La Tribu Roehuesos

[Riko]

Finalmente Ikari también había aceptado, ¿Qué iba a hacer si no? Por lo que unas horas después de allí, y después de desandar el camino que habían realizado hasta el pueblo de Jinmaro, volviendo al pequeño campamento donde la Tribu le había mantenido preso, aunque por suerte para el uzujin, la situación había cambiado un poco, al menos no estaba en una jaula metido y eso era un alivio.

Unas antorchas ayudaban a sus inexpertos ojos a guiarse en la oscuridad que proporcionaba la frondosidad de aquellos bosques del Paraje del Bambú, permitiéndole ver a algo más que un palmo de su frente.

De repente el Kaguya notó que una presencia se acercaba a una posición, ansioso, o al menos eso aparentaba por sus pasos.

—Si las cosas se ponen feas, y ellos tienen que caer; que así sea. ¿Lo entiendes, no?

Riko quedó callado unos instantes, asimilando la franqueza del medio escualo y tratando de ordenar sus ideas.

—Lo entiendo, pero esperemos no llegar a eso, ¿eh?

Era cierto que aquellos tipos le habían secuestrado y encarcelado pero, con el tiempo que había pasado con ellos había llegado a casi comprender sus motivos, por lo que no podía culparles tanto como le gustaría.

—Y espero que no les hayas dicho lo mismo a ellos sobre mí. — Dijo el joven, clavando sus ojos azules en los del amejin.

[Umikiba Kaido]

La sonrisa de Kaido se ensanchó en sobremanera.

—Sabes, una vez conocí a otro Riko. Creo que ya te hablé de él. Senju, y Uzujin. Hace casi año y medio que no le veo. Me recuerdas mucho a él —le comentó—. no las vimos parda juntos, en su día, allá en Inaka. Nos enfrentamos a un jodido escarabajo gigante y a una red de piratas de arena. ¿Jodidamente impresionante, no crees?

[Riko]

Kaido ensanchó su sonrisa dentada y el uzujin no supo si devolverle la sonrisa o si salir corriendo alejándose lo máximo posible de él, pero al final tomó la decisión intermedia y se quedó allí sin devolver la sonrisa, esperando a que el amejin hablara.

—Sabes, una vez conocí a otro Riko. Creo que ya te hablé de él. Senju, y Uzujin. Hace casi año y medio que no le veo. Me recuerdas mucho a él. no las vimos parda juntos, en su día, allá en Inaka. Nos enfrentamos a un jodido escarabajo gigante y a una red de piratas de arena. ¿Jodidamente impresionante, no crees?

Lo cierto era que sí que sonaba impresionante, enfrentarse a una red de piratas y a un jodido escarabajo gigante, tanto su tocayo como aquel amejin debían de ser bastante fuertes.

—La verdad es que sí, es bastante impresionante, espero estar a la altura de mi compatriota. — Concedió. —Imagino que aquella aventura terminó bien para vosotros, ¿no?

[Umikiba Kaido]

—Oh, sí. Muy bien. Y más te vale que ésta acabe mejor, tienes que estar a la altura de los otros Riko del mundo —dijo, levantándose de un sopetón—. ¡bien, pulgosos! ¡¿estáis listos?!

Estaban listos. Pero no parecían estar contentos con que les siguieran llamando pulgosos.

—Acabemos con esta pesadilla de una vez por todas.

Así pues, el ejército empezó a marchar hacia la morada de Kaguya Jinmaro.

. . .

Glup, glup, glup tan sólo se oía un leve goteo, proveniente de una caña. Tras de ésta, parecía haber una especie de pendiente de tierra que llevaba a un oscuro agujero, el cuál daba toda la sensación de ser el camino directo al purgatorio. La entrada estaba completamente sola, aunque los ninja habían tomado todas las precauciones como para que nada que pudiera salir se les escapara. El flanco izquierdo estaba ocupado por Yaban. Ikari y Riko ocupaban el derecho, con una separación entre punto y punto de al menos diez metros.

Kaido tomó la vanguardia, acompañado por el olfado de Sombra.

—¿Hueles algo, In'eimaru? —le susurró. El chucho asintió con el hocico—. bien, guíanos con el rastro.

El tiburón alzó la mano y gesticuló con la misma para que le siguieran. La entrada estaba libre.

[Riko]

Riko asintió ante la especie de advertencia que el amejin le había lanzado, daría lo mejor de sí para que aquella misión llegara a buen puerto, primero para poder marcharse a casa tranquilamente, y segundo para tratar de mejorar las relaciones entre las dos aldeas que más asperezas tenían, Ame y Uzu.

Todos pusieron rumbo a su objetivo, siguiendo a Kaido y, cuando llegaron a lo que en principio era la entrada, se habían organizado de tal manera que Riko e Ikari cubrían el flanco derecho, Yaban el izquierdo y Kaido se situaba en la vanguardia del grupo.

—¿Estás nerviosa Ikari? — Susurró el joven uzujin, en un tono algo burlón.

En cierto punto el medio escualo alzó la mano e indició que le siguieran y Riko obedeció, comenzó a avanzar sin perder la formación y sin perder de vista al amejin, esperando más indicaciones según avanzaban.

[Umikiba Kaido]

No hizo falta que la mujer asintiera para delatar su nerviosismo. Es que tenía tantas cosas en juego. Su propia vida. La de su padre. La de sus hermanos. La de cada uno de los miembros de su pequeña aunque descarriada Tribu. Era demasiada apuesta sobre la mesa.

Y la posibilidad de perder todo aquella noche era ... era ...

—Cállate, enano. No es asunto tuyo.

El interior de la caverna, finalizadas las escaleras, yacía levemente iluminado por fogones de madera colgadas al trecho. El túnel y sus paredes parecía improvisado, hecho con alguna técnica de Doton, seguramente. El camino era estrecho y conducía por todo un frente recto que se alargó unos diez metros en descenso.

La calidez de la fría noche en el exterior parecía convertirse con cada paso en un lejano recuerdo. Ahí abajo, el calor era absurdo. El escualo alzó la mano otra vez, deteniéndose en seco. Ahora frente a ellos habían dos caminos. Izquierda y derecha. La incertidumbre le agobio de pronto, como era de esperarse. ¿Qué iban a hacer? ¿separarse, o continuar todos juntos?

Sombra gruñó en su idioma. Ikari alzó levemente la voz.

—El olor le es familiar. Pero hay otros dos aromas que se bifurcan en el lado izquierdo y que no le dejan identificar la esencia que conoce de Jinmaro.

[Riko]

El Kaguya sonrió ante la respuesta de Ikari, aunque hizo caso y no comentó nada más del tema y simplemente avanzó junto al grupo.

Avanzaron hasta bajar las escaleras hasta internarse ligeramente en la caverna que, a simple vista, no parecía natural, parecía hecha por algún tipo de técnica y aquello fascinó al uzujin, bastante novato en todo lo relacionado con aquel mundo.

A medida que se internaban en la cueva los grados iban en aumento y el sudor comenzaba a perlar la frente del pelinegro, que se pasaba el dorso de la mano de vez en cuando para evitar que las gotas le cayeran sobre los ojos y le impidieran la visión, pero de pronto, y tras la orden de Kaido, el grupo se detuvo en seco delante de una bifurcación.

—El olor le es familiar. Pero hay otros dos aromas que se bifurcan en el lado izquierdo y que no le dejan identificar la esencia que conoce de Jinmaro.

Habían llegado a un punto que no estaba previsto en el plan de Kaido, por lo que quedaba improvisar un poco, era un 50% de acertar, por lo que Riko se adelantó un poco.

—Vamos todos por el mismo, si no es el camino siempre podemos volver, ¿qué os parece? Yo digo de ir por la derecha. — Dijo fijando la vista en el camino de su diestra.

[Umikiba Kaido]

Entonces, por primera vez en aquel par de días terribles para él, Riko pudo hablar por sí mismo. Tuvo un momento de poder de decisión en lo que pareció ser su propia pesadilla personal, en la que creyó estar cerca de morir. Sin que nadie se lo preguntara, prácticamente sugirió por todos lo que debían hacer. Y eso era permanecer juntos. Siempre.

—Por la derecha será. Sombra, ¿percibes algo más? —In'eimaru ladró de nuevo. Su nariz había captado otra cosa—. es él. Está ahí.

—Espera —lanzó Kaido, buscando algo en su mochila. Sacó luego una bandana ninja con el símbolo de Amegakure—. Es de Jibo-san. ¿Le hueles cerca?

El lobo negro salió despedido. ¡Le había captado! todos salieron corriendo tras él.

El pasillo izquierdo se extendió finalmente hasta una abertura que dio paso a una caída inclinada. Los ninja cayeron en una especie de charco de agua remanente, que habitaba una cámara repleta de huesos por todos lados. Era similar a aquella cueva que Hauru le había mostrado a Riko horas atrás. Muy similar.

En el fondo, había un hombre atado a un lar de esposas supresoras que a su vez colgaban de una travesera de hierro. Parecía dormido, o desmayado, pues colgaba de la coyuntura de los hombros.

Kaido corrió hasta él y le palmeó la cara.

—Joder, Jibo. ¿Estás bien? despierta, chaval, hemos venido a salvarte el culo.

[Riko]

Parecía que la decisión de romper el silencio que había tomado había sido bien recibida por el resto del grupo, que aceptaron de buena gana la idea de permanecer juntos fueran por donde fueran y, finalmente, el perro ladró tras la pregunta de Yaban. Sabían donde estaba Jinmaro, ya sabían por donde ir.

—Espera —Pero Kaido frenó un poco la emoción. —. Es de Jibo-san. ¿Le hueles cerca?

El objetivo principal para Kaido era rescatar a Jibo, por lo que era a lo que iba a dar prioridad, por lo que todos siguieron al gran lobo que salió corriendo en cuanto olisqueó lo que el amejin le ofreció.

Cayeron a un charco, empapándose los pies, pero aquello lo único que hizo fue retrasar unos segundos que Riko mirara la sala en la que se encontraban, una zona prácticamente idéntica a la que había visitado con Hauru, donde habían tenido el pequeño percance, y se quedó unos segundos allí parado sin reaccionar, no al menos hasta que escuchó la voz de Kaido, algo alejada.

—Joder, Jibo. ¿Estás bien? despierta, chaval, hemos venido a salvarte el culo.

El joven estaba colgado de unas esposas y el amejin trataba de hacer lo necesario para despertarle. Riko entones se acercó hasta ellos.

—Tenemos que bajarle, ayúdame.

Y el uzujin trató de descolgar a Jibo, esperando que alguien le ayudase pues él solo no podría cargar con el tipo.

[Umikiba Kaido]

No hacía falta descolgar a nadie, los pies del Kaguya tocaban el suelo. Sólo que su cuerpo endeble, acaecido por la inconsciencia, no le permitía estar rígido, sino suelto como un flan.

—Hay que cortar las putas esposas. ¡Venga, rápido!

Ikari trató de darles un garrazo, pero nada sucedió. Bastó que sombra la mordiera con fuerza como para que el metal se doblase y cediera una de las manos. El amejin se desplomó sobre su compañero. Parecía estar respirando, al menos.

—Demasiado sencillo. ¡Sal de tu escondrijo, bastardo! ¡He venido a matarte!

El sonido gutural que hace un hueso partiéndose inundó la cueva. Y es que de uno de los huesos que estaba al otro extremo, la imagen vívida de un hombre se desprendió de éste.

—Mi querido, inestimable y desagradecido Yaban. ¿A qué debo tu... vuestra indeseada visita? ¿acaso os he pedido ya a esa nueva ofrenda? aún no es tiempo.

Una sonrisa solemne adornaba un rostro impóluto. Era un hombre robusto, alto; con la apariencia de un treintañero. Cabello magenta, ese lunar de aquella foto ya vista por Riko, y ojos pardos dignos de un cazador. Vestía una bata blanca sobre un conjunto de hilo negro. Dos tinturas rojas adornaban su frente.

[Riko]

Sin duda había que romper las esposas que sujetaban al amejin, y el primer intento del grupo, de Ikari más concretamente fue inútil, pues su garrazo apenas les hizo un rasguño pero en cuanto el lobo se lanzó sobre ellas para darles un fuerte bocado, éstas cedieron y Jibo se desplomó sobre Kaido.

—Demasiado sencillo. ¡Sal de tu escondrijo, bastardo! ¡He venido a matarte!

La voz de Yaban le sobresaltó ligeramente pero, lo que más le incomodó fue el sonido que se produjo inmediatamente después, el sonido de un hueso partiéndose que le hizo alzar la mirada y tratar de buscar cuál de todos los que había allí había sido el causante del ruido y no tardó apenas nada en descubrirlo.

—Mi querido, inestimable y desagradecido Yaban. ¿A qué debo tu... vuestra indeseada visita? ¿acaso os he pedido ya a esa nueva ofrenda? aún no es tiempo.

Sin duda el aspecto de aquel hombre imponía, de un tamaño grande, con su pelo color magenta y las dos marcas circulares de color rojo en su frente y Riko no supo cómo reaccionar. Su primer instinto le decía que se alejara de allí, que se alejara de él, pero decidió mantenerse allí, lo más firme que pudo aunque tratando de pasar lo más desapercibido posible.

[Umikiba Kaido]

Yaban, Ikari y su chucho se pusieron delante de todos. Ambos asumieron su forma salvaje, previo gasto de chakra pertinente, y sus cuerpos cambiaron a la posición de una bestia. Cuatro patas, colmillos y garras. Rasgaduras en las mejillas.

Ambos salieron corriendo a rajatablas para acabar con él de una vez por todas. Mala decisión, esa.

Jinmaro hizo un sello de carnero. Aquello desencadenó un intenso dolor que caló en todo el cuerpo de los Inuzuka, haciéndoles caer de cara al suelo, arrastrándose un metro después por el impulso de la carrera. El Kaguya se acercó hasta ellos y le acarició el cabello a Ikari, ésta inmóvil.

Sus sellos se habían activado.

El Kaguya les despojó de sus tótem finalmente, y sonrió.

—No lo os merecéis. Habéis sido chicos malos.

El hombre miró a Riko fijamente.

—Disculpa a mis mascotas. No han sabido aprender de las formalidades que debemos tener nosotros los humanos. ¿Con quién tengo el gusto, si se puede saber? —por ahora ignoraba a Kaido, a quien ya había reconocido como su enemigo principal. Jibo no despertaba, a todo ésto, y el escualo comenzaba a desesperarse—. Kaguya Jinmaro, para serviros.

[Riko]

Los dos Inuzuka no tardaron apenas nada en ponerse en posición de combate, junto al perro se lanzaron directos al ataque lo cual no pareció ser la mejor de las ideas pues, tras un simple sello de Jinmaro, éstos cayeron al suelo, inmóviles y entonces el Kaguya se acercó hasta ellos para retirarles sus tótem.

Lo peor para Riko vino entonces, cuando el hombre decidió centrar su atención en él, dejando de lado a los Inuzuka, inmóviles e ignorando a Kaido, que trataba de despertar a Jibo en vano.

—Disculpa a mis mascotas. No han sabido aprender de las formalidades que debemos tener nosotros los humanos. ¿Con quién tengo el gusto, si se puede saber? Kaguya Jinmaro, para serviros.

Al uzujin no le salían las palabras, quizás fuera el miedo, pero tras un par de respiraciones se armó con el valor suficiente como para hablar.

—Kaguya Riko. — Respondió, sí, sabía que presentarse como un Kaguya no era la mejor de las ideas, pero no tenía demasiado sentido mentir. —¿Por qué todo ésto? — Fue lo primero que se le vino a la mente preguntar, todo para ganar algo de tiempo para pensar en algo.

[Umikiba Kaido]

—¡Oh, Kaguya! un gran clan el que llevamos en la sangre, ¿verdad? —alegó con sorna—. los maestros de los huesos. Qué irónico. Muy irónico, sí.

¿Qué por qué todo aquello?

—¿Te imaginas lo decepcionante que resulta para un Kaguya, nacer con una enfermedad ósea? ¿que tu organismo no absorbiese los nutrientes del calcio, que bebías del seno de tu madre? ¿que no fueras capaz de mover un brazo sin llorar a cántaros por el dolor de tu cuerpo de cristal, con la certeza de que acabarás sí o sí postrado en una cama por el resto de tus días?

»Por eso. ¡Para acabar con esa vergüenza, desde luego! para librarme de una maldición inhumana y desmedida de un algún Dios despiadado. Por eso, Kaguya Riko. ¿No crees que es una causa justa?

[Riko]

—¡Oh, Kaguya! un gran clan el que llevamos en la sangre, ¿verdad? los maestros de los huesos. Qué irónico. Muy irónico, sí.

Riko miró a Jinmaro con cara de no entender lo que le estaba diciendo, por eso calló, esperando a que el hombre le deira la explicación que le había pedido y, cuando la dio parte del uzujin quiso comprenderle, de verdad que lo quiso, pero no podía, no podía entender a alguien que por ahorrarse él un sufrimiento, se lo causaba a muchas otras personas.

—No, no lo creo. — Respondió el pelinegro en un tono cortante. —Causar el todo el dolor y sufrimiento que le has podido causar a tanta gente, no tiene justificación ninguna.

Desde luego que el uzujin había llegado hasta allí con una visión de Jinmaro que le facilitaba el odiarle, pero lo cierto era que, una vez había escuchado la historia de su boca, la cosa no había cambiado en absoluto.