Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Daruu gimoteó, o bufó. Una de las dos cosas. Se dio la vuelta lentamente y se acurrucó poco a poco en el pecho de Ayame.
—Hmpf. —Restregó la cabeza, haciéndose el orgulloso—. A la próxima te haré esperar yo también, que lo sepas. Si no me enfado es porque no puedo enfadarme hoy contigo. Hala.
Antes de que se diera cuenta, el calor y el olor de Ayame le sumieron en un profundo y agradable sueño. La noche más bonita que había tenido en su vida, o al menos desde que tenía memoria.
· · ·
Cualquiera que haya dormido en pareja sabe que no todo es tan bonito como parece. O más bien, que siendo igual de bonito, no es tan idílico y perfecto como lo pintan en las ilustraciones de los libros. Se habían dormido acurrucados, sí. Y luego, se habían dado las espaldas. Daruu había roncado, así que Ayame le había tenido que despertar en varias ocasiones porque no podía dormir. Luego, más de una vez descubrió que la muchacha le golpeaba sin razón en mitad del sueño. Gruñendo, Daruu separaba su puño y le daba la vuelta en la otra dirección. Entonces ella le quitaba todas las sábanas y se las quedaba ella.
Pero al final, todo merecía la pena.
Así que cuando Daruu y Ayame abrieron los ojos y se encontraron el uno con los del otro, el chico se sonrojó y volvió a abrazarla con fuerza.
Daruu hizo un sonido extraño que mediaba entre un bufido y un gimoteo. Sin embargo, volvió a girarse hacia ella y se acurrucó en su pecho.
—Hmpf —emitió, orgulloso—. A la próxima te haré esperar yo también, que lo sepas. Si no me enfado es porque no puedo enfadarme hoy contigo. Hala.
—Vaaaale... vaaale... —concedió ella, con una risilla, mientras acariciaba su pelo despeinado, enredando los dedos entre sus mechones.
Poco a poco, y sin que ninguno de los dos fuera consciente de ello, fueron arrastrados hacia un apacible sueño. El primer sueño que tenían juntos. Aunque enseguida se daría cuenta de que no todo era tan idílico como parecía ser: Se sintió muy mal por ello, pero se vio obligada a despertar a Daruu en más de una ocasión porque sus ronquidos no la dejaban dormir y el resultado de aquello es que Daruu se daba la vuelta, gruñendo y maldiciendo en sueños. En otras ocasiones, él la despertaba a ella tirando de las sábanas o pidiéndole que le dejara más espacio en la cama. Y pese a todo, Ayame supo bien que aquella fue la mejor noche que había tenido nunca. Y por eso, cuando ambos despertaron a la mañana siguiente y sus ojos somnolientos se encontraron, ambos se sonrojaron y Ayame no pudo reprimir una sonrisa cuando se abrazaron con fuerza.
—Buenos días —respondió ella, con un sonoro bostezo—. ¿Qué tal has dormido? —preguntó, mientras se apartaba de él y recogía nueva ropa que ponerse aquel día.
—Ay... aaaaaaaaeao, que me lo pegaaas... —bostezó Daruu también—. Mejor que nunca, cariño —dijo, y la abrazó con fuerza.
Se separó de ella, se desperezó y se sentó en el colchón. Se dio la vuelta y puso los pies en el suelo. Se rascó la desordenada cabellera.
—Bueno... ¿qué hacemos hoy? —preguntó—. Ayer ya nos dimos un día de descanso y nos abstuvimos de hacer cosas de ninja. Hoy tampoco quiero hablar de misiones, ni de Generales ni mierdas, ¿pero qué te parece si salimos a las praderas de las afueras y te enseño a utilizar el Chishio? O al menos te doy el fundamento básico para que lo entrenes tú.
»Y ya de paso, me contarás lo de tu técnica. No hay excusas ya. —Se giró y la miró con una sonrisila diabólica.
Daruu se levantó, y tras varios bostezos y desperezos más entró al aseo. Se arregló la coleta y se vistió con un yukata y pantalones negros. Los muchachos salieron de la habitación del hotel y tomaron un sobrio desayuno —no extento de poco nutritivos pero ricos dulces—. Tras despedirse del recepcionista con una sombra de vergüenza en el rostro, se encaminaron a la puerta de salida de la ciudad. Como buscaban algo de tranquilidad, rodearon la muralla y prefirieron perderse en el horizonte de la parte trasera, donde no había camino por el que mercaderes y demás visitantes husmearan lo que estaban haciendo.
Daruu condujo a Ayame hacia un lugar en el que la pradera comenzaba a vestirse con accesorios: trozos de roca clara gigantes aquí y allá, vigilantes estáticos en el pasar de los años. Se apoyó en una de las piedras.
—Bien, lo primero es lo primero —dijo—. ¿Qué tienes que enseñarme con tanta discrección, a ver?
—Ay... aaaaaaaaeao, que me lo pegaaas... —protestó Daruu, bostezando también antes de responder a su pregunta y abrazarla con fuerza—: Mejor que nunca, cariño.
Ayame esbozó una radiante sonrisa, más feliz que nunca.
—Bueno... ¿qué hacemos hoy? —preguntó él, separándose de ella para desperezarse y rascarse su despeinada cocorota—. Ayer ya nos dimos un día de descanso y nos abstuvimos de hacer cosas de ninja. Hoy tampoco quiero hablar de misiones, ni de Generales ni mierdas, ¿pero qué te parece si salimos a las praderas de las afueras y te enseño a utilizar el Chishio? O al menos te doy el fundamento básico para que lo entrenes tú. Y ya de paso, me contarás lo de tu técnica. No hay excusas ya —añadió, girándose hacia ella con una sonrisa maliciosa.
Y Ayame, con la ropa en los brazos, soltó una risilla:
—Lo sé, lo sé. No iba a haceros esperar más —aclaró, y mientras Daruu se metía en el baño para arreglarse, ella se cambió en la habitación.
Era algo estúpido, si se paraba a pensarlo dos veces, pero Ayame seguía siendo muy pudorosa con su desnudez incluso enfrente de su pareja. Además, cuando sus ojos cayeron sobre las sábanas deshechas y le vino a la mente los recuerdos de la noche anterior, un extraño cosquilleo invadió su pecho: un sentimiento muy extraño, mitad felicidad absoluta, mitad vergüenza, mitad angustia... ¿Qué habían hecho? ¿Qué había hecho ella? Sus manos temblaron, apoyadas en el lavabo. El sexo era lo más normal en una pareja, o al menos debería serlo, ¿entonces por qué se sentía así?
Ayame sacudió la cabeza y comenzó a vestirse con un sencilla camiseta de manga corta de color azul y pantalones de media altura oscuros.
«¿Habré... habré actuado bien...?» No pudo evitar volver a preguntarse. «Y si... ¿Y si no he cumplido sus expectativas? ¿Y si no soy lo que él esperaba que fuera? No me abandonará después de esto... ¿no?» Una angustiante congoja la invadió ante aquella sola idea. Se había desnudado por completo ante él, había terminado de revelar todos sus secretos para él...
. . .
Los dos muchachos pararon en una pradera de las afueras de Notsuba. El terreno, cubierto por una interminable alfombra de hierba verde, se veía de vez en cuando salpicado por rocas gigantes que la agujereaban, sobresalientes en forma de montículos. Daruu se apoyó en una de aquellas rocas de piedra clara.
—Bien, lo primero es lo primero —dijo—. ¿Qué tienes que enseñarme con tanta discrección, a ver?
—¿Oh? Creía que lo primero era el Chishio —dijo Ayame, completamente seria, esperando la reacción de Daruu. Sólo entonces soltó una carcajada y agitó una mano en el aire—. ¡Es broma, es broma! Veamos... —murmuró, parándose en mitad de la pradera con las piernas ligeramente separadas—. Es la primera vez que hago esto, así que no sé cómo va a salir. Pero allá va.
Entrelazó las manos en lo que Daruu reconocería como el característico sello del Clon de Sombras. Pero Ayame se estaba tomando mucho más tiempo del que sería lo normal para crear un clon. Había cerrado los ojos y respiraba hondo, tratando de concentrarse. Tenía las notas que había ido tomando perfectamente grabadas en la memoria, conocía la teoría que ella misma había creado, pero aún necesitaba algo más.
«Kokuō, necesito que confíes en mí un momento.»
«¿Me está pidiendo poder? Ya le dije, Señorita...»
«No quiero tu poder. Ya te lo dije. Pero para esto necesito que confíes en mí, por favor. Si te fallo, puedes hacer conmigo lo que quieras.»
Kokuō no respondió ni añadió nada más. Y Ayame procedió. No dividió su propio chakra como solía hacer para crear las réplicas de sombra; en su lugar, tiró del chakra de Kokuō hacia el exterior. Y entonces...
—Bijū Bunshin no Jutsu —pronunció.
Una nube de humo estalló junto a ella y al desvanecerse dejó a la vista una réplica de la kunoichi. Pero no era una réplica como la que crearía cualquier técnica de clonación, pues ni siquiera era idéntica a ella. Aunque mantenía su misma forma, aquella réplica difería en colores: el cabello era de un color blanco que terminaba difuminándose hacia el crema en sus puntas, y sus ojos, en lugar de castaños, eran de color aguamarina y lucían una inquietante sombra rojiza en sus párpados inferiores. La réplica se volvió estupefacta hacia Ayame, que le dedicó una radiante pero ligeramente fatigada sonrisa.
—Bienvenida, Kokuō.
¤ Bijū Bunshin no Jutsu ¤ Técnica del Clon de la Bestia con Colas - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Ninjutsu 70, Amistad con el Bijū - Gastos: 50 CK (impide regeneración de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales: - - Sellos: Sello de clonación especial - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: -
Técnica inspirada en el Kage Bunshin no Jutsu; sin embargo, al contrario que en esta, el usuario no divide su chakra para crear los clones, sino que tira del chakra de su Bijū y lo proyecta al exterior. De esta manera crea una réplica real del shinobi que lo usa, pero con los rasgos del Bijū en cuestión (en el caso de Ayame, el pelo blanco con las puntas de color crema y los iris aguamarina con una sombra roja bajo el párpado inferior) y su personalidad, por lo que podrán ser diferenciados sin ningún tipo de problema ni necesidad de Dōjutsu. Además tiene total libertad de movimiento con respecto a su creador.
Al realizar esta técnica, el usuario deja de tener acceso al chakra del Bijū, pues es este quien lo adquiere como reserva de energía (100 CK), y a las habilidades innatas que le otorga. Además, el clon del Bijū será capaz de realizar tanto las técnicas del usuario como las técnicas que tiene como Bijū, pero no podrá acceder a las diferentes formas de Jinchūriki (capas de chakra y demás). Sin embargo, esta técnica no replica las armas y herramientas del usuario, por lo que deberá pasárselas en caso de que necesitara utilizarlas. Al ser una réplica real y no ilusoria, también puede sangrar, aunque se dispersará ante tres golpes físicos o un ataque lo suficientemente fuerte (30 PV), o si el usuario original de la técnica sufre un daño único de más de 50 PV.
En el momento del desvanecimiento de la réplica, el Bijū volverá al interior del cuerpo del Jinchūriki en el que se encuentra sellado, y con él el chakra restante que le quedara en ese momento.
Alterador (Chibi Bijū Bunshin no Jutsu - Técnica del Clon de la Pequeña Bestia con Colas): Con esta variación de la técnica, la réplica del Bijū no adquiere la forma humana del usuario en cuestión, sino que toma la forma original del Bijū pero en una versión mucho más disminuida de tamaño. En el caso de Kokuō, pasaría a tener como máximo el tamaño de un caballo adulto y, dado que no cuenta con manos para realizar sellos, no podría realizar las técnicas del usuario sino que se limitaría a las suyas propias como Bijū. El uso de esta alteración de la técnica se ve limitado a uno por día.
«Desgraciadamente no puedo hacerte libre... Pero al menos podemos ser compañeras.» —Aotsuki Ayame.
—¿Oh? Creía que lo primero era el Chishio —dijo Ayame, completamente seria.
Daruu la miró levantando una ceja, perplejo. Se separó de la roca, alzó el dedo índice para protestar... y entonces Ayame reveló que se trataba de una broma. Daruu chasqueó la lengua y apartó la mirada, molesto. Ayame no solía colársela de aquella manera. ¿Era la confianza que tenían ahora o...?
Ayame se separó de él y formuló el sello característico que uno formulaba para crear un Kage Bunshin. «¿Una variante del clon de sombras? ¿Pero eso qué tiene que ver con...?»
—Bijū Bunshin no Jutsu —pronunció Ayame.
—¡Espera! ¿¡Qué!? ¡No me j...!
¡Puff!
»...odas.
Tras el estallido de una sobria nube de humo, apareció junto a Ayame una representación en carne y hueso de lo que había sido ella misma cuando estaba poseída por el bijuu. El fantasma de la Niebla. Daruu retrocedió en pasos cortos y acelerados y pegó la espalda a la roca. Señaló con el brazo temblando a la nueva invitada a la fiesta, y chilló como un cerdo al ver las puertas del matadero.
—¡AAAH! P-pero... p-p-pero... ¿¡PERO CÓMO!? —chilló Daruu, señalando a Kokuō como si de un fantasma se tratase.
Pero Kokuō miró a Daruu con ojos abiertos como platos, después giró la cabeza, observando la pradera que les rodeaba y después devolvió la mirada a Ayame. La muchacha, con una risilla entre divertida y victoriosa, se habia dejado caer sobre la hierba con las piernas cruzadas. Estaba feliz de haberlo conseguido, inmensamente feliz. Aunque no había caído en la cuenta de que al realizar aquella técnica ella misma gastaría un buen pellizco de su propia energía. Y no sólo eso, había perdido el acceso al chakra del Bijū que siempre se entrelazaba con el suyo propio. No le importó.
—¿A qué ha venido esto? Explíquese, señorita.
—Esto es mi forma de saldar nuestra deuda. Sabes que soy una completa negada para las técnicas de sellado, Kokuō —respondió ella, sin dejar de sonreír—. Y todos sabemos que si somos separadas, yo moriré en el proceso... La única solución que se me ocurrió fue esta: diseñar una técnica inspirada en la Técnica de Clonación de Sombras para crear un clon... tuyo. Tuve tiempo de sobra para pensarla dentro de esa maldita jaula —añadió, agitando una mano en el aire.
Kokuō se mantuvo en silencio durante varios largos segundos, como si no supiera qué decir o cómo reaccionar a aquello. Se miró las manos, y una sombra de decepción cruzó sus iris aguamarina.
—¿Y tenía que darme esta forma? —La forma de una despreciable humana.
—¡No, si encima te vas a quejar! ¿Sabes lo que me ha costado diseñar esa técnica? —rebatió Ayame, cruzándose de brazos con gesto ofendido—. Además, sabes bien que no sería nada sensato que fueras por ahí con tu forma normal, Kokuō. Pero ya pensaré algo al respecto —entonces volvió la cabeza hacia Daruu—. ¿Ahora comprendes por qué no quería enseñarte esto anoche?
—Pues yo hubiese agradecido que lo hiciera anoche, señorita. Sobre todo antes de que usted y Daruu...
—¡¡KOKUO!! —estalló la muchacha con las mejillas encendidas como dos faros en mitad de la noche.
Kokuo parecía tan sorprendida como él, aunque su forma de manifestarla fue otra muy distinta. Daruu, poco a poco, brazó el brazo y cerró la boca, pero cogió las manos nerviosamente, mirando a ambos lados. Por supuesto, nadie iba a reconocer a Kokuo en aquella forma, pero... pero... Dioses, qué complicado era el mundo. Y qué surrealista la escena que le había tocado vivir. Allí, Ayame y Kokuo conversaban sobre la técnica que había inventado la última. Evidentemente, Kokuo no estaba contenta por adoptar una forma humana. La otra se sentía ofendida porque se había esforzado mucho, y todo para ayudarla.
Incluso sabiendo que era un simple Kage Bunshin, Daruu no pudo evitar sentirse de nuevo una hormiguita al lado de la presencia del bijuu. Aún recordaba muy bien las sensaciones que tuvo al pelear con ella, y no eran agradables. Probablemente ni siquiera se hubiera atrevido —o eso, al menos, pensaba él. La realidad era muy distinta porque existen múltiples motivaciones, pero creo que me estoy adelantando a los acontecimientos—; sólo lo hizo porque Ayame estaba en peligro.
Fue entonces cuando se dio cuenta, cuando Kokuo lo insinuó, de que el bijuu había presenciado todo lo de la noche anterior.
Entonces todo se fue a la puta. Ni un bijuu ni su puta madre.
La reacción de Daruu fue mucho más drástica que la de Ayame. Y, sobre todo, violenta. Porque no se contentó con gritar, ni insultar a Kokuō, no. Daruu fue mucho más allá. Se había olvidado que aquella réplica con la apariencia de Ayame pero con ligeros cambios como el color de su pelo y sus ojos era en realidad un Bijū, una de las temibles nueve Bestias con Colas capaces de arrasar ciudades enteras (La Ciudad Fantasma era un mudo testigo de su poder), y se abalanzó sobre Kokuō con el puño por delante, dispuesto a golpearle.
—¡¡¡DARUU!!! —gritó Ayame, haciendo el amago de levantarse.
Pero no había manera de que llegara a tiempo para evitar lo que sucedió a continuación.
Kokuō se mantuvo sobre sus pies en todo momento y sólo se movió en el momento en el que el puño del muchacho iba a golpear su rostro. Se hizo a un lado, girando sobre sus propios talones y, utilizando el brazo de Daruu como apoyo, lo proyectó por encima de su hombro para estamparlo de espaldas contra el suelo.
—Sigue siendo tan bocazas como cuando habló conmigo en esa prisión, humano —siseó.
Pese a las advertencias de Ayame, Daruu se abalanzó sobre su presa. El Gobi le esquivó con facilidad, y confiada, agarró su brazo para, apoyándose de la inercia del movimiento, estampar a Daruu en el suelo con una llave simple.
Lástima que Kokuo tuviera tanto chakra como arrogancia.
Porque Daruu abrió la palma de la mano y la golpeó en la cara con un minigéiser de agua a presión, liberándose del agarre y cayendo con gracilidad tras girar en el aire. Cortó a Kokuo justo cuando pronunciaba la palabra bocazas.
Pero la habilidad de Daruu cuerpo a cuerpo no tenía parangón, y no tenía ningún reparo a la hora de demostrarlo. Antes de que Kokuō pudiera terminar la llave que le terminaría estampando contra el suelo, el muchacho liberó un chorro de agua que le acertó en el rostro y le permitió liberarse para volver a tierra firme sobre sus pies.
—Se te ha caído un poco de dignidad, caballito.
A través de los mechones de pelo empapados, Daruu pudo ver que los ojos aguamarina de Kokuō se clavaban en él como dagas. Comenzó a acercarse al muchacho a paso lento...
Y un débil chorro de agua les acertó a ambos de lleno cuando estaban prácticamente cara a cara.
—¡PARAD DE UNA VEZ! —suplicó Ayame, con ojos llorosos y las manos entrelazadas en un último sello.
Kokuō se volvió hacia ella, destilando ira por cada uno de sus poros, y mantuvo la mirada clavada sobre la muchacha durante varios largos segundos. Apretó los puños, y cuando parecía que se iba a abalanzar sobre ella, giró sobre sus talones, les dio la espalda y comenzó a alejarse con paso lento.
—No tengo por qué aguantar las insolencias de un humano maleducado y bocazas. La próxima vez que decida sacarme a pasear que no esté ese pelopincho delante —exigió, dirigiéndose a una de las rocas que quedaba a media distancia de ellos dos.
Ayame se volvió hacia Daruu, hecha una furia.
—¿¡Por qué has tenido que hacer eso!? ¡Se suponía que era una sorpresa para ella!
Daruu se mantuvo altivo y desafiante, alzando la barbilla. Él también se acercó a Kokuo a paso decidido. Si creía que por ser un bijuu iba a tener que aguantar sus tonterías las llevaba claras.
Pero cuando estaban a punto de saltar el uno encima del otro como alimañas salvajes, Ayame les mojó con agua desde la distancia.
—¡Eeeeh! ¡Que me ha costado mucho peinarme! —protestó Daruu, dándose la vuelta y olvidando momentáneamente a Kokuo.
Pero ella, después de mantenerle también la mirada a Ayame, se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
—No tengo por qué aguantar las insolencias de un humano maleducado y bocazas. La próxima vez que decida sacarme a pasear que no esté ese pelopincho delante —exigió.
—Hmpf. —Daruu se cruzó de brazos, levantó la barbilla y desvió la mirada hacia un lado.
—¿¡Por qué has tenido que hacer eso!? ¡Se suponía que era una sorpresa para ella!
Daruu la miró un momento, frunciendo el ceño. ¿Una sorpresa para ella? ¿Pero estábamos hablando de la misma persona, si es que se le podía llamar así? Altanera, orgullosa y... y...
Suspiró, derrotado. Se dio la vuelta y se apresuró por alcanzar a Kokuo.
—Kokuo —la llamó—. Mira... lo siento. Lo de anoche fue algo privado y me ha dado mucha rabia, pero supongo que no tenías manera de... no verlo.
»Yo también me alegro de que Ayame pueda ayudarte, de alguna manera u otra. Ya sabes que yo también me comprometí. Pues eso... que lo siento —dijo, bufando. Después, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia Ayame con la cabeza gacha.
Daruu se quedó mirándola, en completo silencio, y ella le sostuvo la mirada con fiereza. Estaba claro lo que le estaba diciendo: "Arregla esto ahora mismo o..." Finalmente, Daruu suspiró derrotado y corrió a alcanzar a Kokuō.
—Kokuō —la llamó, y ella se detuvo, no sin dirigirle una mirada tan afilada como sus colmillos—. Mira... lo siento. Lo de anoche fue algo privado y me ha dado mucha rabia, pero supongo que no tenías manera de... no verlo.
—No. No la tenía —replicó ella. Y, desde luego, no era una escena por la que hubiera dado una de sus colas por ver.
—Yo también me alegro de que Ayame pueda ayudarte, de alguna manera u otra. Ya sabes que yo también me comprometí. Pues eso... que lo siento.
Kokuō terminó inclinando la cabeza al cabo de varios segundos, aceptando las disculpas. Pero aún así continuó su camino y terminó subiéndose a lo alto de la roca con un elegante salto. Y allí se quedó, sentada con las piernas cruzadas mientras Daruu regresaba junto a Ayame que, ahora sí, sonreía.
Daruu se acercó a Ayame, las manos en los bolsillos, ligeramente molesto. Aquella entrometida... Si hubiera una forma de separarla por completo de Ayame, sería lo mejor. Ahora que era más humana para ellos, no dejaba de sentir tampoco que necesitaba algo de privacidad. Al fin y al cabo eran inseparables, y no sólo no podrían tener momentos íntimos al cien por cien, sino que la cabrona se iba a enterar de todo lo que hiciesen.
Ni al mejor de sus amigos le daría esos beneficios.
—Bueno, ¿por dónde íbamos? —preguntó Ayame, esta vez sí, con una radiante y amplia sonrisa.
—Ais..., a ver... —dijo, haciendo rodar los ojos—. ¿Qué sabes de los fundamentos del Kuchiyose no Jutsu, Ayame?
—Ais... —suspiró Daruu, haciendo rodar los ojos—, a ver... ¿Qué sabes de los fundamentos del Kuchiyose no Jutsu, Ayame?
La pregunta le pilló un poco por sorpresa, pero la muchacha no se lo pensó dos veces antes de responder. Después de todo, y aunque ella misma aún no había tenido la oportunidad de firmar el pacto de sangre con ninguna familia animal, había visto a su padre y a su hermano invocar a sus rapaces un centenar de veces como mínimo.
—La técnica de invocación requiere de una ofrenda de sangre —comenzó a relatar, mientras se reincorporaba, como si de un libro de texto se tratase—, por lo general te puedes morder el dedo o crear una pequeña herida de cualquier forma que llamará a la criatura con la que hayas firmado el Pacto a tu lado tras la realización de los sellos pertinentes.
—La técnica de invocación requiere de una ofrenda de sangre —comenzó a relatar, mientras se reincorporaba, como si de un libro de texto se tratase—, por lo general te puedes morder el dedo o crear una pequeña herida de cualquier forma que llamará a la criatura con la que hayas firmado el Pacto a tu lado tras la realización de los sellos pertinentes.
—Sí, sí —cortó Daruu, haciendo un ademán con la mano y cerrando los ojos, como restándole importancia—. Está claro que te sabes la teoría. La básica. Pero te hablo de los fundamentos.
»Para esta técnica no firmas ningún contrato con nadie. Como si invocases un objeto cualquiera; en ese caso tienes que visualizar el objeto en el lugar donde ejecutas el jutsu y a donde suministras el chakra. Vale, pero en este caso es un poco más complicado. Tienes que visualizarte a ti EN EL LUGAR donde te quieres invocar.
»Y tienes que llamarte a ti mismo. Llamar a... tu propio chakra. —Daruu se encogió de hombros—. Sé que suena extraño, Ayame, lo siento, pero esto no es un simple Bunshin no Jutsu. —Le guiñó un ojo. Era una referencia a, cuando en un principio, habían entablado amistad, en Amegakure. Un momento que se le antojaba ya muy, muy lejano, pero que recordaba con cariño. Cuando le enseñó a utilizar la técnica de los clones básicos para que aprobase el examen—. Ven, mira.
Daruu se dio la vuelta y buscó la roca sobre la que se había apoyado. Se mordió el dedo y dibujó un ideograma con la palabra Caramelo.
—Para invocarte a un lugar necesitas dos cosas: imaginarte a ti misma en ese lugar, pero con una exactitud bastante decente... y que haya un rastro de tu sangre en ese lugar. Como cuando invocas a un animal y ofreces tu sangre, sólo que en este caso te transportas a ti misma a una ofrenda ya existente. Da igual que el rastro esté seco, pero en ese caso tienes que hacer una buena marca.
»No pongo el ideograma por casualidad. Tiene que ser algo que puedas imaginar muy bien, en mi caso es el primer ideograma de mi nombre. —Una vez más, volvió a encogerse de hombros—. La cosa es: es muy fácil imaginarte, en medio de un combate, en una posición donde sepas que está tu sangre. Al lado de un enemigo —si te corta con su espada— o en su espalda —si le has marcado a propósito—; porque evidentemente tienes un recuerdo reciente para completar tu visualización aunque tú estés dentro de una nube de humo, ¿vale? —explicó—. Pero si tienes que invocarte a un lugar lejano, es complicado imaginarte todos los detalles de ese lugar en concreto. Es mejor si recuerdas un sitio exacto, y si el rastro de sangre lo haces con una marca que te sea extremadamente fácil de visualizar en la mente... puedes reconstruir más o menos el lugar señalado y la técnica del Kuchiyose no Jutsu hará el resto. Serás atraída a ese rastro en concreto, y no a cualquier otro. ¿Entiendes?
»Otra cosa es ya aterrizar de pie. A mi me llevó meses... ya lo sabes.