Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
20/05/2019, 00:44 (Última modificación: 20/05/2019, 00:45 por Uchiha Datsue.)
Todos observaron, curiosos, el hambre voraz de aquel chico desconocido. Koshuru no tardó en presentarle, y a nombrar a cada uno de sus hombres frente a Suzaku para que conociese sus nombres.
—Ah, ellos tienen su propio horario. Créeme, no quieres ser el que les despierte. —No sabía cómo era Kaido, pero Shaneji había matado a hombres por menos.
Mientras tanto, tras la barra, una puerta que daba a la cocina se abrió. Una mujer visiblemente desmejorada, como si hubiese envejecido de pronto y muy deprisa, salió a murmurarle algo a Shenfu Kano. Era su esposa, Jitsuna. No tardó en volver a la cocina, como si tuviese miedo de permanecer demasiado tiempo allí afuera.
Shenfu Kano tiró del cuello de la camisa para dejar pasar el aire. Allí, en su cuello, se le veían más manchas producto de la psoriasis. Tras las orejas y en los antebrazos también tenía manchas rojas.
Dio varios amagos de acercarse hasta que finalmente alzó el puño al cielo, tres veces. En sus labios se pudo leer: bam, bam, bam. Y entonces sí, se acercó a la mesa.
—¡Perdonadme la interrupción! ¡Esto…! ¡Creí que sería, esto…, conveniente que supierais que en la bodega ha desaparecido parte de la mercancía!
Koshuru, que en aquellos momentos estaba bebiendo un trago de agua escupió un chorro a cañón que fue a parar en un compañero de en frente.
—¿¡¡CÓMO DICES!!?
—¡Pues eso! ¡Ayer estaban! ¡Hoy ya no! —Más claro agua.
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Akame no tuvo tiempo de preguntar más sobre los dos Cabezas de Dragón cuando vio a aquel tipo regordete e hiperactivo que les había saludado la noche anterior, en el muelle antes de subir al barco. «Shenfu Kano», recordó. Hablaba con una mujer que parecía ser la cocinera y, a juzgar por sus expresiones, el Uchiha dedujo que no se trataba de un tema agradable para el antiguo propietario de Baratie. El propio Kano lo confirmó cuando, tras acercarse a las mesas de los marineros, le comunicó a Koshuru que...
«¿Parte de la mercancía ha desaparecido?»
Instintivamente, el Uchiha lanzó una mirada a su alrededor, escudriñando los rostros de los marineros como si pudiera ver en ellos la verdad. «Vaya vaya, esto sí es interesante», se dijo. «Podría apostar la mano derecha a que cualquiera de estos desgraciados sería capaz de robarla, pero, ¿por qué mientras estamos en travesía? Es estúpido, no podrían sacarla del barco. Y temen demasiado a Shaneji y a Kaido como para arriesgarse a que les encuentren un bolsón de omoide bajo los calzones. ¿Entonces...?»
El renegado miró a Shenfu Kano con ojos insondables. Su expresión lucía una calma mortecina, como si su corazón hubiese dejado de latir.
—Kano —le llamó—. Koshuru, hablemos.
Akame se puso en pie e invitó al gordo a alejarse de la mesa, lo suficiente como para que la conversación gozase de cierta privacidad. Esperó a que el jefe hiciera lo propio y sólo entonces habló con voz queda.
—Intuyo que si Shaneji o Kaido se enteran de esto, no va a ser bonito para ninguno de vosotros dos. —disparó, sin miramientos—. Como creo que os gustaría seguir viviendo, parece que soy vuestra mejor opción para resolver este marrón antes de que la mierda llegue al ventilador y acabéis todos pringados. Pero... Me vais a deber una. Y de las gordas.
Rostros de sorpresa. De conmoción. De acojone absoluto al comprender lo que aquello significaba. Cuando Suzaku miró a todos y cada uno de los rostros de los marineros, fue aquello lo que halló. Uno de ellos le devolvió la mirada y vio en ella el reflejo de la desconfianza. Sospechaba del nuevo, comprendió Akame en seguida. Es decir, de él.
Koshuru estaba a punto de entrar en cólera cuando Suzaku le llamó. Y él, sabiendo que lo último que le convenía en aquellos momentos era formar un escándalo, le siguió. Los tres fueron a un rincón del comedor y escucharon lo que el chico tenía que decirles.
—¡Oh, pero si no es culpa m..!
—Cállate —dijo en un susurro explosivo—. Cállate, joder. —le espetó, nervioso. No paraba de cambiar el peso de una pierna a otra y de morderse las uñas—. Joder, si descubres qué coño ha pasado… Entonces no te debo una gorda, te debo una gordísima. Me cago en la mar salada, no comprendo qué coño ha pasado. No tiene puto sentido.
»Suzaku, Shaneji suele levantarse tarde. Yo diría que tenemos un par de horas. —Y cuando se despertase no podía esperar demasiado a contárselo, por mucho que temiese su reacción. Lo contrario era peor.
»Tsukare quizá pudo ver algo —se dio cuenta, de pronto—. Le tocaba el turno de noche en el mástil, vigilando el mar por si nos topábamos con alguna banda enemiga.
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El Fénix ni se inmutó cuando advirtió alguna que otra mirada de desconfianza. «Un tipo sospechoso aparece en mitad de la noche para montarse en el barco y al poco rato desaparece parte de la mercancía, joder, yo también recelaría de mí.»
Luego atendió a las palabras de Koshuru. «Dos horas... No es mucho. Voy a tener que ser más rápido que exahustivo, y eso puede llegar a suponer un problema.» De tener todo el tiempo del mundo, Akame simplemente habría optado por interrogar a todos y cada uno de aquellos desgraciados, turno por turno, hasta averiguar la verdad. Pero corriendo contra el reloj, aquello no era una opción. En su lugar, debía sacar a relucir las habilidades por las que en su anterior vida se hiciera famoso... Y que ahora iban a resultarle útiles. Encontrar un extremo de la madeja, tirar del hilo y llegar hasta el premio. ¿Y todo por ayudar a unos traficantes de magia azul? Ah no, ni muchísimo menos...
«Vamos allá.»
Miró a Shenfu Kano.
—Dime exactamente qué te ha contado la cocinera.
Luego se volteó hacia el jefe de los marineros.
—La mercancía estaba en la bodega. ¿Cómo demonios va a ver nada un tipo en el mástil? —replicó, pero luego negó con la cabeza, suspirando—. Como sea, encuéntralo y tráelo ante mí. Yo voy a la bodega.
Koshuru, ensimismado en sus propios pensamientos, tardó un poco en responder a Suzaku.
—Tú lo has dicho: estaba en la bodega —respondió ante la posibilidad o no de que Tsukare viese algo—. Pero ya no está, así que tuvo que moverse por algún puto sitio.
Pero, tuviese razón o no, no había tiempo que perder. Koshuru giró sobre sus talones y ascendió las escaleras que daban a la cubierta de tres en tres. Mientras tanto, el resto de los marineros cuchicheaban entre ellos, visiblemente nerviosos por la reciente noticia.
Shenfu Kano acompañó a Suzaku hasta una puerta que daba a un largo pasillo. En dicho pasillo, con tres puertas a cada lado, era donde se encontraba la habitación de Shaneji —la suya era la última a la izquierda—. Y presumiblemente también la de Kaido. Al fondo, más escaleras que daban a la bodega.
—¡La cocinera es mi esposa, un respeto te pido! —dijo Shenfu Kano, siempre incapaz de hablar en voz baja—. ¡Y, pues, bajó a la bodega como cada mañana antes de preparar el desayuno! ¡Y ella ya notó algo raro! ¡Olía a ron! ¡El suelo estaba encharcado de él! ¡Nosotros siempre mantenemos la bodega impoluta! ¡Siempre!
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«En eso tiene razón, aunque dudo que quien quiera que haya robado la droga se dedique a pasearla por el barco... ¿O no? ¿Quizás la cargaron en un bote ligero, en mitad de la noche, para sacarla de Baratie antes de la primera luz del día?» Definitivamente aquel plan tenía mucho más sentido que el tratar de robar un alijo para esconderlo en el barco y confiar en que Shaneji no fuese a ordenar un registro exahustivo. Akame asintió, aprobador. «Bien, Koshuru, bien. Demuestra que sabes pensar y nos llevaremos bien», se dijo el Uchiha.
Una vez el jefe de marineros se hubo marchado, Kano y Akame prosiguieron la conversación en el pasillo que llevaba a la bodega... Y a los camarotes de los Cabezas de Dragón. El joven exiliado se debatió durante unos instantes sobre si avisar a Kaido de lo sucedido o no, pero finalmente decidió mantenerle al margen. «Su reacción para con Shaneji es imprevisible después de lo de anoche.» El Uchiha escuchó atentamente lo que decía Shenfu Kano.
«¿Ron?»
—No había intención de ofender —replicó, tranquilo—. ¿A qué hora suelen limpiar la bodega, Kano-san? ¿Dónde guardan el ron? ¿Y cuántas cajas de merca faltan?
Ambos bajaron por las escaleras y, tras abrir la pesada puerta metálica, se introdujeron en la bodega. Shenfu Kano tenía razón. Por mucho que ya hubiesen limpiado el suelo, allí seguía oliendo a ron. Y a omoide.
—¡Antes de cargar la mercancía y una vez entregada! —respondió, a la pregunta de cada cuanto limpiaban la bodega. Shenfu Kano sería muchas cosas, pero nadie podía decir que no cuidaba de su producto.
Luego, le señaló dónde guardaban el ron. En un rincón donde había varios barriles y, encima de estos, estanterías con botellas y más botellas. Saltaba a la vista, como una dentadura a la que le faltaba un incisivo, que en la fila de barriles había un hueco. Un hueco donde antes debió haber un barril.
—¿Cajas de merca? —¿Qué? ¿Acaso Koshuru y Suzuku habían pensado que…?—. ¡Oh, no, no! ¡No se llevaron omoide! ¡Mucho peor! —Muchísimo peor—. ¡¡Lo que se llevaron fue el ron!! ¡¡¡EL RON!!!
Shenfu Kano estaba fuera de sí.
—¡Había suficiente líquido en el suelo como para pensar que vaciaron un barril entero antes de llevárselo! —exclamó, señalando el hueco que Suzaku ya había visto—. ¡Y se llevaron varias botellas también! ¡Un Gran Reserva del 75! ¡Varias botellas de anís! ¡Una de licor de hierbas! ¡Antes de partir estaban, siempre llevamos un riguroso inventario! ¡Y esto… Esto es inexplicable!
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Ah, pero la respuesta de Shenfo Kano descolocaría completamente a Akame. «¿Que no se llevaron... La magia azul? ¿Pero para qué demonios querría alguien el r...?» Entonces creyó entenderlo. «A quien quiera que bajó aquí no le interesaba el jodido ron. ¿Por qué si no vaciar el barril antes de llevárselo? No, el ladrón quiere algo más», dedujo Akame. La pregunta del millón de ryos era... ¿Qué?
Se volvió hacia Kano.
—¿El ron también forma parte del contrabandeo?
Luego, Akame empezó a husmear por la bodega. Claramente allí se estaba cociendo más de lo que a simple vista aparentaba, y el Uchiha estaba interesado en resolverlo; no sólo por ganarse el derecho a reclamar una deuda a Koshuru y Shenfu Kano, sino porque, para qué negarlo, ¡su instinto de Profesional se había activado! Tras mucho tiempo aletargado, su cerebro agradecía algo de actividad. De intriga. De un caso que resolver. Era como volver a empuñar una espada, nunca se olvidaba. Y Akame se sentía más vivo que nunca. Así pues, el joven Uchiha activó su Sharingan y empezó a ojear el lugar con cuidado de no pisar el ron derramado ni tocar nada; buscaba huellas —estando el suelo encharcado, no era descartable que el ladrón o ladrones hubieran dejado un rastro tras de sí— así como cualquier detalle que resaltara en el entorno.
«¿Tal vez el ladrón sí quiso robar un barril de ron, pero era demasiado pesado y cayó al suelo, rompiéndose? ¿Por eso se conformó con tomar otras tantas botellas?»
—Kano-san, ¿hay alguien a cargo de vigilar la bodega?
Oh, hubiese encontrado huellas, sí. De no ser porque la propia Jitsuna limpió el desaguisado nada más contemplar, horrorizada, el estropicio que se había hecho. Fregona en mano y diligente, había limpiado hasta la última gota de ron vertida en el suelo. Y, con ello, las posibles marcas que se hubiesen podido dejar en el suelo.
—¡No, no! ¡El ron es para consumo propio! ¡Bueno, y para los clientes! —Y los jodidos contrabandistas, que empinaban la botella la mitad de lo que él lo hacía. Y eso, era mucho decir.
Respecto a si había alguien a cargo de vigilar la bodega, Shenfu Kano se encogió de hombros.
—¡No que yo sepa! ¡Aquí solo viajamos mi esposa, yo y los hombres de Shaneji! ¡No les ponía cara de traidores!
Suzaku siguió mirando. En las estanterías, se dio cuenta que las botellas desaparecidas eran las que estaban más bajas, y en el centro. También miró en las cajas de especias, pescado y carne. Nada raro. La mercancía del omoide tampoco parecía haber disminuido en absoluto.
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«Meh, este gordo estúpido nos ha enmarronado con un problema que ni siquiera es tal. ¿A quién demonios le va a importar que se hayan llevado el ron?» Akame no podía evitar sentirse ligeramente decepcionado. Sin embargo, quería resolver el asunto; al menos así tendría entretenimiento hasta que llegaran a Hibakari. Tres días a bordo del barco rodeado exclusivamente de lobos de mar poco de fiar y un par de tiburones hambrientos no era una perspectiva precisamente alentadora. «¿"No les ponía cara de traidores"? Por los cuernos de Susano'o, este tipo es imbécil. Probablemente viaja con los rufianes más traicioneros de todo el Mar Central.» El Uchiha suspiró.
—¿Entonces a qué viene tanto revuelo, Kano-san? Seguramente alguno de estos bribones se llevó una botella para empinársela a gusto anoche. ¿Cuál es el maldito problema? —inquirió Akame, cruzándose de brazos—. Por un momento me has hecho creer que había desaparecido el omoide, joder.
Luego el renegado examinó la escena del crimen. Para su desgracia, la esposa de Kano ya se había encargado de destruir cuanta evidencia pudiera quedar, de modo que Akame se limitó a buscar en la zona que parecía intacta; las estanterías. «Faltan las del centro, y los baldes más bajos... ¿Acaso el ladrón no llegaba a las de más arriba?» Examinó más de cerca la estantería, concretamente los baldes donde faltaban botellas. «Si mi hipótesis es correcta y el barril se rompió por accidente, tal vez el ladrón quedase pringado de ron...» Con aquel pensamiento en mente, Akame comprobó si había manchas del pegajoso y dulzón alcohol en las tablas de la estantería.
¿A qué venía tanto revuelo? ¿Pero es que ese chico estaba loco?
—¡Él ron es la sangre de un hombre de mar! ¡Es su sustento! ¡Su alma! ¡Y a mí me han robado el alma ha toneladas! ¿¡Cómo que cual es el problema!? ¡Esto es inadmisible, me oyes, inadmisible!
Había aceptado ser el jodido Transportista de Omoide por el bien de su hija. Pero que le robasen en su propio barco, en su maldita cara, era la gota que ya colmaba el vaso.
Suzaku siguió buscando pruebas, ya no con el mismo entusiasmo una vez destapada la verdad. No encontró manchas en la estantería. O el ladrón no había roto el barril por accidente, o sencillamente se las había arreglado para no empaparse en él de pies a cabeza.
El tiempo pasaba, y cada vez quedaba menos para que Shaneji despertase. Cierto era que, con el brusco giro de acontecimientos, ya no importaba tanto.
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El Uchiha apenas prestó atención a los gritos de Kano, que farfullaba acerca de la importancia del ron para un marinero y demás cosas que a Akame no le interesaban en absoluto. «No hay rastro alguno de ron. Meh, este lugar está limpio, o eso parece. No sé si por culpa de la mujer de Kano o porque realmente el ladrón fue cuidadoso.» Sea como fuere, el renegado entendió que allí no iba a encontrar ninguna pista fácil, e iba a contrarreloj. Necesitaba algo más. Algo más.
Se dio media vuelta, haciendo caso omiso de las quejas de Shenfu Kano. Antes de subir por las escaleras que ascendían hacia el pasillo, Akame se volvió hacia el antiguo dueño de Baratie.
—Quédate aquí. Si alguien más intenta entrar en la bodega, me avisas. El ladrón siempre vuelve a la escena del crimen —sentenció, aunque no quedaba claro si lo hacía para evitar que Kano siguiera dándole la tabarra o porque de verdad pensaba que era una buena idea.
Akame volvió sobre sus pasos para buscar a Koshuru, al que había mandado a traer al vigía nocturno. «¿Dónde cojones se ha metido este tipo?» Cuando pasó junto a la puerta del camarote de Kaido, se detuvo. «Bueno, ya que no hay problema con el omoide, será mejor que ponga a Kaido sobre aviso.» Sin llamar siquiera trató de girar el pomo e ingresar en la habitación.
Shenfu Kano quiso protestar. ¡Pero, ¿y quién se ocuparía del resto del barco?! ¡Un timón no se manejaba solo! Luego recordó que, tristemente, él ya no era el capitán de ningún barco. Y cuando quiso hablar, Suzaku ya había desaparecido escaleras arriba.
Akame escuchó el característico sonido de alguien metiéndose un buen tiro. Shenfu Kano necesitaba de su medicina.
Luego, tras acceder al pasillo, entró en el camarote de Kaido. Era el que estaba en frente del de Shaneji, antiguamente perteneciente a la sobrina de Shenfu Kano: Kila. Y en la cama…
No había nadie. Es más, estaba perfectamente hecha, como si nadie hubiese dormido allí aquella noche. Ni ropa tirada, ni pertenencia alguna. Nada.
—Suzaku —Koshuru acababa de entrar al pasillo y hablaba en voz baja para no despertar a Shaneji—. Aquí traigo a Tsukare. Aunque no ha visto gran cosa —se lamentó.
Tsukare resultaba ser una mujer de unos cuarenta años, de cabello corto y oscuro y mirada tan azul como el mismísimo océano. Algo pequeña, delgada y menuda. Tenía bastantes ojeras y todavía algo de legañas en los ojos.
Miró a Suzaku como si no comprendiese porqué debía hablar ella con aquel chico.
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La visión del camarote de Kaido completamente vacío fue como un lanzazo para Akame. No, más bien aquello lo supuso la cama pulcramente limpia, que evidenciaba que el Tiburón de Amegakure no había dormido allí esa noche. «Ese malnacido... ¿¡Se ha largado!?» El Uchiha quiso buscarle por todo Baratie en ese mismo momento, pero cuando se disponía a salir del camarote, una figura le sorprendió en la puerta: Koshuru. Y no iba solo. Akame le lanzó un largo vistazo a la mujer —«muy mayor y muy poco... marinera, para estar metida en el contrabando», se dijo el renegado— y luego habló.
—Lo que se han llevado es ron, no omoide. Ese imbécil de Kano no sabe ni juntar dos palabras adecuadamente —se quejó el Uchiha, dirigiéndose a Koshuru—. El ladrón ha robado un barril de la bodega, y unas cuantas botellas. ¿Viste algo sospechoso anoche, Tsukare? ¿Alguien se aproximó al barco, algún bote, algo?
Aquello cada vez tenía menos sentido. «La explicación más plausible es que alguien quisiera robar alguna de las botellas caras, y quizás usó lo del barril de distracción... No, si fuera así, ¿por qué llevarse el barril vacío?» Akame no tenía nada en claro, y las pistas que estaba siguiendo, por el momento, no le daban mucha más información. Se volteó hacia Koshuru.
—Tú estabas anoche junto al pasillo del camarote de Shaneji. Las escaleras del final son la única entrada a la bodega, ¿no? —quiso saber—. ¿Viste entrar a alguien?
Confusión. Sorpresa. Enfado. De todas las emociones que empañaron el rostro de Koshuru por unos segundos, alivio fue la que predominó al final. Apoyó la espalda contra el marco de la puerta y emitió tal largo suspiro que pareció derretirle mientras su espalda resbalaba hacia abajo.
—Ese jodido Kano… Oh, pensaba que estaba muerto, joder. —Y ahora veía la luz del faro, a lo lejos, en una noche de tormenta en mar abierto.
—Yo no vi nada. Solo a Shaneji-sama y Kaido-sama saltar al mar, y a Shaneji-sama volviendo tras unos minutos.
Koshuru, por su parte, tampoco había visto mucho más.
—Qué va. A la única que vi fue a la prostituta volviendo tras espantarse por vuestro… intercambio de opiniones —carraspeó—. Pero luego yo me fui a dormir y no vi una mierda.
»¿Dices que solo fue ron, entonces? Joder, me había asustado de verdad.
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