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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
—Ya lo veremos... —respondió Zetsuo, colocándose en la misma posición que el día anterior. Y Ayame supo lo que se le venía encima incluso antes de que lo explicara—: Volveremos a lo mismo que ayer. Un Genjutsu, en el que mostraré obstáculos a tu voluntad. Deberás abrirte camino.

Ayame suspiró, dejando escapar todo el aire de los pulmones en un intento por relajarse. Aunque era inútil, poco le iba a durar la relajación si la sesión era como la del día anterior. Le sorprendió ver a su padre casi tan cansado como ella, pero no por ello relajó su atención. A la hora de la verdad, sabía bien que Aotsuki Zetsuo era implacable. Por un momento no pudo evitar preguntarse si los entrenamientos de Daruu o de su hermano habían sido similares a aquellos.

—Hoy no volveré a falsear una técnica para introducirte en la ilusión, pero te advierto: no intentes deshacer el Genjutsu. Se supone que esto tiene que poner a prueba tu resistencia.

Ella asintió. Sólo esperaba que la tentación por liberarse no terminara por apoderarse de ella...

—Antes de comenzar de nuevo, te pregunto: ¿quién eres? ¿Qué eres?

Y allá iban de nuevo, y aquellas dos simples preguntas activaron todos sus sistemas de alarma como un gatillo.

—Soy Aotsuki Ayame, del clan Hōzuki. Kunoichi de Amegakure y la Guardiana del Gobi.
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#32
Zetsuo asintió.

Muy bien —dijo, y comenzó a entrelazar las manos—. Entonces, podemos comenzar. Hoy te trataré de enseñar la lección más importante que aprendí en mi carrera como ninja.

Cuando dio una palmada, se desvaneció como si su cuerpo hubiera sido un humo denso y de color azul marino todo ese tiempo. Su voz, que retumbaba en las aguas y en la plataforma que sostenía a Ayame, sonó de todas partes y de ninguna, con un eco que hacía parecer que se encontraba en una caverna.

Que los sentimientos... nos hacen débiles.
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#33
Su padre asintió, y comenzó a entrelazar las manos en la secuencia de sellos que terminaría de arropar a Ayame en una nueva ilusión.

—Muy bien. Entonces, podemos comenzar. Hoy te trataré de enseñar la lección más importante que aprendí en mi carrera como ninja —habló, y tras una última palmada su cuerpo se desvaneció en el aire como si no hubiera estado compuesto más que de un espeso humo azul marino. Él ya no estaba allí, aunque Ayame sabía que sí, pero su voz retumbó en el agua y en la plataforma que la sostenía—: Que los sentimientos... nos hacen débiles.

Ayame dio un pequeño respingo, y miró a su alrededor, buscándole. Pero era inútil, su voz sonaba desde todas partes y ninguna a la vez.

—¡No! ¡Eso no es cierto, papá! —Se atrevió a rebatirle, y las palabras de Daruu, dichas tiempo atrás en un barco de camino a Amegakure, volaron a través de sus labios—. ¡Hay que controlarlos para que los demás no puedan aprovecharse de ellos, pero no nos vuelven débiles! ¡Son estos sentimientos los que nos impulsan a proteger a la gente a la que queremos!

Se negaba en redondo. No iba a adquirir un dogma que no compartía con él. ¡De ninguna manera!
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#34
Antes dije que deberías pasar más tiempo con Kaido... pero quizás también debas pasar menos tiempo con Amedama.

»Esas palabras son suyas, como suyo fue el error. Ya lo comprobó cuando le estuve entrenando.

»Ahora lo comprobarás tú.

Y luego, el silencio. Un silencio ensordecedor, un silencio falso y antinatural. Un silencio que no era la ausencia del habitual paraje sonoro de Amegakure, sino negativo, gutural, hambriento. Devoró el sonido de la lluvia, y cuando la lluvia dejó de sonar, también dejó de caer. Devoró el sonido del oleaje del lago, y las aguas quedaron en calma. Devoró el viento, y éste dejó de soplar. De existir.

Ayame se ahogaba. No había aire que respirar. Las nubes se apartaron del cielo, y el Sol brilló con fuerza. El calor empezó a quemarle la piel. La luz era insoportable.

Más luz, menos aire, más calor. Más luz, menos aire, más calor. Más luz, menos aire, más calor.

Como si hubiera estado buceando, Ayame dio una bocanada de aire y abrió los ojos. Se encontraba en otro lugar. Era una llanura, una planicie. La Planicie del Silencio. Aquél silencio también era falso: lo sabía. Estaba dentro de un Genjutsu al fin y al cabo, pero al menos tenía menos hambre y el viento soplaba con normalidad. En otras circunstancias, habría sido tranquilizador. Pero se encontraba en el País del Remolino, con la silueta inconfundible de Uzushiogakure dibujándose perfilada contra la luz de un funesto atardecer.

¿Ayame-san? —Una voz conocida la alertó a las espaldas—. ¿Qué... haces aquí?

Era la voz de Uzumaki Eri. Al parecer, a Aotsuki Zetsuo se le había permitido conocer ciertos detalles de la vida de su hija. ¿O es que esa eri era... la auténtica?
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#35
—Antes dije que deberías pasar más tiempo con Kaido... —le oyó decir, nuevamente en todas partes y a la vez en ninguna—. Pero quizás también debas pasar menos tiempo con Amedama. Esas palabras son suyas, como suyo fue el error. Ya lo comprobó cuando le estuve entrenando. Ahora lo comprobarás tú.

—No... —susurró, con una gota de sudor frío deslizándose por su sien.

Y entonces se hizo el silencio. Fue como si le hubiesen colocado unos tapones en los oídos, y Ayame se llevó las manos a las orejas, sorprendida. La lluvía caía pero no la escuchaba, las olas habían cesado en su susurro constante, ni siquiera el viento... Era un silencio vacío, que presionaba en su cabeza. Y entonces el vacío la alcanzó a ella, y enroscó sus anillos en torno a su garganta y su pecho. Boqueó, pero el aire no le llegaba. No podía respirar. Las nubes se apartaron del cielo y la luz del Sol cayó tan inclemente sobre ella como la tormenta anterior. Le quemaba. La cegaba. Todo comenzó a dar vueltas a su alrededor. Se estaba ahogando como un pez fuera del agua.

Y cuando se creía a punto de perder la consciencia, salió a la superficie. Ayame tomó una profunda bocanada de aire como si hubiera estado bajo el agua durante varios largos minutos. Respirando de forma entrecortada, miró a su alrededor. No había ni rastro de la plataforma, ni del agua del lago, ni de la lluvia, ni de los bosques, ni de la ciudad de Amegakure. Estaba en una llanura de hierba oscura y parcialmente encharcada. Le resultaba familiar, terriblemente familiar, y un mal sentimiento se apoderó de su cuerpo cuando atisbó el perfil de Uzushiogakure dibujado en el horizonte. Y entonces escuchó una voz a su espalda. Una voz conocida. Una voz que no debía estar allí y que aceleró su corazón al escucharla.

—¿Ayame-san? ¿Qué... haces aquí?

«No... no tú...»

Ayame se dio la vuelta con lentitud, rogando a todos los dioses habidos y por haber que no estuviera allí. Pero la inconfundible figura de Uzumaki Eri la contemplaba con sus grandes ojos cristalinos. Ayame retrocedió un par de pasos.

«No. Tú no.» Negó con la cabeza, temblorosa. «No es real, recuerda. Es un Genjutsu. No es real. No es real. No es real. No es...»

Uzumaki Eri, la única amiga de verdad que había hecho en Uzushiogakure. Eri, con la que había cantado en aquel festival en Tanzaku Gai. Eri, con la que había compartido momentos con un batido y una pizza. Eri... La que había esposado a Amedama Daruu por orden de su superior, Uchiha Akame.

«¡No es real!»
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#36
De detrás de Eri surgió otra figura. Un muchacho de pelo tizón, con la nariz torcida; los ojos encendidos con el fuego carmesí de los Uchiha.

Eri. ¿Con quién hablas? Tenemos trabajo.

La muchacha buscó de nuevo con la mirada a Ayame, pero pareció no verla. Extrañada, se dio la vuelta.

Eh... nada. ¡Nada, Akame-san!

Fue entonces cuando Ayame se percató de un tercero. Más allá de los dos uzujin había un muchacjo tumbado en el suelo de cualquier manera, dolorido. Por la antinatural posición del brazo, lo tenía roto. La nariz sangraba.

Espósalo.

Uzumaki Eri observó a Akame durante unos segundos. Luego, le quitó las esposas de su portaobjetos y se acercó a Daruu.
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#37
No sólo Eri estaba allí. Detrás de la pelirroja, otra figura se perfiló y la mirada de Ayame se afiló cuando reconoció aquella nariz torcida y aquellos ojos del color de la sangre en aquel rostro tan insulso: Uchiha Akame.

—Eri. ¿Con quién hablas? Tenemos trabajo —habló, con aquella expresión suya. Aquella expresión que Ayame tanto odiaba y que mezclaba el sentimiento de superioridad sobre los demás con la firmeza de la orden dada.

«¿Trabajo?» No pudo evitar preguntarse, sin embargo.

Eri se volvió de nuevo hacia ella, pero sus ojos la atravesaron sin verla como si no fuera más que un fantasma aparecido en un lugar al que no pertenecía.

—Eh... nada. ¡Nada, Akame-san!

Y entonces Ayame lo vio. Y su corazón encogió de dolor. Más allá de la posición de Eri y Akame había una tercera figura. Apenas una sombra tirada de cualquier manera sobre la hierba. Un chico de cabellos oscuros, con la nariz sangrante y uno de los brazos doblado en una posición completamente antinatural.

—¡Daruu-kun...! —susurró para sí, con un hilo de voz.

¿Pero qué hacía él allí? No. ¡No! ¡Era una ilusión! Tenía que recordarlo. Todo aquello no era real. ¡No era real! Pero Akame y Eri se acercaban al malherido Daruu y Ayame dio un paso al frente con un gemido de congoja. Se repetía una y otra vez que todo aquello no era real, que Daruu debía estar en aquellos momentos en su casa o quizás entrenando, pero lo sentía tan real que la frontera comenzaba a difuminarse en su mente. ¿Por qué le estaba mostrando su padre aquello? ¿Qué quería enseñarle con toda aquella pantomima?

—Espósalo —ordenó Akame.

¿Acaso era la misma escena ocurrida cuando la sellaron y esposaron a Daruu de vuelta a Uzushiogakure? No. No lo era. Ella no estaba allí y Daruu se había roto la nariz después, en el hospital de Uzushiogakure. Pero fuera lo que fuera que su padre quisiera enseñarle con aquello, Ayame supo que no quería verlo. Y por eso cuando vio a Eri asentir a la orden del Uchiha y quitarle las esposas para acercarse a Daruu, ella se abalanzó hacia delante y se interpuso entre ambos con los brazos extendidos.

—¡NO! —exclamó, con el corazón roto en el pecho. Y aún a sabiendas de que nada de aquello era más que una simple ilusión, Ayame clavó sus iris castaños en los azules de Eri, suplicante—. No lo hagas. Por favor... Por favor...
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#38
No obstante, Eri siguió caminando sin inmutarse. Atravesó a Ayame como si fuera un fantasma. A continuación, el mundo dio la vuelta, para que Ayame no pudiera evitar ver lo que le hacían a su pareja. Si cerraba los ojos, la imagen seguiría vívida como en un sueño lúcido. Los brazos y las piernas volvieron a paralizarse.

Eri se agachó y le colocó las esposas a Daruu. Akame se acercó, se agachó e hizo levantar la barbilla al amejin.

Ahora nos vas a decir dónde guardáis a la jinchuuriki.

N... n...

¿No? Muy bien. —El Uchiha se reincorporó, echó la pierna hacia atrás, y le propinó un puntapié en la ya rota nariz a Daruu, que aulló de dolor—. Hablarás. Haremos que hables.
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#39
Pero Eri no la escuchó. Siguió caminando hacia delante en su intención de esposar a Daruu, su figura invadió el espacio personal de Ayame sin verla y entonces, simplemente, la atravesó. Como si fuera parte del aire, como si no fuera más que un fantasma. Y antes de que Ayame pudiera pensar siquiera en darse la vuelta, fue el mundo el que giró a su alrededor para dejar la escena frente a sus ojos.

—No...

Eri se agachó junto a Daruu. Ayame intentó avanzar, pero descubrió con horror que volvía a estar paralizada en el sitio. El chasquido de las esposas al cerrarse se clavó en sus tímpanos como una sentencia. Entonces Akame pasó junto a ella, se agachó junto a su pareja y le hizo levantar la barbilla.

—Ahora nos vas a decir dónde guardáis a la jinchuuriki.

Ayame se revolvió en el sitio, tratando inútilmente de deshacerse de aquellas ataduras invisibles.

—N... n...

—¿No? Muy bien —El Uchiha se reincorporó, echó la pierna hacia atrás y Ayame cerró los ojos para no ver lo que sabía que estaba a punto de pasar. Pero las imágenes estaban grabadas a fuego en sus retinas, ni siquiera sus párpados la protegían, y se vio obligada a ver cómo Daruu recibía aquella patada que le hacía aullar de dolor—. Hablarás. Haremos que hables.

—No ha ocurrido... no ha ocurrido... es una ilusión... es una ilusión... —se repetía Ayame entre susurros, temblando de impotencia—. No es real... es una ilusión... no es real...

Pero la idea de que estaba siendo una mera espectadora de un sueño no era para nada alentadora. Y menos cuando estaba obligada a ver una escena así.
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#40
Eri. Hazle hablar. Mientras tanto, me ocuparé del otro. —Akame se dio la vuelta y miró a Ayame. No, más allá de Ayame. Eri asintió mientras Akame atravesaba a la amejin, de nuevo, como si sólo fuese un fantasma. Se acercó a Daruu y lo volteó para poder verle el demacrado rostro.

Sería más facil si hablases, Daruu-kun.

N... nunca.

Eri sacó un kunai del portaobjetos y lo acercó lentamente al ojo derecho del muchacho. Al regalo que su madre le había dado.

Mientras tanto, un grito con una voz conocida sonó a sus espaldas. La voz de Kaido.

¡No! ¡Atrás! ¡Te arrancaré las pelotas!

Todo está perdido, pez.

Luego, el sonido de una katana desenvainándose. Luego, un gutural quejido. Y luego, la nada.

El kunai se acercaba al párpado cerrado de Daruu.

Sé que tu madre te dio estos ojos, Daruu-kun. No me obligues a hacer que ese regalo haya sido en vano.
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#41
—Eri. Hazle hablar —replicó Akame—. Mientras tanto, me ocuparé del otro.

Ayame tensó todos los músculos del cuerpo cuando el Uchiha se giró hacia ella. Por un momento creyó que de alguna manera había sentido su presencia, que él en realidad sí podía verla; sin embargo, pronto comprendió que no la estaba mirando, sino a alguien que quedaba tras su espalda y que no podía ver desde su posición. La muchacha ahogó una exclamación cuando el Uchiha también la atravesó como si no fuera más que un fantasma, y ante los ojos de Ayame, Eri se agachó junto a Daruu.

«Cálmate. Lo que estás viendo no es real. Ni ha pasado ni pasará.» Se repetía, una y otra vez, tratando de autoconvencerse. Respiró hondo y después expulsó todo el aire de sus pulmones, apretando los puños para contener los temblores. «Esto no es más que una película. Los actores son gente que conoces, pero no es más que eso.»

Daruu, el verdadero Daruu, se lo había dicho. Y ella se lo había repetido a Zetsuo. Los sentimientos no los hacían débiles, pero hay que controlarlos para que el enemigo no pueda aprovecharse de ellos. Y, en aquel caso, su enemigo... era su padre.

El falso Daruu se negaba a hablar pese a su deplorable estado. Entonces la falsa Eri sacó un kunai... y comenzó a acercarlo a uno de sus ojos.

«¡No! ¡NO, NO, NO!» Rogó para sí. Cerrando los ojos pese a que sabía que era del todo inútil. Película o no, no podría soportar una visión así. ¡No podría por muy falso que fuera!

—¡No! ¡Atrás! ¡Te arrancaré las pelotas! —La voz de Kaido tras su espalda congeló sus entrañas.

—Todo está perdido, pez —dictaminó el Uchiha.

Después Ayame escuchó el silbido del metal desenvainándose. Un quejido. Y después, silencio.

«No es real. No es... no es...»

Y, mientras tanto, el kunai seguía acercándose al ojo de Daruu, que mantenía firmemente cerrado como si sus finos párpados pudieran hacer algo contra aquel metal.

—Sé que tu madre te dio estos ojos, Daruu-kun. No me obligues a hacer que ese regalo haya sido en vano.

Y cuando el filo estaba a apenas unos milímetros de distancia de cumplir su objetivo, casi rozando el párpado de Daruu...

—¡BASTA! ¡NO QUIERO VER ESTO! ¡PARA! ¡PARAAA! —suplicó Ayame, sin poder contenerse por más tiempo, retorciéndose en su inmovilidad.
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#42
De pronto, la imagen se detuvo. El sonido se apagó, como si hubiera sido devorado por aquél silencio de hacía tan sólo unos minutos. Y Ayame escuchó una voz, alta y clara.

«Yo puedo hacer que pare.»

«Pídelo, y haré que todo esto pare

«Si vuelves a renunciar a mi, sufrirás. Haré que lo veas. Todo
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#43
De repente, como si alguien hubiera pulsado el botón de pause en aquella absurda película, todo se detuvo a su alrededor: el kunai junto al ojo de Daruu, el mismo Daruu tirado en el suelo, Eri, acuclillada junto a él; la hierba meciéndose al viento, el mismo viento, las nubes en el cielo. Todo. Incluso los sonidos enmudecieron. Y Ayame se permitió aquel descanso para lanzar un largo suspiro de alivio. Pero la calma no iba a durar demasiado, y la voz del Gobi no tardó en hacer acto de aparición.

«Yo puedo hacer que pare.»

«Pídelo, y haré que todo esto pare

«Si vuelves a renunciar a mi, sufrirás. Haré que lo veas. Todo

Ayame apretó las mandíbulas, temblando. Tardó algunos segundos en responder, debatiéndose entre la opción de seguir con aquel martirio o las palabras del bijuu. Sin embargo...

—¿Cuántas veces tendré que repetírtelo? —masculló entre dientes—. No te necesito. ¡Y no volverás a usarme!

Aquello la condenaba, y lo sabía bien. También era plenamente consciente de que no tenía la habilidad como para disipar una ilusión de su padre. Pero también sabía que no podría soportar ver algo como lo que estaba a punto de suceder. Por eso, y haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban, Ayame separó los labios y sin pensarlo dos veces se clavó los colmillos con todas sus fuerzas en el labio inferior. La boca se le llenó con el sabor metálico de la sangre, los ojos le lagrimearon sin remedio, pero nada de eso le importó.

Cualquier cosa antes que ver aquella escena.
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#44
Ayame firmó su propia sentencia, consciente de que sólo había dos alternativas, y de que haber escogido de forma diferente habría significado fallar a su promesa. Y así pues, el tiempo se reanudó.

Eri clavó el puñal justo por debajo del párpado inferior. Daruu chilló como un cordero que iba a ser degollado cuando la genin hundió el filo e hizo palanca hacia arriba. El globo ocular bailó descontrolado y salió rodando por el rostro del amejin. La sangre, de la cuenca desocupada, corría a borbotones. Con el mango del arma, la uzujin golpeó la cabeza al muchacho, que ya perdía sangre. El Uchiha se acercó, tras acabar con la otra víctima.

Cautericemos la herida. Si se desangra, dejará de sernos útil. —Apartó delicadamente a su compañera, clavó una rodilla en tierra frente al malherido Daruu y prendió fuego a los dedos índice y corazón de su mano derecha. Los acercó a la cuenca vacía del torturado ante la impotente mirada de Ayame, e hizo presión adentro. otro aullido de terror—. Eh. Eh. ¿No irás a dejar que te hagamos lo mismo con el otro ojo, verdad? Canta.

¡PARAAAAAA! ¡PARAAAAAAAAAAAAAA! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAGH!

Eres un buen ninja, Amedama. Y un recurso pésimo.

Akame no necesitó de un kunai para arrancarle el otro ojo a Daruu. Esta vez hundió las uñas en la piel y apretó con fuerza, desgarrando el tejido. Hundió las yemas hasta el fondo, y con fuerza, tiró hacia fuera. La sangre volvió a brotar como en un manantial, y el joven genin de Amegakure cayó al suelo, sin conocimiento, exhalando sus últimos hálitos de vida.

Pero la sangre seguía brotando. Y brotaba, y brotaba. El tiempo se detuvo, pero la sangre seguía brotando, y brot










Llovía.

Muy bien. Hemos terminado —dijo Zetsuo—. Me aseguraré de informar a Yui de tus progresos. Tal vez sea capaz de removerte el castigo.

»Te dejaré sola para que asimiles tu... vuelta a la realidad. No tienes buena cara. Nadie la tendría. Te espero en casa. Hoy saldremos a cenar fuera.

Sin más, comenzó a caminar sobre las aguas de vuelta al puente. Formuló un sello del carnero. Desapareció.
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#45
El mordisco no fue suficiente para salir por su propia cuenta de aquella terrible realidad, y es que Ayame, con el estrés de la situación, había olvidado una lección muy importante sobre las ilusiones: no servía de nada infligirse dolor dentro de una ilusión; debía hacerse desde el exterior.

Y así, el mundo a su alrededor volvió a cobrar vida.

—No, por favor, no...

Daruu chilló cuando Eri clavó el kunai en el párpado inferior, y Ayame chilló con él. Quiso aplastar las manos contra los párpados para tratar de apagar esas imágenes, pero seguía paralizada y por mucho que los cerrara todo era inútil. Se vio forzada a ver cómo Eri le sacaba el ojo a su pareja con un movimiento de palanca y como todo se llenaba de sangre. Se vio forzada a ver el ojo vacío de Daruu y una parte de su cerebro le dijo que aquella escena debía de ser terriblemente familiar a cuando Naia le había quitado el Byakugan. Y cuando creía que todo debía haber terminado, la realidad le devolvió el revés. Akame pasó junto a ella, y el corazón se le congeló en el pecho cuando se agachó junto a Daruu.

—Para... por favor... —sollozó Ayame.

—Cautericemos la herida. Si se desangra, dejará de sernos útil. —Los dedos del Uchiha se prendieron en fuego, y a Ayame le recorrió un terrible escalofrío desde la punta de los pies hasta la cabeza.

—¡No, no, no!

Todo inútil. La escena siguió su curso. Akame introdujo sus dedos candentes en la cuenca vacía de Daruu y este volvió a chillar. Y el fétido olor a carne humana quemada inundó la nariz de Ayame.

¡¡¡PARAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!

Aulló Ayame, a coro con Daruu.

Pero no paró. Akame le sacó el otro ojo con sus propios dedos. Y Ayame volvió a chillar como si se lo estuviesen haciendo a ella. Más sangre. Más gritos. Más sollozos. Más ruegos...



Y entonces sintió la lluvia abrazándola.

El genjutsu había terminado. Daruu, Akame y Eri desaparecieron, la llanura desapareció. Ayame volvió a Amegakure. Liberada de sus ataduras, Ayame se tambaleó y cayó al suelo boca abajo como un títere al que hubiesen cortado las cuerdas. Sollozaba a lágrima viva, como una niña aterrorizada del monstruo debajo de su cama. Resollaba y sudaba como si hubiera estado corriendo varias vueltas alrededor de la villa. Y, sobre todo, tenía que contener aquellas arcadas que la invitaban a vomitar todo lo que había comido durante toda la semana.

—Muy bien. Hemos terminado. —Oyó la voz de Zetsuo delante de ella, y entonces sintió la ira invadiéndola. Si no fuera por aquel sentimiento de que la plataforma se movía por debajo de su cuerpo se habría abalanzado sobre él con los puños por delante—. Me aseguraré de informar a Yui de tus progresos. Tal vez sea capaz de removerte el castigo. Te dejaré sola para que asimiles tu... vuelta a la realidad. No tienes buena cara. Nadie la tendría. Te espero en casa. Hoy saldremos a cenar fuera.

—N... No me... dejes sola... —suplicó con esfuerzo, tragándose sus náuseas en el proceso. Pero Zetsuo no la escuchaba y ya se alejaba, caminando tranquilamente sobre las aguas del lago. Ni siquiera podía alegrarse ante la posibilidad de que le levantaran al fin el castigo—. Maldito...

Apretó los puños, arañando la superficie de la plataforma en el proceso. ¿Cómo que habían terminado? ¿De qué demonios había servido aquello? ¡¿De qué iba todo aquel martirio?! ¡¡¿¿La torturaba de aquella manera y después la dejaba abandonada sin ningún tipo de explicación??!! ¡¡¡¿¿¿De verdad esperaba que pudiera cenar algo aquella noche???!!! Con un chillido de angustia, Ayame se agarró la raíz del pelo y después bajó las manos hasta aplastarse los párpados con ellas.

¿Cómo iba a quitarse aquellas imágenes de la cabeza...?
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