Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
A pesar de la palpable tensión que transmitían sus facciones, Masaru se vio realmente relajado cuando todo lo que recibió de su maestro fue una pequeña regañina antes de volver a cambiar de plan. El antiguo noble estaba hecho un manojo de nervios, y claro estaba que agradecía no buscarse más problemas de los que ya tenía; sobre todo si concernían a la máxima autoridad del santuario. Su salvoconducto y nuevo hogar.
—Sí, Oonoji-sama —agradeció, con otra reverencia—. ¿El huerto? Pero, Oonoji-sama, ¿mis labores no iban a ser meramente... Ehem —carraspeó, buscando la palabra correcta—, estéticas?
Sin embargo, pronto Masaru pareció darse cuenta de que para un hombre en su situación, lo mejor no era replicar al que sería su nuevo superior hasta el día de su muerte. Obediente, realizó otra reverencia y siguió al supuesto Oonoji hasta la parte trasera del templo. Por suerte para Datsue, nadie les salió al encuentro.
«Aquí vienen...»
Apenas Akame vio al supuesto maestro aparecer con su alumno, activó el Sharingan y esperó a que Masaru pasara justo junto a él.
—¿Qué labor se me encomiend...?
Las palabras se ahogaron en la boca del noble cuando Akame surgió de la nada junto a él, le agarró la cabeza con ambas manos y se la volteó súbitamente para obligarle a mirar. En la ilusión, todo seguiría su curso. «Rápido...»
¿Estéticas? Datsue se aguantó las ganas de reír. ¡Aquel hombre tenía menos vergüenza que él mismo, cosa que ya era decir mucho! No obstante, prefirió dar media vuelta y dirigirle al huerto, sin responder. Cuanto menos hablase, menos posibilidades había de fastidiarla.
«Estate preparado, Akame…»
Atravesó la puerta que daba al huerto, respiró el aire puro de afuera, y…
—¿Qué labor se me encomiend...?
«¡Morir, hijo de puta! ¡Eso es lo que se te encomienda!», quiso chillarle, poseído por su lado más bélico. Por suerte, no llegó a tener que responder nada. Akame lo estaba haciendo por él, en su Genjutsu.
El Uchiha, sin perder ni un segundo, realizó el sello de clonación especial y tocó el pecho de Makoto con la palma de su mano, sellándole así un Kage Bunshin con el Tensha Fūin. ¿La condición para que se activase? Que el hombre se quedase dormido. De regalo —tal y como había hecho con el Centinela—, le tocó una mano y le colocó el Sello de Maldición Propia. Solo por si las moscas. Por si lo llegaba a necesitar.
Acto seguido, volvió a recobrar la antigua distancia que los separaba y respiró hondo, algo cansado después del súbito gasto de chakra. Miró a su Hermano y asintió, dándole luz verde.
¤ Jigō Jubaku no In ¤ Sello de Maldición Propia - Tipo: Apoyo - Rango: B - Requisitos: Fūinjutsu 40 - Gastos: 10 CK preparar, 40 CK activar - Daños: - - Efectos adicionales:
Inmoviliza a un adversario durante 1 turno o hasta que sufra daños (ver descripción)
(Fūinjutsu 60) La parálisis dura 3 turnos
(Fūinjutsu 80) La parálisis dura 5 turnos
(Fūinjutsu 100) La parálisis dura 10 turnos
- Sellos: Carnero (activar) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo (preparar), 10 metros (activar)
Sello maldito que se coloca cuerpo a cuerpo y se activa por sorpresa, extendiéndose por el cuerpo del oponente como una ristra de complicados hexagramas y dejándolo completamente paralizado durante un tiempo variable que depende de la maestría del ejecutor con las técnicas de sellado. Un usuario con un chakra lo suficientemente poderoso (Poder usuario >Inteligencia ejecutor) podría zafarse de la atadura pasados unos segundos, eso sí, liberando un estallido de chakra alrededor de su cuerpo que le hace perder 50 CK. El usuario de la técnica sólo podrá moverse con libertad si su facultad de Fūinjutsu iguala los 60 puntos.
¤ Tensha Fūin ¤ Sello de Transcripción - Tipo: Apoyo - Rango: B - Requisitos: Fūinjutsu 45 - Gastos: X + 10 CK, X: gasto de la técnica a sellar - Daños: - - Efectos adicionales: Sella los efectos de una técnica en un pergamino, o sobre el cuerpo de un objetivo, con condiciones impuestas por el ejecutor (ver descripción) - Sellos: (Sellos de la técnica a sellar) → Palmada - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Mediante esta técnica, el usuario puede sellar los efectos de cualquier técnica que conozca (pregunta a un administrador o a un master oficial si no estás seguro de poder hacerlo con determinada habilidad), normalmente Ninjutsu, con el simple contacto sobre la superficie de un pergamino o sobre el cuerpo de otro usuario.
Usada sobre un pergamino, la única condición aceptable es que la técnica se libere cuando alguien abra el pergamino. Como mucho, se pueden llevar dos técnicas de menos de 50 CK en pergaminos pequeños, ó una técnica de menos de 100 CK en un pergamino grande. En medio de una trama, pueden prepararse y sellarse todas las técnicas que sean oportunas.
Usada sobre el cuerpo de otro usuario, se permiten diferentes tipos de condiciones, pero la técnica nunca hará daño a un portador sino que será lanzada desde el sello o permitirá al usuario lanzarla si éste la tiene en la mano. No se pueden llevar preparadas, a no ser que se especifique en una trama o post anterior. En todo caso, el usuario no podrá sellar más de una técnica en cada objetivo por trama o por día on-rol, y como gasto máximo deberá tener 100 CK.
En cualquiera de los casos, las condiciones de liberación no deberán ser ambiguas.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
El plan salió a la perfección, o al menos eso parecía a simple vista.
Inmerso en el Genjutsu de Akame —que había camuflado todo como un torbellino de imágenes, sonidos y un intenso mareo— Datsue tardó apenas unos segundos en sellar su técnica en el novicio. Hecho aquello, ahora sólo hacía falta darle a Masaru un pequeño descanso.
Para el noble, el mundo que daba vueltas a velocidad vertiginosa a su alrededor se aceleraría un segundo más antes de convertirse en negrura. Y su cuerpo, inconsciente, caería sobre la tierra fresca del huerto.
—Hecho —dijo Akame tan pronto abandonó el ilusorio mundo del Saimingan—. Ahora sólo falta cubrir nuestro rastro. Déjame una aguja —pidió a su compañero, extendiendo la mano diestra hacia él.
Claro, nada de aquello serviría para asesinar a Masaru sin alertar a nadie ni levantar sospechas si el antiguo noble y prisionero recordaba lo que acababa de suceder. Incluso aunque no pudiera hallar una explicación razonable, el simple hecho de verse envuelto en algo inexplicable encendería todas sus alarmas.
Por suerte para todos, Akame y Datsue eran jōnin. Tenían sus trucos.
Cuando el Hermano del Desierto le diese un senbon al otro, éste último realizaría la técnica de manipulación de memorias ocultas, guardando los recuerdos de aquella breve experiencia en un senbon que introduciría en el cráneo de Masaru. Allí quedarían custodiados hasta que el Makoto se durmiese aquella noche, y el sello de Datsue fuese liberado.
«Joder, ¡buena idea!». Datsue ni se había parado a pensar qué harían una vez le hubiesen sellado a Makoto sus dos regalos. Menos mal que estaba con su Hermano, siempre un paso por delante.
—Muy buena idea, Akame-san —dijo, buscando bajo su disfraz los senbons. Los tenía en el portaobjetos. Le extendió uno a Akame—. Pero he de pedirle que me llame Oonoji-sama.
A decir verdad, nunca le había gustado aquella técnica. Desde el momento en que la había aprendido, no había dejado de pensar que quizá, en algún momento de su vida, a él también se lo hubiesen hecho.
Sí, Uchiha Datsue era un poco paranoico.
—Podríamos llevarle hasta la habitación —propuso, una vez Akame hubo terminado de jugar con sus recuerdos—. Así pensará que simplemente se ha quedado dormido. ¿Echas un vistazo rápido ahí dentro, por si acaso? —No fuese a ser el demonio y estuviese el mismísimo Oonoji en los pasillos. El máximo peligro de una misión era casi al final, cuando uno ya estaba a punto de completarla y se confiaba.
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El Uchiha chasqueó la lengua cuando su compañero, todavía disfrazado, le lanzó una broma.
—Joder, macho, qué grima me da verte en esa piel —replicó Akame, encogiendo los morros en una mueca de repulsión—. Dale, deshazte ya ese Henge antes de que alguien nos vea.
Akame finalizó de sellar los recuerdos de Masaru en aquella aguja, y los sustituyó por una historia mucho más anodina y verosímil; al menos, a ojos de cualquiera. En ella, el novicio se había sentido mareado y había salido a tomar el aire, desplomándose un momento en pleno huerto.
Así se lo hizo saber a Datsue.
—Con la historieta que le he escrito a este tipo en la almendra no hará falta llevarlo a ningún lado —aseveró—. Lo mejor será que nos larguemos de aquí cuanto antes...
Habiendo cumplido con su parte del trato para con Jirō —bueno, no todavía, pero de eso iba a encargarse sin fallo el Kage Bunshin de Datsue— los muchachos podrían volver junto al carromato aparcado en el sendero y el resto de la comitiva.
No hacía falta que se lo repitiesen dos veces. El Uchiha deshizo el Henge en un sonoro ¡pluf!, recobrando su habitual apariencia.
—Uff… Esto es como si a uno le quitan cincuenta años de encima —bromeó. Su postura encorvada, su piel arrugada y sus ojos cansados habían dado paso a su habitual galantería, con el pecho henchido y unos brazos no tan musculados como desearía, pero que al menos no parecían dos ramitas secas a punto de partirse.
»¿Todo controlado, entonces? —preguntó cuando Akame le aseguró que no hacía falta dejarle en su habitación—. Perfecto, perfecto.
Librado de tener que adentrarse de nuevo en el templo, el Uchiha introdujo las manos en los bolsillos, andando con paso corto y despreocupado hacia el árbol donde se habían puesto a comer. Poco después, y tras guardarse el comunicador avanzado en el portaobjetos, caminaría con el mismo aire tranquilo —era importante mantener las apariencias— hasta el resto del grupo, mientras le contaba a Akame su nuevo chiste sobre kusajines. O, como a él le gustaba llamarles, kusareños.
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Los muchachos abandonaron el huerto, rodeando el santuario con discreción, para volver junto al resto de la comitiva. Los portadores de incensarios ya habían descansado, y los soldados terminaban su comida entre risas, vino y chistes. Pasó un rato más —en el que Akame se dedicó a limpiar minuciosamente todas sus armas, sentado a la sombra de un árbol y con la espalda cómodamente apoyada en su tronco— antes de que el señor Iekatsu apareciese cruzando la entrada principal del templo, agarrado del brazo de la dama Tome. Ambos descendieron las escaleras y continuaron por el camino hasta llegar a su lujoso carruaje.
Al acercarse al séquito, el anciano alzó un brazo decrépito y tembloroso y enunció con voz quebrada.
—Hemos de continuar nuestro viaje ahora. Los dioses están satisfechos con nuestra devoción, y nos han bendecido con una travesía liviana, libre de peligros y sobresaltos. Vamos.
Ante la orden de su señor, todos se pusieron en marcha. Los soldados terminaron la bota de vino y se ajustaron los corrajes de sus armaduras. Luego subieron a los caballos y se colocaron en idéntica formación a como habían estado haciéndolo antes, dos delante del carro y dos detrás. Los portadores de incensarios se colocaron en fila de a dos, formando el resto de la comitiva. Cuando los ninjas se les unieron, caminando junto al carruaje, el séquito fúnebre retomó su camino.
—
Había caído ya la tarde, y el ambiente había pasado a ser notablemente menos caluroso. La comitiva había caminado sin descanso desde que salieran del santuario, en su travesía cruzando los densos bosques de Hi no Kuni, recorriendo los caminos de tierra que sembraban el paraje aquí y allá.
En un momento dado vieron a un grupo de figuras a un lado del camino, más adelante. Los dos soldados de élite del señor Iekatsu se adelantaron con aire suspicaz para identificar a los allí reunidos, pero al acercarse se dieron media vuelta sin mayores contemplaciones, y se limitaron a asentir a sus otros dos compañeros. Cuando el séquito pasó junto al grupo de personas, pudieron distinguir claramente de qué estaba compuesto, y también por qué los soldados de la avanzadilla no los habían juzgado como algo a tener en cuenta.
Se trataba de una docena de personas; un par de hombres jóvenes, un anciano, varias mujeres y dos infantes. Uno de ellos era un niño, mientras que la otra era una chiquilla que no llegaría a los cuatro años, y que se aferraba con fuerzas a las faldas de su madre. Todos lucían sucios, vestían con harapos y los hombres llevaban vendas en la cabeza. Uno de ellos tenía, también, el brazo derecho en cabestrillo.
El grupo parecía llevar consigo pocas pertenencias, apenas un par de morrales apulgarados y lo que fuera que les cupiese en los bolsillos. «Definitivamente, no son suficientes provisiones para un viaje, y no recuerdo que haya ningún poblado cerca de aquí», notó Akame.
—¡Mis señores! ¡Mis señores, por favor!
Una de las harapientas mujeres, que debía rondar la treintena —aunque su aspecto sucio la hacía parecer mucho más vieja— se acercó al sendero llevando a su pequeña hija de la mano. Tenía el pelo castaño y enmarañado, la cara llena de barro igual que sus ropajes desaliñados, y se intuían dos poderosos senos en su torso.
—¡Mis señores, se lo suplico! ¡Ayuden a esta pobre mujer que lo ha perdido todo!
Los soldados, desde sus altos caballos, se limitaron a dedicarle una mirada cargada de desdén mientras pasaban de largo. La mujer suplicó, pero no obtuvo respuesta —tampoco— desde el interior del lujoso carruaje. Entonces acabó por volverse hacia los ninjas, acercándose con pasos desesperados mientras tiraba de la niña.
—¡Mozos! ¡Mozos, tengan compasión! ¿Me comprarían ustedes a mi hija?
Un paso. Y otro paso. Y otro más. En los libros de aventuras, escoltar a un noble estaba lleno de peligros, acción y emocionantes batallas. En la cruda realidad, la mayoría de las veces, se limitaban a andar. Andar y andar hasta tener callos en los pies.
No es que Datsue hubiese preferido tener que enfrentarse a unos bandidos, claro. Su naturaleza asustadiza elegía mil veces aquella aburrida caminata que cualquier confrontación en la que se viese obligado a intervenir. No obstante, hubiese deseado tener al menos un caballo, como los soldados, para poder ir más descansado bajo aquel sofocante sol.
—Akame, ¿cuánto decías que fal…? —se interrumpió a media pregunta, en cuanto distinguió un grupo de personas en el camino. Por suerte, no parecían un peligro.
Cuando estuvieron más cerca, aparte de la pobreza que saltaba a la vista que padecían, se fijó en los vendajes que tenían los hombres. Uno incluso un cabestrillo. «¿Qué coño…?» ¿Acaso habían atacado el pueblo dónde vivían? ¿Tendría alguna relación con el padre de Makoto, el noble que había intentado conspirar contra Iekatsu? ¿Pertenecerían a uno de sus pueblos, arrasado por la venganza? ¿O simplemente estaba divagando demasiado, como acostumbraba a hacer?
—¡Mis señores! ¡Mis señores, por favor!
Una mujer se salió del grupo, en lo que en un primer momento él creyó era para pedir limosna. Nada más lejos de la realidad. O quizá, dependiendo de cómo se mirase, tan solo una media verdad. Lo que ella pretendía era…
—¡Mozos! ¡Mozos, tengan compasión! ¿Me comprarían ustedes a mi hija?
—¿Q-qué? —¿Había preguntado lo que creía había preguntado?—. Pero… ¿Cómo vamos a…? —Mil cosas distintas entraban y salían en su cabeza. Se veía a sí mismo, sumido también en casi la misma pobreza que aquella niñita a su edad. ¿Acaso la madre buscaba una oportunidad para su hija? Era algo duro de pensar, muy duro. Pero entonces, ¿por qué no ofrecerla sin más? ¿Por qué lucrarse de ello? Apretó la mandíbula—. ¿Qué ha pasado, señora? —dijo, tratando de cambiar de tema y sin tener el aplomo de mirar a los ojos a la pobre niña—. Parece que vengan ustedes de una guerra —añadió, desviando nuevamente la mirada hacia los vendajes de los hombres. Aquello no podía ser por culpa de la pobreza.
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28/05/2018, 21:53 (Última modificación: 28/05/2018, 21:53 por Uchiha Akame.)
Datsue verbalizó los pensamientos de Akame antes de que este último pudiera hacerlo. La situación le había cogido por sorpresa, igual que a su compadre, y ahora el jōnin simplemente examinaba la escena.
«Parece claro que esta gente ha sufrido mucho, están malheridos, su estado es deplorable y cargan con pocas posesiones... Probablemente lo único que les dio tiempo a coger antes de... ¿Huir?»
Pronto la mujer resolvió las dudas que ambos shinobi se estaban planteando.
—Ay, mozos, que nuestra única culpa ha sido vivir al servicio del señor equivocado... —se lamentó ella, mientras la niña miraba absorta a Datsue—. Makoto Kuranosuke-sama se declaró por encima de Toritaka Iekatsu-sama, y juró tomar sus tierras. El señor de Rōkoku se enfureció, y mandó a sus guerreros a sembrar la semilla del ejemplo en los corazones de todos los Makoto y sus súbditos —aseguró, compungida—. ¡Ahora nuestro hogar está arrasado! ¡Quemado, quemado hasta los cimientos!
La niña se asustó ante las trágicas exclamaciones de su madre, y empezó a llorar.
—No nos quedó más opción que huir, huir lejos... Dicen que en Tanzaku Gai, la gran capital, hay mucho trabajo. Pero nunca podré salir adelante teniendo que alimentar otra boca aparte de la mía, así que busco a alguien que pueda asegurarle un futuro decente a mi pequeña niña.
Lo sabía. ¡Lo sabía! Sabía que su intuición no erraba al pensar que aquellas gentes huían de un desastre mayor al de la simple pobreza. Y que el responsable de todo aquello había sido el señor de sus tierras, el padre del hombre al que debían asesinar. O de Iekatsu, según el punto de vista del que se mirase.
Su hogar, su sustento y sus ahorros habían sido reducidos a cenizas. Literalmente. El Uchiha se imaginaba pocas situaciones en las que una madre dejaría a su niña con unos desconocidos. Pero aquella era, quizá, una de ellas. ¿Qué trabajo encontrarían unos aldeanos como ellos en una ciudad? Por triste y mezquino que fuese de pensar, el Uchiha creía que, o la mujer se prostituía, o tendría que dedicarse a mendigar. A su edad, poco oficio propio de la urbe podría aprender. O estarían dispuesto a enseñarle. Salvo, claro, el más antiguo del mundo.
—Yo… —dudó. El llanto de la niña atravesaba su corazón como una estaca—. Quisiera ayudarla, pero… Somos ninjas, ¿comprende? No podemos cuidarla de misión, y, aun siendo el caso… No podemos llevarla donde vivimos con nosotros —Datsue apartó la vista a un lado, incapaz de mirar a la niña. La estaba condenando. La estaba condenando y lo sabía—. L-lo… —¿Lo sentía? ¿Entonces por qué no hacía algo para no hacerlo? No pudo terminar sus palabras de perdón. Se sentía un hipócrita.
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La harapienta mujer siguió con sus ruegos, evidentemente no quería darse por vencida tan pronto y en su voz se podía notar la verdadera desesperación. El llanto de la niña había cesado y ahora se sorbía los mocos con sonoridad, limpiándose las lágrimas que le caían por el rostro con los bajos de su sucio vestido. Junto a ellos, los últimos portadores de incensarios pasaban impasibles, meneando sus artilugios y entonando una queda oración.
Datsue sentiría entonces un tirón en su brazo izquierdo, y una palma en el hombro.
—Vámonos, Datsue-kun —le llamó Akame, con el rostro cubierto de una máscara pétrea y fría.
Aparentemente insensible e inmune a las penurias de aquella gente —y de madre e hija particularmente— el jōnin se dio media vuelta y continuó su avance junto al séquito.
«Los poderosos pelean, pero es esta gente quien paga los platos rotos. El señor Iekatsu ni siquiera se ha dignado a responder a las súplicas de esta mujer, que parece desesperada... Aunque supongo que si acogiese a su hija y le diese un sustento, todos los padres y madres de Hi no Kuni estarían esperando lo mismo de él», reflexionó el Uchiha.
Al notar el tirón de su Hermano, agachó la cabeza y dio media vuelta. Sentía los pies pesados, y una fuerte presión en el pecho. ¿Para eso había ascendido a jōnin? ¿Para dar la espalda a quienes de verdad lo necesitaban? Pero, por otra parte, ¿desde cuándo su trabajo consistía en eso? ¿Acaso seguía siendo un iluso que creía que los ninjas eran todo bondad y honor? No, aquel niño había muerto en la Ribera del Norte, hacía mucho, mucho tiempo. Los shinobis trabajaban para y por los intereses de la Villa. Punto.
A cada paso que daba, no obstante, la tentación de darse la vuelta y acoger a la niña aumentaba. Y eso le hacía sentirse todavía más hipócrita, porque, a cada paso que daba, también más la condenaba al olvido. A la pobreza. A la hambruna… y ni aún así se dio la vuelta. Ni siquiera miró atrás. No se atrevía.
Apretó los puños y trató de pensar en otra cosa. Aquello casi siempre le funcionaba.
—¿Ya tienes pensado en qué gastarte el dinero de la recompensa? —preguntó. Que hablase de dinero justo después de lo que acababan de presenciar era de sinvergüenzas. Pero así era él. El dinero, ya fuese real o soñado, siempre mitigaba sus penas como un dulce calmante—. Yo creo que me lo gastaré en una Uchigatana. —Le hacía falta una katana desde hacía mucho tiempo.
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—Lo sé, es una mierda —soltó Akame de repente, ignorando deliberadamente la pregunta de su compadre.
No, ignorando no sería la palabra adecuada. Más bien parecía que ni siquiera la hubiese escuchado. Caminaba a paso firme, con la mirada fija en algún punto del camino frente a ellos, con los brazos extendidos a ambos lados y los puños apretados.
—Pero nosotros no podemos hacer nada. Nadie puede —agregó, al cabo de unos tensos segundos de silencio—. No podemos hacer nada.
Aunque era evidente que se dirigía a Datsue, daba la sensación de que Akame estaba hablando en voz alta. Como si al verbalizar aquellos pensamientos quisiera convencerse de los mismos, eliminando la rabia que le carcomía las entrañas. Había visto de todo, en todas situaciones, en todos los lugares. En todo Oonindo. El mundo era así, había ricos y pobres. Favorecidos y perjudicados. Poderosos y oprimidos. Y los ninja no eran más que uno de tantos instrumentos que alguien con suficiente dinero podía utilizar para seguir agrandando aquel acantilado de desigualdades que nadie era capaz de saltar.
—
—¡Nadie se para! ¡Nadie se para!
El vozarrón de uno de los soldados de élite del señor Iekatsu parecía amplificado gracias a la altura e imponente porte que le otorgaban su orgullosa montura. El tipo era grande, estaba cubierto por una pesada armadura —casco incluído— y agitaba su naginata, como queriendo azuzar al séquito.
La noche había caído hacía apenas media hora, y todos los que caminaban en la comitiva estaban agotados —incluídos Akame y Datsue—. Los jinetes no tanto, y parecía evidente que el señor Iekatsu y su dama tampoco.
—¡Iekatsu-sama ha ordenado que continuemos! Falta poco para llegar —agregó el soldado, y luego tiró de las riendas del caballo para volver a su lugar en la formación.
Akame arrugó el ceño y se limitó a seguir caminando por el amplio sendero de tierra batida que atravesaba el bosque. El cielo estaba oscurecido pero la Luna había salido, y con su pálida luz iluminaba el camino frente al séquito. Algunos de los portadores de incensarios habían prendido las velas que estaban clavadas en el penacho de sus bastones, generando un tenue resplandor amarillento.
—Pensé que nos desviaríamos hacia algún camino secundario, pero diría que este sendero sigue siendo demasiado amplio para conducir a algún santuario o mausoleo remoto —le dijo el jōnin a su compañero—. Me resulta demasiado extraño que una construcción fúnebre se encuentre tan cerca de un camino principal...
—
A una docena de kilómetros de allí, en el interior de una de las humildes habitaciones de madera y puerta de papel de arroz de un santuario dedicado a la adoración de múltiples dioses, un tenue resplandor turquesa brilló en la oscuridad. El suave destello se había producido en un momento muy concreto, ni antes ni después; cuando un joven aprendiz de monje, anteriormente noble de una orgullosa familia menor de Hi no Kuni, hubo cruzado la puerta hacia el mundo de los sueños... Probablemente, por última vez.
El Kage Bunshin de Datsue contempló ante él la parca cama que servía de lecho a Makoto Masaru, arropado con una tosca sábana y durmiendo profundamente.
Su Hermano tenía razón, aquel camino era demasiado ancho como para conducir a un mausoleo remoto y apartado. Pero, por encima de eso, había algo que le preocupaba todavía más.
—Hay que estar más atentos que nunca —dijo, mirando a izquierda y derecha por si captaba algún tipo de movimiento—. Con esta oscuridad… Somos un blanco demasiado fácil, joder.
Estaba molido. Agotado tanto física como mentalmente. La caminata interminable, el llanto de la niña que a veces todavía parecía poder oír, y la necesidad constante de estar concentrado. De estar atento a sus alrededores.
Y, por, si fuera poco…
… sintió que perdía gran parte de su chakra repentinamente.
• • •
Datsue apareció envuelto en una nube de humo, en la misma habitación que horas antes tan solo había alcanzado a vislumbrar. La penumbra lo envolvía todo, y el ambiente tenía un cariz tétrico, triste. Como si la mismísima Izanami estuviese allí, escondida entre las sombras, esperando a recibir a su nuevo invitado.
Datsue sabía que aquel momento llegaría, y no por ello no dejó de sentirse… poco preparado. Un hormigueo recorrió su pecho y se instaló en su estómago. Sintió náuseas. Una cosa era planificar un asesinato, y otra ejecutarlo. Había matado en otras ocasiones, pero, como le había dicho a Daruu una vez, una cosa era hacerlo en defensa propia, en el fulgor de una batalla, y otra era…
…hacerlo fríamente. Simplemente ejecutarlo, con la indiferencia de la hoja de una guillotina hacia su reo.
Tragó saliva. Había pensado en estrangularle. En buscar luego una cuerda y colgarle, simulando que había sido un suicidio. Pero, ¿y si no era capaz? Aquel hombre había demostrado grandes aptitudes en el combate cuerpo a cuerpo. Si forcejeaba lo suficiente como para encajarle un par de golpes, desaparecería. Literalmente. También había pensado en romperle el cuello. Pero, nuevamente, ¿y si fallaba? ¿Y si se despertaba justo cuando apoyaba las manos en su cabeza?
No podía arriesgarse.
Extrajo un kunai de su portaobjetos. Se inclinó hacia él, muy lentamente, conteniendo el aliento. Su corazón latía con tal intensidad que creía que su propio latido le delataría. Que despertaría a Makoto.
Acercó el kunai a su cuello. Era tan fácil… y a la vez difícil.
«No pienses, no pienses, no pienses…»
Solo tenía que apretar el filo contra su piel. Un simple movimiento, de lado a lado, y todo habría terminado.
«No piensesnopiensesnopiensesnopienses…»
Pero su mano no avanzaba. El kunai no se movía. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Por qué de pronto le importaba la vida de aquel tipo? ¿Cuándo le había importado a él la vida de nadie? Recordó a Anzu, su primera y verdadera socia, muerta por su culpa. Recordó a Koko, muriendo por él. Recordó a todos los que había matado en sueños. A sus seres queridos. A sus amigos. A la propia Aiko. Recordó a la niña, a la que había condenado a morir de hambruna. ¿Acaso aquello no era mas cruel?
Sintió un calor repentino abrasándole las venas. Quemando cada poro de su piel.
Escuchó una risa escalofriante dentro de él.
Le rajó la puta garganta.
Se bañó en su sangre.
Apretaba tanto el kunai que creía iba a descoyuntarse los dedos.
Se asustó. Se asusto mucho. No por el asesinato. No por la vida que acababa de rebatar. Si no porque, en aquel instante, no supo reconocer si la risa había sido de Shukaku…
…o la suya propia.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Datsue —porque, aunque estuviera usando la piel de un Kage Bunshin, al fin y al cabo era él— se aproximó al lecho en el que el antiguo noble dormía, ignorante del peligro mortal que estaba corriendo en ese momento. Sus movimientos eran ágiles y sigilosos, no en vano el muchacho tenía gran destreza a la hora de desenvolverse en ese tipo de situaciones. Un silbido metálico, apenas perceptible, delató al kunai que acababa de salir de su guarida; dispuesto a matar.
El mundo exterior, ajeno a los estruendosos latidos del corazón de aquel Uchiha, apenas se inmutó cuando el filoso acero cortó piel, carne y arteria. La sangre brotó como un sifón, empapando a Masaru, las blancas sábanas que se tiñeron de oscuro, y al propio Datsue. El antes noble se retorció como si estuviese siendo poseído por un demonio del Yomi, emitiendo un gorjeo sordo que ni remotamente se parecía a una llamada de auxilio pero que probablemente lo era.
Hizo así durante unos instantes, y luego se quedó completamente inmóvil, su cuello cubierto de rojo oscuro. Sus ojos carentes de expresión, fijos en el techo. El asesinato había sido realizado. La voluntad de Toritaka Jirō se había cumplido, y serviría sin duda de ejemplo para quienes —en el futuro— tuvieran la tentación de oponerse a la casa regente de Rōkoku.