se juró no volver a cometer.
Pero, tan centrado como estaba en sus propios pensamientos, ni lo vio venir. Una repentina ráfaga de luz inundó sus pupilas, cegándole. El Uchiha se llevó las manos a los ojos, dolorido, mientras terminaba de caer al suelo y emitía una especie de gruñido. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué había ocurrido? Los segundos se le hicieron eternos, hasta que al fin logró distinguir algo más que distorsionadas sombras. Fue ahí cuando se dio cuenta.
—Makoto… —Entonces, lo comprendió, y por un momento tuvo ganas de reír.
Makoto había cumplido con el primer deber de un prisionero.
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Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
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13/04/2018, 16:49 (Última modificación: 13/04/2018, 19:48 por Uchiha Akame.)
Poco a poco la calma fue retornando a la sala principal del castillo de Toritaka Iekatsu. Los cuatro guardias encargados de la custodia del prisionero abandonaron el lugar a paso ligero, lanzas en ristre, y sus voces fueron apenas audibles por los que quedaron allí cuando salieron al exterior. Pese a que ninguno de los muchachos podría advertirlo en ese momento, la fortaleza se convertiría en un hormiguero de soldados yendo y viniendo, mandos voceando órdenes y partidas de búsqueda.
Allí, en el salón de audiencias, los pocos guardias que quedaban se esforzaron por tranquilizar al público hasta que por fin el orden —o, al menos, algo parecido— se reinstauró. La dama de melena negra volvía a exhibir su expresión de confianza habitual, como si en el fondo lo que había ocurrido no fuese más que un pequeño incidente y no escapara a su control. El señor Iekatsu, por su parte, parecía demasiado marchito como para dar más muestras de desagrado.
—Llamad a mis hijos —ordenó a nadie en particular, como si estuviese hablando al aire mismo.
Sin necesidad de más, uno de los guardias que quedaban en la sala se cuadró y luego abandonó la misma por la puerta principal.
«Joder, la que se ha liado en un momento... ¿Eso fue una hikaridama? Sí, sin duda. Lo que significa que fue un ninja quien ayudó a Makoto Masaru a escapar», reflexionaba Akame desde su posición.
Los muchachos habían quedado en primera fila de la multitud y, cuando el guardia volvió anunciando a viva voz a los tres hijos del señor, tuvieron que apartarse —como el resto de los peticionarios— para abrir un pasillo y permitir el paso a los muchachos. Al pasar junto a ellos, los Hermanos del Desierto podrían distinguir sus facciones con más claridad.
Primero caminaba Ichiro, el primogénito, un hombre que debía rondar la treintena, fornido y robusto. Su rostro era duro como piedra tallada, con facciones agresivas, muy ceñudo y de poblada barba. Llevaba la cabeza afeitada y sus ojos eran tan oscuros como los de su padre habían sido, antaño.
Seguidamente pasaría Jirō, el segundo hijo. Era algo más bajo que su hermano mayor y mucho más delgado, de rostro hermoso y curtido. Llevaba el pelo, castaño, recogido en una cola de caballo que le llegaba hasta casi la cintura.
El último en hacer acto de presencia fue Saburo, el hijo menor. Era joven —tendría apenas un par de años más que Akame y Datsue—, de facciones delicadas y mirada color azul oscuro, sumamente inteligente y atenta. Llevaba el pelo revuelto y corto, y una perilla incipiente adornaba su rostro.
Los tres hermanos se colocaron junto al sillón de su marchito padre tras dedicarle una ostentosa reverencia. Vestían con elaborados kimonos de la seda más preciosa que se pudiera encontrar; rojo carmín para Ichiro, verde para Jirō y azul claro para Saburo. No pasó inadvertido para los Uchiha que los tres le dedicaron miradas de desconfianza y desgrado —manifiestamente evidente en el caso de Ichiro, más disimulado en el de sus hermanos menores— a la mujer que acompañaba a Iekatsu.
—Ahora que mis queridos hijos están presentes, puedo anunciar lo que llevo largo tiempo esperando —comenzó el señor, con la mirada perdida en algún punto del techo del salón—. Como todos os habréis imaginado, la vida me abandona a pasos agigantados. Dentro de dos días marcharé de Rōkoku para no volver jamás, en dirección al mausoleo de la familia Toritaka, pues es mi deseo pasar al otro mundo junto con mis ancestros.
Hubo un murmullo generalizado entre el público, pese a que probablemente todos ya conocían o se esperaban la noticia de la próxima muerte de Iekatsu.
—Llevaré conmigo un séquito para procurarme un descanso digno y una travesía segura —Ichiro hinchó el pecho como un pavo real—. Uchiha Akame-san y Uchiha Datsue-san, shinobi de la Aldea Oculta del Remolino, serán los encargados de mi protección durante el camino.
Los cuchicheos aumentaron en intensidad y volumen, al mismo tiempo que distintas emociones se plasmaban en los rostros de los tres hijos —precedidas, todas, de la sorpresa más mayúscula—. Ichiro apretó las mandíbulas y los puños para contener su ira, Jirō se limitó a alzar una ceja y Saburo miró a su padre con evidente consternación.
«Imagino que ninguno esperaba ser excluído de este viaje», pensó Akame.
—Aquí quedarán mis tres hijos, para garantizar el buen gobierno y la seguridad de Rōkoku, pues ese es mi deseo —concluyó Iekatsu—. Ahora, marchad en paz.
La multitud empezó a disolverse lentamente entre conversaciones, cuchicheos, susurros y demases. Akame se quedó en el sitio, y sólo lanzó una mirada a su compañero. Luego avanzó un paso y realizó una reverencia a la plana mayor de Rōkoku —el señor, sus hijos y aquella mujer—.
—Uchiha Akame, de Uzushiogakure no Sato —se presentó, aunque ya le conocían, escueto y respetuoso.
Datsue, todavía de rodillas, ancló un pie en el suelo y se irguió. Todavía sentía el pulso de su corazón taladrándole los oídos, y pese a que su combate había sido extremadamente corto, se notaba cansado. Como si hubiese corrido un auténtico maratón. Su mente, por otra parte, no paraba de atosigarle con más y más preguntas. ¿Quién habría ayudado a Makoto Masaru a escapar? Imaginaba que un ninja pagado por su familia, infiltrado entre la muchedumbre. Pero, ¿cambiaría aquel acontecimiento el destino de su misión? ¿Les afectaría en algún modo? ¿Y quién era esa mujer a la que Ieakatsu hacía tanto caso?
Por lo pronto, parecía que a los hijos no les hacía mucha gracia. O al menos, a uno de ellos. Y es que, tras entrar en el gran salón a ver su padre, las miradas que le dedicaron a la mujer fueron más que esclarecedoras. «Así que estamos celosos, ¿eh?»
Iekatsu no les dejó por más tiempo en vilo, revelando sus intenciones. Intenciones que fueron recogidas con sorpresa por sus hijos, y uno incluso con frustración. Calculando sus edades a golpe de vista, Datsue sospechaba que era el mayor. Además, eso coincidía perfectamente con la descripción que los parroquianos habían hecho de él.
Cuando el señor feudal puso fin a su corto discurso, hizo disolver a la muchedumbre. Una marea de personas que discurrió como un río tranquilo y sosegado por las grandes puertas del salón. Datsue, a contracorriente, siguió a su Hermano en la presentación, acompañada de una pequeña reverencia de cabeza:
—Uchiha Datsue, de Uzushiogakure no Sato. —Ni palabras grandilocuentes, ni postura orgullosa, ni un tono de voz presumido. Después de su derrota contra un hombre no-ninja, a Datsue se le habían acabado las ganas de pavonearse como un gallito de corral.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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13/04/2018, 20:09 (Última modificación: 16/04/2018, 23:01 por Uchiha Akame.)
Iekatsu bajó un momento la mirada para posarla en ambos ninjas, y luego les dedicó una escueta inclinación de cabeza. Parecía que cada movimiento le costase una fortuna. Sintieron también los ojos dorados de la mujer examinándoles, erizándoles los vellos de la nuca de tal modo que Akame llegó a preguntarse si no había entrado una súbita corriente de aire frío por la gran puerta del salón.
—¡Morihei-san! —exclamó de repente el señor, y al oírle hablar tan alto Akame no pudo evitar que la sorpresa se reflejara en su rostro. «No sabía que pudiera alzar tanto la voz»—. Morihei-san os dará los detalles de nuestra ruta. Partiremos mañana al alba.
El señor Iekatsu trató de incorporarse con cierta dificultad, y cuando ya fue evidente para todos que sería incapaz de levantarse por sí solo, su hijo Saburo se apresuró a ayudarle. No llegó a tiempo, sin embargo, pues la mujer de melena azabache se le adelantó. Tomó la mano del marchito gobernante y le ayudó con gentileza.
—No os preocupéis, Saburo-dono. Yo acompañaré a vuestro padre a sus aposentos —dijo con una sonrisa de amabilidad y la voz siseante, como una cobra venenosa.
Saburo torció el gesto pero no dijo nada, y simplemente se limitó a despedirse de su padre con una inclinación de cabeza y salir a zancadas del salón. Sus dos hermanos le siguieron sin mediar palabra.
—Eh... U... Uchiha-dono...
Una voz temblorosa sorprendió a los jōnin. Si se volteaban, verían a un hombre menudo y delgado que tenía pinta de llevar un buen rato ahí, pero en el que nadie había reparado. Su aspecto era genuinamente anodino; barba rala de color grisáceo, corte de pelo —también canoso— estilo tazón con una calva en la coronilla, varias arrugas en su rostro y manos finas. Vestía con un simple yukata blanco con obi color rosado, y calzaba getas de madera. Parecía de todo menos un cortesano... Aunque lo era.
—Morihei, para serviles —se presentó el hombrecillo—. Iekatsu-sama me pidió que les entregase esto. En este mapa se detalla la ruta que seguirá el séquito, Iekatsu-sama les aconseja que la estudien bien.
El hombre alargó un brazo delgado hacia Datsue, extendiéndole un pergamino enrollado. Si el Uchiha lo abría para comprobar su contenido...
Vería que estaba completamente en blanco, salvo por el sello con la heráldica del clan Toritaka que llevaba impreso en la esquina superior derecha.
Datsue contempló como un espectador de lujo la aparente escena cordial que se producía entre la familia de Iekatsu. En lo que a simple vista parecía una sencilla situación anodina, guardaba en el fondo mucho más. Un sinfín de gestos, de miradas y de detalles que para la mente despierta y astuta componían un cuadro representativo mucho más sustancial de lo que se podía sacar por el simple diálogo que se producía entre ellos. Si algo estaba claro, eso sin duda, era que la que llevaba los pantalones en aquel castillo era la intrigante mujer de ojos dorados.
La misma que le había puesto contra las cuerdas minutos atrás.
—Eh... U... Uchiha-dono... —Era Morihei, con el pergamino del mapa que necesitaban estudiar. El resto de la familia se había ido.
Datsue alargó el brazo y lo desenrolló. Luego, frunció el ceño. Le dio la vuelta. Y otra vuelta. Y frunció el ceño todavía más.
—Pero… señor Morihei —respondió, con voz confusa. Inclinó el pergamino hacia un lado para que su Hermano pudiese verlo con la misma claridad que él—. Debe de haber un error. Aquí… Aquí no hay ningún mapa —sentenció.
¿Qué demonios iban a estudiar, si estaba en blanco? Tan solo había un pequeño sello, que el Uchiha se imaginó correspondería al blasón de la familia.
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Akame se mostró tan sorprendido como su compadre cuando éste abrió el pergamino de vitela y ambos pudieron ver que estaba en blanco. «¿Qué...?» Sin embargo y pese a la pregunta de Datsue, el anodino cortesano se limitó a encogerse de hombros y responder con sinceridad.
—Yo nunca había visto el contenido de ese pergamino antes, Iekatsu-sama me ordenó que se lo entregara a ustedes dos en persona y a nadie más —volvió a encogerse de hombros—. No puedo hablar por mi señor, pero intuyo que, siendo ustedes shinobi, quiere ponerles a prueba. ¿Tal vez? En cualquier caso, no puedo ayudarles con eso. Que pasen un buen día.
Y con esas el cortesano se dio media vuelta y salió del gran salón de audiencias. Akame se encogió de hombros de forma idéntica a como lo había hecho Morihei y luego enfiló la larga alfombra que tapizaba el camino hasta la salida.
—No hay ningún rastro de chakra en el pergamino, eso está claro —dijo el Uchiha tras activar su Sharingan y echarle un vistazo a la supuesta hoja de ruta—. ¿Qué demonios significa esto?
Sin embargo, cuando los jōnin salieron al exterior del castillo, alguien les abordó con poca delicadeza. Era Jirō, el hijo mediano del señor Iekatsu. Todavía vestía su kimono esmeralda con obi dorado, y su mirada encerraba un deje de astucia, como la de un zorro.
—Un acertijo —soltó de repente, como si no creyera necesario presentarse—. Típico de mi padre, aunque si he de ser sincero diré que hacía mucho que no le veía con fuerzas para sacar brillo a su ingenio.