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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Como te iba contando, aquel bellaco de La Ribera del Sur me engañó —decía Datsue a Uni, el hombre que estaba sentado a su lado y que llevaba las riendas del carromato. Lo cierto es que no se llamaba así, pero como ya había olvidado su nombre había decido ponerle aquél de manera provisional. Uni, de unicejo, pues aquel hombre debía pensar que depilarse las cejas estaba sobrevalorado.

Debió de hacerlo... —le interrumpió—. Pero chico, ¿no sospechaste que caminabas en sentido totalmente contrario? ¡Ibas directo hacia el País del Bosque!

Pues no… —reconoció Datsue—. No hasta que me di cuenta que aquel hombre pertenecía a La Ribera del Sur. Verás, por muy mala gente y rufianes que sean, hay que reconocerles que son unos tipos astutos, sobre todo cuando se trata de engañar. Pero te diré algo sobre ellos, no hacen otra cosa que mentir. ¡Incluso cuando dicen la verdad están mintiendo! —exclamó Datsue, que de tan sólo pensar en alguno de aquellos malnacidos se ponía rojo por la ira.

A Uni, en cambio, parecía hacerle gracia su advertencia.

Dioses… —dijo entre risas—. Nunca terminaré de entender ese odio que existe entre el norte y el sur.


*** *** ***


Datsue agradeció a Uni haberle acercado hasta el Puente Tenchi y se despidió de él. Un buen tipo, tenía que reconocer. “Pero demasiado ingenuo” pensó Datsue, que había hecho todo lo posible por abrirle los ojos respecto a los habitantes de la Ribera del Sur. No hubo manera, aquel tipo se tomaba todo a broma. “Ya veremos cuánto se ríe cuando se la metan doblada”.

Bien, hora de hacer negocios —se dijo, situándose al inicio del puente y abriendo la mochila.

Había tenido una idea magnífica antes de iniciar aquel viaje a Shinogi-to: vender a los turistas ingenuos que recién entraban en su país alguna baratija, haciéndola pasar por algo valioso. ¿Y qué mejor lugar que aquel para su propósito?

Ninguno” pensó.

Así pues, improvisó una mesa con un par de tablones sueltos y colocó los tres objetos que había traído consigo encima. Una simple maceta con una rosa, un pequeño frasco con agua dentro, y una figura tallada por su madre, cuya idea era que representase al Baku, aunque lo cierto era que hasta al propio Datsue le costaba ver tal cosa en aquel amasijo de madera. Eso era todo.

A simple vista todo parecía muy cutre —y lo era—, pero Datsue pensaba darle su pequeño toque personal.

¡Señoras, señores! ¡Vengan y vean las maravillas de Takigakure! —gritó a pleno pulmón—. ¡Agua proveniente del mismísimo Río de la Cascada recogida en Año Nuevo! —informó—. ¡Una flor arrancada del Árbol Ságrado! —continuó, señalando la maceta—. ¡Y una figura del Baku tallada con la madera del Árbol Ságrado! ¡Todos con propiedades mágicas únicas e irrepetibles! ¡No dejen pasar esta oportunidad!

Las pocas personas que pasaban por el puente no parecieron hacerle mucho caso. Sólo algunas se sobresaltaron, más por el susto que les dio al ponerse a gritar de pronto que por el interés que tenían en su improvisado puesto.

Datsue miró al cielo, plagado de nubarrones oscuros. Todavía le quedaba una hora larga hasta que empezase a anochecer, y no pensaba continuar con su camino hacia Shinogi-to hasta que vendiese al menos un objeto.

A no ser que se ponga a llover, claro
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#2
La falta de sueño en los últimos días estaba comenzando a hacer mella en su cuerpo. Lo sentía en su debilitado cuerpo y en su incapacidad para concentrarse durante demasiado tiempo antes de dejar a su mente divagar por lo confines del subconsciente. Pero sobre todo lo sentía en la mirada de la gente que pasaba junto a ella y le dirigía una discreta pero lastimera mirada. Ayame sabía lo que veían en ella, pues ella misma lo veía cada mañana al contemplar su reflejo. Veían a una muchacha paliducha y frágil, como una flor antes exuberante de lozanía y ahora marchita. Veían unos ojos apagados, rodeados de gruesas ojeras que serían la envidia del antifaz de un mapache.

«Malditas pesadillas... ¿Por qué no me dejan en paz?» La estaban consumiendo con cada noche que pasaba, y Ayame había comenzado a temer la llegada del final del día.

En aquella ocasión era ella quien huía del colosal monstruo. Sin embargo, por más que corriera, la bestia se acercaba a ella con lentas pero inexorables zancadas. Ni siquiera había sido capaz de despistar su atención, por muchas esquinas que girara. Sus ojos estaban clavados en ella, y estaba dispuesta a darle caza...

Ayame sacudió por enésima vez la cabeza y se arrebujó en la cálida capa de viaje que llevaba para protegerse del frío invernal, tratando de apartar aquellos angustiosos recuerdos. Por muchas vueltas que le diera, nunca le había encontrado sentido ni razón a sus sueños. Y no lo iba a hacer ahora.

Por eso centró su atención en un chico que acababa de llegar al puente. En cualquier otro momento podría haber pasado desapercibido entre los grupitos de personas que iban y venían de un lado al otro del puente a intervalos regulares, pero cuando comenzó a montar una improvisada mesa con algunos tablones como única herramienta, captó toda su atención. Era un muchacho algo más pequeño que ella, de cabellos oscuros recogidos en lo alto de su cabeza con un simple moño y dos curiosas trenzas enmarcando ambos lados de su aniñado rostro.

«¿Qué es eso?»

Sobre el tablón, el niño había colocado lo que parecía ser una maceta con una rosa, un frasco con un líquido transparente en su interior y una extraña figura cuyos rasgos no llegaba a distinguir.

¡Señoras, señores! ¡Vengan y vean las maravillas de Takigakure! —gritó a pleno pulmón—. ¡Agua proveniente del mismísimo Río de la Cascada recogida en Año Nuevo! ¡Una flor arrancada del Árbol Ságrado! —continuó, señalando la maceta—. ¡Y una figura del Baku tallada con la madera del Árbol Ságrado! ¡Todos con propiedades mágicas únicas e irrepetibles! ¡No dejen pasar esta oportunidad!

Aquellas fueron las palabras mágicas que terminaron por prender la curiosidad de Ayame. Con un ligero movimiento, saltó de la barandilla en la que había estado sentada hasta el momento y se acercó con cierto titubeo al chiquillo.

—Disculpa... ¿Has dicho que son tesoros de Takigakure?
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No respondo dudas por MP.
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#3
La primera en morder el anzuelo fue una joven muchacha, de apariencia cansada y frágil, cuyos cabellos oscuros caían de forma ondulada sobre sus hombros. La víctima perfecta, de no ser por la bandana de Amegakure que portaba en la frente. Que fuese una kunoichi complicaba las cosas.

—Disculpa... ¿Has dicho que son tesoros de Takigakure?

Datsue miró sus ojos color avellana, entristecidos por unas ojeras que denotaban falta de sueño, y se dispuso a dar lo mejor de sí.

¡Así es! —exclamó con una sonrisa falsa. Todavía le costaba ser amable con las personas sin que le saliese de dentro, pero cuando uno quería estafar a alguien era lo mínimo que tenía que hacer—. ¿Ves este frasco? —preguntó sosteniéndolo—. Contiene agua del Río de la Cascada, recogida en Año Nuevo. Esa combinación la hace mágica —aseguró con rotundidad—. Bebe de esta agua, pide tu deseo y… ¡Tachán! ¡Deseo concedido! Al menos durante un día, claro —matizó finalmente. Tampoco había que exagerar o el pajarillo alzaría el vuelo, desconfiado—. Esta flor, en cambio —prosiguió, dejando el frasquito en la mesa—, no hace magia a simple vista. De hecho, muchos dirían que no sirve para nada en absoluto. Personas que no aprecian la belleza, ni les dan importancia a los sentimientos. Si eres así, probablemente no te interese… pero sino, has de saber que si arrancas el tallo de esta flor y se la regalas a alguien a quien quieres, jamás se marchitará. No hasta que tu amor por esa persona muera, o seas tú la que abandone este mundo.

Datsue echó un vistazo alrededor, curioso por saber si alguien más estaba interesado en su mercancía. Por ahora, no parecía ser así. La joven kunoichi parecía ser la única por el momento. Más le valía sacar sus mejores dotes como negociante si quería venderle algo.

Me imagino que ahora te estarás preguntando qué es esto de aquí, ¿verdad? —dijo, cogiendo la figura de madera—. ¿Conoces el Árbol Sagrado de Takigakure? Los shinobis entrenan sobre sus raíces porque no hay técnica ni golpe que haga mella en él. Sin embargo, hubo un día en que su fortaleza fue puesta en evidencia, cuando un gran rayo cayó de los cielos partiendo una de sus ramas. Esto de aquí —dijo, tendiéndole la figura—, es lo que quedó de esa raíz. La figura del Baku.

Entonces se inclinó un poco para acercarse más a ella, como si tuviese que contarle un secreto inconfesable:

Te lo confieso, yo tampoco reconozco al Baku en esta figura —le susurró sonriendo—. Pero dicen que el Baku te protege de todo tipo de pesadillas, y que me parta un rayo ahora mismo si durmiendo con esta figura bajo la almohada tienes siquiera un mal sueño.

Datsue exhaló un suspiro y sonrió satisfecho. Todo aquel discurso se lo había estado preparando de antemano, por supuesto, pero no sería la primera vez que se quedase en blanco en mitad de la perorata. Por suerte, aquel no era uno de esos días. Le había salido perfecto.

No me digas que no deseas tener uno de estos objetos —continuó, dibujando un arco imaginario con el brazo para recorrerlos a todos—. ¡O quizá hasta los tres! Pues están al alcance de tu mano, kunoichi. Puedes hacerte con todos ellos… A un módico precio, claro.
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#4
El chico le devolvió una mirada cargada de brillo y una extraña sonrisa curvó sus infantiles labios. Y como si Ayame hubiese activado algún tipo de mecanismo con su pregunta, comenzó el apabullante monólogo propio de un vendedor de rastrillo.


¡Así es! ¿Ves este frasco? —preguntó sosteniéndolo—. Contiene agua del Río de la Cascada, recogida en Año Nuevo. Esa combinación la hace mágica. Bebe de esta agua, pide tu deseo y… ¡Tachán! ¡Deseo concedido! Al menos durante un día, claro.


Ayame ladeó ligeramente la cabeza, recelosa. Hasta el momento no sabía que Takigakure y su aldea convergieran en una idea como aquella; pero, como habitante de Amegakure que era, sabía bien cómo funcionaba eso de pedirle deseos a las aguas. Por lo que aquel objeto no la encandilaba en absoluto. Sin embargo, al ver el agua en el interior del frasco sintió una incómoda picazón en la garganta y se vio obligada a descolgarse la cantimplora que llevaba tras la espalda y llevársela a los labios mientras seguía escuchando el resto de la retahíla.

Esta flor, en cambio —prosiguió, dejando el frasquito en la mesa—, no hace magia a simple vista. De hecho, muchos dirían que no sirve para nada en absoluto. Personas que no aprecian la belleza, ni les dan importancia a los sentimientos. Si eres así, probablemente no te interese… pero sino, has de saber que si arrancas el tallo de esta flor y se la regalas a alguien a quien quieres, jamás se marchitará. No hasta que tu amor por esa persona muera, o seas tú la que abandone este mundo.

—Creía que habías dicho que era una flor arrancada del Árbol Sagrado —apuntó Ayame. El objeto mágico en cuestión parecía una hermosa pero simple rosa plantada en una maceta—. Las rosas no crecen en los árboles.[/sub]

No deseaba ser puntillosa, pero aquel pequeño detalle había incrementado su desconfianza casi de manera exponencial. Ayame podía ser una chiquilla de lo más ingenua, pero con aspectos que conocía...

Y, sin embargo, se quedó a escuchar la explicación sobre el tercero y el último de los objetos. Quizás fue la curiosidad sobre aquel la que terminó de atraparla como un cepo.

Me imagino que ahora te estarás preguntando qué es esto de aquí, ¿verdad? —dijo, cogiendo la figura de madera—. ¿Conoces el Árbol Sagrado de Takigakure? Los shinobis entrenan sobre sus raíces porque no hay técnica ni golpe que haga mella en él. Sin embargo, hubo un día en que su fortaleza fue puesta en evidencia, cuando un gran rayo cayó de los cielos partiendo una de sus ramas. Esto de aquí —dijo, tendiéndole la figura—, es lo que quedó de esa raíz. La figura del Baku.

Ayame no pudo evitar alzar las manos para tomar la figura. Casi fue un acto reflejo. Acarició con la yema de los dedos la madera de la figura y frunció ligeramente el ceño. En realidad, si no le hubiese dicho que representaba a un baku, jamás lo habría adivinado. Aquello no era más que un cúmulo de madera toscamente tallado en el que apenas, y sólo si tenías la suficiente imaginación, podías llegar a ubicar la cabeza. Ni rastro de la trompa de elefante o el cuerpo de león. De hecho, le costó algunos segundos comprender que lo estaba cogiendo del revés, y para entonces se apresuró a darle la vuelta apresuradamente, totalmente avergonzada.

Te lo confieso, yo tampoco reconozco al Baku en esta figura —le susurró sonriendo—. Pero dicen que el Baku te protege de todo tipo de pesadillas, y que me parta un rayo ahora mismo si durmiendo con esta figura bajo la almohada tienes siquiera un mal sueño.

—C... ¿Cómo dices?

Aquella. Aquella había sido la frase que había terminado de hacer click[/color] en su cerebro. El gesto de Ayame había transmutado por completo, y ahora miraba alternativamente a la figura y al chico con los ojos abiertos de par en par.

[i]«Con esta figura... ¡¿Se acabarán las pesadillas?!»


El vendedor suspiró, con aquella sonrisa aún en su gesto.

[sub]—No me digas que no deseas tener uno de estos objetos —continuó, dibujando un arco imaginario con el brazo para recorrerlos a todos—. ¡O quizá hasta los tres! Pues están al alcance de tu mano, kunoichi. Puedes hacerte con todos ellos… A un módico precio, claro.

Ayame tragó saliva, con un nudo en la base del estómago. Para nada le interesaban el agua o la rosa, pero si aquella figura de Baku era la clave para poder volver a dormir en paz y despedirse de aquel monstruo que la acosaba cada noche...

—¿De qué "módico precio" estamos hablando, Vendedor-san? —preguntó, con un hilo de voz.

Sus dedos se cerraron temblorosos en torno a la figurita que aún sostenía entre sus manos.
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#5
—Creía que habías dicho que era una flor arrancada del Árbol Sagrado —apuntó Ayame. El objeto mágico en cuestión parecía una hermosa pero simple rosa plantada en una maceta—. Las rosas no crecen en los árboles.

La interrupción lo tomó por sorpresa. ¿Había dicho él semejante tontería? “El Baku es el que proviene del Árbol Sagrado, no la flor, ¡imbécil!” se maldijo, mientras esbozaba la mejor de sus sonrisas. La sonrisa era una de las armas más peligrosas, capaz de engañar al incauto y tranquilizar al incrédulo. Posiblemente, la mejor arma que tenía en aquellos momentos, y pensaba utilizarla con destreza. O al menos lo intentaría.

El Árbol Sagrado no es cualquier árbol, kunoichi —aseveró—. Si afirmas eso es que sin duda no lo has visto.

Pues claro que no lo había visto, ningún extranjero lo había podido ver, y Datsue se beneficiaría de dicha ignorancia para contrarrestar la suya propia.

Tras el doloroso golpe encajado, Datsue continuó con su discurso consciente de que no se podía permitir más fallos. Se lo había aprendido palabra por palabra, y por los Dioses que no volvería a confundirse.

Terminó su retahíla con una sonrisa de suficiencia y esperó a ver los resultados, que no tardaron en dejarse ver.

¿De qué "módico precio" estamos hablando, Vendedor-san? —preguntó, con un hilo de voz.

A Datsue no le pasó inadvertido la forma en la que los dedos de la muchacha se cerraban temblorosos sobre la figura del Baku. “Así que ese es el objeto que le interesa”. El Uchiha se tomó un leve tiempo para pensar la respuesta. Por un lado, aquella chica le daba cierta pena. Se la veía cansada, con marcadas ojeras en la cara y lo suficientemente ingenua o desesperada como para creerse la sarta de mentiras que había soltado por la boca. No se sentía demasiado bien timándola.

Entonces recordó la deuda de sus padres y su mirada se endureció. Tenía que hacerlo.

Pues depende de lo que te interese —respondió al fin—. La flor podría dejártela en unos 20 ryos, mientras que el frasquito de agua en unos 30. El Baku, sin embargo, es único —“Y es el que verdaderamente te interesa. ¿Cuantos ryos tendrás en tu bolsa? Ahora que ya ha mordido el anzuelo no puedo ahuyentarla con una suma desorbitada, pero tampoco dejar de ganar por pedir muy poco. ¿Cuál sería el precio real si esto sirviese de algo? Cientos de ryos, seguramente, quizá hasta 500. ¿Pero tendrá tanto dinero?” —. Lo cierto es que me hace falta el dinero como agua en un desierto, así que estoy dispuesto a rebajar su valor real hasta pedirte tan sólo unos… 85 ryos —decidió finalmente.

Era la cifra perfecta. Él sabía muy bien, para su desgracia, que el sueldo de un shinobi era poco menos que basura. Así que, a no ser que hubiese heredado una buena fortuna, aquella chica no tendría mucho más de unos 100 ryos. Sin embargo, si tenía unos 50, como él, no resultaría sospechoso que rebajase la cifra para alcanzarlos. Lo que estaba claro es que menos no podía tener, pues nadie en su sano juicio haría un viaje desde el País de la Lluvia sin dinero con el que costear alojamiento y comida. Él mismo se iba hacia Shinogi-to, y había calculado los posibles gastos al milímetro.
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#6

Siento muchísimo la demora >.< Entre la uni y que el señor Daruu creyó conveniente pegarme su catarro...

Unos leves segundos cargados de tensión siguieron a la pregunta formulada por Ayame, quien frunció levemente el ceño cuando le pareció percibir cierto deje de duda en el comerciante.

«¿Qué le pasa? ¿Está vendiendo algo que no sabe lo que cuesta?» Sus dedos aflojaron inconscientemente el agarre sobre el Baku.

Pues depende de lo que te interese —respondió al fin—. La flor podría dejártela en unos 20 ryos, mientras que el frasquito de agua en unos 30. El Baku, sin embargo, es único.

El corazón comenzó a latirle con inusitada fuerza. No le interesaba para nada el agua bendita, mucho menos aún la rosa...

Lo cierto es que me hace falta el dinero como agua en un desierto, así que estoy dispuesto a rebajar su valor real hasta pedirte tan sólo unos… 85 ryos.

Y los ochenta y cinco ryos restallaron en su cabeza como una pesada maza. No podía gastarse tanto dinero, y menos en una figurita de la que ni siquiera estaba segura de su veracidad. Porque llevaba dinero encima, sí. Pero había calculado la cantidad al milímetro para aquel viaje, para costearse sus gastos, su alojamiento, su comida... Eran sus ahorros acumulados hasta la fecha. Y si invertía prácticamente más de la mitad de ellos en algo así...

Su hermano la mataría por ello... ¿Y su padre? Su padre haría algo muchísimo peor que matarla... Aunque aún no se le ocurriera el qué.

Reprimió el suspiro que pugnaba por salir de su alma, y tras algunos segundos de vacilación, su mano se aflojó totalmente y dejó el Baku sobre la improvisada tarima de nuevo.

—Lo siento... no puedo dejarme tanto dinero —resolvió, obligándose a esbozar una sonrisa que intentaba ser afable y cortés aunque por dentro sintiera la más absoluta desesperanza—. Lamento haberte hecho perder el tiempo.
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#7
No te preocupes xD No vamos a mal ritmo Guiño


Las palabras de la kunoichi resonaron en su cabeza como un eco lejano, sin todavía captar su mensaje. Justo en ese momento, una ráfaga de viento pasó entre los dos, sacudiendo el pelo de la muchacha y llevándose consigo el espejismo del Uchiha. Ahora lo tenía claro: él era un fraude.

Se creía listo, perspicaz y astuto, pero tan sólo era un tonto. ¿De verdad creía que lograría vender aquel triste objeto a un precio tan desorbitado? ¿A una niña? Maldito necio. Debería escudarse en la idea de que de los errores se aprende, de que se le presentaría otra oportunidad para estafar a un incauto, pero sólo podía pensar en que se había equivocado. Había creído que tenía el pez listo para ser cocinado, en la olla, pero en realidad ni siquiera lo había pescado.

No te preocupes —le dijo después de que ella le pidiese perdón por hacerle perder el tiempo—. Es el signo de los vendedores.

Como para darle mayor dramatismo a una frase que no era para nada dramática, justo en aquel momento el destino quiso que el estruendo de un rayo llegase al Puente Tenchi. Si lo llega a saber, hubiese dicho algo más sobrecogedor.

Abrió uno de los bolsillos pequeños de su mochila y metió en ella la figura del Baku y el frasquito de agua. Prefirió dejar la maceta con la flor, ocupaba demasiado y tenía que prestarle demasiados cuidados como para que valiese la pena llevarla en su viaje.

Entonces, se echó la mochila a los hombros.

Espero tener mejor suerte en tu país —comentó esperanzado. Necesitaba vender algo si quería tener el dinero suficiente para cuando llegase a Shinogi-to—. ¿Sabes de alguna posada cercana al otro lado del puente? No me gustaría dormir al raso con la que va a caer.

Fruto de la casualidad o nuevamente el destino, un nuevo relámpago cayó en algún sitio a sus espaldas, más cercano que la otra vez.
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#8
Y con aquellas palabras, una oportuna ráfaga de viento se llevó la sonrisa de los labios del chiquillo.

No te preocupes —le dijo después de que ella le pidiese perdón por hacerle perder el tiempo—. Es el signo de los vendedores.

Ayame torció ligeramente el gesto, sin saber muy bien cómo debía actuar en una situación así. Incómoda, desplazaba el peso de su cuerpo de una de sus piernas a la otra alternativamente. Un repentino rayo serpenteó en el cielo por encima de sus cabezas, sobresaltándola.

«¿Va a llover?» Se preguntó, aunque no era un pensamiento que la intimidara. No había en aquel puente alguien tan acostumbrada a las tormentas como ella misma, y probablemente no habría tampoco nadie al que le agradara tanto el agua como a ella.

Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que, mientras ella se había sumergido en sus propias ensoñaciones en el cielo, el vendedor se había puesto a recoger las cosas. La figura del Baku y la botella de agua habían desaparecido de la tabla y ya sólo quedaba la maceta con la rosa. Ayame le dirigió una mirada extrañada cuando se echó la mochila por encima del hombro.

Espero tener mejor suerte en tu país —comentó. Parecía esperanzado—. ¿Sabes de alguna posada cercana al otro lado del puente? No me gustaría dormir al raso con la que va a caer.

Ayame se lo pensó durante unos instantes antes de responder.

—Si te diriges hacia el País de la Tormenta... Hay un pequeño poblado a unos... diez kilómetros, más o menos, hacia el sur, siguiendo la frontera entre el País de la Tierra y el del Río. De allí es de donde vengo yo, precisamente —le indicó, señalando a una posición que se perdía en el bosque tras su espalda, al otro lado del puente. Pero entonces se volvió de nuevo hacia él, con aquella misma duda destellando en sus ojos castaños—. ¿Pero te vas a ir ya? Acabas de llegar, y puede que alguien pueda comprarte esos objetos, ¿no?
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#9
Lo siento losientolosientolosientolosiento.
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Datsue se apresuró en extraer un pequeño papelito de la mochila cuando la muchacha empezó a darle indicaciones. Lo colocó sobre la mesa improvisada y lo desdobló, varias veces, hasta que formó un mapa cuadricular de medio metro de ancho.

Aquel mapamundi representaba los 10 países conocidos del mundo shinobi, con sus nombres señalados en una leyenda situada en la esquina inferior derecha. Además, también señalaba las capitales y lugares de renombre.

Colocó la punta de su dedo índice en el punto del Puente Tenchi y descendió unos centímetros por la frontera del País de la Tierra y del Río, tal y como había señalado la kunoichi.

Así que a 10 kilómetros… —murmuró. Una larga caminata, quizá de una hora, media si la caminata se convertía en carrera—. No está mal, aunque no me coge de camino. Yo me dirijo hacia aquí —añadió, deslizando su dedo hasta Shinogi-To.

Entonces, un par de gotas pequeñas cayeron sobre el mapa, producto del orvallo. Un orvallo que pronto se convertiría en aguacero, a juzgar por los truenos que se oían a lo lejos.

—¿Pero te vas a ir ya? Acabas de llegar, y puede que alguien pueda comprarte esos objetos, ¿no?

¿Con la que va a caer? —cuestionó—. Dudo siquiera que se dignen a pararse. Además —añadió, doblando el mapa sobre sí mismo y guardándolo en su lugar de origen para que no se mojase más—, en un rato anochecerá. Y ese sitio que mencionas está un poco lejos…

¡Que tus oídos no se dejen engatusar por su víbora lengua, niña! —interrumpió de pronto alguien. Iba encima de un carromato, el cual había detenido a pocos metros, y miraba a Ayame desde lo alto, con unos ojos pequeños y saltones y una papada que se tambaleaba a cada palabra que pronunciaba—. No es más que un rufián, por mucho que tenga cara de niñito bueno —sus ojos entonces saltaron hacia Datsue, a quién le dedicó una mueca que se asemejaba a una sonrisa como un huevo a una castaña—. Como todos los de la Ribera del Norte, ¿no es cierto, Datsue?

Okura no baka —murmuró el Uchiha, rojo de ira. Aquel hombre era Okura, el estafador prestamista con quienes se habían endeudado sus padres. Instintivamente, sus ojos recorrieron las riendas que sujetaba Okura y…—. ¡Tormenta! —exclamó al reconocerla. La joven yegua había estado con la cabeza gacha hasta el momento, peleando con frustración por quitarse la brida que le aprisionaba, hasta que oyó su voz y sus orejas se elevaron de golpe, dejando ver una marca blanca que destacaba sobre su pelaje marrón en la frente, en forma de lucero. Nada más verle, su cola se irguió y emitió un suave y gutural relincho. Datsue se precipitó hacia él y le abrazó por el cuello, riéndose de alegría—. Eeeh, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! ¿Me echaste de menos? —Datsue se echó hacia atrás para verla mejor y le acarició con cariño por debajo de la boca mientras que con la zurda le rascaba la mejilla. Entonces se fijó en pequeñas quemaduras que tenía en la piel, seguramente producidas por el roce de las bridas—. ¿Quién te ha apretado tanto las bridas, hmm?

No lo vio venir. El látigo impactó con tanta fuerza sobre el dorso de su mano que lo tiró de culo contra el suelo, con la mano media dormida por el golpe.

¡Aléjate de mi yegua! —exclamó Okura, haciendo especial énfasis en que era de su posesión. Sus ojos parecían a punto de salírsele de las cuencas y su papada no paraba de moverse de un lado a otro.

Okura, maldito desgraciado. Por un momento, se había olvidado de él.

Eso es mentira… ¡Es mío! —chilló, presa de la furia, actuando más como un niño al que le da una pataleta que como el shinobi que era—. Y Tormenta no es una yegua de tiro. Es muy joven todavía para cargar con un carromato como ese.

Okura resopló por la nariz.

En eso te doy la razón —aceptó. Entonces, una siniestra sonrisa se dibujó en su rostro—. Por eso después de este viaje voy a sacrificarla. Apuesto a que su carne es tierna y jugosa… ¡Te enviaré un buen chuletón para que la pruebes! —gritó, carcajeándose en el acto y haciendo restallar el látigo contra Tormenta, que no le quedó más remedio que avanzar por el Puente Tenchi a trote, alejándose de un Datsue que aún permanecía en el suelo, aturdido por las últimas palabras de Okura, sin saber muy bien qué hacer. ¿Debía llorar o gritar de rabia? ¿Pedir ayuda a sus padres o proseguir con su plan para conseguir dinero?

No lo sabía, y dio gracias a los Dioses por que estuviese lloviendo. Era la única manera en que sus lágrimas pasasen desapercibidas.
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#10
¡MIL PERDONES YO! LOS POLVORONES ME HABÍAN FAGOCITADO


Con sus explicaciones, su acompañante había extraído de su mochila una lámina de papel que desplegó sobre la mesa. Ante los ojos de los dos muchachos se extendía un detallado mapa que representaba los diez países de Ōnindo; y a medida que hablaba, el vendedor desplazaba el dedo índice por la superficie del mapa con gesto pensativo.

—Así que a 10 kilómetros… No está mal, aunque no me coge de camino. Yo me dirijo hacia aquí.

Su punto se detuvo sobre el punto que señalaba la ubicación de Shinogi-To y Ayame ladeó la cabeza con cierto pesar.

—Vaya, es un largo camino... Y me temo que ahora mismo no recuerdo si hay una posada cerca en esa dirección...

Un par de gotas cayeron sobre el papel. Y en el momento en el que Ayame alzó la mirada hacia el cielo en un gesto reflejo, otra cayó sobre su nariz, haciéndole cosquillas.

—¿Pero te vas a ir ya? Acabas de llegar, y puede que alguien pueda comprarte esos objetos, ¿no?

—¿Con la que va a caer? Dudo siquiera que se dignen a pararse
—le replicó, y Ayame volvió a ladear la cabeza. Por un momento, había olvidado que las personas que no eran de Amegakure no estaban tan acostumbradas a la lluvia como lo podían estar ellos—. Además, en un rato anochecerá. Y ese sitio que mencionas está un poco lejos…

—¡Que tus oídos no se dejen engatusar por su víbora lengua, niña! —interrumpió de pronto alguien. Iba encima de un carromato, el cual había detenido a pocos metros, y miraba a Ayame desde lo alto, con unos ojos pequeños y saltones y una papada que se tambaleaba a cada palabra que pronunciaba—. No es más que un rufián, por mucho que tenga cara de niñito bueno —sus ojos entonces saltaron hacia Datsue, a quién le dedicó una mueca que se asemejaba a una sonrisa como un huevo a una castaña—. Como todos los de la Ribera del Norte, ¿no es cierto, Datsue?

«¿La Ribera Norte?» Se preguntaba una confundida Ayame, que ahora miraba a su acompañante con la curiosidad y la duda reflejada en sus ojos castaños.

[sub]—Okura no baka
—murmuró su acompañante, rojo de ira, y Ayame no pudo evitar preguntarse qué demonios había querido decir con eso. Y si aquello no había sido suficientemente extraño, Datsue saltó repentinamente hacia el caballo que tiraba del carromato al grito de "tormenta". Durante un brevísimo instante, Ayame volvió a dirigir la mirada hacia el cielo, esperando un trueno o algo similar. Pero al no encontrarlo pronto comprendió que aquel no debía ser otra cosa mas que el nombre del caballo. De hecho, el animal parecía haberle reconocido también, o así parecían indicarlo sus suaves relinchos y su alegre agitación. Datsue pasó ambos brazos por el grueso cuello de Tormenta, acariciando con cariño su quijada—. Eeeh, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! ¿Me echaste de menos? ¿Quién te ha apretado tanto las bridas, hmm?

Sin embargo, fuera del alcance de su visión, el hombre del carromato había alzado el brazo...

—¡CUIDADO!

La advertencia llegó demasiado tarde. Un repentino chasquido hendió el aire, y una línea de sangre se dibujó en la mano del chico cuando el látigo le impactó de lleno.

—¡Aléjate de mi yegua! —exclamó el hombre, haciendo especial énfasis en que era de su posesión. Sus ojos parecían a punto de salírsele de las cuencas y su papada no paraba de moverse de un lado a otro.

—Eso es mentira… ¡Es mío!
—chillaba el otro chico, mientras Ayame miraba asustada de un interlocutor y al otro, como si en un partido se encontrara—. Y Tormenta no es una yegua de tiro. Es muy joven todavía para cargar con un carromato como ese.

El hombre resopló por la nariz.

—En eso te doy la razón —aceptó. Entonces, una siniestra sonrisa se dibujó en su rostro—. Por eso después de este viaje voy a sacrificarla. Apuesto a que su carne es tierna y jugosa… ¡Te enviaré un buen chuletón para que la pruebes! —gritó, carcajeándose en el acto y haciendo restallar el látigo contra Tormenta, que no le quedó más remedio que avanzar por el Puente Tenchi a trote.

—No... no puede ser... —susurró Ayame, completamente aterrorizada ante lo que acababa de escuchar.

Cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que el vendedor estaba tirado en el suelo. Con la mirada perdida en algún punto del vacío, parecía haber quedado en shock con las palabras de aquel hombre. Ayame no sabía muy bien cómo actuar ante una situación así, y aún se quedó algunos segundos allí plantada sin moverse del sitio.

«No te metas en líos... No te alejes del puente... Vendré a buscarte al anochecer...

Ayame se acuclilló junto al chico.

—Oye... ¿Datsue-san? No entiendo muy bien lo que está pasando... Pero si Tormenta es tuyo, ¿vas a permitir que lo sac... que haga eso con él? —un violento escalofrío recorrió su espina dorsal.
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#11
Datsue levantó la cabeza, aturdido, al oír la voz de Ayame tan cerca de él.

Es complicado… —respondió con voz quebradiza. Inmediatamente, se aclaró la garganta, intentando disimular su abatimiento. No quería mostrar debilidad. Entonces se levantó, siguiendo todavía con la mirada la parte trasera del carromato, que estaba llegando al final del puente—. Era mi yegua, en realidad. Mis padres tuvieron que endeudarse con ese… con ese… tipo —dijo finalmente, intentando imprimirle todo el desprecio que fue capaz—. No pudieron afrontar la deuda y se llevó la yegua como parte del pago. Así que, legalmente, no puedo hacer nada.

Legalmente. Aquella palabra resonó en su cabeza como haría una grosería en los oídos de una dama refinada. ¿Acaso él se dejaba influenciar por las normas sociales? ¿Acaso lo que iba a hacer en Shinogi-to no era ya ilegal?

La simple idea de abandonar a Tormenta en un momento como aquel le repugnaba. No, tenía que encontrar la manera de ayudarla. Y tenía que hacerlo sin que repercutiese negativamente en sus padres. Suficiente habían hecho ya por él.

Rápidamente, su mente vislumbró una mecha en la oscuridad, y sus ojos buscaron a la kunoichi, esperanzados de que se convirtiese en la chispa necesaria para prenderla.

¿Tú me ayudarías? —le preguntó de manera vehemente—. ¿Me ayudarías a recuperar a Tormenta de sus manos? ¿Me ayudarías a salvarla?
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#12
—Es complicado… —respondió con voz quebradiza. Inmediatamente, se aclaró la garganta. Entonces se levantó, siguiendo todavía con la mirada la parte trasera del carromato, que estaba llegando al final del puente.

Ayame siguió la dirección de sus ojos, con el traqueteante sonido de los cascos del animal aún repiqueteando en sus oídos.

—Era mi yegua, en realidad. Mis padres tuvieron que endeudarse con ese… con ese… tipo —dijo finalmente, y a Ayame no le pasó desapercibido el intenso desprecio que rezumaban sus palabras—. No pudieron afrontar la deuda y se llevó la yegua como parte del pago. Así que, legalmente, no puedo hacer nada.

—Vaya... yo... lo siento... —Ayame agachó la cabeza, con sincero pesar.

Y un denso silencio invadió el ambiente como la oscura sombra de una rapaz sobre sus cabezas. Ayame era incapaz de decir nada más. Realmente habría hecho cualquier cosa que hubiera estado al alcance de su mano por ayudar a aquel animal de un cruel destino como aquel, pero parecía que Datsue estaba atado de pies y manos...

Como si le hubiese leído la mente, el vendedor giró su rostro hacia ella, buscando efusivamente sus ojos.

—¿Tú me ayudarías? —le preguntó de manera vehemente—. ¿Me ayudarías a recuperar a Tormenta de sus manos? ¿Me ayudarías a salvarla?

Ayame se estremeció involuntariamente, repentinamente asustada. Sí, haría cualquier cosa por salvar a Tormenta de un destino tan cruel como era un sacrificio como aquel. Pero era un asunto legal, un asunto legal que inmiscuía a un país en el que ella no ejercía su ejercicio como kunoichi... En el que no se había pedido sus servicios... En el que no debería meterse...

Y sin embargo...

Tormenta era un pobre animal inocente.

—S... Sí —se sorprendió a sí misma respondiendo a la suplicante mirada de Datsue.

¿En qué demonios se estaba metiendo?

—Pero esto va a ser algo... delicado. Tienes... ¿Tienes algún tipo de plan, Datsue-san?
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#13
En el rostro de Datsue se dibujó una sonrisa de felicidad al oír la respuesta afirmativa de la kunoichi, y su corazón, todavía agitado, pareció aletargarse durante unos instantes de puro alivio.

—Pero esto va a ser algo... delicado. Tienes... ¿Tienes algún tipo de plan, Datsue-san?

No. La primera parte del plan es… ¡CORRER! —exclamó, tomando la mano de la kunoichi y estallando, como un perro de caza al ver una presa, en una carrera trepidante a lo largo del puente.

La lluvia pareció intensificarse, o quizá tan sólo era un espejismo producto de la velocidad a la que iba, y las gotas de agua golpearon su rostro como finas agujas clavándose en su piel.

Vislumbró al carromato torciendo a la izquierda, y Datsue, presa del pánico por perderlo de vista, aumentó la velocidad, avanzando en zigzag para evadir a la muchedumbre y chocando contra algún que otro hombro. Hombros que terminaron indignados y sin recibir las disculpas pertinentes. No había tiempo para ello. Quizá ni habiendo tiempo las hubiesen recibido.

Cuando llegó al final del puente, se dio cuenta que todavía asía la mano de la kunoichi, a la cual había arrastrado hasta allí sin ninguna consideración. La soltó de forma brusca, fingiendo que tosía como excusa para llevarse la mano a la boca, como intentando disimular su repentina acción.

Esto, eh… —Por un momento, Datsue estaba más preocupado por haber tomado la mano de una chica que por su propia yegua—. ¿Ese no es el camino que me decías antes? —preguntó rápidamente, intentando disimular su bochorno. Tras la cortina de lluvia que dotaba al paisaje de un color más grisáceo, lluvia que definitivamente se había intensificado, el carromato avanzaba por un camino que conducía hacia el sur.

Casi sin esperar respuesta, Datsue retomó la persecución. Tenía que darse prisa sino quería perderlo de vista.

Ah, y… Antes te dije que la primera parte del plan era correr… —dijo en voz alta para que lo oyese, en plena carrera—. Respecto a la segunda parte todavía no estoy muy seguro. Pero tú eres kunoichi, ¿no? —dijo, obviando que él también era shinobi—. ¡Seguro que se te ocurre algo!
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#14
La respuesta fue instantánea. Una resplandefiente sonrisa apareció en el rostro de Datsue nada más escuchar sus palabras de confirmación.

—Sí. La primera parte del plan es…

Ayame le escuchaba con atención, pero para nada podría haber previsto lo que vendría a continuación:

—¡CORRER!

Ni siquiera había terminado de asimilar aquella única indicación. Datsue la había tomado de la mano y, para cuando fue consciente de su situación,ambos habían arrancado a correr siguiendo la estela del carromato.

—E... ¡Espera! ¿Qué vas a...? comenzó a preguntar, pero Ayame se vio incapaz de terminar siquiera.

La lluvia arreciaba, pero ella apebas sentía las gotas de agua punzando su piel. Estaba en su medio, corría de manera tan natural como podría haberlo hecho por una pradera en una tranquila tarde de verano.

Pasado el puente, el carro giró a la izquierda, y Ayame se vio forzada a incrementar la velocidad de carrera cuando sintió un tirón en la muñeca a consecuencia del arrastre del mercader. Corrían en zig-zag, esquivando como podían a las personas que se interponían en su camino y empujando a otras tantas. Ayame ni siquiera tenía tiempo para pedir disculpas.

Llegaron al final del puente, y allí terminó la carrera. Por el momento. Datsue soltó su muñeca y rompió a toser. Ayame aprovechó aquel momento de descanso para frotarse el entumecimiento con gesto distraído, mientras se esforzaba por recuperar el aliento.

—Esto, eh... ¿Ese no era el camino que me decías antes? —comentó Datsue, y Ayame no pudo evitar dirigirle una mirada cargada de confusión ante el repentino cambio de prioridades.

—Q... ¿Qué...?

Y mientras los dos muchachos seguían divagando, el carromato se alejaba tras la cortina de agua, de camino hacia el sur.

«Me voy a alejar del puente... Kōri me va a matar...» Reparó Ayame entonces, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.

De hecho, apenas había cruzado ese pensamiento su mente cuando Datsue arrancó a correr de nuevo. Ayame se colocó enseguida a su par, esta vez libre de verse arrastrada.

—Ah, y… Antes te dije que la primera parte del plan era correr… —le dijo entonces—. Respecto a la segunda parte todavía no estoy muy seguro.

—¿Estás de broma? —le respondió ella, con una mirada cargada de terror.

—Pero tú eres kunoichi, ¿no? ¡Seguro que se te ocurre algo!

Ayame torció el gesto. Odiaba que le dieran las riendas de la situación de aquella manera. Ella era una seguidora, no una líder. Y mucho menos en unas circunstancias que desconocía por completo.

—No sé... Yo... —balbuceaba, entre resuellos de esfuerzo—. Creo que lo mejor... Sería separar a Tormenta de él para poder... Recuperarlo

«Robarlo.»

—¿Sabes hacia dónde se dirige? Quizás podríamos engañarle de alguna manera... Para que baje la guardia...
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#15
—No sé... Yo... —balbuceaba, entre resuellos de esfuerzo—. Creo que lo mejor... Sería separar a Tormenta de él para poder... Recuperarlo

Datsue casi se cae de bruces ante semejante obviedad. Empezaba a oler, a presentir, que eso de tomar la iniciativa no se le daba muy bien a la kunoichi.

—¿Sabes hacia dónde se dirige? Quizás podríamos engañarle de alguna manera... Para que baje la guardia...

Pues no. —La verdad, por no ver, no veía ni a diez metros. El viento se había levantado contra ellos haciendo que la lluvia, tan fría que parecía granizo, se metiese en los ojos del Uchiha y le dificultase la visión. Pronto empezó a correr con un brazo levantado sobre la frente, a modo de visera, en un intento inútil por protegerse la vista y poder ver mejor—. ¡Aunque con la que está cayendo, lo más seguro es que se detenga en el primer pueblo que encuentre! —gritó, para que se le oyese entre la tormenta—. ¡Quizá pare en el poblado que me recomendaste antes! —aventuró, pues aquel camino conducía al sur—. ¡JO-DER! ¡PUTA LLUVIA!

Aquello era un maldito aguacero, un torrente de lluvia que había convertido el sólido camino de tierra por el que avanzaban en un auténtico lodazal. Cuando se quiso dar cuenta, el camino se dividía en dos. Datsue se paró de golpe, confuso, intentando divisar en la distancia el carro conducido por su yegua. Pero sólo veía agua. Agua y más agua cayendo de un cielo inagotable.

¿¡Tú ves algo!? —preguntó, con el corazón en un puño. Si perdían el rastro, Tormenta estaba perdida—. ¿Cuál han tomado? —insistió, esta vez buscando su mirada entre la lluvia y rezando, implorando más bien, que tuviese la respuesta.
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