Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—La escoria atrae a la escoria —se justificó ante Asobu—. Quizá él supiese algo de quién podría estar detrás de esto.
Y, ahora que le sacaban el tema de los otros dos enterrados en la fosa común...
—Un momento —pidió. Se acercó a las prendas que habían pertenecido al bandido y trató de rasgarlas. Supuestamente, y siempre según Roga, las del jefecito de la banda eran irrompibles. ¿Sucedería lo mismo con las de su compañero?
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El señor Hayashi le extendió las prendas a Datsue, aunque estas claramente tenían rastros de quemaduras o remiendos en algunos lados desde antes que este las tomase, dando a entender que al menos esas eran perfectamente normales. Quizás las del jefe fueran únicas en su tipo, cómo para que sus secuaces usaran harapos normales. La lógica diría que si tienes una buena protección, querrías que todos bajo tu mando las tuviesen, pero aquel no parecía ser el caso. Quizás simplemente, no podía replicarse con facilidad.
—Nada, nada. Probaba una cosa ----suspiró—. Bueno, pues esperemos que al final esto se quede en una anécdota y no sucedan más ataques. —Mucho se temía, más por lo que había oído de Roga y Homura, que aquello era poco más que un milagro.
Se despidió de ambos y se de fue allí. Lo primero sería pegarle una visita a Bando. Habían mencionado la zona oeste del pueblo, una casa fácilmente reconocible. A ver si tenía suerte y le pillaba en casa.
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Si viajaba al occidente de Shirotora, notaria que el ambiente poco a poco iba cambiando, cómo si no fuese bienvenido a pisar aquel suelo. Si bien arquitectónicamente las casas eran iguales, cierta hostilidad inundaba el aire. Quizás fuesen las miradas que parecían acechar desde los callejones, quizás fuese la madera vieja de las casas. A diferencia de la concurrida feria que se celebraba en el resto del pueblo, en aquella periferia las ventas eran mucho más escasas, sin mencionar que pocos eran realmente compradores. Muchos de los transeúntes lucían lóbregos, mientras otros acechaban como buitres al moribundo y cuchicheaban al observar a aquel que no perteneciese al barrio.
Empezaría a lloviznar, acentuando el gris de las calles.
Una mujer con ropas decoloradas después de tanto uso caminaba sonriente con un niño en brazos, tenía una bolsita que dejaba ver en su interior el típico pan dulce; quién sabe cuanto le había costado.
Llegado a un punto notaría a algunos hombres de turbantes que vigilaban una de las calles, mientras bebían de algunas botellas con tres equis en sus etiquetas. No le detendrían, no le dirigirían la palabra. Sólo girarían sus cabezas mientras le veían avanzar hacia la línea imaginaria que marcaba una división de sectores como búhos curiosos.
El aire soplaría, volviendo la brisa un tanto molesta.
La aglomeración de residencias en aquel lugar era peculiar, por no decir extraña. Todas y cada una de las casas estaban pintadas en su totalidad de negro, que sumado al suelo de arena gris y las oscuras nubes en el cielo daban la sensación de ser una hora ya tardía, aunque en realidad estaba más cerca del mediodía.
Y entonces al final de la calle, como un hijo rubio de padres morenos, desentonaba una vivienda un tanto más grande que las otras, pintada de un blanco sencillo y con un cactus plantado a la par de su entrada. Unos cuantos escalones daban acceso a la puerta principal aunque todas las cortinas impedían ver el interior. Tenía mucho mejor mantenimiento que las demás, espantando todo rastro de pobreza que emanaban el resto de edificaciones de la zona. Quien vivía ahí, le gustaba distinguirse de los demás.
Datsue se detuvo a saborear, por un momento, aquella gracia divina en forma de llovizna que resbaló por su piel. ¿Cuánto hacía, que no veía llover? «Desde el momento en que entré en este condenado país», se recordó. No es que fuese muy fan de la lluvia, pero no soportaba la sequedad y las altas temperaturas que gobernaban el desierto.
A decir verdad, aquel país no le gustaba nada en absoluto. Bien era cierto que peores recuerdos le traía el País de la Tierra, donde le habían secuestrado y había encontrado a Koko muerta. Allí, en cambio, había vivido una loca aventura junto a Aiko, siendo el principio de una hermosa pero corta relación.
En definitiva, muchos sentimientos encontrados.
Tenía razón el doctor: cuando viese la casa de Bando, la reconocería. Una casa blanca que desentonaba con el resto, negras. Incluso en lo que respectaba a su vivienda Bando quería hacerse notar, destacar.
El Uchiha llegó hasta la puerta de la entrada y llamó con rudeza, golpeando la puerta con la base del puño.
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Y de inmediato, un grito potente provino desde el interior de la residencia.
—¿¡QUIÉN CARAJO OSA DESPERTARME A ESTAS HORAS DE LA MADRUGADA!?— dijo cuando ya casi daban las doce.
El sonido de pasos pesados corriendo a toda velocidad se escuchó, justo cuando la puerta se abrió dejando una leve corriente de viento ligero acariciara el rostro del Uchiha. Ahí estaba Bandō, sin su sombrero, con su rubia cabellera un tanto despeinada, una simple camisa de botones abierta a la mitad y unos pantalones flojos. Tenía una cara de los mil diablos, hasta que sus ojos se posaron nuevamente sobre el uzujin.
—¡AHHH MADRE SANTA!— Se sobresaltó y retrocedió de un brinco, como si hubiese visto un fantasma. —¿¡Qué carajos quieres de mí eh!?— Se sacudió la cabeza, parpadeando con rapidez.
—¿Madrugada? ¡Qué temprano te me vas a dormir! ¿Nervioso por la carrera de mañana, o qué?
O por verle a él. Parecía que la visión que le había mostrado le había afectado más de lo que creía. Quizá no fuese un hombre tan curtido como él había presupuesto en un primer momento. Eso era bueno. Muy bueno.
—Nada, hombre, nada. Pasaba por aquí, y pensé en disculparme. Tú y yo no empezamos con el mejor pie del mundo, después de todo —se detuvo un segundo—. ¿No me ofreces pasar?
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—¿Desde cuando te importa lo que yo haga o no haga?— se restregó la cara con la mano, aunque luego no pudo evitar entrecerrar los ojos ante la siguiente petición del Uchiha. —¿Tú me quieres ver la cara de idiota o qué?— Rodó los ojos y negó con el dedo. —No tengo ganas de andar peleando ahorita— Bostezó y se dio la vuelta, dejando la puerta abierta. —Cierra y no me ensucies la alfombra con tus zapatos— El mismo se quitó sus botines y caminó descalzo.
Y sin embargo, quizás alguien al ver el interior de la residencia se preguntaría si aquello era una vivienda o una bodega de armamento de algún grupo terrorista.
Katanas, dagas, navajas, cuchillos, mandobles, espadones, sables, estoques. Todo tipo de cosas punzocortantes colgados en las cuatro paredes de aquella sala manera de decoración, con placas abajo que indicaban el nombre del arma si es que la tenía y el del forjador. El bandolero por su lado se desparramó como un globo de agua en un sofá ni muy sencillo ni muy lujoso, apoyando las piernas en la mesita del centro.
—No quiero rodeos, ve al grano— Inclinó la cabeza hacia atrás, recostándola en el respaldo.
¿Desde cuándo le importaba a él lo que hiciese o dejase de hacer? Pues desde el primer momento en que oyó que participaba en la carrera, siendo uno de los principales ganadores en toda su historia. Desde el mismo momento en que comprendió que sería su principal rival a batir, y su mayor amenaza para no alzarse con la victoria.
Pero eso, claro, no se lo podía decir.
—Jo-der. ¡Sí que tienes un buen arsenal aquí! —exclamó, sorprendido, al pasar. Demasiado arsenal para uso propio. Parecía casi una jodida tienda—. Al grano, sí, al grano. Bueno, pues verás, tengo serias sospechas de que mañana van a intentar colarse en el templo. Quizá, jodiéndonos la carrera. Y eso… Eso sería una grandísima putada, ¿eh? No nos conviene ni a ti ni a mí. Sobre todo a ti. ¿Tú sabes algo de esto? Los que nos atacaron… Uno de ellos apareció anoche, imagino te habrás enterado. Era un renegado de Ame.
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18/02/2019, 01:32 (Última modificación: 18/02/2019, 01:33 por King Roga.)
Y entonces, el cuello de Bandō se movió lentamente, clavando sus ojos azules de forma muy seria sobre el Uchiha. Estaba por sacarse una navaja de los calzones para clavársela en el entrecejo, aunque la última vez hubiese fallado al intentar lo mismo. ¿En que momento él se había enterado del tesoro en el templo? Siguió escuchando hasta el final, pero no hizo más que fruncir el ceño más y más, mostrando malestar.
Tardó unos segundos en digerir aquello. ¿Que si los atacantes eran shinobis renegados de Ame?, a él le daba bastante igual de aldea provinieran, que la lacra no deja de ser lacra por cambiarle el color. No sería la primera vez que algún estúpido shinobi intentaba colarse por ahí, pero sus alertas se pusieron demasiado altas cuando el Uchiha mismo mostró énfasis en un punto en especial. ¿Qué si él sabía algo? El de las preguntas ahora iba a ser el bandolero.
—¿Quién mierdas te habló a ti de Báihū Zhāo?— pronunció, filoso.
Ignorando absolutamente todo lo anterior mencionado por Datsue, debía cerciorarse de algo. Alguien no colecciona armas sin saber del tema
«¿Qu-qu-quién?» Sépase algo de Uchiha Datsue: no es muy bueno memorizando nombres. No peca de confundirlos, o de equivocarse en su pronunciación, como les pasaba a algunos, no. Directamente, los olvidaba con suma rapidez.
Pero aquel nombre… Aquel nombre era lo suficientemente distintivo como para tener la certeza de que era la primera vez que lo oía.
Decidió marcarse un farol.
—Por favor, Bando. No me seas amejin. La verdadera pregunta es, ¿y quién no ha oído hablar de él? ¿Y quién no ha oído hablar del ancestral arma que guarda el templo? Lo realmente importante es: ¿vamos a dejar que unos tipejos nos arruinen la carrera por hacerse con ella? Esa es la pregunta que te tendrías que estar haciendo ahora. No cómo yo conozco o dejo de conocer al grande de Zhāo.
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Pero esta vez, el tiro se le había salido por la culata al Uchiha por hablar de más. El bandido se empezó a carcajear que incluso tuvo hacer el esfuerzo por apretar el esfínter y no mearse encima ahí mismo.
—¡Y yo que pensé que tenías neuronas!— Se llevó la mano al estómago para intentar refrenar el dolor que le provocaba el ataque de risa. "Maldita sea. Sabe del arma, pero no se sabía el nombre del arma. Casi escupo información de más con este cretino, pero es mejor que me calle. Nadie que tenga conocimiento de su existencia es alguien en quién confiar. ¿A qué maldita hora se apuntó a la carrera? Esto no es nada bueno." Un par de lágrimas resbalaron antes de que este finalmente tosiera ante el aire acumulado en el esófago.
—Báihū es una deidad muy estricta. No le agradan los mentirosos y a mi tampoco—. Se sosegó y sonrió divertido. —Deja de querer pasarte de listo y lárgate de aquí. Si alguien viene por sus garras ese ya es problema mío, pero con esta deplorable escenita me diste la último que necesitaba para saber que no puedo confiar en nada de lo que digas— remató con decisión.
Datsue contempló tres posibilidades: una, romperle la cara a palos; dos, romperle la cara a palos en un Genjutsu; y tres, irse con la rabia por dentro. ¿Qué haría Datsue el Intrépido?
Pues ser precavido. Mañana era un día muy importante, y no podía arriesgarlo todo por simplemente bajar de las nubes a aquel buscapleitos de poca monta. Bufó, se dio la vuelta y se largó.
«Sus garras, ¿eh? Habrá sido una metáfora o…» Seguramente se quedase con la duda para el resto de su vida. Algo decepcionado por no haber sacado nada de provecho, sus pasos le llevaron de vuelta al hotel…
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El bandolero le observó largarse con una sonrisa en la cara mientras el se despedía con la mano, aunque datsue estuviese de espaldas y no lo viese. Más, en cuanto el Uchiha se largó Bandō recuperó su expresión seria y se levantó de golpe. Tomó algunas navajas y empezó a arrojarlas a un blanco en la pared.
La primera casi daba en el centro, ante lo cuál chasqueó la lengua. Debía recuperar su toque para el día de mañana, haciendo lo imposible para lograrlo. No podía ignorar a Datsue, ni tampoco a su advertencia.
Entre tanto, en el camino de regreso a su lugar de hospedaje, la conmoción nuevamente reinaba en aquel pueblo. Parecía que no podía pasar un sólo día sin que se armase un problema gordo, aún siendo las vísperas del anunciado evento principal del festival. Muchos ciudadanos cuchicheaban entre sí, mientras otros corrían en una dirección que le era familiar: la del consultorio del Dr. Hayashi. De entre todos sólo una cara era conocida, la del gigantón al que llamaban Mano Cortada.
El corrió, cruzándose con el Uchiha en el camino al hotel.
—¡Ey tú! ¿Has visto a Asobu-kun? ¡Al Dr. Hayashi le ha dado un ataque de algo y él es el único que puede ayudarlo en estos momentos! Pero no sé donde se ha metido—. tuvo que agachar la cabeza para poder ver a los ojos al pelinegro.
El Uchiha se paró en seco, sorprendido por las malas noticias.
—¿Cómo? ¿Un ataque? Pero, ¡eso es gravísimo! —exclamó. ¿Se trataría de esa alergia por la que había muerto el bandido? ¿Y si no se trataba de una alergia? ¿Y si era algún tipo de veneno o enfermedad que se había colado en el cuerpo del doctor? Y si… ¿Y sí él también se había contagiado?—. No, ni idea. Lo vi hace una hora, en la propia casa del doctor. ¿Dónde coño podría estar?
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