Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El shuriken voló, y pese a que desapareció por el otro lado sin menores contratiempos, notó algo raro. No era nada visible, ni tangible. Más bien, era la ausencia de algo. ¿Dónde estaba el sonido metálico al chocar contra el suelo? Kaido había tirado una piedra al pozo, y el pozo parecía no tener fondo.
Haciendo gala de sus habilidades ninja, a Kaido no le costó adherirse al mural para subirlo. Eran apenas cuatro metros. Casi nada para alguien como él. Dio un paso. Dos. Tres…
Un cuarto. Un quinto. Un sexto.
Dio otros tres pasos más y empezó a darse cuenta de que algo marchaba mal. Por mucho que se acercase, por mucho que escalase, el fin de la valla parecía tan lejano como al principio. De hecho, ahora que se fijaba… no había escalado ni medio metro.
Alcanzar su destino, sin embargo, le resultó imposible. Al cabo de un tiempo, Kaido sintió que por más que estirara la mano, nunca iba a llegar hasta el tope de la valla. Era como tratar de ver qué es lo que hay tras la infinita franja que se forma en cualquier horizonte.
Maldijo para sus adentros demasiadas veces como para llevar la cuenta. No iba a continuar la escalada porque se hacía una idea de lo que estaba sucediendo.
«Maldita paradoja de los cojones, y todo por los putos sellos de mierda. Si los arranco seguro que cesan el efecto, pero ...»
Negó con la cabeza, tratando de convencerse de que tomar las riendas de un asunto ahora tenía mayores represalias que antes. Ya no tenía una bandana que avalara todas sus acciones. Y un renegado no vivía para serlo si desafiaba a la ley ahí a donde fuera a parar. Entonces, tomó una decisión casi que impropia de Umikiba Kaido.
De encaparse con la paciencia digna de un hombre perseverante, una cualidad que escatimaba en él, sin duda.
Si no había más entrada que aquella, en algún momento de la noche iban a tener que abandonar el tugurio. Y si no lo hacían, es porque, en efecto, algo estaba pasando por alto.
Kaido buscó en su interior la paciencia que nunca había tenido en la vida y se aferró a ella con fuerza. en ocasiones creyó perderla. Y es que la noche se le hizo larga. Muy larga.
Vio a muchos hombres y mujeres saliendo del local, la mayoría entre risas y carcajadas agudas. Algunos incluso con dificultad para caminar, formando eses por el camino. Más de uno —y de una— se abrazaba a algún amigo para que le ayudase a caminar de vuelto a la Villa. Lejos de algo dramático, se reían mientras pasaban las penurias por volver a casa. En definitiva, todo el mundo parecía marchar feliz.
O casi todo el mundo.
Cuando ya habían pasado tantas horas que casi se iba a hacer de día, Kaido se fijó en un grupito de mujeres que salió al exterior. Apenas media docena. Veinte minutos más tarde, otras cuatro. Iban juntas, pero apenas hablaban. Ni mucho menos reían. Poco después Kaido reconoció en la lejanía a los dos guardas que custodiaban la entrada, marchando también. Segundos más tarde, la mujer de pelo rizo que le había atendido tras el mostrador,.
Y a nadie más durante el resto de la noche. Poco a poco el sol iría saliendo por el Este…
Shirosame dejó de ser Shirosame en algún momento de la noche. ¿De qué le servía, sino para gastar chakra? de nada, absolutamente nada. Así como también le sirvió poco eso de aguardar casi toda la noche. Una que se le hizo jodidamente eterna. Tan eterna como la vida misma.
Y es que una noche de faena por lo general pasaba volando, y seguro que entre copas, música o farda, mucho más rápido aún. No podía esperar lo mismo durante una velada en la que sus ojos estaban postrados en la entrada de un tugurio, del que no salió nadie sino hasta muy cerca del amanecer. Para cuando algún par de rostros conocidos comenzaron a abandonar el local, ya el gyojin estaba hasta los cojones. Joder, que había pagado una habitación y ni siquiera la había usado.
Entonces decidió usar su última baza, y si no le servía, siempre podía volver la noche siguiente.
Kaido creó un Kage Bunshin e hizo seguir a la recepcionista de cabello rizado. Y él, el original, se acercó al gran portón de que habían emergido todos, ahora cerrado, y evaluó las posibilidades de colarse a través de las rendijas inferiores. Lo cierto es que estaba escaso de ideas, tan frustrado como podía esperarse de Umikiba Kaido; así que tal vez no estaba pensando con la suficiente cordura como para tomar la mejor decisión. Pero consideró en ese momento que sólo habían dos opciones:
O que Mutsuku nunca estuvo ahí dentro, o bien se movía desde otro lado. Habría que averiguarlo.
El Kage Bunshin siguió a la recepcionista camino abajo. Se internó por las calles, ya solitarias, de la villa, donde cada paso interrumpía el silencio de la noche. El pueblo dormía, y salvo el neón encendido de algún establecimiento, todo estaba apagado.
La mujer llegó hasta un pequeño bloque de pisos, y accedió a este tras abrir el portal con una llave. Subió por unas escaleras hasta el quinto piso, donde estaba su apartamento, y entró a él cerrando tras de sí y echando el cerrojo.
• • •
Todo estaba sumido en la más absoluta oscuridad. Kaido había accedido al interior valiéndose de sus habilidades de Hozuki, y ahora tenía frente a sí el mostrador, vacío. También las cortinas, cerradas. ¿O abiertas? Con tanta oscuridad, era difícil saberlo.
La mujer se había internado en su complejo de apartamentos, y aunque quería creer que aquella información le iba a servir de algo esa noche, lo cierto es que no era así.
Pero ya estaba tan metido en la mierda que no era como si con un baño se iba a quitar el olor. Ahora tenía que llegar hasta el final del camino, que no era sino explorar el interior de la Nube de Oro.
Lo primero: encontrar las luces que le permitiesen abandonar la oscuridad que ahora le abrazaba.
Umikiba Kaido avanzó con pies de plomo. Muy lentamente, con las manos en alto por la falta de luz. Aún así, se llevó un golpetazo con la rodilla contra la esquina del mostrador, que le hizo morderse la lengua y ver puntitos de luz aquí y allá.
Pasado el mal momento, su manó alcanzó la fría pared de piedra. Se guio por esta, tratando de hallar un interruptor. Pero antes, se encontró con una tela fina, suave al tacto. Seguramente se trataba de la cortina que había visto antes. Continuó por ella, girando y dando la vuelta por la pared.
Y fue ahí cuando lo halló. Plástico sobresaliendo sobre la piedra. Un rectángulo inclinado hacia arriba. Apretó, y la majestuosa lámpara del techo se encendió. Estaba decorada por preciosas piedras parecidas al diamante —si bien se notaba que era una mera imitación—, y daba luz a todo el interior.
A las escaleras que había a la izquierda, que ascendían hacia arriba y que estaban coronadas por un letrero: Habitaciones 1-15. También llegaba a dar forma a las que había a la derecha, con otro letrero: Habitaciones 15-30. A la izquierda, una puerta que daba a los vestuarios —pues así lo indicaba el cartel que estaba colgado en ella—. A la derecha, otra puerta de color rojo, mucho más robusta, y que a diferencia de las otras no tenía ninguna indicación.
Al frente, grandes puertas correderas de cristal. Se veían los baños termales desde allí, humeantes. Se veía, incluso, cómo había una especie de bar dentro de los propios baños. La gente podía ir y, sin salir del agua, pedirse lo que fuese que allí vendiesen. La barra estaba a apenas un metro de altura sobre la superficie del agua, y había taburetes de piedra bajo la superficie.
Oh, ¿y mencioné el detalle más minúsculo de todos? Sí, allí, junto a las puertas de cristal, había una silla. Una silla ocupada.
—Impf… Impf… ¡INTRUSOOOO! —chilló, recién despertado, nada más ver al culpable de que la luz estuviese encendida. Se cayó de culo del susto, y tenía la cara roja, muy roja—. In… ¡Intruso! ¡Intruso! ¡Intruso!
Tras un par de trastabilleos, algún golpe indeseado y una muy apropiada perjura, Kaido encontró la luz; que le permitió finalmente conocer cómo era la Nube de Oro.
Se trataba de un inmenso galón que comprendía con dos escaleras bifurcadas a cada extremo del establecimiento, anunciadas con un cartel con la seguidilla de habitaciones que suponían encontrarse en la parte superior. Inmediatamente a la izquierda, los vestidores. Y a la derecha, una puerta roja sin ningún tipo de indicación.
Al frente de todo, una vidriera corrediza daba paso a los famosos baños termales.
Y la misma estaba custodiada. Por un regordete al que le pudo ver poca cosa como la perilla, que gritó tras ser despertado por la luz. Kaido no perdió ni un segundo en volar prácticamente hacia él y taparle la boca con la fuerza de mil hombres, mientras aguardaba expectante a que aquel grito ahogado no llegara a los oídos de nadie. O bien que después de la faena, no quedase ningún cliente en el interior.
Así lo intuía, era lo normal. Pero era mejor no arriesgarse.
El hombre, empujado por Kaido, chocó de espaldas contra la puerta de cristal, dándose un golpetazo en la nuca. En sus treinta años —diez como vigilante—, jamás había tenido que vérselas con nadie. Él llegaba a su puesto de manera puntual, hacía guardia de forma profesional, y se iba a casa con un fajo en el bolsillo.
De ahí su estado físico deplorable. Gordo. Lento. Flojo. De ahí también que, en los últimos años, la confianza que le otorgaba la monotonía de la noche provocase que se quedase dormido en más de una ocasión. De hecho, las veces que se despertaba era más por el temor de que su jefe le pillase a que alguien se atreviese a entrar.
Pero siempre llegaba la excepción. Y aquel,maldita fuese su suerte, era el día.
Forcejeó inútilmente, sacudiendo los brazos y tratando de enganchar algún golpe en aquella mole azul. Fue entonces cuando se acordó que llevaba siempre un puñal consigo —más por postureo a que lo considerase útil, pues jamás había tenido necesidad de desenvainarlo—. Su mano regordeta logró asirlo tras unos momentos de dificultad, y buscó apuñalarle el costado mientras gruñía.
A su vez, se oyeron unos pasos que bajaban a toda prisa desde las escaleras de la derecha.
No fue el encontronazo más difícil que pudiera haber tenido nunca, desde luego. Por el contrario, le resultó absurdamente sencillo placar al gordo y llevarlo a sus rastras, entre forcejeos que de a poco se hacían más débiles. Más predecibles. Sin embargo, lo que le realmente le sorprendió fue que aquel tipo pudiera arreglárselas para blandir un jodido puñal que tuvo voluntad para clavárselo en un costado.
Quizás fue el miedo de que le perforasen un pulmón. O de verse descubierto por lo que creía él era inconfundible sonido de alguien bajando las escaleras.
Fuera una o la otra, Kaido tenía una única solución.
¡Splash!
El puñal no le atravesó como solían hacer todos los objetos punzantes que trataban de magullarlo, sino que le hizo implotar en un montón de agua, como un globo. El gordo se empapó como si ahí dentro estuviera lloviendo, probablemente obligándolo a cerrar los ojos; mientras la maraña de charcos se perdían entre alguna rendija cercana a las puertas corredizas.
Y ahí, desde la monótona clandestinidad, aguardó. A ver quién —contra todo los jodidos pronósticos—estaba ahí dentro.
7/11/2018, 01:51 (Última modificación: 7/11/2018, 01:52 por Uchiha Datsue.)
Kaido no halló más rendija que la que le otorgaba la Puerta Roja. Se escabulló por allí, inundándose de nuevo en la oscuridad más absoluta. Del otro lado, oyó los pasos de alguien bajando al primer piso. Por el sonido de las pisadas, se notaba que iba descalzo.
Plac, plac, plac. Un sonido metálico, como el de un hierro golpeando el suelo de forma rítmica.
—¡Keisuru! ¿Qué coño ha pasado?
Plac, plac, plac. El sonido era todavía algo lejano, quizá proveniente de las escaleras de en frente. Se acercaba…
—¡L-lo siento, jefe! ¡Un… un… intruso! Estaba justo ahí, y de repente… Agua y…
¡Plac, plac, plac!
—¿Agua? ¡¿Cómo que agua?! ¿Eres imbécil? ¡¿A dónde coño ha escapado, joder?!
—¡JUUUUUJUJUJUJU! —Una risa aguda, cuya primera impresión era que pertenecía a una mujer, llegó hasta los oídos de Kaido—. ¡Te lo dije! ¡Te dije que investigases! ¿Dónde? ¡¿Dónde?! —preguntaba ansioso. Se oyó un chasquido, como un cristal rompiendo—. ¡JUUUUUUUJUJUJUJUJU! ¡Sal, pezqueñín, saaaal! ¡Ven con papá! ¡VEN CON PAPÁ!
¡¡¡BOOOOOOOOOM!!! La puerta tras la que se escondía Kaido se vino abajo de un sonoro golpetazo. La luz invadió el escondite, revelando un gran almacén lleno de cajas, botellas y una puerta al otro lado. Olía a marihuana.
En el umbral, la figura de la risa aguda emergió. No era una mujer, sino un hombre que empuñaba una maza fina con pinchos. Sus nada comunes rasgos le delataron en seguida. Era el hombre al que Kaido había estado buscando.
Era Shaneji. Desnudo de torso para arriba, y sonriendo. Sonriendo de oreja a oreja.
Esa clandestinidad que buscaba le llevó entonces hasta el interior de aquella habitación tras la susodicha puerta roja. Dentro, no hubo sino una oscuridad tenue que le envolvió como capa de sombras, impidiéndole ver absolutamente nada alrededor.
Pero oír ...
aún podía hacerlo, y perfectamente.
Y lo que oyó fue una voz increpando al guardia. De fondo, el golpeteo continuo de un objeto sobre la madera. Metálico, intuía él. Luego, un par de frases reveladoras que demostraban que de alguna forma, esa gente le estaba esperando. O de lo contrario, no le hubieran llamado escape a su desaparición, o le hubieran llamado pezqueñín. En definitiva, sabían perfectamente quién era el intruso y le estaban esperando con la botella de champán abierta. Que en este caso, era aquel mazo de pinchos sostenido por el anfitrión:
Hozuki Shaneji.
Los ojos de Kaido se iluminaron. Aunque su rostro no decía poco más que mierda, me han pillado.
—Hola, que tal, muy buenas noches. Vengo para una entrevista de trabajo con el señor Mutsuku —espetó, como si no le hubieran cogido in fraganti—. ¿acaso saben dónde puedo encontrarlo?
¤ Mizudeppō no Jutsu ¤ Técnica de la Pistola de Agua - Tipo: Ofensivo - Rango: S - Requisitos:
Hōzuki 70
Suika no Jutsu
- Gastos: 42 CK por disparo - Daños: 70 PV por disparo - Efectos adicionales: - - Sellos: - - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: 10 metros
Imitando con su mano la forma de una pistola y utilizando el Suika no Jutsu, el usuario comprime el agua en la punta del dedo. El disparo se produce con una tremenda fuerza y velocidad que produce un sonoro estallido y es incluso capaz de perforar fácilmente un cuerpo humano.
El usuario puede aumentar la potencia de la técnica utilizando ambas manos para disparar de forma simultánea dos balas de agua, haciendo el ataque aún más letal.
Una bala comprimida voló desde el dedo índice y corazón de aquel hombre, y atravesó a Kaido. Pero Kaido explotó en cientos y cientos de gotas de agua, que para colmo, no volvieron a resurgir. Porque no eran sus aguas las que fueron atravesadas, sino las de un clon. Un Mizu Bunshin.
Ahí, en algún lugar de aquella habitación, una mano incrédula apuntalaba entre la oscuridad a su reconocido adversario. Dedo índice y corazón, también, vislumbrando a su oponente. Aunque ninguna bala salió de ellos aún. Porque contaban las leyendas del Viejo Oeste que un pistolero salía victorioso de sus disputas frente a las torres del Reloj cuando sabía desenfundar en el momento correcto. La paciencia era tu amiga en aquella clase de duelos. Más aún, entre dos dueleros de un clan tan absurdamente reticente a morirse por alguna herida moral como lo eran ellos. Los...
—Por Ame no Kami. Vine hasta el culo del mundo para alejarme de los problemas y vengo a encontrarme a un puto Hōzuki. ¿Qué clase de chiste es éste? —su dedo calibraba bien la distancia. Medía el punto exacto, aún sin escupir su munición—. eh, eh, eh. Controla ese gatillo, vaquero —le amenazó, por si tenía intenciones de arremeter nuevamente. Que tuviera en cuenta que le tenía bien apuntado—. ¿Quién cojones eres tú? ¿No te ha mandado ella a darme caza, no?
Actuar. Se le daba muy bien, a veces. Si no hubiera nacido tan feo, seguro habría podido ser un galán de telenovelas o una figura de acción en las películas de grandes directores de ciencia y ficción.
200/200
–
250/250
–
-10
–
+10
–
1 AO revelada
–Creación de un Mizu Bunshin cuando estalló la puerta
¤ Mizu Bunshin no Jutsu ¤ Técnica del Clon de Agua - Tipo: Apoyo - Rango: C - Requisitos: Suiton 40 - Gastos: 10 CK + X CK (divide regen. de chakra) (máx. 1 por cada 10 de Inteligencia) - Daños: - - Efectos adicionales:
Crea un clon de agua con 10 PV de resistencia y X CK (X < 1/2 CK total del usuario)
(Suiton 80) Crea un clon de agua con 20 PV de resistencia
- Sellos: Tigre - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones:
El clon no puede alejarse más de 20 metros del usuario
Puede surgir de cualquier masa de agua estancada o del usuario a menos de 5 metros de distancia
La técnica del clon de agua es similar a la de los clones de sombra, y sin embargo en ésta se crean clones hechos en su totalidad por agua que poseen una fracción del poder del original. Puesto que es un clon sólido, puede realizar tareas de todo tipo, aunque sus armas son de agua y no causan daño alguno. El clon puede realizar cualquier técnica de tipo Suiton, y no puede alejarse más de cierta distancia de su original. Cuando mueren, se deshacen en un chorro de agua que deja un charco. El clon puede crearse desde cualquier lugar de una superficie de agua que se encuentre a menos de 5 metros de distancia. Cuando el clon se disipa, el chakra que le queda vuelve al usuario, pero éste no recabará ninguna información. De hecho, su cuerpo aceptará la energía de forma inconsciente y ni siquiera se percatará de que su clon ha desaparecido.
8/11/2018, 03:29 (Última modificación: 8/11/2018, 03:29 por Uchiha Datsue.)
Tendría que habérselo imaginado. Umikiba Kaido, como todo Hozuki, tenía facilidad para crear clones de agua y esconderse en los lugares más recónditos. Los ojos de Shaneji, azules como el mar enturbiado, buscaron al verdadero, que le apuntaba de la misma forma que había hecho él.
Se pasó la lengua por los dientes, y lentamente bajó la mano. En contraposición, su otra mano alzó el tetsubō para apoyarlo en el hombro. Ladeó ligeramente la cabeza hacia un lado, mientras oía con gesto curioso la explicación del amejin…
… sin despegar sus ojos del arma que le apuntaba.
—Bonita forma de alejarte de los problemas: colándote por la noche en una propiedad privada.
—Shaneji, ¿qué coño pasa? —preguntaba el hombre desde el otro lado, sin atreverse a acercarse.
—Kaido. El chico que preguntó por ti… con su verdadera apariencia. Te dije que investigaras, Mutsuku.
—¡Jo-der! —se oyó la patada a una silla, y el quejido asustado de Keisuru—. ¡Pregúntale quién le manda! Y… ¡Y dile que yo soy un trabajador honrado, joder! ¡Qué cumple con sus impuestos como todo ciudadano de a pie y que tengo todos los papeles en regla!
Aquella última afirmación arrancó una carcajada a Shaneji.