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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#61
«Ok. ¿Y ahora qué? ¿le pateo el culo o ...»

Una zancada, luego otra. Reon acortó distancia.

«o mantienes el subterfugio y te dejas?»

Una más, Yoku irguió su puño musculado. Kaido lo vio venir. Cerró los ojos y suspiró.

«a la mierda, ¡dame aquí, bien duro; hijo de perra!»

Puso la mejilla y recibió aquel golpe como un simple mortal. El puñetazo le torció la quijada dejándole una marca apenas visible, aunque el escualo exageró toda la movida tirando su cuerpo hacia atrás, en cámara lenta. Tambaleante, sonrió lacónico y miró a Yoku Reon con la voracidad digna de un cazador nato como él mientras claudicaba ante la intención de Kano de comerse vivo a su malagradecido aprendiz.

Kaido tomó entonces la decisión de hacerse el bueno, e intervenir. Tomó a Kano por el pescuezo y le encomendó a tranquilizarse, dada la emotividad del momento. Después de todo, aquel caos no hacía sino alejarle del cumplimiento de su misión, la cual era encontrar al ladrón. En ese preciso instante, estaba más cerca de fallar que de otra cosa. Lo cual no estaba entre sus planes ni mucho menos.

Pero entre tanto jaleo, algo tenía que llamar su atención. Y es que Koe apenas estuvo dispuesta a soportar aquel derroche de testosterona y piró del interior del barco. Quizás aquello no hubiese resultado llamativo de no ser porque Kila, la nueva, siguió tras ella. Dígase se paso, absolutamente despreocupada por todo lo que allí pasaba.

—Bien, ésto es lo que haremos. ¡Nos tranquilizaremos todos, ésto ha ido a mayores ya! tú y yo, Reon, resolvamos esto entre nosotros. Espérame en tu camarote, y charlemos estas diferencias. Ya si luego sigues queriéndote darte de hostias hasta que quede uno sólo de pie, no voy a ser yo el que te diga que no. Kano, necesitas descansar, Jitsuna, llévatelo, por favor. Tenemos que estar listos para el jodido servicio de la noche y sois los pilares de Baratie —si para algo era bueno el tiburón, era para imponer autoridad. Y, aprovechando todo el revuelo y la confusión entre los presentes, su sugestionamiento tendría que funcionar incluso mejor que si no hubiera pasado nada. O eso esperaba—. venga, el deber con el restaurante es lo primero. Una vez el servicio terminado, aclaramos todo —sentenció.

Si todo el canturreo funcionaba, Kaido abandonaría el barco y seguiría los pasos de Koe y Kila. A hurtadillas, además, pues quería ver si podía oír algo que realmente no tenía qué. Una interacción, un detalle importante. Algo que esclareciera el jodido panorama que para ese momento era incluso más nublado que la mismísima Amegakure.
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#62
Solo hubo una cosa, un solo argumento, en el que los dos hombres que Kaido trataba de separar estaban de acuerdo: el restaurante era lo primero. El servicio de la noche se aproximaba inexorable como una ola a la orilla, y aquella noche era la noche del año. En tan solo unas horas, estaban a punto de hacer más caja que en todo un mes.

La mirada rencorosa y dura de Yoku Reon por un lado, y el resoplido de búfalo de Shenfu Kano por el otro, fue el único gesto de desaprobación que se lanzaron tras entender el mensaje. Jitsuna, más por reacción propia que por la petición de Kaido, empujó a su marido pasillo adentro.

El Tiburón de Amegakure tenía así pues vía libre hacia la cubierta. Agachado y con pasos de zorro antes de abalanzarse sobre su presa, el amejin subió por las escaleras y agudizó el oído para tratar de escuchar algo, y algo fue lo que escuchó: la suave marea de la mar; el viento azotando las velas, recogidas; el morir de las olas en la orilla. Así pues, asomó un poco la cabeza para ver si vislumbraba algo y…

… vaya que si vio algo. A Koe, tirada en el suelo y aparentemente dormida. Quizá inconsciente. Seguramente inconsciente. También vio unos pies junto a ella, y si se atrevía a sacar más la cabeza, la figura de Kila, de espaldas a él. Estaba haciendo unos extraños gestos hacia la orilla…
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#63
Si bien el don de la palabra no era su mayor atributo, Kaido había logrado apaciguar la batalla campal entre Reon y Kano, por ahora. Una vez disuelta la trifulca, se dirigió a la cubierta.

Y lo que allí vio fue, desde luego, preocupante. Y confuso también. A Koe tirada en el suelo, aparentemente inconsciente —había que ser muy estúpido como para pensar lo contrario— y a Kila, gesticulando a espaldas de la sobrina de Shenfu Kano. Kaido no tuvo más remedio que deducir que había sido Kila quien habría puesto a Koe a dormir, aunque el por qué aún se le antojaba un misterio. Lo que sí, que aquellos gestos dirigidos a la orilla tenían que ir dirigidos a alguien, o a algunos.

El escualo frunció el ceño y sintió de pronto el puñal de la traición acariciándole el cogote. Esa sensación que te agobia cuando sientes que algo se te hubo pasado por alto. Maldijo en su interior, y mantuvo el anonimato gracias a lo que esperaba él fuera una reacción lo suficientemente sutil como para que nadie se percatase de su presencia.

Y es que en un barco era absolutamente normal que hubiera algún charco en la cubierta. Por ahí desparramado, victorioso de habérsele escapado a la mopa asesina de todo navío.

Kaido, además de muchas otras cosas, por supuesto, podía ser eso. Un charco... y siendo un charco, iba a poder ver y oír todo. Desde la más inusual clandestinidad.

Kaido usa el Suika no Jutsu y se transforma en un charco que se encasqueta por ahí, en los primeros tablones del exterior. Aguarda pacientemente y espera a ver qué hace Kila.
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#64
La táctica de Kaido pareció dar resultado. Bien era cierto que había hecho sol todo el día, y que el barco era demasiado grande como para que con el mar en calma el oleaje llegase siquiera a salpicar la cubierta, pero el pequeño charco en el que se había convertido pasó inadvertido tanto para la sobrina de Shenfu Kano —definitivamente inconsciente— y Kila, todavía de espaldas.

Nada ocurrió durante unos largos segundos, en los que Kila se limitaba a lanzar miradas fugaces a la abertura de la cubierta por la que había subido Kaido. También, por un instante, al charco en el que se había convertido el amejin. Pasó lo que pareció un minuto eterno. Y entonces…

… unos pasos. Unos pasos que provenían del muelle, que ahora subían por las escaleras del barco, y que finalmente llegaban a la cubierta.

Se suponía que esperaríamos a la noche —murmuró, con voz tensa y nerviosa. Kaido le reconoció en seguida: era el chico de la cicatriz que le había acusado de tener las pruebas amañadas. Sus ojos, saltones, lanzaban miradas nerviosas al muelle y al cuerpo inerte de Koe.

Cambio de planes, monada —rebatió Kila, quien pese a también lucir nerviosa, lo disimulaba mejor—. Hay algo en el otro que me huele a chamusquina. Mejor aprovechar el momento.

Pero a plena luz del día…

¡Shhh! —le mandó rechistar, mientras miraba nuevamente atrás—. Vamos, coño, no me seas nenaza ahora. Sabes que el riesgo merece la pena. —Sin siquiera esperar a su beneplácito, le arrancó de las manos una enorme tela enrome que se había traído consigo. Con un brusco movimiento, la lanzó hacia Koe, desenrollándola en el acto y haciendo que se envolviese en el cuerpo de la chica.

A todas luces, la estaban sellando con una tela y etiqueta de sellado. ¿Qué haría, mientras tanto, el Tiburón de Amegakure? ¿Se limitaría a seguir observando, a permanecer como espectador para esclarecer mejor de qué iba todo aquel asunto? ¿O se decidiría a actuar?
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#65
Elegir esperar pareció de pronto haber sido la mejor decisión, dado los acontecimientos que se suscitaron a continuación.

Kaido comprobó que aquellos gestos iban dirigido hacia una persona, que tarde o temprano, terminó por aparecer en la cubierta. Se trataba nada más y nada menos que de aquel tipo con le acusó de amañar las pruebas de Kano, y que había perdido su oportunidad de obtener el trabajo de su vida. Aunque ahora todo tenía sentido, teniendo en cuenta que él conocía a Kila y que, en un principio, habrían querido quedar ambos entre los elegidos para poder llevar a cabo su plan con mayor facilidad.

«Hija de perra, sabía que te traías algo entre manos»

Kaido era una piedra en el camino, y Kila se olía que había algo raro con él. No se podía negar que la chica era intuitiva.

El escualo, sin embargo, creyó poder tumbar a aquel par de ladronzuelos con sus propias manos. O eso pensaba, hasta que comprobó que Kila podía usar artes ninja. De otra forma, no hubiera podido sellar a Koe.

Aquello cambiaba el panorama, y también su modo de accionar.

Decidiría aguardar un poco más, a fin de que la traidora desvelase la otra parte de su plan, que para entonces, no tenía vuelta atrás.
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#66
Envuelta la chica en las telas, Kila colocó la etiqueta de sellado en ella. Luego, como si se tratase de un enorme saco de patatas, cada uno de los dos secuestradores la cargó por un extremo, acercándose a las escaleras del barco que bajaban al muelle.

Esperaron allí unos segundos tensos, mientras se cercioraban de que no había nadie en el muelle que pudiese verles, y bajaron a trompicones por las escaleras. Una vez descendidos, tiraron el bulto envuelto en telas sobre un carretilla a dos ruedas que presumiblemente había traído el chico con cicatriz, amontonado junto a otros pequeños sacos que parecían contener algún tipo de cultivo para disimular.

Va, va —le apremió—. Ya sabes a dónde llevarla. Yo iré más tarde —le indicó, volviendo a subir por las escaleras.

Al subir de nuevo a la cubierta, y de camino al gran comedor, le llamó la atención un pequeño charquito que había en el suelo. ¿El charco de Kaido? No, uno compuesto de sangre. Justo donde había estado el cuerpo de Koe.

Mierda, coño —farfulló, apresurándose a ponerse de rodillas y limpiarlo con un viejo trapo que llevaba anudado a la cintura.

El carrito con Koe, mientras tanto, se alejaba por el muelle a cada paso que el joven con cicatriz daba. A la vez, el Tiburón de Amegakure
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#67
Pero, a su pesar, ahora se arrepentía con todo su ser de no haber aprovechado aquella ínfima oportunidad, que ahora se le estrujaba de las manos a medida que el cuerpo de Koe se alejaba con todas las de la ley a través del muelle. Y no sólo por ello, sino que ahí en donde había estado ella inconsciente, ahora relucía un pequeño charco de sangre que presumiblemente pertenecía a la sobrina de Shenfu Kano. Kaido maldijo para sus adentros, excesivamente preocupado. Si Koe realmente estaba muerta, ya aquella misión era un fracaso rotundo, aún y cuando pudiera quitar el velo a la tal Kila, y a su plan que aún permanecía desconocido.

El Tiburón de Amegakure, no obstante, aprovecharía aquella prueba del crimen para asegurarse de que Koe no iba a alejarse demasiado sin que él pudiera saber hacia dónde se dirigía. Porque aún y cuando se encontraba transformado en agua, el gyojin podía oír, ver, sentir. Y por sobre todas las cosas, oler.


¤ Same no Kaori
¤ Olfato de tiburón
- Tipo: Apoyo
- Rango: B
- Requisitos: Ninjutsu 40, Umi no Shisoku
- Gastos: 20 CK (divide regen. de chakra)
- Daños: -
- Efectos adicionales: Permite al usuario rastrear al enemigo a través del aroma de su sangre
- Sellos: -
- Velocidad: Instantánea
- Alcances y dimensiones: (Ver descripción)
Técnica de rastreo confeccionada a partir de las capacidades genéticas del usuario, que le han conferido un olfato en extremo sensible a la sangre, y al aroma que ésta expele. Así pues, habiendo impregnado sus fosas nasales con el aroma de una muestra de sangre, Kaido puede captar un rastro aromático que trabaja en función de sangre y herida, que le guía cual sabueso a través del mapa; pudiendo discernir hacia qué dirección se ha estado moviendo la persona a la que la sangre pertenece, o incluso saber de manera tentativa que tan lejos o cerca pueda estar de su posición. El proceso de caza funciona de manera individual (no es capaz de captar dos rastros al mismo tiempo) y los alcances varían según el atributo de percepción.

La técnica base permite rastrear a la víctima dentro de un rango de 1 kilómetro a la redonda.

Con (Percepción 60) se puede rastrear a la víctima dentro de un rango de 2 kilómetros a la redonda.

Con (Percepción 80) se puede rastrear a la víctima dentro de un rango de 3 kilómetros a la redonda.

Cual bestia de mar, sus fosas se cautivaron con el hierro aromático que desprendía aquel pequeño charco, que abatido con la fregona de Kila, pronto perdería su esencia. Kaido quería captar el rastro como bien se sabía capaz, y realizar la conexión con Koe antes de que ésta se perdiera del muelle.
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#68
Y la conexión se hizo. Débil, mucho más débil que de costumbre, pero ahí estaba, tan claro para él como un rastro luminoso que iba desde la mancha de sangre de la cubierta hasta el cuerpo de Koe envuelto en telas. Un rastro que iba perdiendo en intensidad a medida que se alejaba.

El chico con la cicatriz no iba especialmente rápido, pero de seguir así no tardaría demasiado en salir del rango olfativo de su depredador: el Tiburón de Amegakure.

Mientras tanto, tras limpiar como pudo la sangre, Kila descendió por las escaleras para ir al gran comedor, a reunirse con el resto de integrantes del restaurante Baratie. Con el resto, salvo Kaido, quién ahora tenía frente a sí dos opciones. Dos caminos.

Y el elegido por él fue…
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#69
Eligió lo que él consideraba lo correcto, y esa era seguir el rastro de Koe. Comprobar que estuviera bien, y darle finalmente a aquel tipo la paliza de su vida.

Su razonamiento, sin embargo, dependía de forma intransigente de las acciones de Kila, cuyos objetivos aún no estaban totalmente esclarecidos. Pero tal y como lo había dicho ella antes de abandonar la cubierta, sería ella quien iría hasta la locación a donde se dirigía su cómplice y no al revés. Por tanto, contaba —a duras penas— con que no hiciera daño a nadie para continuar manteniendo su subterfugio, que sería absolutamente imperioso una vez que las ausencias comenzaran a ser notorias.

De cualquier forma, estaba decidido. Bajó al muelle y siguió el rastro aromático de la deliciosa sangre de Koe.
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#70
Kaido se dejó llevar por el instinto más primario de todo tiburón: seguir el rastro de sangre dejado por su presa. Una presa en la que, en este caso, debía proteger y no comer.

El aroma a hierro le guio por todo el trayecto, primero recorriendo todo el muelle. Luego, girando a la derecha hasta cruzar todo el puerto y alejarse de éste por un camino de tierra que ascendía hasta la ciudad de Taikarune. No obstante, mucho antes de llegar hasta allí, el aroma le condujo por un desvío.

Otro camino de tierra, más estrecho y peor cuidado, que llegaba hasta lo que parecía ser un conjunto de varios pequeños edificios. Un total de doce, muy parecidos entre sí y apiñados, de madera y con puertas de doble hoja del mismo material, altísimas, y sin ventanales. Uno de ellos estaba abierto de par en par, y Kaido captó el olor inconfundible a pescado procedente de su interior. Sin duda, aquellos edificios cumplían la función de almacenes.

Un hombre estaba trabajando en el interior de dicho almacén, moviendo cajas de un sitio para otro. Otro hombre, calvo y de bigote blanco y espeso, fumaba en la entrada, sentado en un taburete.

Pero aquel no era el almacén en el que estaba interesado, sino en el que había justo en frente a este. Cerrado, por desgracia, pero del que le llegaba el inconfundible olor de su presa. O de su sangre, más bien.
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#71
Así pues, Kaido se embarcó en uno de sus típicos viajes de cacería. Haciendo uso de uno de los dones conferidos por su ventaja genética para sumirse en la persecución de un aroma, sutil y apenas perceptible, que dejaba rastros inconfundibles a través de toda Taikarune. Una ciudad que no conocía en lo absoluto y que gracias a su capacidad de tiburón, podía franquear como el más experto de los cazadores.

Tras sendos desvíos serpenteantes, cruces, y variaciones del camino, el gyojin se encontró de lleno con un conjunto de almacenes que, idénticos los unos a los otros, hacían las veces de depósito. Alguno se encontraba abierto con par de trabajadores haciendo sus labores, aunque uno en particular —aparentemente cerrado, como no podía ser de otra forma—, llamó nuevamente su atención.

Del interior de aquel edificio se expedía el aroma de Koe. Tenía que estar ahí adentro.

«Joder, y yo que creí que todo este asunto sería pan comido» —meditó, a medida que circunvalaba el área en anonimato, sin dejarse ver por los trabajadores. Observando, buscando un acceso que por muy estrecho que fuera, le sirviera para adentrarse hasta el edificio—. «tengo que rescatarla rápido, o Kila se aprovechará de mi jodida ausencia. Vamos, hijo de perra, ¿dónde coño te escondes?»

Si encontraba o no la más efímera de las rendijas, dependía de la suerte, que caprichosa, apostaba por lo general a por el mejor postor. Lo que no estaba en manos de los dados del destino sería su capacidad de infiltración, una que podría realizar con tan sólo convertir su cuerpo en agua nuevamente, mientras escabullía sus propias mareas a través de algún espacio oportuno.
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#72
Kaido, sin dejarse ver por los trabajadores, buscó una rendija por la que colarse. Una abertura. El más mínimo hueco por el que licuarse. Y lo encontró, vaya que si lo encontró. No por nada, aquellos almacenes estaban hechos de madera, y entre tablón y tablón…

… había una oportunidad para alguien con un don como el suyo.

Cuando entró en el interior —lo hizo justo debajo de una gran estantería—, un olor dulzón y empalagoso le empapó el olfato. Eran un aroma tan profundo y concentrado que hasta le mareó. Cuando pudo enfocar su vista, se dio cuenta de que aquel sitio estaba lleno de estanterías, repletas de cajas y más cajas.

En el centro, no obstante…

Te dije que la trajeses de noche o no te lo dije.

… había compañía. Dos personas, para ser concretas. Una Kaido la conocía muy bien: se trataba del chico con el que había tenido una disputa en Baratie. El chico que se había llevado a Koe en la carretilla. Se encontraba en el suelo, con la cabeza pisoteada por la segunda persona. Un hombre, que pasaba la treintena, alto y delgado, de melena roja como el fuego y barba rala del mismo color. Llevaba ropas caras y buenas, de esas que valían un riñón para cualquier ninja honrado, y tenía un tatuaje de un dragón rojo en el cuello. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era su ojo. O, más bien, la falta de este. Y es que su ojo derecho estaba cubierto por un parche negro.

Katame-sama —farfulló el chiquillo, entre gimoteos—, por favor, ella que me dijo que… ¡Ay! —El hombre llamado Katame acababa de hacer fuerza con el pie.

¿Qué te dije? No grites —le ordenó, y le apachurró todavía más el pie contra la cabeza—. ¿Así que la zorra de tu novia decidió por su cuenta venir a plena luz del día, eh? Pero yo te dije que este no era sitio para venir de día, ¿o no te lo dije?

El hombre apartó el pie, pero solo para clavarle la suela en el cuello. Y empezó a apretar. Y más… Y más…

Y, como nadie hiciese nada para remediarlo, probablemente mucho más de lo que aquel chico pudiese soportar.
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#73
Convertido en una babosa, el hijo del océano se escabulló por las rendijas cercanas del edificio, calando bajo una enorme estantería que parecía repetirse una y otra vez, atizando el interior del galpón. Un olor profundo le palpó el olfato y tuvo que espabilar para no perder la concentración, resultado trágico en circunstancias tan comprometedores como aquella.

Comprometedora porque, a la par de ingenuo, realmente había pensado que aquello se trataba de una pequeña treta de jóvenes desencantados. Una venganza infantil por alguna mala comida, o quizás una mala paga. Un robo simplón, de un par de yonquis que sabían que Shenfu Kano tenía un poco de blanca en su estúpida caja fuerza.

Si hubiera tenido cabeza con la cuál negar —ahora sólo era una masa inmóvil y inverosímil de la que sólo se superponía parte de sus ojos y oídos—. lo habría hecho. Ahora que veía todo el panorama, podía sentirse como un ingenuo.

Porque Kila, y el otro imbécil eran sólo la punta del iceberg.

Te dije que la trajeses de noche o no te lo dije —inquirió aquella nueva presencia, con su pie por sobre su lacayo, apretando peligrosamente su cuello. Demostrando superioridad, y luciendo tan pulcro como ningún otro. Su presencia irradiaba confianza desmedida, y su aspecto adornado con buenas perchas no hacían sino reforzar el mensaje.

Melena roja como el fuego más ardiente, y así también vestigios de llamas adornándole la barba. Un tatuaje de dragón envolviéndole el cuello, y un parche tapando su ojo malo. Katame, era su nombre.

¿Qué te dije? No grites —demandó, muy a pesar de que no escatimó esfuerzos en ayudarle a guardar silencio. Aquel pie que le avergonzaba en el suelo ahora también le hacía daño, y pareció moverse apenas un poco para abandonar, aparentemente, su reprimenda—. ¿Así que la zorra de tu novia decidió por su cuenta venir a plena luz del día, eh? Pero yo te dije que este no era sitio para venir de día, ¿o no te lo dije?

Pero todo había sido un amago. Aquellos que no tenían reparo en quitar una vida y disfrutaban de ello por lo general preferían dar falsas esperanzas antes de dar el golpe final.

Fuerza, y más fuerza. El aire en algún punto de aquel apretón habría dejado de pasar, y el lacayo sentiría la impiadosa falta de oxígeno retumbándole en los pulmones. Se habría revolcado como un pez fuera del agua, y pediría clemencia a través de una mirada de resignación, de aquella que sólo nace en los ojos de un moribundo.

¿Y quién le iba a salvar? ¿Kaido? desde luego que no.

«Lo siento, pero no puedo poner en riesgo la misión por... »

Por un ladronzuelo al que no conocía, pero también, una persona. Pero así era el mundo ninja, lleno de sacrificios. Podía que fuese el primero, pero desde luego, que no el último.
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#74
El chico no paraba de forcejear. De patalear. De clavar las uñas embarradas en los pantalones pulcros e impolutos de Katame. De convulsionar. Fue una muerte lenta y dolorosa. Sufrida. Cuando todo terminó, su cara azulada se desplomó hacia un lado. Sus ojos, carentes de vida, se detuvieron en el charquito que era Kaido. Carentes de vida, pero acusadores. Como si inculpasen al Tiburón por haber permanecido escondido como un pezqueñín asustado.

Cagonmimadre, ya me ha arrugado el pantalón —se quejó Katame, sacudiendo y luego alisando la tela con una mano.

Al hombre agacharse un poco, Kaido pudo discernir que llevaba una katana colgando a la espalda. También que, tras él, estaba la carretilla que había transportado el chaval, ahora muerto. El hombre se sentó en una silla, dobló los pies sobre la espalda del joven, que ahora le servía de reposapiés, y se encendió un cigarrillo, que se dedicó a fumar con parsimonia.

Puta espera —le oyó farfullar Kaido, poco después.
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#75
Si tú, que estás leyendo, llegas a oír la historia de ésta misión, nunca vas a escuchar de su boca que llegó a sentirse culpable. Dirá, ¡oh, pero si es que son sólo gajes del oficio! o ¿que se murió quién? cuando realmente tuvo que pasar unas cuantas malas noches por recordar el rostro sin vida, vacío, como la cáscara de un huevo de lagarto. Aputándole con la mirada perdida y acusándolo de cobarde, cuando sólo había puesto sus propios intereses por sobre la vida de un completo desconocido.

«Al menos tu sacrificio no será en vano, y tampoco para Kila»

¿Y para Kila por qué? pues ... tendría que averiguarlo.

Kaido se volvió a escurrir entre la madera, y en la seguridad del exterior, tomó el camino de retorno a Baratie. El por qué era muy simple, y es que se acordó de una metáfora que le contó una vez Yarou, su sensei, acerca de los tiburones. De cómo algunas manadas de estas bestias elegían al más pequeño de todos para infiltrarse en algún cardúmen profundo y atacar así a su alimento desde dentro.

Kaido iba a hacer lo mismo, y Kila era su salvo conducto. Tan sólo tendría que encontrarla.
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