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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
«Pues parece que pasara mucho tiempo sin hablar con nadie y sin vender nada», pensó el peliblanco mientras se alejaba.

El camino un poco por la calle, pensando en que quizás lo duro no era la vida, sino la cabeza de algunas personas. Decidió continuar con su búsqueda en otro sitio, comenzando por el puesto de aquel hombre rubio.

Buenas —dijo, un tanto distraído mientras sus ojos buscaban entre los libros algún título que le pareciera interesante—. ¿Sabe dónde queda la Armería Escarlata?
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Kazuma se fue, dejando a la mujer con la palabra en la boca. A decir verdad, a ella no le importó mucho. Simplemente, volvió a sentarse y se quedó esperando a que otra persona llegara. En fin. Su historia es quizá algo que se contará otro día.

Se decidió por el segundo puesto: este era un conjunto de tablas de madera, unidas, formando curiosas estanterías que parecían repartirse por una pequeña parcela de la calle. Desde luego, era un diseño bastante curioso. El hombre que estaba ahí era joven y estaba extremadamente arreglado, cómo si fuera a asistir a alguna clase de gala. Aun así, Kazuma podría ver que sus manos y su ropa estaba manchada de polvo, quizá por los libros.

El hombre estaba mirando un par de tomos cuando le hablo. Los cerró y miró hacia el genin, aunque su miraba estaba un poco perdida. Como si algo más le preocupara además del chico.

— ¡Bienvenido! — El hombre notó la mirada distraida del chico en los libros. Adivinó, por tanto, sus intenciones —. ¿La Armería Escarlata? Déjame pensar. Creo que sé exactamente dónde se encuentra..

El hombre desvió la mirada, y tardó unos segundos en volver a mirar a Kazuma. Con un rápido movimiento, metió la mano dentro del conjunto de libros y sacó un pequeño tomo rojizo, de elegante diseño. Se lo lanzó al chico, que poco tiempo tendría para cogerlo. A pesar de ser pequeño, pesaba bastante.

En su portada, el título rezaba: "En búsqueda de la Armería Escarlata"

Si, por irónico y surrealista que pudiera parecer, el libro se llamaba así.
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¡Bienvenido! — El hombre notó la mirada distraida del chico en los libros. Adivinó, por tanto, sus intenciones —. ¿La Armería Escarlata? Déjame pensar. Creo que sé exactamente dónde se encuentra…

Excelente —respondió el peliblanco.

Un pequeño libro rojo voló hacia las manos de Kazuma, quien apenas pudo atraparlo. Aun sin entender que estaba pasando, se tomó un momento para observar el título. En búsqueda de la Armería Escarlata, se titulaba. El joven no pudo evitar reírse con plenitud debido a lo irónico de la situación.

Interesante —dijo luego de recuperar la compostura y mientras hojeaba el libro—. No es lo que busco pero me llama la atención, ¿Cuánto por él?

»Por cierto, lo que busco en un lugar en esta ciudad, no un libro. Se supone que se llama La Armería Escarlata, no se más.
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El hombre le dedicó una sonrisa. Kazuma había logrado captar su interés, quizá por sus hábitos lectores, por su mirada perdida en la caja de libros o, simplemente, por la más simple de las razones: era un cliente y tenía que aparentar amabilidad con él.

— Te lo dejo barato. 50ryos — exclamó el hombre, mientras extendía la mano, esperando que le diera el dinero o le devolviera el libro, una de dos.

Después, se llevó una mano al mentón, al escuchar las palabras del chico. ¿Un lugar real y no uno inventado? Quizá fuese que había dedicado toda su vida a la literatura, pero en ese mismo momento, no supo que contestar. Trató de pensar una respuesta, pero era inutil. Solo letras y palabras relacionadas con la historia salían de él.

— Lo siento chico, pero si ese lugar existe, yo no lo conozco. Sé que las armerías y las herrerías se sitúan en la parte derecha de la ciudad. En el barrio del metal. Puedes empezar por ahí — murmuró, encogiéndose de hombros —. Igualmente, ese libro que tienes ahí se sitúa en esta misma ciudad. Quién sabe. Quizá tenga más realidad de la que tu y yo nos pensamos.
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Lo siento chico, pero si ese lugar existe, yo no lo conozco. Sé que las armerías y las herrerías se sitúan en la parte derecha de la ciudad. En el barrio del metal. Puedes empezar por ahí —murmuró, encogiéndose de hombros—. Igualmente, ese libro que tienes ahí se sitúa en esta misma ciudad. Quién sabe. Quizá tenga más realidad de la que tú y yo nos pensamos.

«Esa información podría ser muy útil», pensó.

50 ryos, ¿cierto? —El precio no le resultaba para nada económico, pues se equiparaba con el de las novedades o con los clásicos en su edición decorada… Pero se habría mentido a si mismo si se dijera que no había pagado mucho más por otros libros—. Por suerte, siempre cargo un dinero extra en caso de encontrarme un buen libro: aquí tiene.

Luego de extraer un billete de su túnica, de un compartimento especial y poco usado, se lo entrego al vendedor.

Gracias por el libro…, y por la información —dijo mientras se alejaba.

Ya tenía información suficiente como para ponerse en marcha; aunque no estaba del todo seguro, y no podía preguntarle a su sensei. Teniendo eso en cuenta, pensó que nada le costaría buscar un poco más y preguntarle a la señora del pañuelo multicolor.

Buenas, señora —saludo con cordialidad—. Estoy buscando La Armeria Escarlata. ¿Sabrá usted en que parte de la ciudad se encuentra y como llegar?
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Kazuma decidió comprar el libro. Sabia o no, toda decisión tenía sus consecuencias. El hombre sonrió y aceptó los agradecimientos. Se despidió cortesmente del chico.

Entonces, Kazuma decidió probar con el último establecimiento.

— Oh, bienvenido, joven genin — Kazuma se daría cuenta nada más acercarse a aquella mujer, que era distinta. Tranmistía un aura diferente. Al mirarla a los ojos, vio que uno de ellos era de color ambarino y otro verdoso. Además, parecía bizca y no enfocaba a dónde se encontraba el chico. Su ropa se ondulaba contra el viento, dando una impresión cambiante.

El gato que reposaba a su lado se acercó al chico. Maulló hacia Kazuma, quizá probando al chico.

— No me vas a comprar nada, ¿me equivoco? — murmuró la mujer, con una sonrisa vacía —. No te preocupes, ya lo sabía. Verás chico, te seré sincera: yo no sé dónde se encuentra ese lugar. Pero eso no quiere decir que no pueda ayudarte.

» Tengo un don. Si me acercas tu mano, podré hablarte de tu destino. Se podría decir que es una afición — dijo la mujer, guiñandole un ojo a la nada —. A diferencia de lo que muchos piensan, yo no voy a leer tu futuro: si tendrás hijos, morirás joven o viejo o te casaras. No. Yo te puedo hablar del futuro cercano. De lo que ocurrirá en unas horas o incluso en unos días. Ese es al alcance de mi don. ¿Quieres saber dónde está ese lugar? Puedo leer tu mano. Si realmente estás destinado a llegar a ese lugar, podremos saber algo. Si no, nada ocurirrá.

La mujer carraspeó y le dedicó una sonrisa.

— Lo siento , pero es una afición. Quiero ver los alcances de mi don y probarlo con la gente. Normalmente, nadie suele querer escucharme, pero... ya que no voy a hacer negocio contigo al menos puedo practicar, ¿no? No te cobraré, por ser la primera vez.

El gato le miraba fijamente, probando la reacción de Kazuma. Tenía la cola en alto.
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Lo siento , pero es una afición. Quiero ver los alcances de mi don y probarlo con la gente. Normalmente, nadie suele querer escucharme, pero... ya que no voy a hacer negocio contigo al menos puedo practicar, ¿no? No te cobraré, por ser la primera vez.

Kazuma no estaba seguro de que responder; pues aquello era, por mucho, una de las cosas más extrañas que le habían sucedido.

«Bueno, creo que no es más extraña que aquella mujer cuyo cuarto de juegos era un calabozo de torturas», pensó divertido.

Vale… Por lo menos será interesante —comento mientras estiraba su mano, ofreciéndola a la adivina.
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Kazuma le tendió la mano a la mujer, y en ese momento, sus ojos se abrieron, de golpe.

El gato comenzó a maullar descontroladamente y a dar vueltas entorno a su ama. Ya fuese un hecho verídico, o algo ensayado previamente, el animal parecía muy exaltado. Después, se echó a rodar al suelo boca arriba, dirigiendo su mirada hacia el sol. La mujer estuvo unos segundos quieta, sosteniendo la mano del chico.

Después, la soltó abruptamente y se apoyó en el suelo, repentinamente fatigada.

— Veo un libro. Una historia. Un joven como tú, que se adentra en el barrio del metal. Tu corazón está inquieto, busca algo por motivos propios. No. Alguien te lo ha encargado . Pero no será tan fácil como crees— suspiró la mujer —. Recorrerás una calle putrefacta por la infección, subirás hasta el cielo y caminarás sobre las aguas, todo para llegar hasta el corazón rojo. Pero cuidado. He visto a una araña. Una enorme araña negra protegiéndolo. También he visto un ángel guardián con las alas cortadas.

» No estoy segura de todo lo que he visto muchacho, pero deberías tener cuidado
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Vale…

«Pensé que las advertencias serían más claras, como las que hacen las brujas en los cuentos: “debes recorrer el puente de la angustia, pasar las llanuras de las desolación y llegar al castillo de las calamidades”… O algo así», pensó un poco decepcionado.

No era lo que esperaba, pero le agradezco la información —dijo con amabilidad—. Ahora, ¿podría indicarme hacia donde está el barrio del metal?
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La mujer soltó una risa amarga. El chico no parecía tomarse en serio sus advertencias, pero daba igual. Al fin y al cabo, esa era la tragedia de un oráculo: por mucho que viera lo que iba a pasar, nunca podía impedirlo.

Ahora, ¿podría indicarme hacia donde está el barrio del metal?

— Eso sí que te lo puedo decir sin manos ni sortilegios — bromeó la mujer —. Está en la parte vieja de la ciudad, al otro lado de la calle principal. Avanza por ella hasta que veas casas hechas de madera más vieja y suelos más rotos. Entonces, irás por buen camino.

» Fue de las primeras cosas que se construyeron. Aun así, no está muy buen vista y las personas la tienen bastante abandonada. Después de todo, esta es una ciudad hecha de árboles y madera. El fuego es peligroso
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Eso sí que te lo puedo decir sin manos ni sortilegios —bromeó la mujer—. Está en la parte vieja de la ciudad, al otro lado de la calle principal. Avanza por ella hasta que veas casas hechas de madera más vieja y suelos más rotos. Entonces, irás por buen camino.

Gracias —contesto.

Fue de las primeras cosas que se construyeron. Aun así, no está muy buen vista y las personas la tienen bastante abandonada. Después de todo, esta es una ciudad hecha de árboles y madera. El fuego es peligroso.

Ya veo… Eso es interesante —respondió.

Aquello comenzaba a despertar su sentido de la aventura; pero también mantenía en mente que no se trataba de una excursión, sino de una asignación de su sensei. Teniendo aquello en cuenta, se acercó hasta donde estaba Juro, para comunicarle cuales serían sus próximos movimientos.

Eh reunido suficiente información, sensei —declaro, aun sosteniendo el libro que había comprado—. Tengo una idea de hacia donde debemos ir, así que pongámonos en marcha.
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Sin embargo, cuando Kazuma llegó de hablar con tan variopintos personajes, se dio cuenta de algo rápidamente: su sensei ya no se encontraba ahí. De hecho, no había rastro de él.

¿Juro le había dicho que tenía que informarle del lugar? No. Si Kazuma recordaba bien, el marionetista había dejado el encargo totalmente en sus manos. De hecho, él, ahora mismo, tenía la dirección y el paquete. Por más que buscara a su maestro, no lo encontraría por ningún
lado. Toda la responsabilidad había sido depositada en él.

Tendría que tomar las decisiones por sí mismo.
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No paso mucho tiempo hasta que Kazuma noto que estaba hablando solo.

«¿Qué paso con sensei?», se preguntó mientras examinaba el sitio en que lo había dejado.

Por un momento considero la posibilidad de que algo malo le hubiese ocurrido; pero la desecho rápidamente, pues consideraba a Juro demasiado fuerte como caer tan fácilmente en algún ataque o treta. Lo siguiente que se le ocurrió fue el que se le presentase algo de suma importancia, de tal grado que tuviese que dejarle a su suerte sin explicación alguna.

¿Qué era lo que nos decían en la academia para estos casos? —se preguntó a sí mismo, tratando de darse determinación—. “Si un miembro del equipo se separa y queda aislado, ha de hacer lo posible para completar la misión por su cuenta”.

Con aquella frase escolar, le quedaba más que claro que al tener el paquete debía de buscar cumplir la misión el solo. Kazuma no necesito meditarlo mucho antes de orientarse y ponerse en marcha, siguiendo la dirección que se suponía le llevaría al barrio del metal.
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Kazuma siguió la calle principal. Encontró gente de todo tipo, desde los comerciantes que había visto, hasta muchos más lugares, rostros y en general, vidas. Pero él ya no tenía la necesidad de pararse, pues, más o menos, conocía su destino. La calle se volvió un borrón gris y los árboles que coronaban las casas, solo parte de la decoración.

Al fin, la tierra se volvió oscura y la madera, mucho más negra. Había alcanzando la parte vieja.

Era exactamente igual, pero en este caso, la calle estaba mucho más desierta. Un par de casas ascendiendo sobre los cielos, gracias a los árboles. En ocasiones, carteles: "Herreria Fujin", "Armeria arborea". Sin embargo, a simple vista, no estaba la que él estaba buscando.

Algo le llamaría la atención al instante: el olor. Olía a muerto. Se sentiría obligado a taparse la nariz, incapaz de contenerse.

La calle estaba desierta y apestaba a algo asqueroso.

— ¡Hoooooooola ! — exclamó una voz, alegre y despreocupada. De lo alto del cielo, una muchacha descendió graciosamente. Tenía el pelo negro y extremadamente largo, atado en una coleta. Llevaba un extraño vestido de encaje, negro y blanco, que le daba el aspecto de una muñeca. Sus ojos eran azules, eran extremadamente grandes y sus pestañas, rizadas. Tenía una sonrisa inocente y una mueca bastante alegre —. ¿Qué se le ofrece?

La muchacha había saltado desde la escalera de una de las casas. No era una caída mortal, ni mucho menos, pero podría haberse hecho daño en la pierna. Desde luego, parecía estar acostumbrada a las alturas.

Al lado de su escalera, había un pequeño cartelito: "Armería de la doncella feliz".
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Sus pasos le llevaron hasta un sector oscuro y maloliente de la ciudad. El lugar no le resultaba aterrador, pero la poca gente y lo deteriorado armaban un escenario bastante ominoso; al menos según las muchas historias de terror que había leído.

«Huele a muerte…», pensó cuando no pudo mantener su estoicismo y debió de contener las arcadas.

¡Hoooooooola! —exclamo una voz, que por lo repentina le hizo ponerse en guardia—. ¿Qué se le ofrece?

Para cuando pudo ver completamente a la muchacha, se encontraba prácticamente sin aire: la sorpresa le había hecho contener la respiración; y tenía que recobrar el aliento con calma y lentitud, pues una bocanada de aquella peste bastaría para dejarle inconsciente… o para devolver la avena del desayuno. Por lo demás, aquella chica marcaba un punto bastante alto en su escala de cosas raras: porque, ciertamente, era y se presentaba bonita; pero encontrarla en aquel sitio la hacía lucir más como algo malo.

Pues… —dudo si decirle de su objetivo, pero pensó que quizás podría darle indicaciones—. Estoy buscando la Armería Escarlata, ¿sabes cómo llegar?
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