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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
No. —Daruu no gritó, pero su voz sonó firme y clara—. No. Recuerda lo que hablamos antes, en el valle. Recuerda lo que te dije. Confía en mí, sólo por esta vez. Sólo por esta vez. —El muchacho no detendría a Ayame, sin embargo confiaba en que sus palabras, la conversación anterior y lo que estaba por hacer bastaran para que templara sus ánimos. Daruu juntó las manos rápidamente en una serie de sellos, y restregó la sangre de su dedo pulgar sobre su pantalón.

«Kuchiyose no Jutsu». Una discreta nube de humo, que Daruu disimuló tosiendo y fingiendo ser fumador, reveló un gato blanco como la nieve. Daruu le tapó el morro con la boca de forma inmediata, y aunque normalmente alborotador, Yuki reconoció que estaba rodeado de gente y entendió en silencio.

Escúchame, Yuki —murmuró—. Esto es muy serio, hay dos mujeres que andan hablando sobre una tal Naia, mis antiguos ojos, una venganza. Son traficantes de órganos. Están por aquí atrás, en alguna mesa. Localízalas, sígueles el rastro y averigua todo lo que puedas sobre ellas. Ten paciencia y no te metas en líos. Y esta noche, nos vemos en la cornisa de la ventana de la suite del hotel El Patito Montés. A medianoche. ¿De acuerdo?

El gato se encaramó encima de la mesa, maulló alegremente y asintió con una queda reverencia. Le dedicó una breve mirada a Ayame, le guiñó un ojo y bajó, escurriéndose entre las piernas de Daruu.

Ayame. Tranquilidad. Seamos metódicos. Aprendamos de sensei. —La miró a los ojos—. Aprende de mi.
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No —respondió Daruu, firme como un roble—. No. Recuerda lo que hablamos antes, en el valle. Recuerda lo que te dije. Confía en mí, sólo por esta vez. Sólo por esta vez.

Ayame le miró largamente a los ojos, aquellos ojos púrpura que nunca habían terminado de ser suyos. y después descendió por su cuello, siguiendo el trayecto de su brazo buscando una placa que en esos momentos no estaba allí. No le estaba dando una orden, pese a que como Chūnin, podría hacerlo. Se lo estaba pidiendo. ¿Fue por eso por lo que Ayame terminó cediendo a abandonar el fuego de la venganza que ardía en sus venas? Quizás. Fuera como fuese, la muchacha terminó sentándose de nuevo.

Mientras tanto, Daruu había entrelazado las manos en una serie de sellos y terminó por restregar su sangre en la tela de su pantalón. De forma casi inmediata estalló una pequeña nube de humo que Daruu ocultó con un par de tosidos, y tras ella, un gato blanco de ojos azules apareció de la nada. Un gato que tanto Kokuō como Ayame ya conocían bien.

Escúchame, Yuki —susurró Daruu, tapándole el hocico antes de que el animal pudiera formular una sola palabra—. Esto es muy serio, hay dos mujeres que andan hablando sobre una tal Naia, mis antiguos ojos, una venganza. Son traficantes de órganos. Están por aquí atrás, en alguna mesa. Localízalas, sígueles el rastro y averigua todo lo que puedas sobre ellas. Ten paciencia y no te metas en líos. Y esta noche, nos vemos en la cornisa de la ventana de la suite del hotel El Patito Montés. A medianoche. ¿De acuerdo?

Ayame alzó ambas cejas, sorprendida. Aquella era una muy buena idea. Un gato era un animal que no llamaba nada la atención en un ambiente urbano, y mucho menos en los sitios donde había comida de por medio, por lo que era altamente improbable que le sorprendieran siendo sospechoso.

Yuki se subió a la mesa, maulló alegremente y, tras dedicarle un guiño de ojos de Ayame, saltó con agilidad felina, escurriéndose entre las piernas de Daruu y terminó por desaparecer.

Ayame. Tranquilidad. Seamos metódicos. Aprendamos de sensei —dijo Daruu, mirándola a los ojos—. Aprende de mi.

Está bien... —terminó por suspirar, al cabo de varios segundos, y se llevó otro torrezno a la boca.

«Ojalá algún día llegue a tener una invocación tan guay...» Pensó, con cierta envidia.

Sin embargo, no había dejado de poner el oído, por si podía llegar a escuchar algo más.
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Sea porque cada vez venía más gente, sea porque las mujeres habían decidido bajar el tono de su voz para no levantar sospechas, Daruu y Ayame no volvieron a agarrar el rastro de la conversación. Se quedaron mucho más tiempo del que habrían pretendido en un principio —y descubrieron que la tapa gratis era tanto una bendición como una maldición cuando tuvieron que pedir la cuarta bebida para permanecer un poco más en el local—. Al final, hartos de beber y de comer, quedaron ellos sólos, un par de parejas más y un anciano con un periódico. No supieron cuándo las mujeres abandonaron el bar.

Daruu se despidió de la alegre camarera con una sonrisa falsa y se ocupó de pagar la cuenta. Los muchachos se levantaron y se alejaron por un discreto camino del parque.

Mierda, y yo que creía que me podía olvidar de esa puta... —murmuró Daruu—. Ahora ya no hay manera de hacerlo. Está detrás de mamá, Ayame. Eso significa que si ella no acaba accediendo a las provocaciones, la pincharán hasta que lo haga. Y entonces le tenderán una trampa y la matarán.

»De hecho, es probable que por eso sigan conservando mi Byakugan —sugirió Daruu—. En algún momento, dejarán caer a Kiroe que todavía tienen mis ojos para atraerla. O eso, o la chantajearán. Su vida a cambio de mis ojos. Y sabes lo que escogería ella. Ya lo sabes.
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Pero Ayame no consiguió escuchar nada más. Si se habían marchado ya o si habían bajado su tono de voz hasta que se mezcló con el resto de personas que les rodeaban, era algo que no llegaría a saber.

«Espero que Yuki consiga averiguar algo...» Pensó para sí, con un renovado suspiro.

Aún así, ambos se quedaron más tiempo en el improvisado chiringuito. De hecho, se quedaron tanto tiempo que se pidieron hasta cuatro bebidas con sus respectivas tapas. Y para cuando acabaron, Ayame supo con total certeza que aquella noche no iba a cenar.

Mierda, y yo que creía que me podía olvidar de esa puta... —murmuró Daruu, una vez se hubieron levantado para marcharse—. Ahora ya no hay manera de hacerlo. Está detrás de mamá, Ayame. Eso significa que si ella no acaba accediendo a las provocaciones, la pincharán hasta que lo haga. Y entonces le tenderán una trampa y la matarán.

»De hecho, es probable que por eso sigan conservando mi Byakugan. En algún momento, dejarán caer a Kiroe que todavía tienen mis ojos para atraerla. O eso, o la chantajearán. Su vida a cambio de mis ojos. Y sabes lo que escogería ella. Ya lo sabes.

No le dejaremos hacerlo —resolvió Ayame, más convencida que nunca. Sacó de su bolso la pequeña libreta que siempre acostumbraba a llevar consigo, la abrió por una determinada página y se la tendió a Daruu. En aquella hoja, varios trazos de lapiz habían dibujado la silueta de una hermosa mujer y, junto a ella, varias anotaciones rezaban cosas como "cabellos rubios", "ojos verdes", "técnicas de seducción". Era un retrato de Naia.

Ayame se encogió de hombros, clamando por su inocencia.
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Ayame le indicó con decisión que no dejarían que Naia se saliese con la suya, y rebuscó en su bolso. Daruu se inclinó con curiosidad. La muchacha sacó un cuadernito pequeño, que abrió por una página en la que había dibujada... «Naia», supo Daruu, e instintivamente apartó la mirada, recobrando recuerdos enterrados y amargos.

Por una vez, Ayame —dijo—. Por una vez, sí que tenemos que actuar. Pero hay una condición imposible de evitar. —Señaló con el dedo índice hacia arriba, dando vueltas, nervioso—. Debemos hacerlo a espaldas de nuestra familia, sí, o se inmiscuirían. Sería demasiado peligroso para mi madre.

»Pero esta vez no podemos hacerlo solos. Necesitamos la ayuda de la aldea. Necesitamos hacerlo junto a la señora Arashikage.

»Si la operación contra las ratas Kajitsu salió bien fue porque Kori y Zetsuo insistieron en informar a Yui de forma directa. Ese día, yo le dije a Kori que le pidiese dejarme ir. Y ella me dejó. Es cierto que no tienes una buena experiencia —dijo—, pero si algo sé es que esa mujer valora el arrojo, y valora también que la gente se ocupe de sus propios problemas de frente. Si se lo pedimos, nos dejará ir. Y probablemente nos preste algunos efectivos.

Se giró hacia Ayame y la señaló directamente.

»Pero esta vez, nada de salir de la aldea sola. Ni solos. Nada de actuar a espaldas de Amegakure. Nada de locuras. ¿Vale, Ayame? Por favor. Y no iremos hasta que domines el Chishio. Por si lo necesitamos.
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Por una vez, Ayame —dijo Daruu—. Por una vez, sí que tenemos que actuar. Pero hay una condición imposible de evitar. —Señaló con el dedo índice hacia arriba, dando vueltas, nervioso—. Debemos hacerlo a espaldas de nuestra familia, sí, o se inmiscuirían. Sería demasiado peligroso para mi madre.

«Y para mí, si mi padre se entera...» Pensó Ayame, removiéndose en el sitio, inquieta. No había olvidado aquella vez que quiso ir sola a buscar pistas sobre el paradero de Naia. No había olvidado los golpes, su ira... Quizás profundamente arrepentido por sus actos, Zetsuo no había vuelto a ponerle la mano encima desde entonces, pero Ayame no quería tentar a la suerte.

Pero esta vez no podemos hacerlo solos —continuó Daruu, y Ayame le miró, interrogante—. Necesitamos la ayuda de la aldea. Necesitamos hacerlo junto a la señora Arashikage. Si la operación contra las ratas Kajitsu salió bien fue porque Kōri y Zetsuo insistieron en informar a Yui de forma directa. Ese día, yo le dije a Kōri que le pidiese dejarme ir. Y ella me dejó. Es cierto que no tienes una buena experiencia —dijo, haciendo referencia a los múltiples problemas que había tenido la muchacha con la líder de la aldea—, pero si algo sé es que esa mujer valora el arrojo, y valora también que la gente se ocupe de sus propios problemas de frente. Si se lo pedimos, nos dejará ir. Y probablemente nos preste algunos efectivos. Pero esta vez, nada de salir de la aldea sola. Ni solos. Nada de actuar a espaldas de Amegakure. Nada de locuras. ¿Vale, Ayame? Por favor. Y no iremos hasta que domines el Chishio. Por si lo necesitamos.

Ayame agachó la mirada, apesadumbrada.

Yui-sama no me dejará ir —aseguró, con un hilo de voz—. Al contrario que tú, sólo soy una genin, y además soy la Jinchūriki de la aldea. No me dejará marchar a un peligro así.
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Ayame, abatida, bajó la mirada y habló con pesadumbrez sobre la certeza de que Yui no le dejaría marchar a una misión así.

Daruu cruzó el brazo derecho por detrás de los hombros de ella y sonrió.

Por eso mismo iremos directamente a pedirle ayuda a ella, de cara —insistió Daruu—. Creo que me tiene algo de estima, y la última vez cumplí a rajatabla sus órdenes. Puedo tratar de convencerla.

»Tú eres una genin, pero al fin y al cabo eres la genin más fuerte de la aldea... y la segunda ninja más fuerte de la aldea —dijo, y tras apartarse le dio un cozado amistoso en el costado—. Por detrás de mi.
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Daruu le pasó el brazo por detrás de los hombros.

Por eso mismo iremos directamente a pedirle ayuda a ella, de cara —insistió, con una sonrisa—. Creo que me tiene algo de estima, y la última vez cumplí a rajatabla sus órdenes. Puedo tratar de convencerla.

»Tú eres una genin, pero al fin y al cabo eres la genin más fuerte de la aldea... y la segunda ninja más fuerte de la aldea —añadió, y tras apartarse le dio un cozado amistoso en el costado—. Por detrás de mi.

¡Já! Eso habría que verlo. ¡Te recuerdo que la última vez que entrenamos fui yo quien ganó! —replicó Ayame, henchida de orgullo.

Claro que había pasado mucho tiempo desde aquello. Y ese combate se produjo justo después de que esa maldita Naia le hubo robado los ojos. Ambos habían evolucionado mucho desde entonces; y, aunque le fastidiaba admitirlo, él lo había hecho a pasos de gigante.

Ayame aún no estaba muy convencida de que Yui fuese a dejarla marchar así como así, pero decidió abandonar aquellos pensamientos. Después de todo, aquella peculiar kunoichi nunca había sido demasiado fiel a las normas. Y no pensaba dejar marchar a Daruu sin ella.

Será mejor que volvamos al hotel.
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Como esperaba, Ayame se picó con el comentario y le recordó una vez más que la última vez que se enfrentaron había ganado ella. Daruu se lo tomó a risa, aunque bien podría haberse ofendido. Antes lo hubiera hecho. La última vez que se habían enfrentado Daruu no se había acostumbrado a pelear sin Byakugan. Y ahora había estado entrenando duramente. Sinceramente, confiaba en sus capacidades. Y por desgracia, en eso, siempre estaría por delante de Ayame. Porque si algo era Ayame, era frágil de voluntad.

Claro que, Daruu tampoco sabía que la muchacha había mejorado mucho en ese aspecto.

Será mejor que volvamos al hotel.

¿Ya? —rio Daruu, señalando al cielo—. Pero si queda muchísima tarde por delante. —Daruu era consciente de que ambos estaban preocupados por el tema Naia, y que ese fin de semana ya no sería lo mismo, y aún así...—. Dejemos que Yuki haga su trabajo, ¿eh? Lo último que queremos es que esa cabrona nos joda también estos días de pareja. Eso sí... creo que mañana deberíamos de marcharnos ya a Amegakure. Y empezar a prepararnos seriamente. —Daruu agarró a Ayame por la cintura y comenzó a caminar hacia las calles de Notsuba de nuevo—. Pero aún mejor motivo para disfrutar de lo que queda del día de hoy.


· · ·


Hacía tiempo que se había hecho de noche. Las sombras se escurrían entre las callejuelas más apartadas y estrechas de Notsuba, escondiendo a maleantes, borrachos, drogadictos y demás miembros del hampa de la ciudad. Sólo quien no tenía otra alternativa paseaba por allí. O quien tenía algo que ocultar.

Te lo repito una sóla vez más, Jakan —habló una mujer, morena y con ojos verdes, más grande que una montaña, que amenazaba a un escuálido mercader de bienes de dudosa legalidad con el filo de un hacha arrojadiza—. ¿Dónde — está — el Uchiha?

¡Ya... ya te he dicho que no lo sé! —se excusó él—. Lo tenía aquí mismo, e-esposado. Y, y de un día para otro s-se marchó.

¿Con unas esposas supresoras de chakra, imagino?

S... sí.

La mujer agarró al hombre por detrás de los hombros y estampó la enorme cabeza cuadrada contra su frente. El deshecho de hombre gimió y cayó al suelo. Levantó las manos solícito de piedad, mientras ella se subía encima a horcajadas y alzaba el hacha sobre él.

¡Ah, claro, y con unas esposas supresoras coge y se va! ¡Claro que sí! Jakan, es el segundo Kekkei Genkai a por el que venimos y de pronto resulta que no está. La última vez dijiste que se había suicidado. Ahora, que se ha escapado. ¿Sabes por dónde voy?

¡N-no! No sé... ¡y... yo...! ¡Es la verdad, Nioka!

Ajá, sí. La verdad. Al menos a la próxima no nos llames y punto. ¿Por qué te arriesgas a que te pillemos, subnormal? —dijo la otra mujer, que acababa de volver de dentro de la casa. Era mucho más enjuta y delgada que su compañera, pero debía, también, ser bastante fuerte, porque cargaba con un muchacho; no debía tener más de cinco o seis años. Un niño pequeño. Lo arrojó al suelo.

Ya veo. Pues... lo siento, Jakan, pero no habrá una próxima vez.

Lo que había en el suelo era un cadáver. El grotesco cadáver de un niño pequeño al que le habían arrancado los ojos de las cuencas. La aparente indiferencia con la que los tres trataban le habría helado la sangre a cualquiera.

¡N-no! ¡Por favor! ¡Todo tiene una explica...!

¡Silencio! —bramó la mujer grande—. Ya sé lo que ha pasado aquí. Tienes otro comprador, ¿verdad? Oh, pero la avaricia es muy mala, y nos llamaste a nosotras también. A ver quién te ofrecía más, ¿eh? Y luego ese otro comprador te hizo una oferta generosa, y tú necesitabas el dinero, ¿verdad, Jakan?

Yo... sí. ¡Sí, sí, es verdad, sí! —lloriqueó el traficante de órganos—. Pero... pero no pasa nada, no no. El próximo será para v-vosotras. ¿Vale? ¿De acuerdo? S-sí. Y os lo daré a un precio especial.

Ni precios especiales ni una puta mierda, cabrón —escupió Nioka—. Te he dicho que no habrá una próxima vez.

Aaah, es verdad... La jefa dijo que...

...nadie se ríe de las Náyades. —La mujerzota bajó el brazo y clavó el hacha justo entre ceja y ceja del hombrecillo escuálido, que gritó durante unos segundos antes de emitir un gruñido infernal de muerte y empezar a sangrar por la herida a borbotones. Nioka retiró el filo del arma y se lo enfundó en el cinturón.

Bueno... allá va otro contacto.

No necesitamos un contacto que pueda vendernos en cualquier momento —dijo Nioka—. Aunque quizás deberíamos haberle interrogado sobre la competencia antes de matarlo. Bueno. Es igual. Vámonos, Shannako.

Las mujeres se desvanecieron hacia el otro extremo de la calle y se deslizaron a través de un callejón.

Al final, no hemos conseguido una puta mierda. Ya verás la jefa cómo se pone.

Me da igual cómo se ponga la jefa —dijo la grande. Se detuvo, rio, se encogió de hombros y añadió—: Bueno, no. La verdad es que da un poco de miedo cuando quiere. Pero joder, ¿qué hacemos? Nosotros no podemos prevenir que la gente sea una puta rata traidora.

Ya... joder, y ahora de vuelta a Shinogi-To. Por cierto, ¿a ti que te parece la nueva guarida?

Fua, una puta mierda. ¡El olor a pescado, joder, qué asco! Y además a pescado rancio. ¿A quién se le ocurre poner una puta taberna tan cerca de ese mercado, joder?

Supongo que por eso no va nadie —respondió Shannako, riéndose—. Mejor para nosotras, ¿no?

Espera.

La mujer grande se detuvo un momento y se dio la vuelta de golpe. Arrojó el hacha arrojadiza contra una caja particularmente grande que había en una esquina, que tembló y salió rodando.

¡¡MEEEEEAAAAAAOOOOOOOOOOW!! —Un gato blanco salió despedido, asustado, de detrás de la madera.

Tía, que sólo es un gato —se burló Shannako.

Nunca se sabe, joder.


· · ·


Bueno, voy al baño. Ahora salgo —dijo Daruu, y se encerró en el servicio.

Ayame se quedó sóla en la habitación. Hacía un rato que habían vuelto y ya se habían puesto cómodos. Era algo más de medianoche, así que estaban bastante nerviosos, porque Yuki no había vuelto.

Y de pronto...

Una cabecita blanca asomó por la ventana y se puso a dar golpes con la patita.

¡Meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow!
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¿Ya? —rio Daruu, señalando al cielo—. Pero si queda muchísima tarde por delante.

Ayame miró al cielo y dibujó una O en sus labios. Con todo aquel sobresalto por Naia se le había ido el santo al cielo y había perdido la noción de las horas.

Dejemos que Yuki haga su trabajo, ¿eh? Lo último que queremos es que esa cabrona nos joda también estos días de pareja.

Tienes razón... —respondió ella, aunque algo le decía que no iba a poder quitarse aquel asunto de la cabeza fácilmente. Ayame era una de esas personas que, una vez se obsesionaba con algo, no podía dejarlo ir de su cabeza. Y esos pensamientos la consumían desde dentro como un veneno letal.

Eso sí... creo que mañana deberíamos de marcharnos ya a Amegakure. Y empezar a prepararnos seriamente —añadió Daruu, agarrando a Ayame por la cintura y echando a andar hacia las calles de Notsuba—. Pero aún mejor motivo para disfrutar de lo que queda del día de hoy.

Me esforzaré por dominar el Chisio —respondió ella, tan seria como decidida—. Pero tienes razón, intentamos disfrutar del resto del día.



. . .



Varias horas después, Daruu se acababa de meter al baño mientras Ayame se relajaba tumbada sobre la cama después de disfrutar de una relajante ducha. No acostumbraba a secarse el pelo, prefería dejar que se secara al aire, por lo que se preocupó por colocar una toalla debajo de su cabeza para no mojar las sábanas. En ese momento, completamente a solas, fue cuando los pensamientos acudieron a ella como un enjambre de avispas rabiosas.

Naia... —siseó para sí, mientras contemplaba de nuevo el retrato en su libreta.

Después de verse obligada a devolver el Libro Bingo que le había robado a su hermano tiempo atrás, tenía que asegurarse de mantener intactos los recuerdos sobre los datos que conocía sobre aquella mujer. Al principio pensó en, simplemente, arrancar la hoja y quedársela. Pero habría sido un movimiento que habría sido descubierto tarde o temprano, por lo que terminó optando por hacer ella misma un dibujo y anotar los datos que aparecían en dicho libro. De algún modo, aquella libreta se había convertido en su Libro Bingo personal. Y Naia no sería la única que apareciera en él.

Unos súbitos golpes en la ventana, acompañados de unos insistentes maullidos, la sobresaltaron y la hicieron incorporarse de golpe en la cama. La libreta cayó al suelo y Ayame se dirigió a todo correr a abrirla.

¡Meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow!

¡DARUU, ES EL GATITO! —exclamó, intentando llamar su atención.
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¡A... AHORA SALGO! U-UN MOMENTO —se oyó a Daruu desde el baño.

Pero Yuki no iba a esperar a que su invocador acudiera a su llamada. En lugar de eso, en cuanto Ayame abrió la ventana el gato se le arrojó encima, tirándola en la cama. Restregándose contra su pecho y su barbilla, maulló lastimero.

¡¡Ayame-nyan, Ayame-nyan, nya sido terrible!! ¡Le nyan sacado los nyojos a un nyinyo!
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¡A... AHORA SALGO! U-UN MOMENTO —Escuchó decir a Daruu desde el baño.

Pero el gato blanco no estaba dispuesto a esperar. Con una desesperación aterradora, el felino se abalanzó sobre Ayame tirándola sobre la cama y comenzó a restregarse sobre su pecho y su barbilla. En otras circunstancias le habría parecido adorable, pero la expresión aterrorizada de Yuki la sobresaltó:

¡¡Ayame-nyan, Ayame-nyan, nya sido terrible!! ¡Le nyan sacado los nyojos a un nyinyo!

Ayame tomó al gato por debajo de las patas delanteras y lo apartó de sí, zarandeándolo en el aire ligeramente.

¡Yuki, nyo te...! Digo... ¡No te entiendooo! ¡Habla más claro! ¿Qué han sacado? ¿A quién? ¿Un ninja? ¡Daruu, ayuda!
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El gato se quedó ahí, colgado como un saco, maullando lastimosamente mientras Ayame le reprendía. Se quedó mirándola con ojitos tiernos unos segundos, y luego pronunció, más lento pero igual de mal:

Le nyan. Sacado. Los nyojos. a un nyi...nyo.
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El felino se quedó mirándola con ojos lastimeros durante varios segundos.

Le nyan. Sacado. Los nyojos. a un nyi...nyo —pronunció, de forma lenta... pero igual de incomprensible.

¡¡AAARRRGHH!! —rugió Ayame, exasperada. Y volvió a zarandearle—. ¿Qué narices son unos "ñojos"? ¿Qué es un ñi... ño...? Espera... ¿Un niño? ¡¿Qué le han hecho a un niño?! ¡¿Quién?!
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¡Nyo me grite, por favor, Anyame-nyan nyo me grite! —pidió el gato, asustado—. Nyo digo nyojos, digo NYOJOS. ¡Con los que ves las cosas! Hablaron sobre un nyinyo Uchiha al que le quitaron los nyojos. Vi su cadáver. Suélteme por favor. ¡Porfa!

Yuki comenzó a maullar desesperadamente. Quien también estaba desesperado era Daruu dentro del baño, secándose rápidamente con la toalla al oír el estruendo de fuera.
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