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Como si fuera una de esas seguidoras tan locas de algunas celebridades, Ayame dio un pequeño bote en la silla y comenzó hablar de Shanise con una alegría increíble, casi con devoción.
—Ya, bueno... yo pienso que es genial también, pero no he llegado a conocerla tanto. —Desde luego, mejor que la actual Arashikage, si es que llegaba a ascender al puesto, sería. Y esto lo pensaba sin que Yui llegase a caerle tan mal como otras personas—. Pues, ¿sabes? Yui no es tan terrible como parece. Sólo tiene... bueno, un pronto muy gordo. Pero cuando haces cosas que le gustan también reacciona de una manera similar. Ya sabes, algo así como: "¡muy bien, cojones, qué huevos tienes!" —teatralizó, flexionando un bíceps—. No sé. Yo creo... yo creo que llevan la aldea entre las dos. Pero no digas que lo voy contando por ahí. —Daruu se había inclinado en la mesa para decir estas últimas palabras—. Oh, y ahora que lo... recuerdo.
Daruu se inclinó hacia atrás y se cruzó de brazos. Apartó la mirada, intentando no ver la reacción de Ayame.
—Estuve con Uzumaki Eri. En Tanzaku Gai. En la cafetería esa de nombre tan ridículo. ¿Cómo era? ¿Teté?
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—Ya, bueno... yo pienso que es genial también, pero no he llegado a conocerla tanto —respondió Daruu—. Pues, ¿sabes? Yui no es tan terrible como parece —añadió, y Ayame se estremeció de sólo escucharlo—. Sólo tiene... bueno, un pronto muy gordo. Pero cuando haces cosas que le gustan también reacciona de una manera similar. Ya sabes, algo así como: "¡muy bien, cojones, qué huevos tienes!" —teatralizó, flexionando un bíceps.
Ayame soltó una risilla, aunque enseguida recobró un gesto que mediaba entre lo alicaído y la incomodidad.
—Supongo que tienes razón... pero no he tenido demasiadas oportunidades para satisfacerla. Más bien lo contrario... —añadió, recordando todas las veces que la terrorífica Arashikage había descargado su ira contra ella. En una de ellas había estado incluso a punto de perder el cuello bajo su espada, y aquella vez ni siquiera había sido culpa suya.
—No sé. Yo creo... yo creo que llevan la aldea entre las dos —dijo Daruu, inclinándose hacia ella en la mesa—. Pero no digas que lo voy contando por ahí.
—Es cierto que son muy cercanas... —respondió ella, bajando la voz. De hecho, en alguna ocasión había llegado a pensar que Shanise y Yui parecían demasiado cercanas. Incluso para una relación entre líder y mano derecha.
—Oh, y ahora que lo... recuerdo —dijo Daruu, y su actitud cambió de repente: ya no estaba tan relajado como antes, sino que se había cruzado de brazos en una actitud defensiva y había apartado la mirada a un lado. Rehuía su mirada, y Ayame ladeó la cabeza con curiosidad—. Estuve con Uzumaki Eri. En Tanzaku Gai. En la cafetería esa de nombre tan ridículo. ¿Cómo era? ¿Teté?
«Oh, oh...» Ayame tembló de los pies a la cabeza.
—¿Y... q... qué tal...? —tartamudeó.
Porque Daruu no habría hecho ninguna tontería, ¿verdad? No le habría hecho nada a Eri, ¡¿verdad?!
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Daruu pudo sentir el miedo de Ayame. El terror a que Daruu hubiese atacado a Eri. el temor a que la situacion se hubiera ido de las manos. Por su parte, Daruu tenía aún su lucha interna propia. Había salido bien, claro, pero le costaba admitirlo. Para él, los uzujin todavía eran... difíciles. Es más, algo le decía que hasta que no charlase con cierta persona no se iba a quedar... en paz.
—Pues... —gruñó—. Tienen un chocolate blanco bastante bueno. —Daruu la miró un breve instante, y luego desvió la mirada en la otra dirección y apretó más fuerte los brazos, cruzados—. ¿Qué? Pues Eri se disculpó con una reverencia en el suelo, como debía ser después de lo que hizo. Hmpf.
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——Pues... Tienen un chocolate blanco bastante bueno —gruñó en respuesta, y Ayame frunció los labios hasta que se convirtieron en una fila línea blanca. No le estaba preguntando por el chocolate, ni siquiera por la tetería, y Daruu debió de percibirlo cuando le dirigió una breve mirada por el rabillo del ojo y añadió, apretando aún más sus brazos cruzados—: ¿Qué? Pues Eri se disculpó con una reverencia en el suelo, como debía ser después de lo que hizo. Hmpf.
Ayame lanzó un resoplido y se masajeó el puente de la nariz con los dedos índice y corazón. Le aliviaba saber que no el encuentro entre los dos no había sido hostil, y que Eri se hubiese disculpado ante Daruu por esposarle de aquella manera, pero... ¿una reverencia en el suelo? Eso era demasiado...
—Daruu-kun... —habló lentamente, con mucho tiento. Lo último que quería era estropear aquella maravillosa velada—. Lo hizo siguiendo órdenes... tú y yo sabemos lo que habría ocurrido de haber estado en su lugar, de haber sido Kōri quien nos hubiera dado la orden. Si la hubiese desobedecido, podrían haberla acusado de insubordinación...
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—No quiero hablar más de ese tema —cortó Daruu, tajante, cuando Ayame comenzó a hablar de las órdenes del General Rata—. Ya sabes cuál es mi opinión, Eri también la sabe, y ya he hablado todo lo que tenía que hablar con ella de esto. Ahora estamos bien los tres, y eso es lo que importa. —Sus palabras eran sinceras, y esperaba arrancar de raíz cualquier conversacion que acabase estropeando la noche. Ya se había puesto tenso cuando Ayame había vuelto a cuestionar su comportamiento. No quería darle muchas vueltas, porque si pensaba lo suficiente en ello acabaría enfadado con ella.
Esta vez, sí la miró a los ojos.
—Además, ya nada de eso importa. Me he enterado... de algunas cosas —dijo Daruu—. Concretamente, de que Uchiha Akame está muerto.
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—No quiero hablar más de ese tema —cortó Daruu, tan tajante como el acero más afilado—. Ya sabes cuál es mi opinión, Eri también la sabe, y ya he hablado todo lo que tenía que hablar con ella de esto. Ahora estamos bien los tres, y eso es lo que importa.
Ayame hundió los hombros, pero no añadió nada más. Bien sabía que, en ocasiones como aquella, Daruu podía llegar a ser tan tozudo como su padre. Y eso era mucho decir. Quizás, después de todo, se le estaba pegando algo tras tanto entrenar con él. Se contentaba con saber que las cosas parecían estar encauzándose de nuevo.
—Además, ya nada de eso importa —añadió, mirándola a los ojos—. Me he enterado... de algunas cosas. Concretamente, de que Uchiha Akame está muerto.
En aquella ocasión fue Ayame la que desvió la mirada. Volvió a clavarla en su plato y se llevó el tenedor a la boca antes de responder, con un nudo en el pecho:
—Lo sé —respondió, con un hilo de voz. No era pesar lo que sentía, después de todo, los únicos y escasos encuentros que había tenido con él no habían sido precisamente agradables. No. No era tristeza lo que sentía. Era miedo. Disimuladamente, Ayame miró a su alrededor para asegurarse de que no había oídos cercanos que pudieran estar escuchándolos, y sólo cuando estuvo segura de ello continuó hablando, en voz muy baja—: Yo creía que sólo nos estaban buscando para revertirnos. No esperaba que decidieran acabar con uno de nosotros... Shanise-senpai cree que lo hicieron porque Shukaku estaba dividido en dos —Datsue y Akame—. Y necesitaban volver a unir esas dos partes para poder llevar a cabo su plan, así que...
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Para su sorpresa, Ayame ya sabía que Akame estaba muerto. ¿Pero cómo? ¿Quién se lo habría contado? No había tenido tiempo de salir de la aldea y reunirse también con Eri. ¿Entonces? La posible respuesta llegó después, cuando la muchacha le contó que Shanise le había asegurado que los Generales de Kurama lo habían matado para volver a unificar el chakra del Shukaku en uno de los dos Hermanos del Desierto.
—Vaya, pues esperemos que ese otro cabrón no les ponga las cosas fáciles —dijo Daruu, molesto de tan siquiera acordarse de él—. No podemos dejar que ganen fuerza.
»Lo siento, Kokuo —añadio, y se encogió de hombros.
Daruu sacudió la cabeza, y volvió a tomar un trozo de su pizza de nuevo.
—¡Pero bueno, míranos! —exclamó, riendo—. No ha pasado ni un día y ya estamos hablando de lo que precisamente prometimos olvidar viniendo a este viaje.
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12/03/2019, 15:58
(Última modificación: 12/03/2019, 15:58 por Aotsuki Ayame.)
—Vaya, pues esperemos que ese otro cabrón no les ponga las cosas fáciles —respondió, visiblemente irritado—. No podemos dejar que ganen fuerza. Lo siento, Kokuō —añadió rápidamente, encogiéndose de hombros.
Pero Kokuō no habló, y Ayame ladeó ligeramente la cabeza. El Bijū les había preguntado directamente, tanto a Shukaku como a Chomei, cuáles serían sus planes si Kurama llegaba a revertirles el sello a ellos también. Pero no había llegado a obtener una respuesta, y Ayame no pudo evitar pensar de nuevo sobre ello. ¿Se unirían a Kurama o, tal y como había hecho Kokuō, le darían la espalda para vivir por su propia cuenta? De alguna manera, no quería conocer la respuesta a aquella pregunta, porque eso sólo significaría...
—¡Pero bueno, míranos! —exclamó Daruu, riendo—. No ha pasado ni un día y ya estamos hablando de lo que precisamente prometimos olvidar viniendo a este viaje.
Ayame soltó una risilla a su vez.
—Parece que no podemos escapar de ello —respondió, volviendo a llevarse el tenedor a la boca y haciendo a un lado cualquier pensamiento que involucrara a Kurama, los Generales y el resto de los Bijū.
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Los muchachos siguieron comiendo en silencio. No era un silencio incómodo, aunque quizás al principio sí por la conversación anterior, sino un silencio cómplice. Ambos estaban a gusto y ambos lo reconocían. Cuando terminaron, se levantaron y se dirigieron hacia la recepción.
Fue entonces cuando Daruu comenzó a sentir el peso del cuerpo en las piernas, y le comenzaron a temblar. Llegaba la hora de la verdad.
Tragó saliva.
Apretó el botón del ascensor, se subió con Ayame y se acarició las manos, juntando los brazos, inseguro.
—Bueno... ¿ha sido un día bonito, v-verdad?
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El resto de la cena transcurrió en absoluta calma. Los muchachos se habían centrado en sus respectivos platos, y después de disfrutar de una deliciosa tarta de queso como postre, Ayame y Daruu se levantaron de sus respectivos asientos y salieron del comedor juntos.
—Bueno... ¿ha sido un día bonito, v-verdad? —preguntó Daruu, una vez más dentro del ascensor.
A Ayame no le pasó desapercibido el tartamudeo en su voz, ni el hecho de que se acariciaba las manos con gesto nervioso. E inevitablemente se vio contagiada por aquella intranquilidad.
—¡S... Sí! —respondió ella, tratando de ocultar sus sentimientos bajo una aparente máscara de calma y una sonrisa temblorosa—. Y seguro que los siguientes días serán igual de bonitos.
Y en un afán mayor por disimular su angustia, Ayame comenzó a rebuscar en su bolso la llave de la habitación.
«Vamos a dormir juntos... Vamos a dormir juntos... Vamos a dormir juntos...» Gritaba su fuero interno.
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Lo siguiente sucedió demasiado rápido para el gusto de Daruu. Antes de que se diera cuenta, el ascensor había subido al último piso. Antes de que se diera cuenta, estaban frente a la puerta. Antes de que se diera cuenta, estaba dentro de la habitación con Ayame.
Y antes de que se diera cuenta, llevaba puesto una manga y pantalón corto de pijama y se había metido dentro de las sábanas.
Esperándola.
Tragó saliva.
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Salieron del ascensor. Entraron en la habitación. Sus pasos sólo acompañados por el ensordecedor latido de su corazón, que bombeaba desbocado. Ayame se encerró en el baño con el pijama bajo el brazo y se cambió allí de ropa.
«¿Pero por qué estoy tan nerviosa?» Se preguntó, mirándose al espejo. El reflejo le devolvió su imagen, angustiada, sonrojada hasta las orejas y con un conjunto de pantalón largo y camiseta de manga corta de color azul y con el estampado de una luna gigante en su torso. «Ay, ¿qué va a pensar de mí cuando me vea así?» Todos sus pijamas eran de aquel estilo, más bien infantiles y con dibujos y estampados.
Desde luego, su imagen distaba mucho de la de cualquier otra chica sexy y atrayente con la que cualquier chico soñaría.
Ayame sacudió la cabeza. ¿Pero por qué se estaba preocupando por eso? Si sólo iban a dormir juntos...
Tal era su desesperación, que no sabía si gritar o llorar, o todo a la vez para no equivocarse. Abrió el grifo, se mojó la cara en un intento de despejarse y salió del baño. Daruu la esperaba, ya metido en la cama, y ella, después de respirar hondo, se acercó y se tumbó junto a él.
—B... buenas noches...
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Daba igual con qué se vistiese Ayame. Ya le venía pasando de un tiempo a esta parte. Sus ojos se desviaban de la trayectoria y acababan recorriendo senderos prohibidos. La infantil presencia del pijama de la kunoichi no le preocupaba. Lo que sí le preocupaba era la tensión que estaba empezando a formársele en el centro del pecho. El calor...
A Ayame se le descolgaba el cuello de la camiseta por un hombro. Esos hombros, tan blancos, tan puros. El pantalón se le ceñía demasiado, o tal vez lo apropiado, o ambas cosas a la vez, ya no sabía cómo juzgarlo. Y sus labios estaban más bonitos que nunca. Le pedían un beso. No era lo único que le pedía un beso. O varios.
Por eso, cuando la chica se tumbó al lado de él y le deseó buenas noches, Daruu se dio la vuelta, despacio. Rodeó su tripa, su cintura con un brazo y la hizo girar hacia él. «Me va a rechazar», se dijo a sí mismo, mientras acercaba sus labios a los de ella, y la besaba apasionadamente, bebiendo de ella todo lo que no había podido beber en meses. No supo cuando, pero su boca se perdió y encontró el cuello, más tarde el hombro. No dijo nada. No hacía falta decir nada. Ambos sabían lo que estaba pasando, y él no pensaba darle demasiadas vueltas. «¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Debería preguntarle?», pensó. Antes de meter la mano por debajo de su camiseta y acariciar la piel cercana a su ombligo. Antes de subir...
...antes de pensar que nunca le había atraído tanto cómo olía. Lo cálida que era su piel. Lo suave que era. Lo bien que besaba. Lo dulce que era su voz. Embriagado por completo, paró un momento para quitarse la camiseta y arrojarla a un lado.
—¿Quieres hacer esto...?
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(Última modificación: 14/03/2019, 20:52 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Ayame había esperado que Daruu apagara la lámpara y se tumbara junto a ella para dormir. Pero no lo hizo. De hecho, le sintió moverse tras su espalda, sintió su brazo rodeando su cintura y la hizo girar hacia él. La besó. Pero aquel no era uno de aquellos besos tímidos y suaves que solían compartir. No. Daruu la estaba besando con una pasión que nunca había visto en él, como si estuviera sediento y quisiera beber de ella. Y Ayame se sorprendió entregándose a aquel beso con el mismo frenesí, pero con torpeza. En algún momento, él giró el rostro y descendió por su cuello, depositando besos por el camino que trazaban sus labios hacia uno de sus hombros. El calor estalló en el pecho y en las mejillas de Ayame, y extendió con aquel mar de fuego un extraño cosquilleo que se aposentó en la parte baja de su abdomen.
—¿D... Daruu-kun? —preguntó ella débilmente.
Fue entonces cuando sintió el tacto de su mano bajo la camiseta, y su tripa se encogió de forma involuntaria ante el mero roce de sus dedos. Subía... Y Ayame, en un acto reflejo, agarró su muñeca y le impidió continuar.
—¿Quieres hacer esto...?
—Yo... yo... —balbuceó ella, mirándole con ojos febriles por el deseo pero asustados al mismo tiempo.
Había compartido muchos momentos con él. Incontables. Pero aunque sabía muy bien qué era lo que estaba pasando bajo aquellas sábanas, nunca se había sentido de aquella manera. Nunca se había sentido tan atrapada y al mismo tiempo tan expuesta. Y estaba aterrorizada ante lo que estaba por venir... y lo que podría pasar después. ¿Y si no era lo que ambos esperaban que fuera? ¿Y si terminaba decepcionándole? ¿Y si decidía abandonarla después de aquello? ¿Y si...?
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Los ojos de Daruu se cruzaron con los de Ayame. Y en ellos los muchachos se leyeron sus miedos y también sus hambres. Daruu no se zafó del agarre de Ayame, pero siguió acariciando su piel allá donde sus dedos podían llegar.
—Llevamos mucho tiempo juntos —susurró—, y no tenemos muchas oportunidades para estar solos. Vivimos en un mundo con muchos riesgos. Cualquier día puede pasar algo. —Se acercó a ella—. No quiero desperdiciar ni una noche. Yo también estoy asustado, pero... alguna vez tendremos que hacerlo, y... sólo tengo clara una cosa.
»No hay mejor persona con quien hacer esto que contigo. Te quiero, Ayame.
Y la besó. Y si nadie le detenía sus manos seguirían el curso natural. La ropa sobraría. Y después, sólo ellos y la luz de la luna como testigo.
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