Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La inquisitva mirada del astro rey crucificaba con su radiación a todo aquel lo suficientemente intrépido —o temerario— como para poner un pie en la calle en ese medio día en el que la sombra escaseaba y el aire se negaba a circular.
A pesar de estas inclementes condiciones atmosféricas, la joven kunoichi llamada Kojima Karma abrió las puertas del edificio del Uzukage y se introdujo en su interior con una mal disimulada celeridad propia del que huye de un gran mal. El camino hasta el centro neurálgico de la aldea había sido una tortura, la fémina se había visto obligada a aprovechar hasta el más reducido retazo de sombra para no sufrir una insolación.
Estaba empapada de sudor, a pesar de que su tan querido vestido era una prenda considerablemente fresca. Tanto sol azotando su piel, casi tan pálida como la porcelana, le causaría quemaduras en unos días, sin lugar a dudas. Afortunadamente, disponía de pomada en casa con la que ponerle remedio.
¿Por qué la muchacha se había tomado la molestia de ir hasta allí en un día como ese? ¿Se trataba de un inquebrantable ánimo patriotico? En realidad, los fondos de Karma comenzaban a verse tan delgados como la propia kunoichi, motivo por el que necesitaba un de día de paga o dos.
No parecía que hubiese demasiada gente en la recepción —algo comprensible—. Se aproximó al escritorio más cercano en busca de algún encargado al que poder pedirle una misión.
—Buenas tardes —llevó a cabo una reverencia—. Mi nombre es Kojima Karma, soy una genin. ¿Hay alguna misión de la que me podría ocupar?
12/05/2018, 18:22 (Última modificación: 15/05/2018, 16:49 por Uchiha Datsue.
Razón: Cambiar el solicitante de la misión
)
La encargada que se encontraba en recepción en aquellos momentos, Hyuga Kyoko —una joven de ojos blancos y cabellos cortos— se ruborizó ligeramente al ver la reverencia que le hacía la joven genin.
Nunca se terminaba de acostumbrar a que la tratasen con tanta pomposidad.
—¿U-una misión? —dijo, algo nerviosa, apartando el pergamino del fūinjutsu que estaba estudiando en aquel momento a un lado de la mesa—. Déjame mirar un momento… Sí, justo Hanabi-sama me ha dejado una de rango D a primera hora de la mañana —confirmó, para luego extenderle un pergamino con una D inscrita en él.
»Buena suerte —agregó, regalándole una alentadora sonrisa.
Rango D: Murió la kunoichi, permaneció su leyenda
Solicitante: Sarutobi Hanabi Lugar: Lago de Shiona Objetivo: Una limpieza a fondo de la estatua que hay en el Lago de Shiona, en honor a la Tercera Uzukage tras sacrificar su vida por Oonindo luchando contra un ninja muy poderoso.
El paso del tiempo, y el irremediable acto de la naturaleza, han ensuciado este honorable recuerdo. Se ha de hacer una limpieza a fondo, profesional, e impoluta.
Soy Datsue. Pillo esta misión con uno de mis huecos de rol.
Karma tomó el pergamino y retornó el gesto de la encargada —propietaria de unos ojos blancos como la nieve— con una sonrisa de su propia cosecha, esa tan fría que escondía un ápice de tristeza.
Antes de abandonar el edificio y someterse a las inclemencias del sol nuclear que azotaba la villa, la muchacha, apoyada en la pared izquierda de la recepción y alejada del tráfico, le echó un vistazo al pergamino. Mejor saber de lo que se trataba la tarea con antelación.
Los ojos de la kunoichi se abrieron como platos al comprobar el nombre del solicitante. «¿U-UZUKAGE-SAMA? ¿Y dice la recepcionista que acaba de poner el encargo? ¿E-Estará por aquí?». Karma miró de izquierda a derecha e incluso al techo, buscando el rostro de Hanabi asomando desde cualquier ricóndito rincón de la habitación, observándola. No encontró nada sospechoso.
Algo perturbada, decidió ponerse en marcha. Limpiar una estatua así no resultaría sencillo, especialmente con el tiempo que hacía. «El pergamino no dice nada de utensilios de limpieza... ¿debería de volver a casa y llevar los míos? Bueno, en cualquier caso me vendría bien una cantimplora, no debo deshidratarme», reflexionó con la mirada perdida.
La muchacha abandonó el edificio del Uzukage con cierto brío. Su plan era pasar por la finca, tomar agua, un pequeño cubo y un paño, además de una mochila que le ayudase a cargar con todo ello; acto seguido modificaría el rumbo hacia el lago. Si se daba prisa quizás lograría rematar la tarea antes de que llegase la noche.
A decir verdad, Kojima Karma era una optimista de campeonato. O quizá simplemente muy inocente. O que no se llevaba demasiado bien con los mapas. Porque no, terminar aquella tarea durante aquel día era una empresa que ni siquiera ninjas mucho más experimentados que ella lograrían hacer.
Ni de lejos.
La razón de ello era sencilla: el Lago de Shiona se encontraba en los antiguos restos de Konoha, a mínimo dos días de viaje a pie desde Uzushiogakure no Sato. Durante aquel día, a la kunoichi apenas le daría tiempo a llegar a la Planicie del Silencio, donde encontraría, ya al atardecer, una pequeña posada llamada: El Paso.
Dicha posada se encontraba pegada a una pequeña aldea de no más de diez casas desperdigadas por el territorio. Era un edificio pequeño, pero de dos pisos, y una pequeña columna de humo salía de su chimenea. Era la parada perfecta tras su larga travesía, de no ser por…
…los dos borrachos que estaban discutiendo fuera, junto a la entrada. Uno era bajito y gordo, de bigote poblado y mirada dura. El otro, todo lo contrario: tan alto y flacucho que parecía un palo. Parecían a punto de llegar a las manos, y se encontraban justo frente a la puerta. De Karma querer pasar, tendría que conseguir que se apartasen… de un modo u otro. ¿O quizá era mejor buscar otra posada donde dormir?
El sol estaba cayendo, pero quizá todavía quedase tiempo antes de que anocheciese…
Por si acaso no viste el mapa de Oonindo, te lo dejo por aqui jaja:
No seas muy duro conmigo, Datsue, siempre suspendía Geografía en el colegio, ¿vale? Jajajajajaja.
Sí que he visto el mapa más de una vez, pero a decir verdad posteé sin pensar en ello, jajaja. Ahora rolearé en consecuencia y achaquemoslo a que mi pj es novatilla e inocente, no a que el jugador que la controla es tonto perdido.
De vuelta en su hogar, la kunoichi, además de tomar los suministros antes citados, comprobó un viejo mapa forrado en cuero que llevaba rondando por la casa desde que era una niña. El documento le ocasionaba malos recuerdos, pero necesitaba echarle un vistazo o se arriesgaba a perderse. Nacida en Uzugakure, Karma no había gozado de demasiadas oportunidades para ver el mundo exterior, ni siquiera los parajes de su propio país. Aquello iba a cambiar con su vida como ninja.
Fue entonces que la dura realidad la asaltó como si su padre hubiera vuelto de la tumba para darle un golpe más. El lago al que debía desplazarse quedaba, como mínimo, a dos días de viaje a pie. Teniendo en cuenta que la pelivioleta no contaba con montura o técnica alguna con la que reducir —o eliminar— esa estimación, sus esperanzas se hicieron añicos.
«Oh no... será mejor que tome más agua y algo de comer, supongo...», se dijo, machacada, a pesar de que aún ni había comenzado el viaje. La vida del ninja es dura, sin lugar a dudas.
***
La luz del primer día iba menguando. Las pantorillas de la Kojima ardían como si hubieran estado dentro de una forja durante horas. Apenas alcanzó la Llanura del Silencio cuando no podía más. Su respiración era entrecortada y su perspiración solo había empeorado. La mochila a su espalda —que portaba comida empaquetada, un par de botellas de agua, un saco de dormir, un trapo y un cubo en el exterior, con su asa unida al petate con un cordel— pesaba como si fuese una roca de 100 kilos.
Cuando la Kojima se topó con el pintoresco pueblecito deseó con todas sus fuerzas que hubiese una posada donde pasar la noche. Como si los dioses respondieran a sus plegarias, la muchacha vislumbró el cartel de "El Paso" a lo lejos. Aceleró el ritmo, casi atreviéndose a sonreír. Sin embargo casi todo tiene una pega en esta vida, en este caso se trataba de los dos caballeros bloqueando la entrada, haciendo gala de una falta de educación bien patente.
La pelivioleta se detuvo frente al cómico dúo, tratando de dar con un hueco por el que escabullirse al interior, pero no había manera.
—Disculpen... —se atrevió a articular—. ¿Les importaría dejarme pasar?
Los ojos inconfundiblemente ebrios de los dos hombres se pararon en la muchacha, interrumpiendo momentáneamente su discusión. Parecía que a los dos les costaba enfocar la mirada en ella.
—Takai, ¿no la hash oído? Deja pashar a la niña —farfulló entonces el bajito, con un grave problema para pronunciar las eses.
—Ya la iba a dejar pazar, Chizai. Y no ez una niña, palurdo, ez una kunoichi. —El grado de alcohol que tenía en las venas parecía que tampoco ayudaba a aquel hombre a pronunciar mejor.
—¿A quién coño llamash tu palurdo? ¡¿Eh?!
—A ti, ¡paiazo!
Y así, la breve tregua que había logrado convocar Karma se vino abajo para entrar de nuevo en una discusión sin sentido. De los insultos pasaron a las recriminaciones, esas pullas del pasado, aparentemente olvidadas, que solo se soltaban cuando uno estaba borracho. El alto acusaba al bajo de haberle quitado la chica que le gustaba de crío. El bajo acusaba al alto de haberle siempre dejado en evidencia frente a la chica que a él le gustaba cuando eran niños, haciendo mofa de su falta de estatura. Y así, sin descanso, se cruzaba un puñal verbal tras otro.
El hedor a embriaguez que desprendían los dos hombres casi llevó a Karma a dar un paso atrás. En primera instancia el dúo había respondido de una manera mucho más pacífica de lo que la joven había esperado, pero ni por esas iban a permitirle pasar con tanta facilidad. Los borrachos no tardaron en enzarzarse una vez más en su disputa, retomando lo que había interrumpido la kunoichi o quizás comenzando una nueva; Karma no podía saberlo y, en realidad, no le importaba.
Estaba cansada y solo deseaba una cena caliente y una cama sobre la que reposar. Aún así, el estado de los desconocidos le llevaba a barajar la posibilidad de que si se pasaba de insistente o mostraba su irritación, el par de tipos podría volverse contra ella y escupir toda aquella agresividad que estaban acumulando sobre su persona. Los dos, sin excepción, parecían un caldero a punto de rebosar. La pelivioleta no quería estar en mitad del epicentro cuando lo hiciesen.
—¿Y qué tal si aclaran sus diferencias con una partida de shōgi? —injirió con una media sonrisa.
No es que el par de truhanes estuviera en condiciones de algo así, pero Karma se limitó a soltar lo primero que se le pasó por la cabeza.
En medio de la creciente discusión, Karma se atrevió a hacer una audaz propuesta: resolver sus diferencias con una partida al shōgi.
El más alto de ellos apenas le dio importancia.
—No tendría emoción. Ezta claro que ganaría yo.
—Pero, ¿qué dishes, cabesha hueca? —replicó el otro, encendido—. No sheríash capaz ni de comerme un peón.
—¿¡Cómo dicez!?
La discusión siguió escalando, de suerte que, por algún milagro inexplicable, los dos hombres se pusieron de acuerdo en una cosa: jugar la condenada partida al shōgi. Así pues, la kunoichi consiguió adentrarse al fin en la acogedora posada, donde más tarde descubriría que había hecho bien en quedarse. Al parecer, no había más posadas ni pueblos en kilómetros a la redonda. Con el poco cobijo que daban las planicies, el escaso sentido de orientación de la muchacha y el sol desapareciendo en el horizonte, la joven hubiese pasado una noche peliaguda, como poco.
• • •
El día siguiente pasó sin el menor incidente, salvo la de perderse alguna que otra vez y desviar su rumbo más de la cuenta. Pequeños contratiempos que le impidieron llegar al Bosque de la Hoja hasta que el sol, casi rozando ya el horizonte, teñise el cielo de un rojo morado. El color de un moratón.
En su camino al Lago de Shiona, se cruzó con una pequeña aldea, con una posada entre sus casas. Allí, en un lateral de ésta, un crío de no más de diez años, con ropas claras y desgastadas y una bufanda que le tapaba la boca y parte de la nariz, pintarrajeaba con un spray la pared del establecimiento, dejando lo que parecía ser a todas luces su particular firma: el MataNinjas. No había nadie en los alrededores que pudiese verlo salvo la propia Karma, quien debía decidir si seguir su rumbo al Lago de Shiona pese a lo tarde que era —todavía debían quedarle veinte minutos de trayecto—, alojarse allí y dejarlo para mañana, o quizá…
Parecía que la discusión iba a continuar hasta el Armagedón, un hecho que no hacía en absoluto feliz a Karma. La joven estaba barajando la idea de desistir y buscar otra posada en la que alojarse cuando el dúo terminó poniéndose de acuerdo. Igual sí que era el fin del mundo, después de todo. Así pues, los dos hombres se fueron a llevar a cabo la partida sugerida por la kunoichi, liberando el paso.
La pelivioleta suspiró de alivio. Al eliminar los "obstáculos" fue recompensada con una noche de paz, tranquilidad y un bien merecido descanso.
***
Karma prosiguió con su viaje a pesar de que cada equivocación le producía unas penosas ganas de tirar la toalla y retornar a la villa. Así menguó el segundo día de sus peripecias como ninja de servicio.
Cuando el sol ya amenazaba con retirarse y dejar a los pobres diablos que habitaban el mundo sin luz, la muchacha se topó con otro poblado. «Justo a tiempo», se dijo, aliviada. Imitando sus acciones del día anterior, la uzujin buscó la posada local.
Fue en las inmediaciones de la susodicha que la fémina se topó con una estampa de lo más curiosa. Un zagal falto de vergüenza estaba llevando a cabo un acto vandálico en la fachada de la posada. «No es asunto mío...», argumentó Karma con indiferencia, sin ánimos de intervenir. Mas las intenciones de la kunoichi cambiaron cuando leyó lo que había quedado escrito en la pared. «¡¿El mata ninjas?! ¿Qué le pasa a este crío?». Terminó torciendo el gesto.
La Kojima se aproximó al individuo. A lo largo del trayecto le dijo:
—Oye, chico —se detuvo a unos dos metros de él—. ¿Qué estás haciendo?
El niño se sobresaltó al oír su voz. Luego, al ver la figura de Karma, suspiró con alivio, llevándose una mano al pecho.
—No es asunto tuyo —respondió, tan prepotente y descuidado como solo lo podía ser un crío de su edad—. Pier... —Sus ojos se detuvieron en la bandana que la kunoichi portaba en la frente—. ¡Aaaahh! —chilló, horrorizado, mientras se le caía el bote de spray del susto.
Retrocedió unos pasos, boquiabierto, y cuando logró reunir el valor suficiente echó a correr calle arriba, huyendo despavorido de la kunoichi y sin hacer honor a su apodo.
La joven quedó quieta y en silencio, indiferente ante las groseras palabras del chiquillo. Se limitó a alzar las cejas cuando el ya mencionado, al caer en la cuenta de que Karma pertenecía a aquella especie que él aseguraba matar en sus pintadas, huyó como lobo azotado con el rabo entre las piernas.
—Vaya...
Acto seguido se introdujo en la posada, dejando el grafiti allí. «Ya tengo bastante que limpiar de por sí y por esto no me van a pagar», razonó, carente de ánimos altruistas.
Mañana le esperaba un día de duro trabajo, probablemente...
El hospedaje y la noche pasaron sin mayores inconvenientes, y a la mañana siguiente, Kojima Karma pudo llegar al fin a su destino. Allí, en medio del bosque, el agua inundaba lo que hacía no tanto era un enorme cráter, el único rastro que había quedado de la antigua Konohagakure. Ahora, sus recuerdos habían sido ahogados por un lago, cuyas aguas cristalinas eran un reflejo del cielo, azul y claro, con alguna que otra nube aquí y allá y un sol que salía por el horizonte.
En el centro, una isla artificial, a la que se podía llegar saltando por unas plataformas carmesíes, pequeñas y circulares, que sobresalían de la superficie del lago. Unas plataformas que no iban en línea recta, sino dando círculos, en una espiral que se iba acercando poco a poco al centro.
Sí, en espiral, y es que si alguien pudiese contemplar el lago desde el cielo, como Shiona a buen seguro hacía, observaría que dichas plataformas dibujaban el símbolo de Uzushiogakure no Sato. Un pequeño detalle que no todo el mundo se daba cuenta.
Al llegar al centro del islote, Karma pudo contemplar a la Tercera Uzukage. Un fiel retrato de la mujer fuerte y decidida que Oonindo había perdido para siempre. Fuerte, sí, pero también amable. Comprensiva. Incluso en forma de piedra, su mirada todavía seguía transmitiendo esa paz y tranquilidad capaz de sosegar al corazón más agitado.
Dicen que Uzumaki Shiona perdió la vida luchando en aquellas aguas. Un servidor no está de acuerdo. Un servidor piensa que sigue viviendo, en todos y cada uno de los corazones de sus hijos.
En los corazones de los ninjas de Uzushiogakure no Sato.
Al final prefiero ocupar esta trama en mis huecos de master. Dejo aquí para que quede constancia.
La noche fue tranquila y el vándalo no dio señales de vida. No era tan mata ninjas, después de todo.
Al fin, su destino estaba a la vista. Karma se aproximó al lago y le echó un buen vistazo a este y sus alrededores. Para llegar hasta la estatua debía alcanzar el centro del cráter; afortunadamente ya habían unas plataformas preparadas para ello. «¿Por qué no están rectas?», se preguntó la muchacha, que no había caído en la cuenta de lo que la disposición de las isletas representaba.
Avanzó hasta su objetivo dando saltitos entre plataforma y plataforma, tratando de no caer al agua. Pretendía observar la estatua de cerca y hacerse una idea de su estado para luego desanudar el cubo, sacar el paño, tomar agua del lago y comenzar a limpiar.
Karma había escuchado buenas cosas de Shiona-sama, la antigua Uzukage, pero eso era todo. La pelivioleta nunca había estado muy al tanto de los asuntos políticos de la villa, teniendo en cuenta que su actualidad personal ya le causaba sobradas preocupaciones. Por ende, la figura no le inspiraba sensación de patriotismo alguno, aunque eso no significaba que pretendiese llevar a cabo una limpieza chapucera.
Tras primer un vistazo, Karma comprendió el por qué de aquella misión: definitivamente la figura necesitaba una buena limpieza. En la base de la estatua, el musgo se había ido afianzando, fruto de la humedad. En la parte trasera, en las piernas, alguien había hecho un grafiti, cuya firma era: El Mata. Arriba, en parte de un brazo, cagadas de pájaro. Y más arriba, en el hombro…
Pío, pío. Pío, pío.
El piar de unos polluelos llegaron hasta sus oídos. Y es que, en el hombro de la Uzukage, se había instaurado un nido. Un nido con dos polluelos en él.
El monumento se encontraba en un estado deplorable. Musgo, excrementos de animal e incluso una pintada del dichoso niño de la bufanda. Todo aquello equivalía a más trabajo para la genin. Karma suspiró. «Nadie es responsable de la imparable influencia de la naturaleza, pero si veo otra vez a ese chiquillo juro que le voy a dar una buena torta por esto... al final me toca quitar uno de sus grafitis igualmente...».
Pío, pío. Pío, pío.
Karma buscó la procedencia del sonido con la boca abierta. Finalmente dio con ello: un nido afianzado en uno de los hombros de Shiona-sama. Los problemas se iban apilando uno tras otro. «Ahora tengo que subir hasta ahí y bajar eso... ay, por Izanami...».
La pelivioleta comenzó a escalar la figura de la Uzukage como buenamente pudo. Su objetivo era alcanzar el nido, tomarlo y bajarlo al suelo. Una vez hecho eso podría reflexionar sobre qué hacer con él.