Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Los ojos amielados de Kunie refulgieron un momento, entrecerrados, con un toque de de hilaridad. No sólo porque lo que había dicho Datsue se le antojaba sumamente irónico, sino porque el joven jōnin estaba temblando de pies a cabeza. La kunoichi bebió otro sorbo.
—¿Es eso cierto? —canturreó, con tono irónico—. Repasemos quién es Uchiha Akame de Uzushiogakure, uno de los Hermanos del Desierto. Un muchachito callado y estudioso, muy reservado, con pocos amigos... Un patriota. Un Profesional. ¿Así le llamáis, no? Pero, ¿dónde nació? En Tanzaku Gai, dice... No es que te haya hablado mucho de su familia precisamente... ¿Verdad? ¿Conoces a su padre? Un tipo ocupado, siempre de viaje, todo un hombre de negocios.
Kunie sonrió otra vez, y en esa ocasión Datsue pudo ver la blanquísima fila de dientes perfectos que rellenaba su boca. Era como si aquella mujer fuese capaz de leer su mente y estuviera enumerando todos y cada uno de los hechos del pasado de Akame de los que Datsue había sospechado en algún momento de su vida.
—¿Y si te dijera...? —aventuró, gesticulando con una de sus finas manos—. Datsue, ¿y si te dijera... Que en realidad tu fiel amigo y compañero de aventuras es un traidor?
¿Hermanos del Desierto? ¿Pero es que aquella mujer lo sabía todo de ellos? También su apodo. También que el padre de Akame siempre estaba, curiosamente, de viaje. A más sonreía Tome, más fruncía el ceño Datsue.
Si aquello fuese una batalla, el Uchiha estaría defendiéndose de una brutal paliza. Sin poder contraatacar. Sin encontrar un resquicio por el que colarse y lanzar un tajo.
—¿Y si te dijera...? Datsue, ¿y si te dijera... Que en realidad tu fiel amigo y compañero de aventuras es un traidor?
Un segundo de silencio, seguido de una carcajada seca, carente de la risa divertida que antaño le hubiese contagiado al oír semejante despropósito. Era, más bien, como si se hubiese obligado a reír.
—No digas tonterías —escupió, con rabia—. No hay ninja más leal a su Villa que Uchiha Akame. ¡Lo demostró en contadas ocasiones! —En la propia Villa, cuando se habían enfrentado a Shukaku. En una ilusión, cuando creían que iban a morir a manos de Zoku. Lo había demostrado de sobras, incontables veces.
¿Cómo iba a ser él… un traidor? Negó con la cabeza, como si quisiese darle mayor fuerza a sus pensamientos. No podía aceptarlo. Se negaba.
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Kunie se echó ligeramente hacia atrás para acomodar su postura al tiempo que colocaba cuidadosamente ambas manos sobre la mesa, alrededor de su taza, con los dedos ligeramente entrelazados. Cuando volvió a hablar, su voz fue apenas un siseo, pero que llegó a los oídos de Datsue como si proviniese de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. La tímida lámpara del techo titiló durante unos instantes.
—Eres leal a tu amigo, y eso es bueno, Datsue —concedió la kunoichi—. La lealtad es un rasgo útil. Pero lo que necesito de ti ahora no es compañerismo ciego... Es que pienses.
La mujer se inclinó ligeramente hacia el joven Uchiha, como si quisiera hacerle concesión de un secreto. Desde aquella distancia Datsue fue capaz de captar el dulce aroma a flores que desprendía Kunie.
—Curioso, ¿no? Seguro que nunca has conocido a un ninja más leal y profesional que el joven Akame. Siempre dispuesto, siempre disciplinado. Ya desde la Academia era un muchachito tan avanzado para su edad...
»¿Quién sospecharía de él? Nadie tendría motivos para poner a prueba su compromiso con la Villa, ¿verdad?
Kunie se reclinó, volviendo a su posición inicial mientras relamía sus siguientes palabras.
—Tengo entendido que Sarutobi Hanabi y Uchiha Raito tuvieron sus dudas en cierto momento —soltó, de repente—. Fue una suerte que el joven Akame no dudase en ofrecerles la respuesta correcta.
¿Qué necesitaba que pensase? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuál era su propósito? ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí? ¿Un Genjutsu? Tantas y tantas preguntas, arremolinándose en la mente del Uchiha como un auténtico huracán.
Un dulce olor a flores le inundó el olfato. Aquel olor le resultaba familiar. Le había empapado las fosas nasales también en su combate. Tic… Tic… La aguja de un reloj roto. Los engranajes que eran su cabeza no eran capaces de completar la última pieza del puzle. Tenía la respuesta ante sus ojos, pero no la veía. Como esa figura escondida en los cuadros formada a partir de otras.
Chasqueó la lengua.
Entonces, Tome avanzó un paso más, soltando la bomba. La bomba que despertó la mente más paranoica del Uchiha.
—¿Cómo coño…? ¡Me lees la puta mente! —estalló, dando un manotazo sobre la mesa. ¿Cómo había podido saber lo de Hanabi y Raito? ¿Un infiltrado? ¿Un traidor? ¿O, efectivamente, aquella jodida podía, de algún modo, leer sus pensamientos? Cada cosa que pensaba, que temía, ella lo sacaba a relucir.
Empezó a descartar cosas. Lo primero, que estuviese en un Genjutsu. Si el Sharingan era ciego ante aquel, como lo había sido ante Raito, probó a…
… hacerse daño, llevándose un antebrazo a la boca y mordiendo con fuerza.
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Sin embargo, cuando Datsue trató de lanzarse una dentellada a su propio brazo para salir de aquella ilusión, nada ocurrió.
—Estás empezando a decepcionarme mucho —dijo Kunie, con tono serio, mientras le miraba con la cara que alguien miraría a un simio intentando abrir una cerradura con una pelota de goma—. Pensaba que te manejabas con el Genjutsu.
En lo que Datsue no había caído era en que, si efectivamente estaba en un Genjutsu, cabía la posibilidad de que su cuerpo real estuviese paralizado. Así, sería del todo imposible que —en la realidad— pudiera llevarse un brazo a la boca y darle una dentellada. Kunie arqueó una ceja, entre molesta y decepcionada.
—No te leo la mente, eres predecible —le soltó de repente, cuando ya la sonrisa había abandonado por completo su rostro—. Toda la información que acabo de poner sobre la mesa la obtuve de Akame. ¿Aún necesito convencerte más de que es un traidor a la Villa?
»En la pregunta del Examen de Chuunin, él escribió que te mataría si descubriese que eras un enemigo infiltrado.
Kunie dejó que sus palabras calaran en el joven Uchiha.
—Datsue, es muy importante que entiendas y aceptes que tu amigo, tu Hermano, es un traidor.
Datsue aguantó, estoico, las flechas hirientes que Tome le lanzaba al pecho. Al orgullo. Al amor propio. Era como un crío abofeteado por un adulto y que a duras penas reprimía sus lágrimas. Tal era la diferencia que había entre los dos. Y entonces, lo comprendió. Comprendió que había dado con esa persona, con esa mujer u hombre que todo el mundo tiene ligado como destino. ¿Su media naranja? Eso eran fábulas para tontos. No, con lo que él había dado era…
…con la horma de su zapato. Y es que aquella mujer era más inteligente, más carismática, mejor en ilusiones y con más labia que él mismo. Capaz de darle la vuelta a sus antaño infranqueables palabras y volverlas en su contra. Tome era una fortaleza. Una fortaleza que no se podía conquistar.
Y entonces llegó la puntilla. Una verdad que Datsue había sospechado, y temido, y que había tratado de ocultar en un recóndito y escondido lugar de su cabeza, como todo aquello que no le interesaba. Que no le gustaba. Que le dolía.
«No… Solo es una media verdad», comprendió, de pronto. Semanas atrás, había creído que Akame había elegido a la Villa por encima de su Hermano. Ahora…
Ahora lo veía. No era a la Villa. Sino a algo más.
—Ya veo… Ya veo… —dijo, resignado. Emitió el suspiro más largo del mundo—. Ya veo.
La cabeza le cayó hacia adelante y se le hundieron los hombros. Era la viva imagen de alguien derrotado.
—Por qué… —alcanzó a murmurar—. ¿Por qué me cuentas esto?
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La dama de melena oscura como la noche observó impasible cómo aquel joven ninja iba derrumbándose ante ella, con aquella mueca de resignación que sólo se veía en el rostro de quienes entendían que no habían sido únicamente derrotados, sino arrollados y que no tenían posibilidad alguna de resistencia. Eso la hizo sonreír para sí.
Luego vino la pregunta que Kunie había estado esperando desde hacía un rato; la incógnita más lógica se le presentaba a aquel jōnin, y que ella no tuvo inconveniente en responder de forma sincera.
—Porque Akame es muy valioso para mí, y necesito que le protejas hasta que esté preparado —confesó, y en sus ojos podía intuirse que decía la verdad—. Pero sólo podrás hacer eso de forma efectiva si eres consciente de quién es. Debes protegerle y cuidarle incluso sabiendo que se trata en realidad de un mentiroso y un traidor.
Kunie tomó otro sorbo de la taza con un gesto tan templado que a nadie le parecería que estaba rajando de arriba a abajo la trayectoria de uno de los shinobis más prolíficos del Remolino en los últimos años.
—Pero, por encima de todo... Porque sé que tú hubieras respondido de forma distinta a la pregunta del examen.
Él no hubiese respondido distinto a la pregunta. Él la había respondido distinto.
—¿Protegerle de quién? ¿De la Villa? ¿De ti? ¿De sí mismo? —Datsue empezaba a encontrarse mal, muy mal. Tenía ganas de reír y llorar al mismo tiempo. No era enfado lo que sentía, ni rabia, sino simplemente angustia. Una tristeza profunda y cruel que trepaba por su alma hasta alcanzar su corazón y lo apretujaba sin piedad. Era depresión. Era descubrir que el amor de tu vida te estaba siendo infiel con otro—. ¿Y hasta que esté preparado? ¿Para qué? ¿Para traicionarnos a todos? —No podía creerse lo que estaba diciendo. O, mejor dicho, no quería creérselo—. ¿Quién eres, Tome? ¿Para quién trabaja? ¿Ame? ¿Kusa? —negó con la cabeza—. No. Sois otra cosa.
Pero, ¿el qué?
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17/07/2018, 21:02 (Última modificación: 17/07/2018, 21:03 por Uchiha Akame.)
Más preguntas. Al fin y al cabo, ¿quién podía culpar al joven Datsue? A ojos de Kunie, bastante estoico estaba siendo. Ella era una maestra exigente pero comprensiva, después de todo, de modo que decidió darle algo de cuartel y le dejó desahogarse durante unos breves momentos hasta que notó un pinchazo en la parte anterior del cráneo. «Los otros dos se están resistiendo con todas sus fuerzas... No nos queda mucho tiempo», dedujo rápidamente la kunoichi.
—¿Y hasta que esté preparado? ¿Para qué? ¿Para traicionarnos a todos? —inquirió Datsue, fuera de sí.
Kunie volvió a sonreír, y esta vez la más pura anticipación se vio reflejada en su rostro.
—Para cambiar el mundo, claro.
Luego el Uchiha lanzó otra batería de preguntas, pero Kunie era consciente de que había perdido ya demasiado tiempo. Tenía que darse prisa.
—Ni Ame, ni Kusa, ni nada que se le parezca. ¿Quieres saber la verdad? —preguntó la mujer, y sus ojos dorados se clavaron en los de Datsue—. Trabajo para el pobre, el paria, el campesino, el ignorante, el analfabeto, la prostituta...
Entonces se puso en pie, y urgió a Datsue a hacer lo mismo. La sala comenzó a temblar, aunque de momento lo hacía de forma muy leve.
—En cuanto a Akame... Él es una herramienta. Una que yo construí para asaltar los mismísimos cielos —aseguró, sin un ápice de duda en su voz o en su mirada—. Ahora debes marcharte, y nunca, bajo ningún concepto, hablar de lo que ha sucedido aquí con nadie más. ¿Lo has entendido?
¿El mundo? No sabía si reír o llorar. El mundo era demasiado grande para que nada ni nadie lo cambiase. Ni siquiera Rikudo-sennin, el más grande entre los grandes, lo había logrado. Había transmitido el Ninshuu, sí, pero la paz que había querido dar con ello se había convertido rápidamente en una guerra mucha más cruenta y cruel que en anteriores tiempos.
¿Cómo es que Akame se había prestado a semejante utopía?
—Claro que lo he entendido —respondió.
Entendía que su Hermano estaba siendo usado. Entendía que estaba bajo los efectos de la ilusión más peligrosa y fructífera que el ninja jamás hubiese creado. El Genjutsu que uno mismo se hacía, engañándose a sí mismo. Y, por encima de todo…
Entendía que si iba a hablarlo con su Uzukage, como así había dicho que haría en la famosa respuesta, quizá se quedase sin hermano. «Tierra, trágame…».
¿Por qué los Dioses se divertían tanto a su costa?
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—No hace falta que creas en mi causa —agregó Kunie, como si hubiera podido leer la duda en el rostro del joven ninja—. Sólo que protejas a Akame-chan hasta que llegue el momento.
La sala empezó a temblar entonces violentamente, y la luz de la lámpara parpadeó con fuerza. Kunie se dirigió una última vez a Datsue sin apartar la mirada de sus ojos.
—Akame tiene implantado un Fuuinjutsu de mi propia manufactura que, bajo ciertas condiciones, hará que su corazón se detenga irremediablemente —aseveró, y todo en su voz y su expresión corporal parecían indicar que hablaba realmente en serio—. Si se te ocurre compartir la información que te acabo de revelar con alguien más, él muere. Estoy segura de que comprendes que no voy de farol —luego calló un momento, reflexionó, y agregó algo más—. Soy consciente de que eres habilidoso con las técnicas de sellado, pero ni se te ocurra intentarlo. Es un Hakke no Fuuin Shiki, y el único que conoce la clave, aparte de mí, es Akame. Si intentas romperlo...
Dejó la frase a medio terminar, consciente de que Datsue era lo bastante inteligente como para imaginarse el resto; nada bueno le sucedería a su Hermano si intentaba liberarle de aquel sellado.
Un fortísimo temblor sacudió la sala, y las paredes de papel de arroz empezaron a derrumbarse. Kunie le lanzó una última mirada a Datsue antes de que ambos fueran succionados de nuevo hacia el mundo real.
—
Akame parpadeó varias veces, confuso. Se sentía extremadamente pesado y somnoliento, como si acabara de despertarse de una siesta larguísima. Sus ojos tardaron un poco en volver a acostumbrarse a la escasa luz ambiente, y el joven jōnin se incorporó de la pared en la que se había quedado echado justo a tiempo para...
—¡Yaaaargh!
Una figura corpulenta se abalanzó sobre él con gran violencia, empujándole de nuevo contra la pared. Akame vio un destello plateado dirigirse hacia su garganta y sintió entonces el peso de su propia espada en las manos. Con un movimiento tan rápido como instintivo, interpuso su propio acero entre el del enemigo y su gaznate.
—¿Qué dem...? —masculló, todavía confuso.
Reconoció entonces el rostro deformado por las cicatrices que tenía ante sí, y la adrenalina volvió a fluir por sus venas. Trató de empujar para liberarse de aquel cepo mortal que era el tantō de Hida y la pared destrozada de la sala, pero la fuerza del mercenario era simplemente superior.
La hoja de su arma se acercaba peligrosamente al cuello de Akame...
Datsue, mientras tanto, despertaría de su particular sueño exactamente en la misma posición en la que Kunie le había cazado con su Genjutsu. Vería entonces, a unos cuantos pasos de él, el cadáver descabezado del señor Iekatsu. El cuerpo sin vida estaba tirado en el suelo, con un preciso corte en el cuello que había separado su cabeza del resto con precisión quirúrjica. Su wakizashi estaba junto a su mano derecha, medio agarrotada, y su espada descansaba un poco más allá... Sobre un charco de sangre.
La cabeza del viejo señor, con su rostro exhibiendo la inexpresividad que sólo la muerte puede dar, había rodado hasta un par de pasos de distancia.
Mientras, al otro lado, el forcejeo entre Hida y Akame continuaba.
«¡Jodida zorra!». Eso fue lo que pensó, ni más ni menos, cuando Tome le reveló que había puesto un sello mortal en su Hermano. En cierto modo, aquella perra era muy parecida a Zoku. Ambos tenían métodos muy similares. Su antiguo —y corto— Uzukage había usado la misma treta en ellos. Un Vínculo de Sangre, que de violarlo, pagarían con sus vidas.
Probablemente, solo existía un ser en el mundo capaz de romperlo. Ese ser les había ayudado una vez, pero dudaba que una segunda.
—¡Al menos dime tu jodido nombre! ¡El de verdad! —rugió, cuando la habitación empezó a desmoronarse. Quería saber qué nombre poner a los muñecos vudús desde aquella noche hasta el fin de sus días.
• • •
Datsue despertó de una pesadilla para meterse en otra. Del té envenenado y las conspiraciones, a una más visceral, llena de sangre, decapitaciones y muerte. La dama había desaparecido sin dejar más rastro que el de Iekatsu muerto. Probablemente, también con la dichosa gema, esa de la que ya casi se había olvidado. Por otro lado, otra muerte estaba a punto de producirse si no intervenía a tiempo. La de Cicatrices… o la de su Hermano.
Su Hermano… Sacudió la cabeza. No era momento de distraerse. Con rapidez, formó el sello del Carnero. Una ristra de complicados hexagramas se extendería entonces por la piel del mercenario, paralizándolo en el acto.
—Basta —Se le notó cansado. Hastiado. La voz de un chico cuyo mundo se estaba desmoronando frente a sus ojos.
Y eso que tan solo estaba viendo la punta del iceberg.
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Datsue sólo obtuvo una sonrisa maliciosa como respuesta a su petición antes de ser succionado de vuelta al mundo real.
Una vez en total control de sus facultades físicas y mentales, el joven Uchiha activó el sello que había colocado a traición sobre el mercenario Kaguya; el momento no pudo ser mejor.
Justo cuando el tantō de Hida ya estaba rozando la nuez de Akame —como atestiguaba un finísimo hilillo de sangre que había empezado a caerle por el cuello—, el Uchiha pudo notar cómo su enemigo se quedaba totalmente rígido e inmóvil. La fuerza opresiva que había estado utilizando hasta hacía unos instantes para aplastarle contra la pared e intentar degollarle desapareció en un suspiro; y Akame lo entendió nada más ver la ristra de complicados hexagramas que recorrían la piel del mercenario.
—Jódete, perro —masculló el joven jōnin, liberándose de su comprometida posición con un empujón.
Tentado estuvo de liarse a patadas y puñetazos con el Kaguya, pero luego recordó que probablemente cualquier daño externo anularía la parálisis del sello de Datsue, y se contuvo. Alzó la vista hacia su Hermano al tiempo que enfundaba la espada y examinaba los alrededores; «el viejo señor está muerto y no parece haber rastro de Kunie-sensei... ¿Qué demonios ocurrió?»
—¡Compadre! ¿Estás bien? —quiso saber Akame, acercándose a su compañero—. Joder, gracias por esa. Me has salvado el cuello... Literal y metafóricamente.
—Ya… Bueno… —¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía ser que Akame fuese un traidor? Lo veía, y no daba crédito. ¿Dónde empezaba y terminaba su fachada? ¿Hasta qué punto era todo un engaño?—. Es lo hacen los compadres, ¿eh? —Le ofreció las esposas supresoras de chakra que había quitado anteriormente a Cicatrices—. Mejor ponerle esto cuánto antes —dijo, queriendo centrarse en lo que más apremiaba. Seguía sin mirarle a los ojos.
Luego, rodeó a Akame y se dirigió al cuerpo sin vida —y sin cabeza— de Iekatsu. Se agachó junto a él simplemente para cerciorarse de que, tal y como se había temido, ya no tenía gema alguna en su poder.
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Akame arrugó el ceño ante la actitud de su Hermano. Había vivido situaciones peliagudas junto a Datsue antes y no era precisamente una persona que perdiese los estribos o se dejase llevar por el momento; pero aquella actitud ausente tampoco le encajaba.
El jōnin se encogió levemente de hombros y tomó las esposas que le ofrecía su compañero. Luego se dio media vuelta, caminó unos cuantos pasos y se agachó junto al mercenario, todavía paralizado. Akame apretó los dientes mientras le colocaba aquellos grilletes supresores de chakra a su enemigo, asegurándose de apretárselos al máximo en las muñecas.
—Ya te lo dije, Cicatrices. Hoy es el día en que te mueres —masculló el Uchiha—. Aunque no sin antes responderme a unas cuantas preguntas.
Datsue, por su parte, se agachó junto al cadáver todavía caliente del viejo señor Iekatsu. No tuvo que rebuscar demasiado entre sus ropas antes de que un objeto esférico del tamaño del puño de un bebé cayese rodando desde uno de los pliegues interiores de su hakama; la gema. Sin embargo, el joven Uchiha podría apreciar que ya no era de color violáceo translúcido, ni emitía aquel tenue brillo tan misterioso... Sino que era totalmente plana y de color blanco, como de marfil.
Entonces, los tres ninjas pudieron escuchar unos pasos que se acercaban entre las ruinas, acompañados de unas voces todavía demasiado distantes.