Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ignorándola, Kokuō pasó por delante suya y se detuvo frente a las aguas del lago, a las que se enfrentó como si fueran un espejo. Kuroyuki se levantó lentamente y se dio la vuelta, recibiéndola delante cuando el bijū se volvió para preguntar qué estaba pasando.
—La he liberado de su prisión, Kokuō-sama —dijo, e inclinó el cuerpo en una pronunciada reverencia—, a la que le sometieron mis camaradas humanos. Es nuestra única manera de compensarlo, señora.
»Aotsuki Ayame duerme en su interior, de la misma forma en la que usted yacía aprisionada —explicó—. Ahora tiene usted el control. Es libre, Kokuō-sama.
—La he liberado de su prisión, Kokuō-sama —respondió, inclinando el cuerpo en una sonada reverencia que hizo que Kokuō frunciera el ceño—, a la que le sometieron mis camaradas humanos. Es nuestra única manera de compensarlo, señora. Aotsuki Ayame duerme en su interior, de la misma forma en la que usted yacía aprisionada —le explicó, confirmando las sospechas que había tenido al lanzar aquella mirada retrospectiva—. Ahora tiene usted el control. Es libre, Kokuō-sama.
Kokuō sonrió, y cuando ladeó la cabeza un mechón de cabello albo resbaló por su hombro.
—Debo estarte agradecida, entonces —dijo. Y entonces la sonrisa se desvaneció tal y como había aparecido y entrecerró los ojos, recelosa—. Pero, ¿por qué? ¿Por qué una humana iba a molestarse en hacer una cosa así, condenando a uno de los suyos a ese aprisionamiento?
Alzó un dedo incriminatorio, señalándola directamente, apuñalando sus ojos negros abismales con los suyos aguamarina. Y su voz adquirió un tono repentinamente amenazador y siniestro.
—¿Por qué haría algo así una humana que retiene en su interior a Kurama como yo estaba hasta hacía unos minutos? ¿Pretendes que me crea que ha sido un acto altruista? ¡Libérale a él también!
Kuroyuki rio. Al principio, era una risa en voz baja, lenta. Pero finalmente se convirtió en una carcajada. No en una carcajada indiscreta, a viva voz. Sino en una amable, tranquila. Se acercó a Kokuō dos pasos, ignorando tanto el tono como el gesto, y cerró los ojos.
—Yo no mantengo cautivo a nadie. Sólo soy una humilde sierva del legítimo rey de Oonindo.
»Por favor, Kurama-sama.
Hubo una agitación en el ambiente. Cuando Kuroyuki abrió los ojos, ya no eran negros, sino de un tono rojo intenso. Las pupilas, rasgadas, observaron el nuevo aspecto de Kokuō.
—Hola, hermana —una voz masculina, gutural, salió de los labios de Kuroyuki—. Baja ese dedo, Kokuō. Estás empezando a asustarme. —Se encogió de hombros, y suspiró—. ¿Sabes cuántas molestias nos hemos tenido que tomar para encontrarte? Menos mal que montaste todo ese espectáculo en Uzushiogakure, los rumores recorrieron Oonindo como un el agua de una balsa que se desborda tras una inundación.
»De nada por liberarte. —Kuroyuki... Kurama, sonrió. Una sonrisa mucho más amplia, traviesa y perversa que la que había mostrado la mujer hasta ahora, enseñando los dientes.
Lejos de achantarse, ella se rio. Al principio era una risa entre dientes, baja, pero terminó por transformarse en una carcajada. Se acercó a ella, libre de todo temor, y cerró los ojos.
—Yo no mantengo cautivo a nadie. Sólo soy una humilde sierva del legítimo rey de Oonindo. Por favor, Kurama-sama.
«¿Kurama-sama?» Repitió para sus adentros, terriblemente confundida. ¿Desde cuando existían humanos que servían a los bijuu?
Pero sus pensamientos se vieron ofuscados cuando una perturbación demoníaca agitó el ambiente. Incluso los pájaros callaron, intimidados ante la nueva aparición. Y es que en los profundos ojos de Kuroyuki se había asomado el fuego incandesciente del Nueve.
—Hola, hermana —La voz que surgió de sus labios fue muy diferente a la de Kuroyuki. Ahora era masculina, profunda, gutural. Una voz que habría puesto la piel de gallina a cualquier humano corriente, pero no a ella.
—Kurama...
—Baja ese dedo, Kokuō. Estás empezando a asustarme —pidió, encogiéndose de hombros. Y ella lo hizo, aunque bien sabía que Kurama jamás se asustaba ante nada. Mucho menos ante ella—. ¿Sabes cuántas molestias nos hemos tenido que tomar para encontrarte? Menos mal que montaste todo ese espectáculo en Uzushiogakure, los rumores recorrieron Oonindo como un el agua de una balsa que se desborda tras una inundación.
Kokuō palideció con el recuerdo. Había estado a punto de conseguir su ansiada libertad después de que Ayamer perdiera los estribos una vez más. Si no hubiese sido por la intervención de aquellos dos shinobi de Uzushiogakure y del amorcito de la muchacha...
—De nada por liberarte —añadió, como si le estuviera leyendo la mente. Y la sonrisa zorruna de Kurama ensanchó los labios de Kuroyuki en una mueca grotesca, enseñando todos y cada uno de sus dientes.
—Me sigue pareciendo terrible que prefieras estar dentro de esa humana en lugar de reclamar tu total libertad, Kurama —replicó Kokuō, alzando la barbilla con el orgullo de una princesa—. ¿Es que has olvidado lo que los humanos nos hicieron en el pasado? ¿Qué es esa tontería de "el Rey de Oonindo"? ¿Y por qué no acudías a las reuniones?
Kurama rio guturalmente una vez más, tapándose el estómago con una mano y limpiándose las lágrimas de un ojo con la otra.
—¡Oh, si es que en el fondo disfruto con todo este suspense, Kokuō! —confesó—. Calma, responderé a todas tus preguntas, pero vamos a ir paso por paso. Puede ser algo complicado de digerir.
»Kuroyuki no es mi jinchuuriki. A ese ya lo domé hace mucho tiempo. Lo subyugué. Con mi Kyūjū Tensei. Una técnica que dominé tras años y años de meditación. Pobre diablo... Le hice creer que él mismo la inventó. ¿Te lo puedes creer? ¡La ejecutó el mismo! Y entonces... nos intercambiamos los papeles. Exactamente como en vuestro caso, sólo que la técnica original era un poco más poderosa y... lo aplasté. Lo trituré. Lo hice pedazos.
Kurama formó un puño cerrado con una mano y lo estampó contra la palma de la otra.
»No he olvidado lo que los humanos nos hicieron, pero tampoco las palabras de Rikudō-sennin. De Padre. ¿Recuerdas, hermana, recuerdas a Padre? Sus últimas palabras... "llegará el día que tengáis que unir fuerzas con compañeros humanos que prueben ser dignos para enfrentar un mal mayor".
»Eso es lo que he estado haciendo desde que conseguí ser libre. Kuroyuki es una de mis Ocho Generales. No son jinchuuriki, verás, ellos me han jurado lealtad. Han demostrado ser dignos, y han reconocido su lugar. Humanos. Eslabones de abajo. De modo que he unido mis fuerzas con ellos, tal y como nos dijo Padre. Con ellos comparto parte de mi chakra y de mi poder. Es... un acto de generosidad. —Sonrió—. Gracias a ese vínculo, puedo hablar a través de ella. Y podemos hablar.
»Respecto a esas reuniones, comprobarás que no puedes acceder al Vínculo Interior de los Nueve como antes. Es una de las... pequeñas limitaciones de un cuerpo humano. Claro que, las ventajas son mucho mayores.
¤ Generosidad de Kurama - Requisitos: Pertenencia a los Ocho Generales de Kurama
El usuario dispone de 200 CK adicionales manteniendo un vínculo directo y perpetuo con Kurama a través de un sello. Además, será capaz de activar hasta la primera capa (con una cola) y utilizar todas las técnicas disponibles para dicha forma. El usuario obtiene la habilidad de lanzar bijuudamas desde la palma de las manos o desde la boca, incluso si no tiene activada la capa de bijuu. Gracias al vínculo con Kurama, el bijuu puede poseer momentáneamente al usuario y controlarlo como desee (sólo podrá resistirse si su Voluntad supera los 100 puntos). Kurama puede disponer del chakra adicional otorgado por esta habilidad con libertad, y retirarlo si lo ve conveniente. En momentos puntuales, Kurama puede otorgar hasta 400 puntos de CK voluntariamente, añadiéndolos de sus propias reservas.
Y si las exigencias de Kokuō habían hecho reír a Kuroyuki, ahora sus preguntas provocaron las carcajadas de Kurama.
—¡Oh, si es que en el fondo disfruto con todo este suspense, Kokuō! —confesó, sujetándose el abdomen con una mano y enjugándose las lágrimas con la otra—. Calma, responderé a todas tus preguntas, pero vamos a ir paso por paso. Puede ser algo complicado de digerir.
Kokuō frunció el ceño ligeramente, pero esperó pacientemente a que Nueve continuara explicándose:
—Kuroyuki no es mi jinchuuriki. A ese ya lo domé hace mucho tiempo. Lo subyugué. Con mi Kyūjū Tensei. Una técnica que dominé tras años y años de meditación. Pobre diablo... Le hice creer que él mismo la inventó. ¿Te lo puedes creer? ¡La ejecutó el mismo! Y entonces... nos intercambiamos los papeles. Exactamente como en vuestro caso, sólo que la técnica original era un poco más poderosa y... lo aplasté. Lo trituré. Lo hice pedazos —culminó, estampando el puño cerrado sobre la palma de la otra como quien aplasta un molesto mosquito.
Clásico de alguien tan taimado como era aquel viejo zorro, engañar a su jinchuuriki hasta el punto de hacerle utilizar una técnica que supondría su cautiverio perpetuo. Sólo le había faltado relamerse para completar aquella imagen tan característica suya. Aquello despertó una nueva incógnita en su mente, pero antes de que pudiera formularla, Kurama continuó.
Habló de las últimas palabras de Padre antes de fallecer. De su premonición sobre que un día tendrían que aunar fuerzas con los humanos para hacer frente a un mal mayor. Y reveló que ese había sido, precisamente, su propósito. Kurama había reclutado a ocho humanos a los que había dotado con el nombre de Generales a cambio de ofrecerles cierto acto de favor en forma de poder. Un poder que él clamaba como generosidad, pero que Kokuō conocía por otro nombre: interés. Y, finalmente, el secreto de su ausencia en el Vínculo Interior de los Nueve. Con aquel cuerpo humano no podía acceder a ella. Y eso sólo significaba una cosa:
«Yo también he sido desvinculada entonces.» Meditó, entrecerrando los ojos ligeramente. «Los demás no tardarán en darse cuenta de ello y, con Ayame desaparecida de su aldea también, si Chōmei y Shukaku contactan con sus jinchuriki no tardarán en sumar dos más dos.»
—Recuerdo las palabras de Padre, pero también recuerdo muy bien que fueron los humanos los nos tomaron del brazo cuando les ofrecimos la mano —repuso, claramente irritada—. Les dimos poder, y ellos nos utilizaron en su beneficio en sus guerras sin sentido. Y cuando nos tomamos la libertad por nuestra mano, nos aniquilaron y después nos encerraron en estas celdas. ¡Y tus Generales no son diferentes! Te sirven porque están interesados por tu poder, no por lealtad. Cuando menos te lo esperes te apuñalarán por la espalda y volverán a encerrarte. Yo no pienso aliarme con los humanos, Kurama. Así que espero que no estés esperando nada de mí en agradecimiento por mi liberación.
Por un momento el gesto de Kurama se tornó sombrío, pero luego volvió a aquella sonrisa socarrona suya. Se encogió de hombros y le dio la espalda a Kokuō paseando, pateando un par de piedras...
—Todo en esta vida es una relación de interés, querida hermana —explicó—. Un cachorro tiene la cara bonita para que su madre le de comida. Una relación amorosa humana se fundamenta en la estabilidad emocional o incluso económica. Nuestro padre no nos creó por amor, sino para salvar a Oonindo, a los suyos, del Jūbi.
»Ellos saben cual es su lugar. Súbditos de su rey legítimo. Obtienen poder, protección y el orgullo de pertenecer al grupo que liderará el continente. Y podríamos liderarlo juntos, Kokuō. Todos nosotros.
»Nuestra forma original está muy bien, pero somos demasiado grandes. La forma humana me permite mezclarme entre los humanos, aprender sus técnicas y enfrentarlos a su misma altura. Dominarlos cara a cara. Es más difícil que me peguen una puñalada trapera así, que como te la dieron a ti. No te fue muy bien en tu última excursión por el País de la Tormenta, querida.
Se dio la vuelta y extendió la mano.
»Sí, soy libre. Más libre que nunca, y tú también lo eres. Únete a mi, Kokuō. Únete al Imperio de Kurama en Oonindo y podrás gobernar sobre los humanos, tu legítimo derecho como Hija de Rikudō, al que consideran casi como un dios.
Vio la sombra amenazadora en los ojos de Kurama. La vio tan clara como había visto el reflejo de Ayame al mirarse en las aguas del lago. Pero duró apenas un instante, y aquella sonrisa socarrona suya enseguida volvió a la carga.
—Todo en esta vida es una relación de interés, querida hermana —le explicó, como quien le explica a una niña pequeña la maldad de una araña al devorar una hermosa mariposa—. Un cachorro tiene la cara bonita para que su madre le de comida. Una relación amorosa humana se fundamenta en la estabilidad emocional o incluso económica. Nuestro padre no nos creó por amor, sino para salvar a Oonindo, a los suyos, del Jūbi.
»Ellos saben cual es su lugar. Súbditos de su rey legítimo. Obtienen poder, protección y el orgullo de pertenecer al grupo que liderará el continente —continuó, tan convencido sobre su influencia sobre los humanos que Kokuō arrugó la nariz. Estaba cegado, y esa ceguera algún día le saldría cara. Porque la avaricia de los humanos no tenía fin, y aunque a día de hoy pudieran parecer satisfechos con los tratos de su señor, sabía bien que acabarían pidiendo más y más y más... Hasta que decidieran tomarlo por la fuerza—. Y podríamos liderarlo juntos, Kokuō. Todos nosotros.
«Aquí viene.»
—Nuestra forma original está muy bien, pero somos demasiado grandes. La forma humana me permite mezclarme entre los humanos, aprender sus técnicas y enfrentarlos a su misma altura. Dominarlos cara a cara. Es más difícil que me peguen una puñalada trapera así, que como te la dieron a ti. No te fue muy bien en tu última excursión por el País de la Tormenta, querida.
Kokuō gruñó, mostrando los dientes. Pero Kurama se dio la vuelta y extendió la mano hacia ella.
—Sí, soy libre. Más libre que nunca, y tú también lo eres. Únete a mi, Kokuō. Únete al Imperio de Kurama en Oonindo y podrás gobernar sobre los humanos, tu legítimo derecho como Hija de Rikudō, al que consideran casi como un dios.
Se lo había olido desde el mismo momento en el que la había liberado. Como agradecimiento ahora exigía su ayuda para tomar el control sobre los humanos. Dominarlos bajo la fuerza y reclamar su puesto como amos y señores del mundo. Los observarían desde lo alto de sus nueve tronos como los poderosos bijuu que eran. Como reyes. Como dioses.
Kokuō alzó la mano con cierta lentitud...
Y apartó la de Kurama de un sonoro manotazo.
En su rostro sólo había sitio para el más profundo asco.
—Creo que eres tú quien ha olvidado las palabras de Padre, querido —le espetó—. Él hablaba de cooperar con los humanos para enfrentar un mal mayor, no de alzarse sobre ellos. Padre nos creó para proteger a los humanos del Juubi, si hacemos lo que dices no seremos diferente de él e iremos en contra de los deseos de Padre.
»Además, parece mentira que no me conozcas. He dicho que no voy a colaborar con ellos, ni mucho menos me voy a meter en más guerras sin sentido. Viviré libre y en paz, como siempre he deseado. Así que ya conoces mi respuesta: NO.
4/11/2018, 22:23 (Última modificación: 5/11/2018, 00:45 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
De nuevo, la sonrisa de Kurama se tornó una mueca de rabia, si bien esta vez más pronunciada. Bajó la mano que Kokuō había apartado de un manotazo y clavó la vista en el suelo.
—Hablas de lo mal que nos trataron los humanos, luego pasas a decir que contradigo a Padre porque quería que colaborásemos con ellos, y luego vuelves a decir que no colaborarás con ellos. Ni con tu hermano. Hmpf. —Se rascó la coronilla con impaciencia—. Eres ilógica, Kokuō. Pues bien, haz lo que te de la gana. Pronto, Oonindo será mío, estés a mi lado o no. Y descuida, no me arrepiento de haberte liberado. Seas una estúpida arrogante o no, sigues siendo hermana mía. Si cambias de opinión, nos encontrarás al norte del País de la Tormenta, más allá de la Cordillera Tsukima. Puedes preguntar por Maimai, en un pequeño hotel al norte de Yukio llamado Alba del Invierno.
El cuerpo de Kuroyuki dio una sacudida, y la mujer cayó al suelo de espaldas.
—¡Aghhh! —Se agarró la cabeza con ambas manos, dolorida.
4/11/2018, 23:08 (Última modificación: 4/11/2018, 23:38 por Aotsuki Ayame. Editado 3 veces en total.)
Otra vez la rabia en su gesto. Kurama terminó de bajar la mano y clavó la mirada de sus ojos del color de la sangre en el suelo.
—Hablas de lo mal que nos trataron los humanos, luego pasas a decir que contradigo a Padre porque quería que colaborásemos con ellos, y luego vuelves a decir que no colaborarás con ellos. Ni con tu hermano. Hmpf. —Se rascó la coronilla con impaciencia—. Eres ilógica, Kokuō. Pues bien, haz lo que te de la gana. Pronto, Oonindo será mío, estés a mi lado o no. Y descuida, no me arrepiento de haberte liberado. Seas una estúpida arrogante o no, sigues siendo hermana mía. Si cambias de opinión, nos encontrarás al norte del País de la Tormenta, más allá de la Cordillera Tsukima. Puedes preguntar por Meimei, en un pequeño hotel al norte de Yukio llamado Alba del Invierno.
Kokuō no respondió. Ni siquiera pestañeó cuando el cuerpo de Kuroyuki dio una brusca sacudida y cayó al suelo de espaldas entre aullidos de dolor, agarrándose la cabeza. El negro había vuelto a sus ojos. Nueve se había ido.
Y ella también lo hizo. Pasó de largo junto al cuerpo de Kuroyuki sin apenas dirigirle una mirada y, paso a paso, se internó en el bosque que rodeaba el Valle del Fin. Rodeada de árboles, con la lluvia cayendo sobre su rostro y sus cabellos, y el aire soplándole en las mejillas, el bijuu no pudo evitar sonreír. Era libre. Libre de nuevo y de forma definitiva. Siguiendo un impulso primario, echó a correr. Corrió tan rápido como le permitieron las jóvenes piernas del cuerpo que ahora habitaba, disfrutando del golpe del viento en sus cabellos, de la velocidad, de la tranquilidad que le inspiraba correr así. Hacía tanto que no podía correr...
«¿Q... qué es esto...?»
Aquella voz la sacó de su éxtasis, obligándola a detenerse en seco. Con un quedo suspiro, Kokuō apoyó la espalda en el tronco de un árbol cercano y cerró los ojos.
. . .
Allí estaba ella. Acuclillada en aquella pequeña jaula de madera que apenas le dejaba sitio para moverse. Kokuō se acercó con lentitud, con sus cascos levantando las hojas caídas de otoño y sus cinco colas levantando remolinos libremente. No tardó en sentir su presencia, y cuando lo hizo la muchacha se reincorporó todo lo que aquel espacio le permitía y se lanzó contra los barrotes.
—¡Gobi! ¿Qué es esto? ¿Por qué...? ¿Por qué estoy aquí? —preguntaba Ayame, de forma lamentable. Tenía las mejillas enrojecidas y los ojos inundados.
Ante sus ojos de bijuu, aquella muchacha no era más que una hormiga. Una hormiga a la que podría aplastar con un solo soplido si lo deseaba... si no fuera porque, aunque se hubiera revertido, el sello seguía manteniéndolas a ambas con vida.
—¡Gobi!
—Mi nombre es Kokuō, no Gobi —replicó, irritada—. Me temo que por azares del destino hemos intercambiado los papeles, señorita.
Ella palideció, y sus ojos castaños se inundaron de lágrimas rápidamente.
—Qué... ¿Qué quieres decir...?
—Que, a partir de ahora, usted será la que se quede encerrada, y yo seré la que lleve las riendas de su cuerpo. Eso es lo que quiero decir.
—¿QUÉ? ¡NO! ¡NO ES VERDAD! ¡ESTÁS MINTIENDO! —aullaba, sacudiendo los barrotes. Como si eso fuera a bastar para liberarse. Ella lo sabía muy bien—. ¡SÁCAME DE AQUÍ AHORA MISMO!
Kokuō entrecerró los ojos y lanzó un resoplido a través de sus fosas nasales que agitó los cabellos y los ropajes de Ayame, quien, angustiada, se dejó caer al suelo entre resuellos.
—Me temo que eso no va a ser posible, señorita —concluyó, dándole la espalda para dar por concluida la conversación.
Pero aquella terca muchacha no iba a dejarla marchar así por las buenas.
—¡No quiero estar encerrada aquí!
Las escápulas de Kokuō se estremecieron en una carcajada. El bijuu volvió a darse la vuelta para encararla, y bajó el cuello para que sus rostros quedaran cara a cara.
—Yo tampoco quería estarlo, señorita. Y nadie me preguntó al respecto. Ahora sabe lo que se siente, ¿verdad? Sabe lo que se siente encerrada dentro de un cuerpo que no es el suyo, un cuerpo que no podrá controlar a su antojo. Ahora sabe lo que se siente al estar encerrado. Inmovilizado. Apresado. Subyugado. Lo siento, señorita. Esto no ha sido obra mía, pero pienso disfrutarlo como me merezco.
—No... por favor, no... —suplicó ella, entre más lágrimas—. Mi familia, mis amigos... Daruu-kun... Por favor, no me hagas esto. ¡Por favor, no me arrebates mi vida!
—Es lo que el destino ha querido. Este bosque y esta jaula serán tu vida ahora. —culminó, reincorporándose de nuevo para marcharse.
Ayame, desesperada, estiró el brazo a través de los barrotes, tratando de contenerla.
—¡Kokuō! ¡ESPER...!
Pero Kokuō se había marchado. Ayame lanzó un grito desgarrador. Agitó los barrotes. Los embistió. Los golpeó. Siguió chillando y llorando. Pero todo fue inútil. Al final se rindió y se dejó caer sobre el suelo entre continuos sollozos. Se había creído morir, pero lo que le acababa de pasar era mucho peor que eso. Acababa de perder su vida, su hogar, su familia, sus amigos... No le quedaba ya nada, sólo dejarse pudrir ahí dentro.
«Y yo que me juré que no volvería a controlarme...» Se lamentó, maldiciendo mil y una veces su cruel destino.
—Soy... Aotsuki Ayame... kunoichi de Amegakure... Fracaso de guardiana de Kokuō... —Ayame se mordió el labio inferior, con la congoja y la más absoluta tristeza quemando sus entrañas—. Papá... Kōri... Daruu...-kun...
. . .
Abrió de nuevo sus ojos aguamarina, de vuelta en el mundo real. Y ahora que había rechazado la oferta de su hermano, ¿qué iba a hacer?
Refugiarse en el bosque más alejado de la humanidad posible y vivir una vida pacífica era la opción más tentadora. Quizás podría viajar al País del Agua, su lugar de origen. Estando las aldeas en el continente, allí no habría muchos shinobi que pudieran descubrirla.
—Sin embargo... —musitó, dirigiendo la mirada de sus ojos hacia el sur.
5/11/2018, 12:19 (Última modificación: 5/11/2018, 12:19 por Amedama Daruu.)
Kokuō pasó a su lado, y Kuroyuki creyó que pagaría su enfado con Kurama con ella. Apretó los dientes y cerró los ojos, pero el bijū no le hizo absolutamente ningún caso y siguió su camino.
«¿Interés? Yo de verdad aprecio a Kurama-sama, Kokuō-sama. De verdad lo hago. N-no lo entiende.»
Se levantó, se sacudió el polvo de la ropa y observó la estatua decapitada desde allá abajo.
«Mientras otros ninjas se conforman con seguir a sus kages, nosotros le seguimos a él, por su legítimo derecho. ¿Qué problema hay? ¿Cuál es la diferencia?»