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Shenfu Kano, con manos temblorosas y dubitativas, como quien tiene que entregar un hijo al peor de los criminales, le extendió el título del barco a Kaido.
—Mi tesoro… —Toda la fuerza y gravedad de su voz se había desvanecido para convertirse en un simple murmullo, tan débil como el último quejido de un hombre moribundo—. Mi vida… No la pierdas —le encomendó.
Entonces llegó la segunda petición de Kaido. O, más bien, el segundo encargo. Era el plan B. La llamada a la caballería por si el resto salía mal. Cualquier otra petición o excusa, y Jitsuna la hubiese rechazado. Pero tras debatirlo internamente consigo misma por lo que pareció una eternidad, acabó finalmente aceptando el pergamino.
—Está en el centro de Taikarune —señaló en el mapa su posición. Estaba algo más allá del club de pasatiempos en el que Kaido había acudido con Kila—. ¿Espero aquí? —Shenfu Kano asintió ante el punto del mapa que señaló su esposa. Era un punto intermedio, y uno de los más altos de la ciudad. Desde allí tendría buena visión.
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11/06/2018, 02:08
(Última modificación: 11/06/2018, 02:09 por Umikiba Kaido.)
Kaido asintió. Era el lugar perfecto para su vigía.
Entonces, dejando su plan b a un lado, se puso manos a la obra con la réplica.
Sus manos se pasearon titubeantes a lo largo del pergamino, calcando lo más exacto posible el título que le hacía de referencia como el original. Trató de mantener la caligrafía, el enunciado exacto, los márgenes. Incluso hasta los espacios para la firma que iba a solicitar luego a Kano. No tenía ni la más forra idea de cómo le iba a quedar, pero esperaba que no saliera sólo un garabato. O tendría que volver a intentarlo.
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Había que darle crédito a Umikiba Kaido. Gozaba de buenas ideas, y las ejecutaba razonablemente bien. Normalmente, una persona normal tan solo tenía una de las dos cualidades. Él, como solo los prodigios podían, combinaba ambas. Pero incluso al Tiburón se le resistían ciertas cosas.
La copia del documento fue, dentro de lo que cabía, más que buena. Imitó casi a la perfección cada letra. Cada rasgo, cada profundidad y grosor en la tinta. La curvatura de cada trazo. La separación que había entre ellas. La rectitud de las líneas. Pero había cosas que, incluso para él, eran imposibles de imitar. No disponía de las herramientas adecuadas, ni de los conocimientos.
Para empezar, el pergamino. No daba el pego. Era demasiado nuevo. Demasiado limpio. Demasiado blanco. A ojos expertos, la tinta estaba demasiado fresca. A ojos más o menos versados, simplemente se fijarían en el sello del título de la propiedad. Era algo que con pluma y tinta era imposible de imitar. No ya solo por su forma, sino por la textura del material, por su color, por su composición.
Shenfu Kano resopló, como si estuviese viendo un retrato horrible de su querido hijo.
—No está mal, pero… —Yoku Reon no terminó la frase. No hacía falta.
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Kaido sonrió al ver el producto terminado. Lo enrolló, al igual que al original, y los guardó ambos en su portaobjetos.
—Bastará, no os preocupéis. Los detalles van a importar poco cuando lo abra.
Miró el reloj y calculó la hora. Luego revisó bien todos sus utensilios, para caer finalmente, de nuevo, en las áreas marcadas del mapa. Sus ojos reposaron en el primer obstáculo: Los soplones.
—Los soplones son, según Kila, pescadores de poca monta. Simples civiles. Pero si os ven venir, seguro que tendrán tiempo de advertir al malote. ¿Cómo os encargaréis de ellos?
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Sin comprender todavía el plan del Tiburón, pero confiando en el ninja contratado y en la confianza absoluta que su aura emitía, los tres presentes asintieron. Luego Kaido preguntó a Kano y Reon cómo se encargarían de los soplones.
Shenfu Kano fue el primero en hablar.
—¡Muy fácil! —aseguró. igual de convencido—. ¡Solo tenemos que…! —se rascó la gruesa barbilla—. ¡Solo tenemos que…! —un temblor en su ceja derecha indicó que su confianza caía en picado—. ¡Reon, di algo, joder!
Yoku Reon abrió la boca, confuso.
—Yo… Yo qué coño sé. —Los dos hombres se miraron. Valientes, cada uno a su estilo, pero sin la cabeza necesaria como para trazar un plan de semejante calibre.
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Kaido se frotó la sien, ligeramente frustrado.
—Joder, debí haberme traído al bueno de Mogura —espetó, mientras señalaba el sector de mapa en el que se encontraban los almacenes contiguos, supuestamente custodiados por estos dos pescadores—. en fin, lo que haremos es...
Entonces, les explicó el plan. El cual no era otro sino que él se encargaría de ellos, y una vez les diera la señal, ellos tomarían posición en los almacenes.
De ahí en adelante, a improvisar.
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Shenfu Kano y Yoku Reon estaban más que contentos con el plan. Kaido se encargaría de todo, y ellos tan solo tendrían que mantener posiciones. Luego, cuando localizasen a Koe y el amejin les generase una oportunidad, se la llevarían. Era el plan perfecto.
Al menos, en sus cabezas.
—¡No hay tiempo que perder! —exclamó el cocinero, levantándose. Su esposa le imitó el gesto. Yoku Reon, segundos después.
Cuando saliesen del barco, los cuatro se encontrarían con la tranquilidad de que el enfurecido tumulto ya se había disuelto. Aquella noche no se llenarían las arcas. Aquella noche, con suerte, tan solo vivirían para ver la luz del día siguiente.
A decir verdad, todavía no era de noche. Pero le faltaba poco, muy poco. El sol empezaba a desaparecer tras el horizonte marino, bañando el mar de destellos naranjas. El cielo, despejado; y la luna llena, vergonzosa, apenas se dejaba ver en una silueta tenue y sin brillo.
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Kaido abandonó la seguridad del Barco, y recibió de pronto la calma del atardecer. La tenue luz vespertina escondiéndose al horizonte, uno que parecía libertado tras la disertación de los clientes enfurecidos. Respiró tan profundo como le fue posible y a paso decidido, tomó el mismo rumbo por el que se había guiado antes a través de su instinto animal.
. . .
Kila avanzaba parsimoniosa por la avenida. Lucía férrea como de costumbre, aunque preocupada porque el asunto se le parecía ir de las manos. Ya oscurecía, y apenas había podido hacer ceder a sus víctimas para que entregaran aquello que tanto quería Katame. Sin embargo, muy a pesar de que parecía estar jugando su papel a la perfección, el hombre que vivía en su interior le clamaba que incluso antes de circunvalar las entradas principales de los almacenes, primero echara un ojo a la distancia. Divisar si aquel calvo de mostacho se encontraba casualmente fumando su habano, o el otro aún apilando cajas de pescados.
3 AO
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Cuando Kila avanzó camino arriba, abandonando el puerto, pudo distinguir la silueta de un hombre recortada entre las sombras. Se encontraba en el desvío que había hacia los almacenes, a mitad de camino. Estaba de pie, y una luz diminuta brillaba en sus labios. Estaba fumando.
Y no parecía que se fuese a mover.
En el cielo, sobre la ciudad, unos fuegos artificiales fugaces. La fiesta en Taikarune había comenzado.
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Kila miró al cielo, y contempló risueña el inicio de las fiestas. Abrazando los atronadores sonidos para avanzar a sigilo y posicionarse en uno de los callejones contiguos, antes del desvío. Entonces miró la oportunidad perfecta y no dudó en tomarla.
Ella siseó, sugestiva, para llamar la atención del tipo antes del cruce. Tenía algo entre las manos y lo abrazaba como si lo estuviese protegiendo con su vida. Asomó sólo la parte superior del cuerpo para que fuera reconocible, más allá de que las sombras parecían protegerle con recelo la incipiente luz de algún farol, o del mismísimo cigarrillo.
—¡Pst! ¡A-ayuda, tío, estoy herida!
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El hombre tiró el cigarrillo al instante y escudriñó los ojos en la oscuridad. Había creído reconocer su voz, y ahora que la veía…
—¿Kila? —se acercó a ella corriendo. Se trataba del hombre con bigote que Kaido había visto por el día, sentado frente al almacén—. Joder, ¿qué te ha pasado? ¿Te han herido? Katame está impaciente…
Se agachó frente a ella para ver la gravedad de su estado.
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—¿Kila? —indagó aquel hombre que Kaido había visto más temprano, con su bigote inconfundible y sus ganas encomendables de fumar un cigarrillo—. Joder, ¿qué te ha pasado? ¿Te han herido? Katame está impaciente…
Y en cuanto el hombre se agachó ... el brillo de la muerte se apoyó, afilado, sobre su cuello.
—Puede que él sí, pero yo no tanto —luego, sentiría el impacto de algo contundente atizándole la parte superior del cogote, empuñado por los fuertes brazos del poca cabeza y mucho músculo, Yoku Reon.
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Una emboscada en toda regla. Kila —Kaido—, actuando como cebo; Yoku Reon, como mano ejecutora. Sus pasos le delataron, no obstante, cuando se acercaba a la pobre presa, quien giró la cabeza justo en el momento en que recibió el impacto —en la sien, y no en la nuca—. La llave inglesa salpicó sangre, y el cuerpo cayó inerte, como un saco de patatas.
—Joder, ¿lo he matado? —farfulló Reon, llevándose una mano a la cabeza. Sudaba por cada poro de su piel y tenía la nariz empolvada. Shenfu Kano le había dado una inyección de moral con sus polvos mágicos.
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La mujer miró al infractor caer lapidado a su lado. Luego a Reon, que parecía a punto de perder la cordura en cualquier momento. Ella le tomó de brazo y le obligó a bajar la llave, mientras le veía con ojos poco apremiantes.
—¡No era necesaria tanta fuerza, maldito idiota! —farfulló entre dientes, mientras las manos de Kila se veían forzadas a medir el pulso del tipo—. joder, Reon, este tipo está ...
Esperaba que estuviera vivo. Porque él podría vivir con ello, pero Reon, en cambio...
—Quédate con él, trata de buscarle ayuda. Kano, tú vienes conmigo.
* * *
Kila ya no era más Kila. Ahora era un hombre de bigote con aspecto austero, y un cigarrillo cociéndole la mano con las cenizas. La otra, sosteniendo a un Kano que vulnerable, se había convertido súbitamente en su mayor rehén. Forcejeaba con él y aparentaba avanzar a cántaros mientras buscaba avanzar hasta los almacenes en los que se encontrara el jefe.
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Al principio Kaido no notó nada salvo el pulso de su propio corazón, latiéndole con fuerza en el pecho. Pam, pam. Pam, pam. Pam, pam. Tuvo que respirar hondo y sosegarse para hallarlo. Una leve palpitación, tan suave como un beso que no llega a tocar los labios ajenos.
— Fue por si acaso —se escudó Yoku Reon, que no paraba de moverse en el sitio, eléctrico— . Ayuda, sí. A tu puta madre voy a buscar ayuda. —Shenfu Kano le abofeteó en el acto.
— Deja de holgazanear y a trabajar, hostia. Bam, bam, bam —Shenfu Kano también se había tomado su dosis particular.
• • •
— No tiene sentido que este tipejo pueda conmigo —farfulló, por enésima vez, mientras fingía estar maltrecho y se dejaba llevar por Kaido. O, más bien, Kuchige, el hombre en el que se había transformado.
Sus pasos les llevaron hasta el famoso almacén, donde el otro hombre que había visto Kaido llenaba un carro con cajas y más cajas. Al frente del carro, un caballo. Un olor profundo y asqueroso a pescado llegó a sus olfatos. Las cajas, por lo que se veía, estaban repletas de peces, mas otro olor, más dulzón y empalagoso, se escondía bajo este primer aroma. La mezcla de estos dos olores causaba el aroma más nauseabundo y vomitivo que ninguno de los dos había respirado nunca.
Katame, al frente de uno de los dos almacenes y con los brazos cruzados, les vio al instante. Un brillo peligroso se iluminó en su mirada.
— Cagonmimadre, ¿qué ha pasado?
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