12/06/2019, 18:45
(Última modificación: 12/06/2019, 18:46 por Uzumaki Eri. Editado 1 vez en total.)
—¡Marchando! —exclamó la mujer, y pronto se puso manos a la obra.
Las primeras en salir fueron las especiales, que dio una a cada uno. Éstas estaban hechas con diversos tipos de carne que pudieron identificar como de ternera y de cerdo, sin embargo también habían trozos de queso, patatas y algún que otro pimiento verde retostado por en medio, sazonados con algo que ella no pudo identificar pero que, aun así, no pudo reprimirse más y le pegó un bocado, degustándolo con tanto placer que suspiró al probarlo.
Eso y porque quemaba, pero sobre todo porque estaba delicioso.
—Son cincuenta ryos, guapo —dijo al cabo de unos minutos, otorgándole una pequeña bolsa de papel con las brochetas, luego se giró a Eri y a ésta le dio otra igual a la del castaño, con una sonrisa.
Mientras el castaño pagaba, una cabellera carmesí se movía entre la multitud chillando un nombre muy conocido para ambos. Su voz sonaba más dulzona que de costumbre entre pequeños hipidos, hasta que por fin una figura alta apareció frente a los dos shinobi, con las mejillas sonrosadas y una sonrisa boba mal dibujada en su rostro.
—¡Eri! Por fin te encuentro... ¡Hip! —alegó, pasando una mano por sus hombros—. ¡Tenemos que irnos! —exclamó—. ¡Hotaru está apostando dinero!
Eri se llevó una mano a la frente, y luego se giró a Nabi.
—Lo siento Nabi, tengo que irme, gracias por las brochetas y... Por hoy, de verdad —se deshizo del agarre de su hermano y se acercó a él, dándole un beso en la mejilla—. Ya nos veremos.
Con una sonrisa y una inclinación de cabeza, ambos hermanos Uzumaki se perdieron entre la gente.
—¿Me das una...?
—No.
Las primeras en salir fueron las especiales, que dio una a cada uno. Éstas estaban hechas con diversos tipos de carne que pudieron identificar como de ternera y de cerdo, sin embargo también habían trozos de queso, patatas y algún que otro pimiento verde retostado por en medio, sazonados con algo que ella no pudo identificar pero que, aun así, no pudo reprimirse más y le pegó un bocado, degustándolo con tanto placer que suspiró al probarlo.
Eso y porque quemaba, pero sobre todo porque estaba delicioso.
—Son cincuenta ryos, guapo —dijo al cabo de unos minutos, otorgándole una pequeña bolsa de papel con las brochetas, luego se giró a Eri y a ésta le dio otra igual a la del castaño, con una sonrisa.
Mientras el castaño pagaba, una cabellera carmesí se movía entre la multitud chillando un nombre muy conocido para ambos. Su voz sonaba más dulzona que de costumbre entre pequeños hipidos, hasta que por fin una figura alta apareció frente a los dos shinobi, con las mejillas sonrosadas y una sonrisa boba mal dibujada en su rostro.
—¡Eri! Por fin te encuentro... ¡Hip! —alegó, pasando una mano por sus hombros—. ¡Tenemos que irnos! —exclamó—. ¡Hotaru está apostando dinero!
Eri se llevó una mano a la frente, y luego se giró a Nabi.
—Lo siento Nabi, tengo que irme, gracias por las brochetas y... Por hoy, de verdad —se deshizo del agarre de su hermano y se acercó a él, dándole un beso en la mejilla—. Ya nos veremos.
Con una sonrisa y una inclinación de cabeza, ambos hermanos Uzumaki se perdieron entre la gente.
—¿Me das una...?
—No.