Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Datsue creía empezar a comprender de qué iba todo aquello. Le faltaban muchos detalles todavía, muchos trozos del pastel, pero creía saber ya de qué sabor era este. Su papel sería el de un incógnito —¿el de un herrero, si había captado bien las indirectas?—. Nada de enseñar la placa de Uzu. Nada de dar su nombre real. Le gustaba. Esas misiones eran las que más le divertían, y en las que más cómodo se encontraba.
—¿Es cierto eso, pequeño mocoso?
Datsue alzó una ceja, molesto. Si supiese con quién estaba hablando… «Déjalo pasar», se dijo. Antes no tenía problema para hacer caso omiso a aquel tipo de comentarios, pero desde que era un Hermano del Desierto aquello le escocía más. Seguramente, la fama se le había subido un poco a la cabeza.
Entonces le llegó una pregunta que no se había esperado. ¿Se hubiese dedicado él a la herrería de no ser ninja? Para responder sinceramente a aquella pregunta, tendría que remontarse a años atrás.
—Seguramente —dijo, sin remontarse una mierda. ¿Para qué perder el tiempo, si probablemente terminaría mintiendo? Herrero, vendedor ambulante, estafador… Tanto le hubiese dado mientras obtuviese el máximo de beneficios posible—. Y, a poder ser, de katanas. Tengo un especial amor por ellas —confesó—. El sonido que producen al ser desenvainadas… —cerró los ojos, y puso cara de estar saboreando el mayor manjar del mundo—. Oh, es indescriptible.
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Indescriptible fue, para su pesar, ver la sonrisa de Yuunisho. Los dientes amarillos y ensombrecidos por las caricias del tabaco. Datsue sólo pudo imaginar que Akame, también un ávido fumador, quedase con los dientes así cuando echara raíces. Si ya con la nariz torcida de su Hermano era suficiente castigo...
El herrero volteó a ver a sus compañeros.
—¿Lo veis? os lo dije. Un ninja añora más el sonido que provocan las armas al abandonar sus fundas, pues lo que realmente ama es el efecto que causará con ellas. No. Tú no hubieras podido ser un Herrero. Nunca.
Soroku se levantó del asiento, imponente. Se le veía una leve sonrisilla en la comisura del labio. Las interacciones de sus colegas siempre le causaban gracia. De todos modos, él no le había dado su marca a ningún pelele. Conocía bien a Datsue. A sus proezas. A sus personajes. El tipo era capaz de muchas cosas, y para aquel trabajo, también.
Colocó su mano derecha sobre el hombro del Intrépido.
—Datsue puede ser lo que él quiera. Por eso tiene mi marca. Y por eso le he pedido venir, para encomendarle esta gran tarea.
—¿Realmente lo harás? eh, que supongamos que te sale bien la jugada y salvas a tu maestra, pero en cuanto se entere, te va a querer matar.
—Mejor muerto yo que ella. Mejor muerto yo que la mujer que me enseñó todo.
¿Qué lo que le gustaba era el sonido de una katana al abandonar su funda? ¡Pues claro que sí! ¿Qué sino? ¿Acaso Yuunisho fabricaba armas decorativas, o qué? ¿Qué función tenía una espada, sino la de matar? Entendía que un herrero quisiese crear herramientas solamente para ayudar en la vida cotidiana de las personas y no al revés. Hachas, martillos, guadañas… Todas ellas habían sido creadas, en su primera concepción, para ayudar al ser humano en la agricultura o construcción de algo nuevo. Había sido el hombre, más tarde, quien había pervertido su uso.
Pero, ¿los que fabricaban una katana? Una katana había nacido para matar. No tenía otra función. No tenía otro uso. Y eso era, irónicamente, lo que las hacía tan bellas. Peligrosas, sí, pero bellas.
«Pero mejor no protestar». Datsue había aprendido varias cosas en los últimos tiempos. En —muchas— ocasiones, hablaba demasiado. Quizá ese tipo tan antiguo tuviese una moral y una idea del honor tan arcaico como el de los samuráis. Fuese como fuese, mejor no ponerlo más en su contra.
Primero, porque era malo para los negocios. Segundo porque, precisamente, quería pedir un par de cosas a cambio de su ayuda. Y hablar de más ahora podría joderle sus planes.
—Vamos, vamos. Seguro que hay alguna forma de hacerlo sin que nadie de los nuestros muera —intervino, tras Soroku—. Señores, no voy a haceros el feo sacándome la polla y mostrándoos mi expediente, pero —siempre había un pero—, tengo en mi currículum un par de misiones de rango S completadas con éxito. He salvado a millares de una Jinchūriki descontrolada en el Examen Chūnin. —Pues un poco sí que se estaba sacando la polla—. Mi aspecto de mocoso —miró a Yuunisho y al moreno cuando lo dijo—, tan solo me facilita las cosas, pues la gente suele infravalorarme. Así que, creedme cuando os digo, que aún sin saber todos los detalles, este es un caso que puedo manejar con la discreción y eficiencia requerida.
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En otra ocasión, los Herreros hubieran debatido durante horas. Tratando de decidir, con cabeza. Después de todo, era un tema crucial para la organización a la que pertenecían con el fervor de creyentes como ellos. Esa vez, sin embargo, bastó una mirada conjunta entre los cuatro maestros. Era difícil objetar nada cuando los hechos —aquellos que profesaban las proezas de Uchiha Datsue— hablaban por sí solos.
Un silencio irrefutable se vio roto de pronto por la voz parsimoniosa de Soroku, una vez más.
—Está decidido, entonces —retiró el peso muerto de su mano del hombro de su pupilo y volvió entonces a su asiento, regocijándose en el espaldar del mismo—. ya he enviado las misivas pertinentes a Lady Tākoizu. Le he escrito precisamente para recomendarle a un joven huérfano de las tierras del Fuego, que responde a nombre de Gūzen. Y a quien le he visto excepcionales habilidades para nuestro oficio como en ningún otro prospecto en años, tanto como para que considere tomar un nuevo aprendiz —aquello, de ser verdad, le habría de doler bastante a Shinjaka, quien por cierto, escuchaba atentamente al otro lado de la puerta—. tendrás tiempo de pulir la historia a lo largo de nuestro viaje, durante el cual te acompañaré gustoso para oficiar las presentaciones. Una vez marche de vuelta a éste País, quedará en tus manos el destino, una vez más, del porvenir del Estandarte. Ésta vez, en el País de la Tierra.
—Estupendo. —Las cosas habían empezado torcidas, pero parecía que estaban llegando a buen puerto—. Entonces, si he entendido bien, mi objetivo será el de proteger a Lady Tākoizu ante este inminente ataque, haciéndome pasar por aprendiz de herrero incluso ante sus ojos. ¿Cierto? Y si ya de paso puedo sonsacar el nombre del traidor de un posible atacante, mejor que mejor.
Esperó respuesta para confirmar que iba bien encaminado, y luego agregó:
—¿No habría posibilidad de encargar este trabajo como una misión a mi Villa, de forma discreta? No es por dinero —continuó, sabiendo que el tema era delicado. Aunque, en parte, sí lo era—. Pero este trabajo me requerirá días, quizá hasta semanas, fuera. Necesito una muy buena excusa para ausentarme tanto tiempo, o podrían pensar incluso que he renegado —aseveró.
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El patrocinador de la marca de Datsue asintió con complacencia.
—Exacto. La seguridad de mi maestra es lo más importante. Y en el interín de; espero puedas desarticular cuales fueran las artimañas que se esconden tras el supuesto ataque, y de quiénes o quién querrá perpetrar dicho plan. Uhmm. Acerca de tu tiempo fuera de la aldea —Soroku miró a sus compañeros. Uno a uno. Todos ellos parecían coincidir en una cosa: había que proveerle a Datsue la tranquilidad necesaria como para que su desempeño no se viera afectado por las dubitativas inciertas de su aldea—. creo que podemos arreglar algo que satisfaga a ambas partes. Yo me ocuparé personalmente de ello, tengo buenos contactos con tu gente.
—¡Estupendo! —exclamó, dando una palmada sobre las rodillas. Afianzar lazos con los Señores del Hierro, y aún por encima cobrar por ello era como matar dos pájaros de un tiro de kunai. El caso es que Datsue…
… quería matar tres.
—Me gustaría pedirles una cosa, también. Un favor personal —puntualizó—. Verán, me estoy planteando hacer cierta… inversión. —Ah, pero aquella no era una cualquiera. No invertiría en ningún negocio, ni en acciones, ni nada parecido. No era una inversión monetaria, sino…—. Invertir en una persona.
Kaguya Riko era su nombre. ¿Qué por qué quería invertir en él? Eso era algo que no compartiría con nadie. Lo cierto era que el Uchiha veía las aguas revueltas en su Villa. Había perdido apoyos. No se sentía respaldado. Eri iba por su lado. Akame, pese a que sabía que lo tendría cuando lo necesitase, no compartía todas sus ideas. Así se lo había dejado claro en el Valle del Fin. Chokichi y muchos más eran los que había perdido por el camino. Tan solo estaba Nabi, y dos contra el mundo no solucionaban nada.
Necesitaba más apoyos.
Necesitaba más guerreros que le respaldasen. Tanto fuera de la Villa… como dentro.
Así que Datsue se había propuesto invertir en Riko. Había luchado contra él, y con él, en la misión que habían compartido en el País del Viento. Se le veía con un enorme potencial. Tenerlo a su lado en el futuro podía ser clave. El problema era que el chaval era un poco buenazo de más. Compartía ese defecto con Eri, quien, de hecho, era su sensei. Tenía que conseguir alejarle de ella y acercarle más a su lado. Y para ello, no se le había ocurrido mejor cosa que…
—Un compañero con mucho potencial. Un amigo —dijo, exagerando. Podía contar los amigos que tenía con los dedos de una mano y le sobrarían dedos. No, por el momento, más bien era un colega—. El chico tiene un don en el arte del Kenjutsu. Créanme, ha nacido para ello. Por eso, he estado pensando: ¿quiénes son los mayores especialistas en Kenjutsu? Los samuráis, me dije. ¿Y dónde están los mejores samuráis? —En el Valle de los Dojos y…—. En el País del Hierro, me respondí. Y me dije —«Señores del Hierro. País del Hierro. ¡Coño, ahí tiene que haber una conexión!»—: apuesto a que los Señores del Hierro han forjado más de una katana, y dos y tres, para los mejores samuráis del país. Me apuesto un riñón, incluso, a que considerarán como amigo a más de uno. O que les deberán algún favor.
»Resumiendo —dijo, viendo que ya se estaba alargando—. Me gustaría que me facilitasen el contacto con alguno de estos samuráis, para ayudar a mi buen amigo a pulir su manejo con las katanas —en realidad era con los huesos, pero mejor no entrar en tantos detalles—, y a guiarle en este noble arte.
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Datsue sintió entonces todo el peso. No de la ley, sino del escrutinio de cuatro hombres —incluyendo a su inestimable Soroku—. que no habían necesitado decir nada, de nuevo, para que él entendiera lo que sus ojos expresaban. Era una frase, sencilla, aunque tajante. "No tientes a la suerte más de lo debido".
Pero lo que vino después desde luego que no fue lo esperado. Los Herreros conocían de boca de Shinjaka lo ególatra e interesado que podía llegar a ser Datsue en algunas ocasiones. Siempre poniendo por delante su beneficio propio, entre otros aspectos, aunque con la mira en el gran objetivo mayor. Así lo fue en Tanzaku Gai cuando le abandonó a su suerte. ¿De qué le servía volver entonces, teniendo presumiblemente un maletín repleto de fajos y fajos de billete. Arriesgar aquello no era sensato ni para el más desinteresado, habría alegado Soroku.
Pero aunque ésta vez pidió algo, no fue para sí. O no al menos directamente. Se oyeron un par de risillas curiosas al unísono en la habitación.
Soroku observó al único Herrero que no había intervenido. Su bigote se movió al compás de sus labios, resecos, que habían permanecido sellados todo el tiempo.
—¿Sabes lo jodido que es vivir con un sólo riñón? —dijo—. yo podría ayudarte con eso. Vuelve con la certeza de que Lady Tākoizu podrá morir de vieja en su hoguera, y dalo por hecho.
No, no lo sabía, y esperaba no saberlo nunca. El callado hombre del bigote le prometió ayudarle sin cumplía con su misión, y alguien que se quedaba callado durante tanto tiempo era porque realmente debía valorar su palabra. No hablaba por hablar.
El Uchiha asintió.
—Si usted me da su palabra, no necesito más —decidió, conforme. Desvió la mirada hacia Soroku. Por él, ya estaba todo a su gusto. «Hombre, que podría aquí pedir una katana gratis para mí… Pero creo que ya sería rizar el rizo. Confórmate, Datsue, que ya sabes lo que pasa cuando tensas la cuerda de más».
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Datsue suspiró. Ahora que al fin habían quedado a solas, no sabía ni por dónde empezar.
—De todo —respondió, franco—. ¿Se sospecha cómo, cuándo o quiénes van a hacer el ataque? ¿Qué perfil debo adoptar para caerle bien a Lady Tākoizu y que no sospeche de mi subterfugio? Quiero decir… —se corrigió, tratando de ser más específico—. ¿Le gustan los aprendices callados? ¿O los que preguntan por todo y curiosos? ¿Francos y directos o sumisos? Y espero que me des algunas clases teóricas de herrería de camino allá. Porque, te das cuenta, ¿no? Como aprendiz a herrero no llego ni a la tabla de multiplicar.
Ahora que el resto se había ido, la sinceridad brotaba de Datsue. Necesitaba contar la verdad, pues aquella vez no tenía a su Hermano para que le arreglase sus desaguisados. En aquella ocasión, iba a tener que bordarlo y no cagarla en medio de una partida de póker como la anterior ocasión.
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El Herrero terminó de acomodarse en su asiento. Apoyó ambas manos entre ellas, entrelazando los dedos; mientras sus ojos avellana y miel se posaban sobre Datsue.
—El Estandarte es una entidad ancestral, Datsue. Hemos tenido cientos de amenazas reales durante nuestra existencia. Gente que quiere acabar con nuestro status quo. Y en los cien años que están por venir, los seguiremos teniendo. Enemigos. Enemigos de verdad —y es que, Datsue podía pensar: ¿quién en ésta vida no los tiene? él ya gozaba de una amplia lista de personas que pagarían una buena pasta por verle sufrir las consecuencias de sus actos—. no obstante, al ser tantas éstas amenazas, nos es imposible tener la certeza de quién nos quiere ver caer. No contamos con tantos efectivos. Y, a su vez, estamos en todos lados. Cada Señor del Hierro tiene sus descendientes en los templos de cada país.
»Tsuchi no Kuni es un país bastante turbio. Mucho se cuece entre sus amplias formaciones rocosas. Lo único que sabemos es que un par de viajeros, en una de las tabernas de un pueblo cercano a Notsuba; estuvieron hablando de un Templo ancestral donde podían cometer el asalto de sus vidas. Armas, oro, documentos. Lo suficiente como para pagarse un carruaje y empezar en otro lado. Eran criminales, desde luego. Aunque según continuó la conversación, estamos seguros de que no eran ellos quienes organizaban el golpe. Les habían reclutado, o estaban en proceso de —se movió incómodo, con los pies bajo la mesa, y soltó un respingo que demostraba su preocupación. Ni siquiera con el tema de Tanzaku Gai se le había visto tan tenso—. entenderás que el verdadero peligro está en cómo ha llegado la información a ellos, y de si conocen exactamente la localización del Templo. ¿Quién se ha ido de lengua suelta? ¿quién nos está traicionando? ha de ser alguien con acceso a mi maestra, alguno de sus allegados en los que confía plenamente, tuvo que haberlo hecho. Por eso la discreción es esencial, Datsue. No es tan sencillo como que tú, un completo desconocido, señale a cualquiera de sus fieles, acusándolo. Con ello lograrás que desconfíe de ti. Lady Tākoizu no debe enterarse de éste posible ataque hasta que lo hayamos evitado con completa seguridad. Hasta que descubras realmente quién es el traidor.
Aún había un par de preguntas de Datsue por responder, claro está, pero Soroku cayó en pro de que dirigiera todo lo dicho como bien debía hacerlo. Que no perdiera ningún detalle, por poco importante que le pudiera parecer.
A veces, esos detalles, son los que hacen la diferencia.
30/12/2018, 18:22 (Última modificación: 30/12/2018, 21:07 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Datsue se masajeó las sienes. Tanta información de golpe era difícil de digerir. Sin embargo, poco a poco, fue asimilando puntos claves de su misión.
—Estaría bien que tuviésemos una forma de contacto medianamente rápida, por si necesito contarle la identidad del traidor o sucede algo importante. ¿Hay alguien a quien pueda acudir para enviarle un mensaje? —«O quizá…»
»Hábleme de Lady Tākoizu, por favor. Por lo que veo tendré que permanecer bastantes días como su aprendiz, y me vendría bien saber de ella para no meter la pata en algo evitable y que me eche a patadas.
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El hombre de calva árida asintió, pero no era una afirmación; sino más bien una dubitativa. No le tenía la respuesta aún, pero tendrían que encontrar la manera de comunicarse de la forma más inmediata posible en caso de urgencia.
—Lo meditaremos en el camino —respondió, no muy seguro del todo—. acerca de Lady Tākoizu...
»Es una mujer excepcional. Irascible y autoritaria, sí, pero una persona de gran corazón. Avala la fortaleza y el carácter por sobre todas las cosas, aunque curiosamente aborrece a aquellos que tratan de esconder la debilidad en cualquiera de sus formas. Mi consejo: abandona toda intrepidez, no te ayudará en nada. Mantente neutral y ve con perfil bajo, sin alborotar ningún avispero. Recuerda, eres un joven huérfano que se le ha presentado un oportunidad de oro. ¿Pero Gūzen no podría saber cómo es tener oro en sus manos, viniendo de donde viene, cierto?
Mantenerse neutral. Perfil bajo. Joder, pues no tenía que ser tan difícil, ¿no? Era cuestión de mantener la boca cerrada y agachar la cabeza. Poco más. ¡Anda que no lo había tenido que hacer en sus inicios! Todavía ahora, con ciertos superiores.
—Tienes razón, Gūzen no sabría lo que es tener oro en sus manos. —En un acto simbólico, el Uchiha se sacó el anillo de plata depositándolo en la mesa. También se deshizo de las trenzas laterales de la cabeza, haciendo un único moño, en un peinado más sencillo, más humilde. Sus dedos jugaron con su pendiente hasta quitarlo también de su oreja, dejándolo sobre la mesa—. Las recogeré a mi regreso —dijo, sin ninguna intención de deshacerse de sus pertenencias.
También se sacó el portaobjetos, y haría lo mismo con el chaleco y la ropa una vez comprase otra. Debía ir lo más sencillo posible, y contar tan solo con las armas que llevase selladas en el cuerpo.
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