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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Zzzz... Zzz...

¡ÑIEEEEEECK, CRASH, BRRRRRRRRROOOM!

«¿¡Pero qué cojones...!?»

Akame se despertó de un brinco, sobresaltado por el tremendo estruendo de la piedra y la tierra crujiendo bajo sus propias narices. Apenas abrió los ojos fue capaz de intuir aquellas fauces oscuras que se cerraban sobre él. Quiso revolverse y escapar, pero antes de poder hacerlo —todavía adormilado—, oyó la voz de Kisame a su lado. Se volvió hacia el amejin, pensando ya que le había traicionado, cuando el muchacho tuvo tiempo de explicarse.

¿Un ruido? —repitió el Uchiha, confuso, mirando en todas direcciones para ver tan sólo las paredes sólidas que le envolvían—. ¿Esto es un jutsu tuyo?

De repente, el gruñido que Kisame había estado oyendo se intensificó hasta transformarse en un rugido, uno que reverberó por las cavidades de aquella gruta hasta llegar a los dos muchachos. De la oscuridad de la cueva emergió una silueta peluda y enorme, más grande que cualquier hombre o mujer. Por las rendijas de la cúpula defensiva de Kisame, los ninjas podrían ver que se trataba de un enorme oso pardo.

¡La puta madre! —exclamó Akame, sobresaltado.

El animal debía medir al menos dos metros y medio, o incluso casi tres, con un pelaje amarronado muy denso y ojos oscuros que observaban, curiosos, la estructura de tierra que Kisame había levantado. No parecía furioso pero tampoco dispuesto a ignorar aquello. El oso se acercó olfateando el suelo, y cuando estuvo junto a la cúpula, empezó a rascarla con una de sus enormes patas, cubierta de afiladas garras negras.

Me cago en todo... ¿Qué demonios hacemos? —dijo Akame.

Cabía la posibilidad de que el oso terminara por irse sin buscar más perjuicio para los muchachos, pero por otra parte, ahora que parecía distraído ellos tenían la ventaja del ataque sorpresa. Si esperaban a que la bestia les cayese encima, perderían ese factor. ¿Cuál era la decisión correcta?
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

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#32
-Si, lo he hecho yo. Aguantará por un tiempo si decide atacarnos, pero no estoy seguro de hasta cuando -Comentó Kisame intentando mantener la calma, pero visiblemente nervioso a judgar por sus piernas temblando. A pesar de todo, adivinar sus nervios solo escuchando su voz era tarea más que complicada ya que se le daban bien esas cosas.

Observó a la gran bestia acercarse y apretó los puños, un poco bloqueado por la situación, con los nervios a flor de piel e intentando tranquilizarse. Seguramente atacarle sería una tarea dificil ya que él mismo no era un gran luchador cuerpo a cuerpo y si intentaba atacarle en un espacio tan reducido quizás la cueva se viniera abajo o el oso pudiera pillarle, debido a su escasa velocidad... No sabía muy bien que hacer así que, en voz baja se dirigió a su compañero.

-No soy demasiado bueno atacando... Y tampoco sé como podríamos escapar de aquí, se te ocurre algo? Tenemos poco tiempo, eso está claro -Dijo sin apartar la vista del lugar de procedencia del ruido, seguramente el oso estuviera examinando qué demonios era esa cosa de roca que se había formado en su cueva -A título personal, sugiero esperar a ver si se va -Añadió.
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#33
«Me cago en todo... Y no puedo dejar que a este tío le pase nada grave. Le necesito, joder» se debatía Akame en su fuero interno. Incluso para un personaje medianamente poderoso, como él era, un enorme oso de las montañas podía suponer un desafío si se enfrentaba en condiciones adversas. En campo abierto, donde pudiera burlar las garras de la bestia y diezmarle desde la distancia, no tendría miedo alguno. Pero allí, en una cueva, sus opciones eran realmente limitadas.

¡Bum!

El oso acababa de sacudirle un tremendo patazo a la cúpula, en su afán de investigación. ¿Cuánto tardaría en propinarle un zarpazo que echara abajo la construcción defensiva de Kisame? Akame juzgó que no era oportuno esperar a que algo así sucediese. Se incorporó como pudo, deshaciéndose de su manta, mientras le daba vueltas al asunto.

¿Puedes deshacer esta cúpula a voluntad? —quiso saber. ¡BAM! otro golpetazo del oso a la pared defensiva, que se resquebrajó—. ¿Puedes o no?
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#34
Kisame estaba preocupado por cada uno de esos golpes, sabía que atacar con sus habilidades en una cueva no era la mejor idea pero parecía que no tendría otra solución, así que encaró la parte que se había resquebrajado preparado para empezar la secuencia por el sello de jabalí mientras escuchaba a su compañero.

-Si, puedo -Dijo secamente sin apartar la mirada de la pared de la cúpula -A tu señal la quitaré y el suelo frente a nosotros se resquebrajará, sal por mi espalda y podremos hacer un ataque conjunto, quizás el mío si lo pueda aguantar, pero el de ambos es mas bien complicado -Añadió a su frase sin mirar al exiliado.

Era, oficialmente la primera vez en su vida en la que corría peligro de ser herido, o incluso muerto si no hacía bien las cosas, por lo que extremaría la precaución y se defendería de cualquier cosa como había aprendido durante los años de academia, quizás su estilo era demasiado defensivo pero estaba seguro de que si Karasu sabía usar eficazmente el katon, no sería necesario que él atacara demasiado, simplemente tendría que defenderles a ambos.
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#35
Está bien. A mi señal, retira tu técnica... Y vamos con todo.

Los ojos del joven Uchiha se volvieron rojos como la sangre que inundaba sus iris, con tres aspas negras orbitando alrededor de sus pupilas. Probablemente Kisame nunca habría visto nada igual, pero en mitad de la oscuridad, el Sharingan emitía un tenue brillo carmesí dotando a su portador de una apariencia sobrenatural —como poco— o incluso demoníaca —si alguien era especialmente supersticioso—. Akame juntó las manos en el sello del Tigre, y entonces...

¡Ya!

Cuando Kisame deshiciera aquella cúpula de tierra, Akame se dispondría a ejecutar una técnica ígnea. «Es un animal, todos los animales temen el fuego. Debería bastar un poco de flama para ahuyentarlo y que se largue de aquí», había sido el razonamiento del Uchiha. Sin embargo, para su mala suerte, el oso fue increíblemente rápido. Erguido sobre sus patas traseras, el animal descargó un violento zarpazo sobre el renegado al tiempo que rugía con ferocidad.

¡Mierd...! —las palabras se le ahogaron en la boca.

Akame salió despedido hacia atrás, literalmente volando por el aire, hasta que su espalda chocó contra la pared de roca de la gruta. Luego se resbaló, boqueando, mientras trataba de recuperar el aire que le faltaba a sus pulmones. Por su parte, el gigantesco oso volvió a rugir y esta vez, su vista se había centrado en Kisame. Olfateando el aire, se acercó al joven genin de la Lluvia con malas intenciones...
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#36
Kisame se sentía, ciertamente, algo nervioso. Y aunque se repetía mentalmente todo el tiempo que seguramente ese no era el momento para ponerse nervioso, era la primera vez que se enfrentaba a algo que realmente pudiera hacerle daño, o incluso matarle, por lo que emplearía todos sus conocimientos para contener a aquella bestia el tiempo necesario.

Deshizo la técnica rápidamente dando una palmada y comenzó a hacer una serie de sellos con una velocidad algo cuestionable, pero con bastante eficacia, muy sorprendido por dentro por el golpetazo que se había llevado Karasu. Él mismo sabía que muy posiblemente no aguantara un golpe así, su cuerpo era frágil y aquel oso parecía tener una potencia desorbitada por lo que, una vez acabó sus sellos y sin apartar sus ojos de la bestia...

-Doton: Retsudo Tenshō! -Dijo con firmeza, al tiempo que su mapache saltaba hacia la pared, para allí apoyarse durante menos de un segundo y lanzarse contra el oso desde un lado, dispuesto totalmente a darle un fuerte garrazo en el ojo.

El suelo bajo el oso comenzó a romperse con furia y haciendo un ruido potente de desgarros y rotura de rocas, algo que podría desequilibrar al animal y, claramente, hacerle daño por la irregularidad y las rocas puntiagudas que se habían formado allí. Si el ataque del mapache tuviera éxito, este caería sobre las rocas irregulares con presteza y saldría de ellas dando un fuerte salto en dirección a su invocador.


Vida

70/70


Chakra

70/110

-24



¤ Bandana Ninja
¤ Portaobjetos básico
¤ Kemuridama, Bomba de humo (3)
¤ Comunicador básico
¤ Hilo shinobi

¤ Doton: Retsudo Tenshō
¤ Elemento Tierra: Desgarro de Palma de la Tierra Retorciéndose
- Tipo: Ofensivo
- Rango: C
- Requisitos: Doton 10
- Gastos:
  • 12 CK
  • (Doton 20) (multiplicable x2)
  • (Doton 30) (multiplicable x3)
- Daños: 20 PV
- Efectos adicionales: (Doton 80) La tierra puede romperse en parábola, aunque sólo alcanzará su radio máximo cuando se encuentre a 3 metros del objetivo.
- Sellos: Jabalí → Buey → Sello específico de la técnica
- Velocidad: Rápida
- Alcance y dimensiones:
  • La técnica avanza 3 metros, y goza de 1'5 metros de anchura (multiplicado x1)
  • La técnica avanza 5 metros, y goza de 2'5 metros de anchura (multiplicado x2)
  • La técnica avanza 8 metros, y goza de 4 metros de anchura (multiplicado x3)
Tras la realización de los sellos, esta técnica causa que la tierra frente al usuario se retuerza sobre sí misma, rompiéndose, desequilibrando a los adversarios y causándoles daños debido a las rocas puntiagudas y a la gravilla. Cuanto más chakra se añada a la habilidad, más grande será la destrucción del terreno y más dañina sobre los oponentes.

Posibles 40 PV por la técnica y 10PV adicionales por el garrazo del mapache
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#37
¡GROAAAAAR!

El enorme oso pardo rugió al ver cómo Kisame se movía de forma —para el animal— muy extraña, y avanzó para tenerlo a tiro de sus zarpas. Volvió a colocarse a dos patas exhibiendo todo su poderío físico, que no era poco, y alzó la zarpa derecha para destrozar literalmente a aquel advenedizo. ¿Qué genin podría soportar un sopapo de tamaña magnitud y potencia sin romperse como un muñeco de trapo? El muchacho tenía pocas opciones, pero en efecto, dio con una de ellas. Porque cuando apoyó las manos en el suelo, y el oso bajó su zarpa llena de afiladas garras, el propio suelo debajo de sus pies se resquebrajó con un crujido que parecía venir del mismísimo Yomi.

CRIEEEEK. BRRRRRRRRRRRRROOOOMMM!

Una grieta se abrió bajo las patas traseras del oso, como si la propia tierra estuviese buscando abrir sus fauces para engullirlo. El animal cayó sin remedio, desequilibrado y genuinamente confuso, para clavarse las afiladas esquirlas que aguardaban en el fondo. Sus chillidos de dolor retumbaron en la gruta mientras el mapache de Kisame se lanzaba también a la carga para atacarle la visión, y luego retirarse. El oso pardo, herido y muy asustado, se enfocó entonces en escalar con una agilidad inusitada aquella falla en miniatura y huir del lugar por el mismo sitio que había venido; las cavidades internas de aquella gruta.

Cof, cof... Buen trabajo, chaval —Akame seguía tumbado sobre su espalda, y se palpaba la herida que tenía en el torso con ambas manos—. Condenado bicharraco, me ha enganchado bien.

La bestia había huído, y parecía que los muchachos estaban a salvo... Por el momento. Akame se abrió la yukata a la altura del pecho para dejar ver tres desgarrones que le atravesaban la piel, sangrando aunque no profusamente. El Uchiha palpó, apretando los dientes, para evaluar el alcance de la herida. «Es más aparatosa que grave, pero necesito desinfectarla, y rápido...» Con manos torpes trató de alcanzar su petate, pero estaba demasiado lejos.

Pásame la mochila, ¿quieres? —le pidió al de Amegakure—. Meh, te debo una.
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#38
Mientras el oso escapaba, Kisame preparaba otro sello del jabalí nuevamente por si se diera la vuelta, aunque no creía que lo hiciera, quería asegurarse de que no lo haría con certeza. Tras unos instantes mirando a la oscuridad, se volvió a socorrer a su compañero, el cual debía de estar herido a judgar por el zarpazo que se había llevado de aquella bestia.

-Hubiera estado mejor si hubiera podido defenderte, no nos conviene que estés herido -Comentó observando su herida, mientras se acercaba a por la mochila del renegado una vez se la pidió -Recordaré eso, aunque si no hubiera hecho nada me habría alcanzado a mí también, y yo no estoy seguro de poder aguantarlo -Añadió mientras le ayudaba a sacar lo que quiera que fuese a sacar de su zurrón para que no se moviera demasiado, pues estaba sangrando bastante por el corte.

Una vez lo tuvo todo controlado, el amejin ordenó al mapache que vigilara la cueva por si volvía y que les avisara si le olía cerca, simplemente con un gesto en su nariz y señalando hacia la cueva. Pareciera que, a pesar de su poca experiencia, la conexión con aquel animal fuese bastante profunda y la relación hubiera sido fruto de muchos años, pues no había que ser muy observador para darse cuenta de que ambos se entendían a la perfección, casi como un Inuzuka y su perro.

-Karasu, qué era ese brillo en tus ojos? Parecían los ojos de un shinigami, ese color rojizo y ese brillo... Nunca antes lo había visto -Comentó mirándole a los ojos, agachado frente a él.
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#39
Gracias —masculló el Uchiha, entre dientes, mientras alargaba la mano para coger el petate que Kisame le tendía.

Una vez con la mochila en las manos, Akame la abrió y rebuscó con movimientos apurados hasta hallar lo que necesitaba, en orden de prioridad: una botella de sake muy fuerte, de altísima graduación, un rollo de vendas y un paquete de tabaco. Dejó la cajetilla a un lado y las vendas sobre ésta, abrió la botella de sake quitándole el tapón con los dientes y echó un buen chorreón sobre la herida. El alcohol le escoció de mil demonios, arrancándole varios gruñidos que no eran sino gritos de dolor ahogados.

Vale, escúchame. Ahora tienes que coger mi índice derecho, y pasarlo por estas heridas —pidió a Kisame, al tiempo que concentraba una pequeña cantidad de chakra en el mentado y la yema de su dedo se volvía anaranjada, como un hierro candente—. Da igual si grito, si me revuelvo o si me desmayo. Tienes que cauterizarme las heridas, o se me infectarán y no llegaremos a la Ribera del Norte. ¿Lo entiendes?

»Venga, joder. Échale dos huevos.

Akame había ignorado completamente la pregunta del amejin sobre sus ojos —que habían vuelto ahora a su color azabache habitual—; ya habría tiempo para esa clase de banalidades más tarde.
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#40
Kisame asintió ante las palabras del Uchiha. Jamás había cauterizado una herida, y tenía pinta de que iba a doler bastante, por lo que simplemente se armó de valor y cogió la mano que le habían tendido, con el dedo índice encendido como un soldador. Jamás había hecho algo como eso. En aquel instante lamentó no haber estudiado ninjutsu médico, como habría hecho su madre. Esa historia de que su madre era una médico excepcional y que él podría haberla sucedido a ella la tenía grabada a fuego en la mente. Se armó de paciencia y, antes de acercar el dedo a la herida se detuvo unos instantes.

-Esto te va a doler, lo sé. Pero aguanta y no me lo pongas difícil, si intentas apartar la mano seguramente lo consigas y me quemes. No tengo demasiada fuerza... -Dicho esto, comenzó a posar el dedo sobre la herida varias veces, como si estuviese marcando con un punzón, pero sin apretar demasiado, lo justo para quemar la zona.

Intentaría tener sangre fría y aguantar el dolor que manifestara Karasu, esto no era lo suyo y si no mantenía la concentración seguramente acabaría por no hacerlo... Jamás había tenido un estómago de hierro para estas cosas, pero... si la necesidad apretaba, era totalmente necesario. Solo esperaba que aquella criatura no volviera mientras hacía eso. Al menos sabía que su compañero le avisaría, ya que eso le había encargado.
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#41
¡¡¡YAAAAAAAAAAAAAAAAARGH!!!

Los gritos de Akame resonaron en la gruta por encima del rugido de la tormenta y el viento, cuando Kisame —haciendo caso a sus indicaciones—, le tomó el dedo encendido y empezó a cerrar la primera herida. El olor de la carne quemada inundó aquella estancia, nauseabundo, conforme el joven amejin cauterizaba aquel feo desgarro. La piel iba quemándose de forma perfecta al paso de aquella suerte de punta de soldadura mientras su dueño se revolvía y profería alaridos que hubieran podido helarle la sangre a un shinigami. Pese al dolor, Akame sabía que aquella era la única posibilidad que tenía para que no se le infectara la herida, y llegar hasta la Ribera del Norte: no tenía equipamiento médico y tampoco sabía utilizarlo con demasiada pericia, más allá de remendarse burdamente los cortes con aguja e hilo.

Con gesto ahogado pidió una pausa a su improvisado matasanos, mientras la yema de su dedo seguía emitiendo aquella luz anaranjada y calorífica. Akame sudaba profusamente fruto del dolor y el estrés que la situación le estaba causando, pero todavía tenía dos garrazos más por cauterizarse, que le cruzaban ambos pectorales. «Tengo que seguir... Venga... Venga joder...» Con un asentimiento, indicó a Kisame que prosiguiera.

¡¡¡YAAAAAAAAAAAAAAAAAIIIIIIIIIAAAARGH!!!

Unos angustiosos minutos después Akame yacía recostado contra la pared, tratando de acompasar su acelerada respiración, empapado en sudor y con la cicatriz de tres garras de animal en el pecho. «Otra para la colección», se dijo con resignación ácida. Su mano había vuelto a la normalidad y ahora trataba de beber agua de su cantimplora para aliviar el dolor que aun sentía.

Gracias, joder —bufó finalmente, tratando de no moverse demasiado—. Échate un rato si quieres, yo hago el resto de la guardia. Tienes cara de muerto, camarada.
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#42
Kisame observó como su compañero se dejaba caer aliviado, ahora que estaba curado. No le había gustado anda hacer eso, pero era estrictamente necesario. Era consciente de que él mismo tenía una gran capacidad para regenerar sus heridas, pero sabía que no todos la tenían y que además, si se infectaba podrían pasar cosas malas y no llegar a su destino. Asintió ante las palabras del Uchiha y sesentó en el suelo.

-No te preocupes, tu habrías hecho lo mismo -Hizo una breve pausa para respirar hondo y observar la cueva con detenimiento -Me lo dicen mucho, no te preocupes, no voy a dejarte herido tú solo haciendo guardia, estoy acostumbrado a dormir poco -Comentó mientras llamaba con la mano a su mapache.

Por mucho que le insistiera, no pretendía dejarle solo. A pesar de haber demostrado ser un tipo duro aguantando ese zarpazo y el dolor de quemarse la herida, no podría pelear si la situación se presentase. Ya no por su vida, sino por la suya. Ambos estaban juntos en esto. Volvió a recordar la pregunta que le hizo y no fué contestada, así que, como no quería que el tema cayera en el olvido lo preguntó en voz alta de nuevo.

-Esos ojos tuyos... No los había visto nunca. Qué son? -Preguntó mirándole con detenimiento y acariciando a su tanuki ahora que se había acercado a él.
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#43
«¿Acostumbrado a dormir poco? Muchacho, si pareces un muerto viviente. Cualquiera diría que ese oso te ha enganchado a ti en vez de a mi», pensó Akame. El amejin no tenía buena cara, aunque asegurara que se encontraba bien. «Tal vez simplemente sea su jeta de siempre», sopesó luego el Uchiha. Sea como fuere, el peligro parecía haber pasado y Akame sólo quería descansar un rato... Cosa que no iba a ser posible. Cuando ya se encontraba recostado, más o menos cómodo, Kisame volvió a la carga con aquella pregunta sobre el Sharingan.

Es una técnica secreta que aprendí hace mucho tiempo —respondió el aludido, escueto. Quizás en otro momento hubiera sido menos tajante, pero se encontraba herido y cansado, y no tenía ánimos para estar midiendo sus palabras a cada rato—. Me permite ver el futuro, Kisame-san. Así, cuando alguien va a traicionarme... ¡Lo sé de antemano!

De repente, Akame movió el brazo derecho hacia delante con la presteza de una centella. Antes de que Kisame pudiera darse cuenta, el Uchiha sostenía un afilado kunai en su mano, cuya punta le estaba mirando como un dedo acusador. Pasados unos momentos de tenso silencio, el exjōnin se echó a reír.

Es broma, es broma... —admitió, mientras guardaba su arma—. Quizás mañana te cuente más sobre mi jutsu.
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#44
Por un momento pensó que se había vuelto totalmente loco, pero pronto reconoció que era una broma y se sonrió como pudo. Claramente no era su mejor sonrisa porque la situación le había parecido tensa y porque, aunque fuera sincera, cualquier sonrisa en aquel amejin parecía forzada.

-De momento te estás ganando mi respeto, no tendría ninguna razón para traicionar a alguien como tú -Dijo secamente mirándole a los ojos -Detrás de cada broma siempre hay un temor, preocupación o complejo interno, y sospecho que lo tuyo es más bien cierto miedo a que te traicione, por eso lo aclaro -Añadió mientras asentía con la cabeza y le dedicaba una sonrisa, de las suyas, pero una sonrisa.

Resolvió que no quería hablar más del tema de su ojo, así que simplemente cerró la boca y no volvió a pronunciar palabra en toda la noche. Se quedaría despierto, al menos por un rato grande ya que su insomnio le estaba zarandeando la cabeza y le era imposible conciliar el sueño aunque estuviese completamente agotado. De verdad quería descansar, ya que su mapache estaba despierto y sabía que, aunque ellos dos se durmieran, el animal les avisaría. Al fin y al cabo, cuando amaneciera lo mandaría de vuelta a su mundo después de agradecerle su ayuda con algo de comida.

Al cabo de apenas una hora, si nada extraño ocurría, los ojos de Kisame se comenzarían a cerrar hasta que su compañero le despertara para la siguiente guardia. Se dormiría abrazando sus pertenencias y comida, arropado por el calor de la técnica de Karasu que aún seguía haciendo su trabajo.
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#45
Akame se limitó a asentir, sin energías o paciencia para poner una buena cara: estaba demasiado cansado. «Este tío es más raro que un perro verde, parece que sea incapaz de pensar algo sin decirlo al segundo siguiente», se dijo el Uchiha con cierta molestia. Kisame no parecía querer cejar en su empeño de zamparse aquella guardia, así que Akame simplemente se arrebujó en su manta y planchó la oreja contra el petate.

Durante la noche no ocurrió nada, los muchachos no fueron sorprendidos de nuevo por el oso ni ninguna otra amenaza que pudiera ir a visitarles. A la mañana siguiente, la tormenta había escampado y aunque el aire seguía siendo frío, al menos las ropas de los muchachos estaban secas. Akame se levantó con cuidado, comprobando con alivio que sus heridas parecían haberse curado satisfactoriamente gracias a la cauterización, que previno hemorragias. Se levantó y caminó hasta la salida de la gruta para echar la vista al cielo; en el horizonte podían intuirse los colores del alba, pues el Sol todavía no era visible tras las montañas. Debían ser las seis o siete de la mañana. «Excelente hora para proseguir.»

¡Kisame-san! —llamó la atención de su compañero de viaje, que yacía dormido—. Arriba, camarada. Es hora de comer algo y proseguir nuestro viaje.

Predicando con el ejemplo, el Uchiha se sentó en cuclillas sobre su manta y luego sacó del petate su fiel cantimplora, acompañada de otro bocadillo. Sin esperar a Kisame retiró el papel de traza que envolvía aquel suculento tentempié y empezó a comer mientras daba pequeños sorbos a la cantimplora.
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