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Toc, toc, toc.
Daruu llamó tímidamente a la puerta de la Arashikage, después de subir tímidamente por el ascensor que llevaba a la última planta. Esa que tenía esculpido el rostro de un demonio. Quizás por una buena razón. Había entrado junto a Ayame en silencio. Sin anestesia, le había dicho al encargado de la recepción que acababan de matar a un General de Kurama. Pálido, el hombre no había sabido encontrar objeción alguna a dejarles subir inmediatamente, como es natural.
Fue el shinobi quien entró primero, seguido de la kunoichi. Se acercó hasta el centro del despacho y se acuclilló ante ella nada más empezar. Sabía de sobra que Yui les tenía en muy buena estima desde que habían acabado con las Náyades, y aún así pensó que lo mejor era comenzar aquél encuentro con muy buen pie.
—Buenos días, Arashikage-sama. Venimos a reportar un suceso.
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Daruu y Ayame no habían perdido un instante. Después de regresar con la técnica de teletransporte de su compañero, ambos se dirigieron de forma inmediata al Torreón de la Arashikage. En completo silencio, pues la kunoichi temblaba de los pies a la cabeza después de lo que habían vivido; y, sobre todo, ante la perspectiva de cómo se lo contarían a Amekoro Yui. Hacía un par de horas estaban ambos en sus casas, a salvos, relajados. Dos horas más tarde, ambos habían viajado al otro extremo del continente y habían colaborado con Uchiha Datsue y el Uzukage, habían derrotado y matado a un General, y habían regresado de nuevo.
Se mareaba de sólo pensarlo.
Después de hacer un rápido reporte al recepcionista, que se quedó congelado en el sitio sin saber muy bien cómo reaccionar, los dos subieron en el ascensor hasta la última planta. Fue Daruu quien entró primero, pero ambos se arrodillaron ante su líder prácticamente al unísono.
—Buenos días, Arashikage-sama —añadió Daruu. Ayame, pálida como la cera y con la cabeza gacha, dejó que fuera él quien siguiera hablando—. Venimos a reportar un suceso.
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Amekoro Yui se encontraba tras cuatro pilas de documentos. Documentos que firmar. Documentos que revisar. Documentos que clasificar. Que corregir, que denegar, que aprobar… Que…
—Oh, ¡Aotsuki, Amedama! —exclamó, justo un segundo antes de clasificar toda aquella montaña de papeles en el apartado de: ceniza. O lo hubiese hecho, de no haber sido interrumpida justo a tiempo. Yui era buena en muchas cosas, pero tenía que reconocer que el papeleo no era lo suyo. ¿Dónde estaba Shanise cuando se la necesitaba?—. ¿Un suceso? ¿Qué suceso?
Apartó toda aquel montón de papeles hacia un lado para poder verles mejor, y esbozó una de sus sonrisas afiladas. Más que preocupada o cabreada, parecía aliviada de que alguien la hubiese librado de toda aquella tortura. Aunque solo fuese por unos minutos.
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Daruu sabía muy bien que Amekoro Yui valoraba ciertos valores en sus shinobi. Obediencia y disciplina, sí, pero con un matiz: si no pesaba el otro lado de la balanza. ¿Cuál era el otro lado de la balanza amejin? Llámalo como quieras: narices, huevos, bemoles, arrojo. Si uno tiene de eso... en fin, iba a decir que podía considerarse a salvo de la Arashikage, pero quizás esa no es la expresión correcta. Digamos que uno conecta con su misma onda.
¿Cuál era uno de los síntomas de poseer dicha cualidad? Ser directo. A Amekoro Yui le gustaban las personas directas, sin reservas, sin matices. Que le llamasen a las cosas por su nombre. Daruu recordó cómo cierto tiempo atrás llegó al despacho y, exactamente en la misma posición, le dijo a Yui sin anestesia alguna que alguien le había arrancado la cabeza a la estatua del primer Arashikage en el Valle del Fin. Aquella situación era algo diferente, pero el shinobi pensaba actuar de la misma forma.
Sin anestesia.
—Nos hemos cargado a un General de Kurama —escupió.
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(Última modificación: 19/01/2020, 18:40 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Oh, ¡Aotsuki, Amedama! ¿Un suceso? ¿Qué suceso?
La Arashikage se encontraba en aquellos instantes, tras varias filas de documentos. La llegada de los dos shinobi, de hecho, pareció ser una salvación para ella, que no dudó un instante en apartar el papeleo a un lado. Su sonrisa les recibió, afilada como los colmillos de un cocodrilo.
—Sentimos si la pillamos ocupada, pero... —dijo Ayame.
—Nos hemos cargado a un General de Kurama —lanzó Daruu. Certero, preciso, conciso, sin anestesia alguna.
Ayame, nerviosa, miró a su compañero de reojo y una gota de sudor frío se deslizó por su sien. Eso había sido demasiado directo. Demasiado. Volvió la mirada hacia Amekoro Yui, mirándola por debajo de las pestañas, estudiando su reacción.
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Amekoro Yui esperó, impaciente, el final del chiste.
No llegó.
—¿Cómo dices, Amedama? —¿Había escuchado mal, entonces?—. ¿Qué hicisteis qué? ¿Cómo que os habéis cargado...? ¡Explicaos! -exclamó. El golpe había sido tan directo y contundente que hasta ella se había quedado, por un momento, anestesiada.
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Daruu tragó saliva. Él no tenía la labia de Uchiha Datsue, que salía airoso de cualquier conversación mintiendo, exagerando o adornando las cosas con su encanto natural. Sin embargo, de lo que sí disponía era de algo de ingenio. Ahora, ese ingenio trataba de darle la vuelta a los acontecimientos a toda velocidad para encontrar el perfil adecuado con el que presentárselos a Yui. Sabía que si tardaba mucho en explicarle, la ira caería sobre él como un mazo, pero tenía que encontrar las palabras adecuadas. O mejor dicho, el comienzo adecuado.
—Hace tiempo que, pensando en los términos de la Alianza —dijo Daruu. «Recuerda, Daruu, sin anestesia. Abrúmala y luego asesta el giro de guión que en realidad quiere oír»—, ambos hicimos las paces con Uchiha Datsue. Le dimos nuestras marcas de sangre y él nos dio un sello con el que comunicarnos entre los tres, por si un General iba a por él, ya sabe. El caso es que hace un rato, un General se presentó donde estaba. —Tomó un breve milisegundo de aire antes de que Yui estallara—. Ya se imagina el resto, llegamos, vimos y vencimos. El General es historia. Ah, ¿y sabe quien estaba allí? Sarutobi Hanabi.
El giro de guión, el giro de guión.
»Les salvamos la vida a ambos. Eso quiere decir, Yui-sama, que Sarutobi Hanabi nos debe la vida. Le debe la vida a Amegakure. Ellos dos... le deben la vida... a usted.
«¿Colará?» Daruu esperaba que junto al torrente de emociones negativas que sacudiera a Yui, se entremezclasen también el orgullo de que dos de sus ninjas no sólo hubieran matado a un General, sino que además hubieran forjado una deuda. A ver, que era una verdad a medias, Daruu estaba seguro de que Hanabi les agradecería eternamente, pero hasta ese punto...
...claro que a quien era importante convencer era a Yui.
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Y su reacción fue la de alguien que parecía estar esperando que en cualquier momento alguno de los dos se levantara de golpe, con los brazos extendidos y gritando: «¡¡¡Aaaahhh, inocente!!!! ¡Era una broma!». Pero, por supuesto, aquel no fue el caso. Porque ambos iban muy en serio.
—¿Cómo dices, Amedama? —preguntó Yui, estupefacta—. ¿Qué hicisteis qué? ¿Cómo que os habéis cargado...? ¡Explicaos!
Daruu y Ayame tragaron saliva al unísono. Pero, nuevamente, fue el Jōnin el que tomó el mando de la palabra:
—Hace tiempo que, pensando en los términos de la Alianza, ambos hicimos las paces con Uchiha Datsue. Le dimos nuestras marcas de sangre y él nos dio un sello con el que comunicarnos entre los tres, por si un General iba a por él, ya sabe.
«Oh, no. No, no, no, no... Ella ni siquiera sabía que habíamos hecho las paces con Uchiha Datsue... ¡y que estábamos en constante contacto con él!» ¡Aquello era algo que ni siquiera le habían revelado a sus propias familias!
—El caso es que hace un rato, un General se presentó donde estaba —continuó relatando—. Ya se imagina el resto, llegamos, vimos y vencimos. El General es historia. Ah, ¿y sabe quien estaba allí? Sarutobi Hanabi. Les salvamos la vida a ambos. Eso quiere decir, Yui-sama, que Sarutobi Hanabi nos debe la vida. Le debe la vida a Amegakure. Ellos dos... le deben la vida... a usted.
«¿Qué estás haciendo?» Preguntó Ayame mentalmente, virando sólo los iris hacia su compañero, sin atreverse a moverse un solo centímetro.
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Yui podía ser muchas cosas. Una líder con mano de hierro. Una creyente de la supremacía de los competentes, de los que no les importa correr desnudos bajo la tormenta para ganar algo de cardio y de los que saben aguantar el dolor apretando los dientes sin chillar como un cerdo en un matadero. También un poco beligerante. También un poco impredecible. Pero, si había algo que la definía por sobre todas las cosas, eso era la tormenta. Ella era la tormenta. Era su jinchuuriki. Era su guardiana.
Amedama y Aotsuki, a estas alturas, lo sabían ya bien. Lo podían ver en sus ojos azules eléctricos. En las nubes de tormenta que se arremolinaban en sus iris cuando escuchó la palabra Datsue y paces en la misma frase. En el destello que cruzó su pupila como un relámpago al oír nuevamente marcas de sangre y Datsue —implícitamente— en la misma jodida frase. En el mar embravecido que era su iris azul cuando oyó que estaban unidos por no sabía qué mierda de sello.
Después de todo lo que había pasado entre ellos tres, ¿y ahora eran amiguitos?
Pero también oyó que Sarutobi Hanabi estaba allí, el Uzukage con cara de necesitar unas cuantas vitaminas pero con el chakra de un monstruo. Pero también oyó que habían sido sus dos ninjas quien le había salvado el culo. Pero también oyó que habían matado a un jodido General. Y, con cada cosa, era su sonrisa, afilada y serrada como la de un cocodrilo, la que se ensanchaba más y más.
—Así que llegasteis, visteis y vencisteis —se carcajeó, y su risa salió de su garganta como los truenos de las Llanuras de la Tempestad Eterna—. ¡Con un par de huevos y muchos ovarios, ¿eh?! ¡No esperaba menos de mis dos ninjas más prometedores, hostia!
Dio un golpe con la base del puño sobre la mesa y la pila de documentos saltó del impacto. Y se carcajeó de nuevo. A la mierda. Aquello se merecía salir a celebrarlo.
—A un puto General. ¡Así me gusta, coño! Ya era hora de tumbar a uno de esos hijos de puta. Y no podía ser por otra mano que la nuestra. Bueno, bueno, quiero un informe detallado de cómo sucedió todo y… Un momento —algo en su mirada se encendió—. ¿Tú también fuiste, Ayame? ¿Fuiste directa a un General siendo como eres la Guardiana del Gobi?
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Ayame se estremeció nuevamente al ver las nubes arremolinándose en los iris de Yui a medida de Daruu hablaba, aquel relámpago sin trueno que cruzaba sus ojos cada vez que escuchaba el nombre de Uchiha Datsue pronunciado en sus labios... La tormenta estaba a punto de desatarse.
«Nos va a matar. Nos va a matar. Nosvaamatar. Nosvaamatarnosvaamatarnosvaamatarnosvaamatar...»
Y entonces su sonrisa se ensanchó, como una hilera de afilados cuchillos apuntando directamente a sus cuellos...
— Así que llegasteis, visteis y vencisteis —repitió las palabras de Daruu, y de repente soltó una estruendosa carcajada—. ¡Con un par de huevos y muchos ovarios, ¿eh?! ¡No esperaba menos de mis dos ninjas más prometedores, hostia!
¡BAM!
El golpetazo que su puño dio en la mesa hizo que Ayame pegara un brinco en el sitio. Los papeles saltaron por la inercia. Y la Arashikage seguía riéndose a mandíbula batiente.
— A un puto General. ¡Así me gusta, coño! Ya era hora de tumbar a uno de esos hijos de puta. Y no podía ser por otra mano que la nuestra. Bueno, bueno, quiero un informe detallado de cómo sucedió todo y… Un momento —Yui se detuvo un momento. La euforia se apagó de repente en su rostro.
«Oh, oh...»
— ¿Tú también fuiste, Ayame? ¿Fuiste directa a un General siendo como eres la Guardiana del Gobi?
Allí estaba. Ayame se encontró cara a cara con el abismo, al borde de un precipicio en mitad de una tormenta, y su única salvación era un puente colgante que pendía prácticamente de un hilo. Tenía que medir muy bien sus siguientes pasos... o el vendaval la arrojaría a su muerte.
— Así es, Arashikage-sama —confesó, agachando la cabeza—. Yo ya me había enfrentado antes a un General, sé lo poderosos que pueden llegar a ser... Como Guardiana del Gobi —le costó un mundo pronunciar aquel calificativo— , no podía dejar que el Guardián de Uzushiogakure corriera la misma suerte que yo y terminara con el sello revertido. O algo peor. Por eso decidí acudir con Daruu para prestar mi apoyo.
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Daruu sabía interpretar el ánimo de Yui mirándola a los ojos, como todo shinobi de Amegakure que quiera aprender a no enfurecerla demasiado. Era una habilidad parecida a la del navegante que sabe cuándo va a empeorar el oleaje o cuándo va a empezar a llover mirando el agua o analizando el movimiento de las nubes y la dirección del viento. Pero en aquella ocasión, como a veces sucedía con su Byakugan, era mejor no ver. Los ojos del muchacho se clavaron en una de las orejas de la mujer. Si les iba a caer una tormenta encima, prefería no saberlo hasta que sucediera.
Por eso cuando golpeó la mesa él también dio un brinco y ahogó un pequeño grito. Se vio forzado a prestarle atención. Por suerte les estaba elogiando. Hasta que...
«Oh, no...»
La implicación de Ayame en todos los problemas que podían acarrear muerte o mutilación severa estaba empezando a ser un tema con el que se tenía que enfrentar Yui continuamente. En ese sentido, sin embargo, Daruu creía que Shanise sería mucho más problemática que ella, cosa que no sucedía normalmente. Porque era una mujer más reflexiva, que piensa estratégicamente. Era mala estrategia enviar al enemigo precisamente aquello que estás intentando proteger de él. Pero Yui no pensaba de la misma forma. Y a esa baza tenían que jugar.
En eso, Ayame jugaba con desventaja. Porque no estaba siendo sincera, directa y valiente, como le gustaba a Yui. Ayame no estaba diciendo la verdad: no había acudido a la llamada de Datsue para salvaguardar una pieza importante en el ajedrez que era Oonindo. Lo había hecho para proteger a un amigo. Porque ella quería también cambiar la historia con sus propias manos y no que los demás la cambiaran por ella.
Ayame no fue a "prestar su apoyo". Ayame fue a partirle el culo a ese puto General. Eso es lo que Yui quería oír. Por eso Ayame siempre se llevaría mejor con Shanise.
Por suerte, allí estaba Daruu para sintonizar la frecuencia correcta.
— Y bien que se la jugó a aquél hijodeputa —añadió él—. Ejecutó un Genjutsu sin el que no habríamos podido derrotarle, con una de sus técnicas de voz.
» Venga, Ayame, no intentes ocultarlo. Tú también querías acabar con esos cabrones. Por lo que te hicieron. Es algo personal, ¿verdad? —Desesperado, el muchacho le guiñó el ojo.
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(Última modificación: 20/01/2020, 19:10 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
—Y bien que se la jugó a aquél hijodeputa —intervino Daruu rápidamente, antes de que Yui pudiera hacerlo. Y Ayame se volvió hacia él, alarmada. ¿Qué estaba haciendo?—. Ejecutó un Genjutsu sin el que no habríamos podido derrotarle, con una de sus técnicas de voz.
«Te estás pasando de rosca...» Pensaba Ayame, con las mejillas encendidas pero sin el valor para hacerle callar.
—Venga, Ayame, no intentes ocultarlo. Tú también querías acabar con esos cabrones. Por lo que te hicieron. Es algo personal, ¿verdad?
Daruu le guiñó un ojo, desesperado. Y ella dejó escapar un largo y tendido suspiro. ¡Maldita sea, ella no sabía mentir de aquella manera! ¡No podía decirle a Yui que había ido corriendo porque temía por la integridad de Uchiha Datsue! ¡Mucho menos de todo lo que había pasado entre ellos dos!
—Sí... —No, no, no, ¡no! Cerró los ojos con fuerza, esperando el golpe—. Aunque ojalá hubiese sido Kuroyuki...
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Salvar al Guardián de Uzushiogakure. Yui escuchó a Ayame, y la respuesta no terminó de llegarle. No terminó de cruzar la tormenta que eran sus ojos para llegar hasta su corazón. No terminó, en definitiva, de convencerla de que semejante riesgo fuese aceptable. Paradójicamente, si hubiese estado Shanise allí hubiese sido peor. Ella habría visto en aquel movimiento un fallo de estrategia brutal, un posible jaque de los Generales a la Alianza por semejante imprudencia. Y paradójicamente también, para suerte de Ayame, Shanise no estaba allí.
No pudo sino alzar una ceja, francamente impresionada, cuando Daruu desveló que el General había caído por una de las técnicas de voz de Ayame. Y que además, aquello había sido… personal.
¿Lo había sido?
—Sí... —Pues no lo parecía. Por su forma de cerrar los ojos, de evitar su mirada, del tono de su voz…—. Aunque ojalá hubiese sido Kuroyuki...
Yui estampó una mano sobre la mesa. Los documentos volvieron a saltar de la inercia y un par de ellos incluso cayeron al suelo balanceándose en el aire como la hoja de un árbol en otoño.
—¡Maldita sea, Ayame! —exclamó, enfadada—. Hace menos de un mes que te dije que lustrases tu voluntad, que creyeses en ti misma, y que te ascendí a chūnin. Pero, mírate, ¡vales para mucho más que eso!
Oh, sí. Yui estaba enfadada. Pero no estaba enfadada porque Ayame se hubiese tirado de cabeza contra un General. No estaba enfadada porque hubiese actuado con temeridad. Sino porque…
—Francamente, Ayame, eres una de las kunoichis más poderosas que tiene Amegakure no Sato. Sin tapujos lo digo. Y aunque acabas de ser recién ascendida, estás haciendo muchos números para aspirar a algo más. Pero un jōnin de Amegakure no Sato no tiene miedo a decir lo que piensa. Un jōnin de Amegakure no Sato jamás teme a llamar a las cosas por su nombre.
… sino porque Ayame no había sido clara. No había hablado con franqueza. Y lo peor de todo, se había dejado influenciar por Daruu para decir algo que no sentía.
Suspiró, y el vendaval que eran sus ojos pareció salir por su boca, relajándola. Hizo un gesto con la mano, para restarle importancia. Habían matado a un jodido General. No era el día de broncas, ni aún cuando estas escondiesen halagos velados. Por mucho que tuviese fama de dura e implacable, estaba muy orgullosa de ellos. De lo que se estaban convirtiendo.
—Daruu, en la próxima reunión que mantenga con la Alianza pienso recomendar tu inmediata incorporación a los Protectores del Pacto. Y con recomendar me refiero a que yo hablaré, el resto asentirá, y asunto arreglado. Les vendrá bien alguien con verdadera experiencia asesinado Generales. Y tanto tus ojos como tus marcas de sangre serían de tremenda utilidad. Eres el mejor posicionado para rastrear, investigar, y ejecutar a esos hijos de puta. Y también para proteger a los Guardianes. Así que ese es tu lugar.
»Ayame, la próxima vez que Datsue avise, te vienes para aquí. Deja una marca de sangre en la misma entrada del edificio, si hace falta. Y enviaremos refuerzos inmediatos a través de vuestra técnica. ¡Yo misma iré, si hace falta! ¡Juntas! —exclamó con ímpetu. Luego se encogió de hombros—. Juré proteger a ese cabronazo, y no me importaría cortar las cabezas de unos cuantos Generales.
»Bien, pues ahora os vais a un despacho y me redactáis un informe completo de todo lo ocurrido y los detalles que sepáis de ese General. Mientras tanto yo haré una llamada al viejo. —O mucho se temía que, de no informar inmediatamente de lo ocurrido, una de las cláusulas del Vínculo de Sangre saltase. Concretamente la del segundo punto. Y no tenía ganas de morir, al menos no tan estúpidamente—. Nos vemos en la puertas del edificio en diez minutos —añadió, por sorpresa, antes de sentarse de nuevo y descolgar el teléfono.
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(Última modificación: 21/01/2020, 20:09 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
¡BAM!
Aún con los ojos cerrados, Ayame sintió el golpe a la mesa como si se lo hubiese dado a ella. Asustada, entreabrió los ojos a tiempo de ver cómo varios de los documentos que había sobre la mesa caían al suelo como hojas de otoño.
— ¡Maldita sea, Ayame! —exclamó, enfadada—. Hace menos de un mes que te dije que lustrases tu voluntad, que creyeses en ti misma, y que te ascendí a chūnin. Pero, mírate, ¡vales para mucho más que eso!
La pobre Ayame tragó saliva, intentando deshacer el nudo que acababa de atenazar su garganta.
— Francamente, Ayame, eres una de las kunoichis más poderosas que tiene Amegakure no Sato. Sin tapujos lo digo —le dijo—. Y aunque acabas de ser recién ascendida, estás haciendo muchos números para aspirar a algo más.
¡Espera! ¿Acaso estaba insinuando...?
— Pero un jōnin de Amegakure no Sato no tiene miedo a decir lo que piensa. Un jōnin de Amegakure no Sato jamás teme a llamar a las cosas por su nombre —continuó. Y la ilusión se desinfló en su pecho tan rápido como había aparecido.
— Lo siento, Arashikage-sama... —murmuró, agachando la mirada.
Yui suspiró, y la tensión a su alrededor pareció relajarse. La tormenta parecía haber pasado, al menos por el momento. Pero las sorpresas no acababan ahí.
— Daruu, en la próxima reunión que mantenga con la Alianza pienso recomendar tu inmediata incorporación a los Protectores del Pacto —soltó, de golpe y porrazo—. Y con recomendar me refiero a que yo hablaré, el resto asentirá, y asunto arreglado. Les vendrá bien alguien con verdadera experiencia asesinado Generales. Y tanto tus ojos como tus marcas de sangre serían de tremenda utilidad. Eres el mejor posicionado para rastrear, investigar, y ejecutar a esos hijos de puta. Y también para proteger a los Guardianes. Así que ese es tu lugar.
» Ayame, la próxima vez que Datsue avise, te vienes para aquí. Deja una marca de sangre en la misma entrada del edificio, si hace falta. Y enviaremos refuerzos inmediatos a través de vuestra técnica. ¡Yo misma iré, si hace falta! ¡Juntas! —exclamó, llena de júbilo. Y Ayame se sintió desfallecer. ¿Ella? ¿Luchando mano a mano con alguien como Yui? ¿Era eso posible? Se mareaba de solo pensarlo—. Juré proteger a ese cabronazo, y no me importaría cortar las cabezas de unos cuantos Generales.
» Bien, pues ahora os vais a un despacho y me redactáis un informe completo de todo lo ocurrido y los detalles que sepáis de ese General. Mientras tanto yo haré una llamada al viejo —concluyó—. Nos vemos en la puertas del edificio en diez minutos.
Pero Ayame no se movió inmediatamente del sitio. En su lugar, respiró hondo, conteniendo el aire en los pulmones. Estaba a punto de lanzarse de cabeza a la tormenta, y ni sus alas de agua le serían de ayuda para soportarla.
— Yui-sama... —comenzó a hablar. Yui acababa de decirle que dijera las cosas con franqueza, así que allí iba la primera prueba—. No es mi intención cuestionar sus órdenes, pero... la técnica de teletransporte consume mucha energía. Más cuanta mayor es la distancia que quiero recorrer, y más si llevo a otras personas conmigo. En esta ocasión hemos tenido que teletransportarnos a la otra punta del continente. De haberme llevado a alguien más, habría llegado allí arrastrándome y sólo habría sido un blanco fácil para el General. Además, habríamos perdido mucho tiempo viniendo hasta aquí para pedir refuerzos. Cuando llegamos, tanto Uzukage-dono como Datsue estaban casi en las últimas. Supongo que esperó hasta el último momento para pedir nuestra ayuda...
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En el último momento, se había dado cuenta de que guiñarle el ojo no había sido buena idea. ¡Tan sólo habría faltado que le diera un par de codazos al ritmo! ¡Qué estúpido, estúpido!
Pero al final, no fue eso lo que molestó a Yui. Daruu había subestimado la capacidad de la mujer por valorar la sinceridad. Le pidió a Ayame que fuera directa, más directa. Pero Ayame le tenía miedo, y probablemente, era como si una tormenta te lanzase un rayo a diez metros y luego te dijese: "acércate".
Aún así, la Arashikage quería hacer brillar a Ayame, y una vez más volvió a utilizar aquella presencia suya para tratar de infundirle ánimos. Aquél discurso épico de ánimos y de reprimenda a la vez, hizo que en Daruu creciese de nuevo el candor de la admiración hacia la Arashikage. Se emocionó, sonrió, hinchó el pecho como un pavo con el orgullo de un verdadero amejin y entonces...
...entonces vino el golpe. Protector del Pacto. Si el nombre de ese cargo era grandilocuente, aún lo era más la responsabilidad que caería sobre sus hombros. Se decía que los Protectores firmaban el mísmo Vínculo Sanguíneo que los Kage, y que su labor consistía, además de en ser la primera línea de investigación sobre los Generales, en ser una fuerza de apuntalamiento de la Alianza ante amenazas externas a las Villas... e internas a las Villas. Incluyendo a altos cargos que pensaran poner en peligro la paz. Incluyendo a los propios Kage y jōnin allegados a los Kage. Y eso es todo lo que sabía sobre ellos. Nada más. Un cargo de reciente creación. No sabía si residían en sus Villas o si residían en un cuartel general propio. No sabía si conservaban su placa o si portaban algún tipo de distintivo. Miró a Ayame. Estaba aterrado, se esforzaba por ocultarlo pero dudaba seriamente de ser capaz de hacerlo.
—Se... será un honor, Arashikage-sama. —No pudo negarse. ¿Quién podría negarle algo a la Arashikage? No sin una buena razón. Y Daruu no tenía una buena razón. Porque...
...¿no era eso lo que quería? ¿No era eso lo que se juró hacer en realidad después de pelear contra Datsue en el Puente Tenchi? ¿Ser un shinobi capaz de empujar el mundo en la dirección correcta?
Era lo que quería. Al mismo tiempo, no quería saber nada de ello. Y a la vez, no estaba seguro de ninguna de las dos cosas.
Yui pasó a decirle a Ayame que la próxima vez debían ir con refuerzos, y si hacía falta se personaría ella misma. Que dejase una marca en el mismo edificio, dijo. «No lo entiendes, Yui». Era demasiado chakra, ir al edificio y luego marcharse hacia allá, y como bien le hizo saber Ayame, cada persona que cargase consigo era aún más gasto.
Por otra parte, entendía a Yui. Ayame era la jinchūriki. Pero si ese rol consistía en que Amegakure fuera tu jaula, ¿quién querría serlo?
Cada vez entendía más a Kokuō.
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