Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Hacía un frio que no era ni medio normal. Si no era el día más frio del año era porque los estadistas que calculan esas mierdas se habían muerto del frio y no habían podido documentarlo apropiadamente. Estábamos Stuffy y yo en la esquina de nuestro restaurante barbacoero favorito poniéndonos las botas. Conforme traían la carne la ponía toda en las brasas de en medio de la mesa y las untaba generosamente en salsa antes de llevarmelas a la boca y quemarme, pero quemarme feliz de estar engordando.
De vez en cuando se me caía un cacho al suelo, aunque nunca llegaba a tocar tierra porque lo interceptaba un perro tamaño familiar que estaba sentado a mi lado. El dueño no se quejaba de él porque nunca la liaba en el restaurante, es más, mantenía al resto de animales a raya, ni las ratas se atrevían a entrar en las cocinas, así que eran beneficios para todos. Además siempre ayudaba en lo que podía, era mi deber, si ese sitio cerraba tendría que exiliarme y buscar una villa nueva, o hacerla. Porque sin el único sitio de Uzushiogakure donde puedes comer toda la carne que quieras por un módico precio, ¿cómo se vive? No lo sé y esperaba no saberlo, sinceramente.
El lugar no estaba precisamente lleno y es que se había levantado una lluvia y un viento escalofriante incluso para el remolino. Salir a la calle era casi jugarse la vida, así que quedábamos dos mesas, los empleados y yo. Y esas dos mesas solo estaban esperando a que la tormenta amainase para poder salir. Era el periodo incierto entre la comida y la cena en la que los restaurantes solían quedarse desiertos, así que esa gente o bien llevaba aquí ya sus horas o se habían metido para resguardarse. Fuera cual fuere el caso, no iban a irse pronto, pero tampoco iba a llenarse pronto.
Pensé en Eri, eso resume todos mis últimos días, y algunas noches. No la había visto desde el incidente J. Y vosotros diréis, eres el gran Nabi Nabi, puedes localizar una hormiga en un hormiguero de Kusagakure desde tu casa. Sí, pero es que yo no quería localizar a Eri, de hecho, era probable y posible que la estuviese evitando. Mucho. Pero es que si nos encontrábamos tenía la corazonada fundada de que íbamos a tener una discusión bastante fuerte y no estaba seguro de que mi pobre corazoncito que llevaba algo colado por ella desde preescolar pudiese soportarlo. Así que pasaba los días evitándola y haciendo vida como podía.
La hija del dueño se acercó con un pequeño bol lleno de agua que dejó delante de Stuffy.
— Gracias, Sa-chan.
— De nada, Nabi-kun. Parece que vais a estar aquí un buen rato.
Era apenas una niña, media poco más de un metro y cuarto y llevaba el pelo marrón recogido en dos coletitas. Tendría tres o cuatro años menos que yo y ya estaba trabajando en el local día y noche. Era dulce y alegre, como Eri. Algo inocente y confiada, como Eri. Y trabajadora a rabiar, como Eri. Pero no era pelirroja como Eri, y sus ojos no eran del color del cielo y la felicidad como los de Eri, y ya no hablemos de las curvas que tenía la Uzumaki, de eso Sa-chan no tenía nada de nada.
Me quedé tan embobado pensando en Eri, que Stuffy me quitó el trozo de carne que tenía en los palillos a la espera de que se enfriara. No pude regañarle cuando me recuperé del trance, teníamos una ley no escrita que quien se empanaba perdía su rebanada, así que volví a comer con toda mi atención mientras sonaban truenos y estruendos en el cielo.
Hacía frío, muchísimo frío, tanto que los dedos de los pies que reposaban fuera de sus sandalias ninja se habían congelado en el entrenamiento. Con la nariz enrojecida y las mejillas coloradas por las temperaturas, Eri caminaba a toda prisa con el único pensamiento de beberse un chocolate caliente nada más llegar a casa, meterse debajo de las sábanas y no salir hasta el día siguiente.
Lo peor fue lo que vino a continuación, pues la nube grisácea que amenazaba con llorar comenzó a descargar toda su ira y tristeza sobre las vacías calles de Uzushiogakure, haciendo a la pelirroja taparse rápidamente con la capucha que aquel día llevaba para comenzar a correr al primer local que encontrase abierto y poder resguardarse de la lluvia.
Entró en un restaurante que le resultaba terriblemente familiar y que ahora no recordaba, allí se deshizo de la capucha y de su sudadera empapada para buscar una mesa vacía en la que sentarse y pasar el rato hasta que acampase la lluvia. Se atusó el flequillo que aquel día llevaba suelto mientras tomaba un coletero de su muñeca y recogía su larga cabellera en una coleta media y floja, luego tomó la carta.
«¿De qué me suenan estos platos?»
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Y cuando todos estábamos convencidos de que íbamos a morir antes que ver entrar a alguien por la puerta. Esa misma puerta se abrió. Pero no daba a la calle atormentada y vacía a la que se suponía que tenía que dar. No. Cuando se abrió esa puerta, de ella apareció un ángel, mojado hasta las cejas, con una salvaje melena roja ondeando tras ella. Entró rápidamente y empezó a quitarse ropa, para mi deleite y perdición.
De nuevo, me había quedado empanado, perdiendo otro trozo de carne al karma. Por suerte, la jounin no reparó en mi. Hasta yo me había olvidado de mis superpoderes para pasar desapercibido. Reaccioné rápidamente. Con disimulo, me deslicé por debajo de la mesa para sentarme en el sitio contrario al que estaba, quedando de espaldas a la recién llegada.
Entonces me pregunté, ¿qué coño estás haciendo, gilipollas? Se supone que somos amigos y tal, pero me dijo que me odiaba y que quería verme muerto. ¿Y si me lo repetía en la cara en nuestra hermosa villa? Ay, Shiona-sama. No podría soportarlo. Así que lo mejor era huir como un valiente por siempre y vivir de mentiras e ilusiones hechas por uno mismo.
Por primera vez en años, estaba nervioso. No podía estar quieto. Me iba a pillar y me iba a decir que me odia en plena tempestad, yo saldría corriendo y me encontrarían una semana después en las costas del remolino donde me tiré al mar para librarme de este dolor que me quemaba por dentro.
Entonces miré a mi lado, y Stuffy no estaba. Ni miré qué estaba pasando. Iba a morir joven, estaba escrito en mi destino. Inuzuka Nabi, "Guapo, tonto y murió joven". En orden de importancia.
15/10/2018, 18:41 (Última modificación: 15/10/2018, 18:42 por Uzumaki Eri.)
No lograría entender la lógica de Nabi al cambiarse de la forma en la que lo había hecho, tampoco lograría no hacerlo, pues si no, no sería él.
Atando cabos en su atareada mente entendió por qué conocía ese local, así que dando un largo suspiro evitó poner tierra por el asunto.
Seguía furiosa con el Inuzuka y con razón, todo lo que había dicho aquel día frente a Juro era cierto, y aunque tratase de pasar desapercibido, solo estaba él, los empleados y ella dentro de aquel sitio.
Con una templanza que desconocía tener, levantó la mano tímidamente y llamó al camarero (o camarera) más cercano, pues al ver las imágenes de la carta le había entrado hambre.
—Buenas tardes —saludaría cuando fueran a atenderla—. ¿Me pondría un plato de ternera y salsa de soja, por favor? Y un vaso de agua si no es mucha molestia.
Ya no podía huir, así que aprovechó el momento. Si él no hacía nada, ella tampoco.
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Stuffy se acercó hasta Eri y se sentó a su lado, dandole un ladrido que bien podía ser un saludo o un "¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?". En cualquier caso, mi táctica había sido impoluta, nadie se había dado cuenta de que estaba ahí, era un fantasma en un mar de espíritus impacientes por salir.
—Buenas tardes. ¿Me pondría un plato de ternera y salsa de soja, por favor? Y un vaso de agua si no es mucha molestia.
Ahí tenía mi confirmación de que todo salía según lo planeado. Eri no tenía ni idea de que estaba ahí. Perfecto. ¿Y ahora qué?
Repasé todas las posibles tácticas mientras daba la vuelta a la carne en la brasa. ¿Qué demonios estaba haciendo con mi vida? Yo no era así. Yo era un hombre, un macho uzunes, si alguien debía tener agallas, ese era yo. Inuzuka Nabi era la puta valentía hecha persona. Estaba claro que no iba a quedarme ahí sentado sin hacer nada, claro que no, ¡tenía que levantarme y darlo todo! Claro que sí.
Me levanté de golpe, me metí toda la carne que pude en la boca y me enfrenté a la bestia imparable. Ande hasta la puerta, me paré frente a esta y la abrí de par en par, saliendo a toda prisa de ahí. Obviamente la cerré al salir y me quedé ahí, al otro lado de la puerta, con todo el viento y la lluvia.
Ay, la hostia. Qué duro había sido, pero ahora todo estaba mucho mejor. Entre el viento y la lluvia no veía media torta, se estaba montando la monumental. Qué bonito día para un amenio.
Eri se llevó una mano a la frente nada más reconocer al perro de el que un día fue su mejor amigo. Lo miró de forma apática, hasta que escuchó la puerta del local abrirse. Abrió los ojos como platos al comprobar que no era otro sino Nabi el que pretendía abandonar el local en medio de la tempestad en la que se sumía su preciada villa.
Con un rápido salto por la mesa y sin deshacer mucho el local, la chica tomó la madera de la puerta con una mano, evitando que fuese cerrada. La otra fue alargada hasta tomar la camiseta de Nabi por el cuello.
—¡¿Se puede saber qué pretendes hacer, descerebrado?! —le espetó, dándole un tirón para que volviese dentro—. ¿¡Es que acaso quieres morir!?
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—¡¿Se puede saber qué pretendes hacer, descerebrado?! ¿¡Es que acaso quieres morir!?
La forma en la que me gritaba y como abusaba de mi me recordó al día en que nos conocimos. Eramos unos crios comemocos y nos juntaron a todos en un aula a la espera de que llevase el sensei de primero. Yo me tiré en el pupitre más alejado que había y ante mi contemplé un maravilloso pelo carmesí, pero no del mismo color que el de mi madre, sino más brillante, más bonito, mejor peinado. La chica lo llevaba recogido en dos coletas, y Shiona-sama sabe lo que me gustan las coletas.
Alargué el brazo y tiré de una de las coletas, en parte por tocar el pelo y en parte porque soy gilipollas, pero eso no importa. La reacción de la niña fue como muy parecida a la que acababa de tener ahora mismo Eri.
— Solo es un poco de aire, nada que no me vaya a matar si me quedo un par de horas a la intemperie. Digo, que sí es algo que no me va a matar. Ay, dios, que raras son estas frases hechas. Bueno, que tengo que irme, me he dejado la casa encendida, o algo.
Empecé a andar hacia la puerta de nuevo aunque si Eri no soltaba el cuello de mi camiseta no avanzaría mucho.
— Solo es un poco de aire, nada que no me vaya a matar si me quedo un par de horas a la intemperie. Digo, que sí es algo que no me va a matar. Ay, dios, que raras son estas frases hechas. Bueno, que tengo que irme, me he dejado la casa encendida, o algo.
Sintió como de su ceja surgía un tic nervioso incapaz de ser calmado por su mente. ¿Que se había dejado la casa encendida? Sí, claro, y ella era la Uzukage, no le jodía. Con un brusco movimiento tiró del muchacho y lo metió dentro del establecimiento, cerrando la puerta y colocándose ella delante de la misma para impedirle el paso.
—Tú, definitivamente, eres tonto —declaró, suspirando con pesadez—. Voy a comer lo que he pedido y tú vas a quedarte aquí, conmigo, hasta que todo esto pase y podamos ir a casa, ¿entendido? —informó, señalándole la mesa que antes había ocupado la pelirroja.
No muy contenta con su decisión, y sinceramente, cansada por la actitud incambiable del muchacho, se retiró de la puerta y volvió a sentarse, esperando por su comida. Había invitado al chico a que la acompañase, aunque seguía muy cabreada con él.
Aunque algo dentro de ella picaba esa decisión con un punzón, ¿por qué se sentía mal por algo que estaba predestinado a ocurrir? Obviamente le molestaba que dejasen de ser amigos, pero él se lo tenía merecido.
Entonces, ¿por qué sentía que lo que estaba haciendo estaba mal?
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—Tú, definitivamente, eres tonto. Voy a comer lo que he pedido y tú vas a quedarte aquí, conmigo, hasta que todo esto pase y podamos ir a casa, ¿entendido?
Su actitud y su voz me devolvió a lo que me había dicho aquel día con Juro como testigo. Cuando ella dejó claro que se desentendía de mi, de Datsue y de Akame. ¿Y ahora esto? ¿Por qué se supone que estaba enfadada? No era nada justo. Así que cuando se giró para volver a su mesa la agarré del brazo y se lo impedí.
— ¿Es eso una orden, Eri? Porque esa es la única forma de la que conseguiras que me quede. Si mal no recuerdo, tú y yo NO somos nada más que una Jounin y un Genin, ya no somos amigos, ni compañeros ni nada. ¿Por qué debería quedarme? ¿Qué ganas tú con que me quede? Yo no quiero quedarme en el mismo sitio que tú.
Busqué mirarla a los ojos y una vez acabado mi discurso la soltaría. Sabía que me había pasado, pero me daba igual. Si aquello tenía que acabar que así fuera. Lo que no iba a consentir es que se andase con rodeos. ¿Por qué tenía que sentirme avergonzado yo? ¿Qué derecho tenía ella a enfadarse? Era ella la que prefería defender a Juro antes que a mí. No. Ahí me plantaba.
— Prefiero la tormenta, al menos sé que ella me puede hacer daño, de ella me espero que me atormente. De ti, nunca me lo esperé.
Volví a andar a la puerta, dispuesto a irme de nuevo.
Pensó que todo se arreglaría como ocurría siempre, que ambos dejarían de estar enfadados y que su relación se estabilizaría, pero esta vez parecía que todo era distinto, justo cuando Nabi, en vez de ir tras ella, decidió encararla, jalándola del brazo e impidiéndola marcharse a la mesa.
— ¿Es eso una orden, Eri? Porque esa es la única forma de la que conseguiras que me quede. Si mal no recuerdo, tú y yo NO somos nada más que una Jounin y un Genin, ya no somos amigos, ni compañeros ni nada. ¿Por qué debería quedarme? ¿Qué ganas tú con que me quede? Yo no quiero quedarme en el mismo sitio que tú.
Eri se giró a mirarle con una mueca de disgusto, pero su rostro pareció desencajarse al escuchar la voz de Nabi tan llena de enfado y reproche hacia la kunoichi. El color pronto huyó de su rostro, dejándolo un poco más blanco que de costumbre y su boca, entreabierta, no sabía que sonido emitir. ¿A qué venía aquello? Fácil, a todo lo que le había soltado aquel día, frente a Juro, harta de las distinciones que se hacían entre aldeas aquellos días, en aquellos momentos tan difíciles que parecían vivir.
Nabi la soltó, y entonces sintió un ligero vacío en su interior. ¿Acaso allí acabaría todo? Sí, debía reconocer que cuando le echó en cara todo aquello no lo hizo de la mejor manera posible, pero también tenía derecho a enfadarse, ¿no? ¿O acaso debía ser siempre la correcta y pura Uzumaki Eri?
— Prefiero la tormenta, al menos sé que ella me puede hacer daño, de ella me espero que me atormente. De ti, nunca me lo esperé.
Frunció los labios evitando que unas lágrimas rebeldes escaparan de sus ojos. ¿Con que era eso? ¿Ella había dañado sus sentimientos? ¿Y los suyos? ¿Cómo podía aguantar que sus propios compañeros insultasen a los que antes consideraban amigos? ¿Cómo tiraban por la borda todo su maldito esfuerzo por mantener a flote una Paz que parecía que nadie de su promoción y derivados querían.
Lo miró directamente a los ojos, y sacando de su bolsillo unos ryos que dejó en una mesa sin contarlos si quiera, furiosa y con fuego chispeante en sus ojos azules, habló:
—He hecho todo lo que se ha pedido de mí, he intentado ser lo mejor persona posible, pero, ¿sabes qué? Al parecer contigo no he sido ni la mínima parte de lo que he pretendido ser, o al menos eso parece —dijo con el corazón afligido, luego caminó por su lado y abrió la puerta de golpe—. Pero que sepas que tú, ahora mismo, también me has hecho daño, y si por una vez en tu vida fueses consciente de lo mucho que me importas y la razón de por qué soy tan estricta contigo, te darías cuenta de la verdad.
Giró su cabeza por última vez, sus labios seguían fruncidos, y con los ojos acuosos y mirándole directamente, abandonó el lugar dejando caer una triste lágrima por su mejilla derecha.
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—He hecho todo lo que se ha pedido de mí, he intentado ser lo mejor persona posible, pero, ¿sabes qué? Al parecer contigo no he sido ni la mínima parte de lo que he pretendido ser, o al menos eso parece. Pero que sepas que tú, ahora mismo, también me has hecho daño, y si por una vez en tu vida fueses consciente de lo mucho que me importas y la razón de por qué soy tan estricta contigo, te darías cuenta de la verdad.
No solo se hace la victima sino que intenta irse antes que yo. Obviamente la detuve agarrándola del brazo otra vez.
— No me puedo creer que me digas esto. A mi. Yo, Eri, siempre te he defendido, no he dudado de ti ni un instante, y tú, a la primera oportunidad que has tenido, has preferido ponerte de parte de un kuseño que de la mía. ¡Esa gente nos atacó, Eri! A Datsue, a mi, a todos los que estábamos intentando detener la locura en el estadio. ¡Y tú le defendiste por encima de mi! ¿Que te he hecho daño? ¿Yo a ti?
Estaba empezando a alterarme, los ojos me traicionaban, no podía creerme que estuviese discutiendo con Eri.
— Primero me dejaste tirado en el estadio para salvar a una chica de Amegakure, que más tarde no hizo más que traernos problemas, pero lo entendí, era por salvar la villa. ¡Pero lo de Juro! ¿¡Estoy siquiera por encima de alguien o de algo en tu lista de confianzas!?
La solté y la miré. No sabía qué decir ni qué hacer ya.
25/10/2018, 22:59 (Última modificación: 25/10/2018, 23:06 por Uzumaki Eri. Editado 1 vez en total.)
— No me puedo creer que me digas esto. A mi. Yo, Eri, siempre te he defendido, no he dudado de ti ni un instante, y tú, a la primera oportunidad que has tenido, has preferido ponerte de parte de un kuseño que de la mía. ¡Esa gente nos atacó, Eri! A Datsue, a mi, a todos los que estábamos intentando detener la locura en el estadio. ¡Y tú le defendiste por encima de mi! ¿Que te he hecho daño? ¿Yo a ti?
—¡Ya lo sé! —le espetó ella, zafándose del agarre que había nuevamente hecho el muchacho sobre su brazo—. Sé que siempre has estado ahí para mí, siempre, en cada momento en que lo he necesitado, ¿crees que no tengo ojos en la cara? —claro que sabía todo aquello, claro que la irritaba que él siempre pusiese su vida por delante de la de cualquier otra persona, ¡claro que sí! Por ello cada vez que él lo hacía, ella se sentía peor consigo misma. No podía dejarse proteger cuando aún había gente desprotegida a su alrededor—. ¿Esa gente nos atacó? ¿Ves? ¡Estás generalizando! ¿Juro llegó a rozarte? ¿O fueron un puñado de gilipollas que no sabían qué mierdas hacer y se lanzaron a lo loco, eh?
El color de su rostro, antes pálido; ahora enrrojecía por momentos. Respiraba de forma rápida, incapaz de contener su ira.
— Primero me dejaste tirado en el estadio para salvar a una chica de Amegakure, que más tarde no hizo más que traernos problemas, pero lo entendí, era por salvar la villa. ¡Pero lo de Juro! ¿¡Estoy siquiera por encima de alguien o de algo en tu lista de confianzas!?—continuó el Inuzuka, sacando todo aquello que parecía haber estado guardando, y ella, dolida, lo sabía.
—¿Y qué debería haber hecho? ¿Quedarme tras tu protección mientras veía como Ayame mataba a la mitad de la gente del estadio? ¿Dejar que acabase con su vida por ser el receptáculo de aquella bestia? Entendiste eso, ¿Y entonces, por qué no entiendes lo de Juro? ¡LE LANZÁSTEIS UNA MIERDA, NABI, UNA MI-ER-DA! No me puse de su lado, ¡lo que hice fue deciros lo que yo pensaba! Estaba enfadada Nabi, tanto con él como contigo, y al menos tenía la sensación de que contigo podría solucionarlo alguna vez porque te vería por aquí.
Las últimas palabras se fueron apagando, al igual que su voz y su expresión. Comenzó a agachar la cabeza, cansada de chillar. No estaba siendo del todo justa con Nabi, pero no podía dejar de ser ella, por mucho que a él le disgustase.
—Ojalá por una vez pudiera quedarme detrás sin hacer nada y dejar que me protegieses, Nabi, ojalá pudiera simplemente ser una chica con un trabajo menos peligroso, o simplemente poder hacer que todos os lleváseis bien con un chasquido de dedos, pero no puedo Nabi, no puedo.
Sus ojos volvían a inundarse de lágrimas, y tuvo que aferrarse a la puerta pues sentía que algo dentro de ella se apagaba, pero volvió a mirar a Nabi, que ahora parecía un pequeño borrón frente a ella, y sonrió apenada.
—No puedo negarte que he sido injusta contigo, es cierto, pero yo también quería enseñaros cómo me sentía yo.
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El discurso sin filtros de Eri me dejó sin aliento. O tal vez era su aspecto, claramente dolido, que me había dejado aún más roto por dentro, o el brillo que habían adquirido sus ojos con las lágrimas o lo hermosa que era ella siempre. Seguramente un cúmulo de todo eso y mucho más, pero no podía parar, no podía dejar que defendiese a esos chacales sin escrúpulos.
— No se trata de lo que hiciese o dejase de hacer él directamente. Se trata que de buenas a primeras se creyeron que habíamos planeado toda esa mierda para secuestrar a la jinchuriki de Amegakure. Sin pruebas, sin nada de nada, más allá de los cuatro gritos de la loca que dirigía a los de la lluvia en ese caos y que se había lanzado a por Datsue a la primera de cambio. ¡Kusagakure se alió con Amegakure sin dudar ni un instante! ¡A pesar de que eramos nosotros las victimas! ¡Era nuestra villa la que estaba en un peligro inminente! ¡¡Y NOS ATACARON!!
Parecía que no se daba cuenta de la gravedad de lo acontecido aquella mañana durante un simple combate entre genins. La traición de Kusagakure, la sed de sangre de Amegakure y nosotros, pillados en un cepo para osos mientras todos los cañones apuntaban a nuestra villa. Ese día, el pacto había muerto, ahora solo quedaba un motivo para ir a la guerra, y Amegakure ya estaría trabajando en una lista de excusas.
— Y claro que no entiendo lo de Juro. Se suponía que eramos amigos y en cuanto tuvo la ocasión de creer que nuestra villa había hecho una especie de mega plan comunitario para secuestrar a la jinchuriki de Amegakure se lo comió con patatas, sin masticar ni nada. ¿Cómo pudo creerse eso, Eri? ¡Por supuesto que le tiré una mierda! Y si pudiese entrenar elefantes en vez de perros lo hubiese bañado en heces, porque era lo mínimo que se merecía por traicionar nuestra confianza.
No se trataba de los heridos que hubiese causado ni de las palabras ofensivas que hubiese dicho. Sus acciones hablaban por si solas. En ningún momento se le pasó por la cabeza que pudiese estar bailando al son de Amegakure, que ellos habían sido los primeros en atacar ni que nosotros estábamos simplemente defendiéndonos. Nos traicionó. Y pagó en proporciones muy bajas.
— Claro que no quiero que dejes de ser kunoichi ni que dejes de salvar el mundo cada vez que puedas. No me importó que me dejases tirado por salvar la villa, lo entendí e intenté salvarle el culo a Datsue. También es mi trabajo y lo entiendo. Y no quiero que cambies, te quiero tal y como eres. Eres perfecta. Solo quiero que confíes en mi como yo confío en ti. ¿Cómo quieres que me sienta cuando defiendes a Juro delante de mi?
Estaba demasiado perturbado por la situación en general para pensar en qué estaba diciendo exactamente.
—No se trata de lo que hiciese o dejase de hacer él directamente. Se trata que de buenas a primeras se creyeron que habíamos planeado toda esa mierda para secuestrar a la jinchuriki de Amegakure. Sin pruebas, sin nada de nada, más allá de los cuatro gritos de la loca que dirigía a los de la lluvia en ese caos y que se había lanzado a por Datsue a la primera de cambio. ¡Kusagakure se alió con Amegakure sin dudar ni un instante! ¡A pesar de que eramos nosotros las victimas! ¡Era nuestra villa la que estaba en un peligro inminente! ¡¡Y NOS ATACARON!!
Ahí no podía negar que tenía parte de razón, pero a su vez no podía evitar pensar que se habían ganado esa reputación: no por ellos, sino por Datsue. Él se había enemistado con Ayame y todos los presentes se habían dado cuenta de aquella situación. Había atentado contra Amekoro Yui, líder de la Lluvia. ¿Qué podían esperar? Kusagakure se aliaría con los primeros que pudiera, y Amegakure parecía tener las de ganar ahí delante.
—Y claro que no entiendo lo de Juro. Se suponía que eramos amigos y en cuanto tuvo la ocasión de creer que nuestra villa había hecho una especie de mega plan comunitario para secuestrar a la jinchuriki de Amegakure se lo comió con patatas, sin masticar ni nada. ¿Cómo pudo creerse eso, Eri? ¡Por supuesto que le tiré una mierda! Y si pudiese entrenar elefantes en vez de perros lo hubiese bañado en heces, porque era lo mínimo que se merecía por traicionar nuestra confianza.
—Aquel día todo fue un caos, ya sabes lo que ocurrió cuando yo me marche, ¡me marché para salvar la vida de Aotsuki Ayame! Y esposé a Amedama Daruu por orden de Akame, Nabi, ¿qué crees que hicieron? Obviamente quedarse con lo segundo, claro, ¿quién soy yo para salvar a una amiga? ¡Me da igual que Ayame fuera una jinchuuriki, por el amor de Shiona-sama, nuestro deber es salvar vidas! —exclamó, acalorada—. Aquel día fue un desastre —repitió, con amargura—. Pero eso no justifica que Juro se comportase así, ni que tu lo hicieras, érais amigos, ¿no podríais haber hablado las cosas?
Suspiró, cansada, y la verdad es que tampoco quería seguir discutiendo allí, en aquel local donde al parecer eran sujetos de miradas ajenas que parecían curiosos ante el espectáculo, claro que no había otra cosa mejor que ver.
— Claro que no quiero que dejes de ser kunoichi ni que dejes de salvar el mundo cada vez que puedas. No me importó que me dejases tirado por salvar la villa, lo entendí e intenté salvarle el culo a Datsue. También es mi trabajo y lo entiendo. Y no quiero que cambies, te quiero tal y como eres. Eres perfecta. Solo quiero que confíes en mi como yo confío en ti. ¿Cómo quieres que me sienta cuando defiendes a Juro delante de mi?
Enrrojeció ante las palabras de su compañero, pues no pensaba que todavía siguiera con aquellos pensamientos. Había escuchado mil y una veces de su boca que era perfecta, pero nunca se lo había tomado a pecho pues la verdad es que Nabi probablemente considerase a Datsue igual que perfecto —o más—que ella, sin embargo, tras todo lo mencionado, fue lo que menos se esperaba. No sonrió, sin embargo se tranquilizó ligeramente, volviendo a tomar control de su voz.
—Claro que confío en ti, siempre lo he hecho —respondió de forma tranquila, sin sonar con reproche—. Y lo siento por haber hecho que pensases que me ponía del lado de Juro, solo quería que no creciesen los problemas entre todos nosotros, pensé... —cerró los ojos fuertemente, recordando el rostro claro de Ayame ofreciéndole la mano, cerrando aquel tratado de paz que habían firmado en secreto entre ellas—. Pensé que podría ayudar a crear una nueva paz, por eso... Por eso no quería que discutiéseis.
Dejó caer sus hombros, derrotada.
—Lo siento, lo siento mucho... —se lamentó, bajando la mirada entre murmullos.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Eri era demasiado buena para este mundo. Siempre lo había pensado y no dejaba de confirmarse mientras el mundo se empeñaba en tirarnos mierda en cantidades industriales. Pero llegados a este punto, no tenía sentido sentir nada por amenios o kuseños, ambos eran unos traidores hijos de un chacal. Puede que hubiese contadas excepciones como Juro o algún que otro kuseño que es demasiado lelo para juzgar una situación in situ y solo sigue ordenes, pero fuera de ahí, todos eran unos perros traidores.
Puse una mano en el hombro de Eri, intentando serenarme.
— Eri, tienes que entender que un "nosotros" ya no incluye a los shinobis de otras villas, es hora de hacer lo mismo que Amegakure y Kusagakure y mirar solo por nuestros intereses. No podemos seguir jugandonos la vida para salvar a gente que después nos va a apuñalar por la espalda como Ayame o Daruu. ¿Lo entiendes? No te digo que tengamos que matarlos solo verles, pero si tienes que elegir entre los nuestros y ellos, no puedes dudar, porque ellos no lo harán. Igual que no dudaron en atacar a Akame o en mentir a Kusagakure para que nos atacasen.
Estaba obviando muy alegremente que le estaba hablando a un superior, y no a un chunin cualquier como Datsue, no, a una señora Jounin, un superior extra plus ultra.