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27/01/2020, 03:30
(Última modificación: 27/01/2020, 04:37 por King Roga. Editado 1 vez en total.)
Si alguien alguna vez describiese un lugar vacío, seguramente se asemejaría al Paraje sin Sol. Tal vez hubiese algo de hierba, o algo de nubes, pero más allá de eso poco o nada era rescatable. Quizá hubo algo, pero ahora ya no estaba. Era cierto, que existían asentamientos en el sitio, pero poco y más.
El sonido del viento acariciaba las hojas del pasto, mientras las nubes indiferentes avanzaban lentamente por sobre el paisaje.
A nadie parecía importarle ella, aquellos que podían quererle ya no estaban. La niña que corría sola y llorando. Pero la hierba no la consolaba y las nubes no se detenían para verla. Tenía unos ojos grandes, pero todo brillo había desaparecido de ellos. Tenía un lacio cabello sedoso, pero estaba sucio y maltratado. El kimono tenía hermosos estampados de hojas de maple, pero le habían arrancado trozos de tela. Su piel era blanca como la nieve, pero tenía manchas de sangre en la mitad de la cara. Tenía una voz dulce, pero estaba afónica de tanto gritar por ayuda. Tenía unas lindas calcetas, pero sus pies se habían ampollado de tanto correr.
Pero a nadie parecía importarle. Dónde alguna vez hubo una sonrisa, quedaba nada.
A nadie le importaba que ella terminase cayendo al suelo, abriendo la boca en un intento desesperado de obtener el oxígeno que sus diminutos pulmones le exigían a gritos. Era una niña linda, de unos once años. Pero por muy bonita o pequeña que fuese, nadie estaba ahí para ayudarla...
... ¿O sí?
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—¡Pues lo que te decía! que el samurái solo hizo así —comentó emocionado, haciendo el gesto de desenvainar y envainar rápidamente un arma—, ¡y corto el Tatami Omote como si nada!
Durante la caminata, el chico le explicaba a su senpai las cosas que había visto en sus viajes. Espadachines hiperveloces, peleadores con estilos singulares y prácticamente de todo podía uno encontrarse si viajaba lo suficiente.
Esta vez, Daigo y Etsu viajaban juntos.
—Y eso, que... ¿qué es...? —ni siquiera había terminado de hablar cuando salió corriendo a socorrer a la pequeña.
Las vendas que protegían las manos del kusajin se mancharon de sangre cuando la sostuvo en sus brazos.
—¡Oye! —dirigió su mirada preocupada a los ojos sin luz de la niña—. Oye, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
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Ante un yermo deshabitado, Daigo, Etsu y Akane caminaban en lo que mantenían aún una cálida charla acerca de los viajes del boxeador. El chico había acumulado una gran dosis de experiencia, y con unos ánimos envidiables relataba en última instancia cuán asombrosa fue la habilidad por parte de un samurai. El hombre al parecer fue capaz de partir el Tatami Omote como si nada. El peliverde no escatimó en gestos, quería dar a conocer a su compañero de esas habilidades que tanto le impresionó.
—Ostras... no tenía ni idea de que los samurais fuesen tan fuertes...
Pero Daigo detuvo allí sus andanzas. Su historia cayó a un abismo de trivialidad en cuanto observó que algo andaba mal a la distancia. Los Inuzuka no fueron menos, pudieron darse cuenta al instante de que unas decenas de metros, había una niña que se encontraba en unas condiciones lamentables. No fue solo el peliverde el que corrió en pos de auxiliarla, si no que los tres corrieron a la par.
Al llegar hasta la chica, el boxeador tomó a la chica entre sus brazos, en lo que le preguntaba qué le había pasado y si se encontraba bien. Etsu pudo ver toda la sangre que tenía en la ropa, sangre con la que Daigo terminó por mancharse. Pero eso realmente no importaba en abosluto en esos instantes.
«¡Mierda! ¡mierda, mierda! ¡mierda!»
El Inuzuka intentó atisbar cualquier dato que le pudiese dar el entorno, intentó ser "frío" aunque el corazón le iba dando punzadas al ver a la chica. Se encontraban en un paraje desolado y casi inhóspito... ¿de dónde diablos había salido esa niña? ¿y porqué estaba sola?
No tenía ni puto sentido...
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La niña intentó articular palabra, pero en su lugar sólo salía un llanto incontrolable. ¿Por qué? ¿Por qué no podía hablar y contarles la verdad? Sus ojos negros estaban bien abiertos, pero parecía que toda vida y esperanza había sido arrancada de ella. Sin embargo, los que notarían un detalle inusual serían Etsu y su cánido amigo, pues al tenerla cerca notarían que la niña desprendía dos aromas distintos. ¿Qué podía significar aquello?
Por su lado, si Daigo observaba un poco mejor las rasgaduras de la ropa de la niña o revisaba su cabeza en busca de golpe alguno, se daría cuenta de que estaba perfectamente ilesa.
Daigo exigió saber que había ocurrido, pero ella sólo negó la cabeza.
—Un demonio, papá dijo que me protegería del demonio. Did-dijo. Mamá me tomó de la mano, corrimos, pero entonces ella ya no estaba... Sólo estaba su mano—. Aterrorizada por la visión la niña se llevó las manos a la cabeza y empezó a gritar de nuevo.
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«¿Un demonio?»
Daigo no tenía ni idea de lo que podía ser ese demonio, pero en ese momento tampoco le importaba demasiado esa parte de la historia.
No le importaba, porque ahora mismo lo único que quería era abrazar a la pequeña con fuerza y hacerle saber que estaba allí. Aunque eso no valdría de mucho, pues probablemente ya no tenía nada que salvar.
Con lo que tuvo que haber pasado, Daigo dudaba de poder salvarla a ella.
—Tranquila, tranquila... —todavía la abrazaba, como si nunca la fuera a soltar—. Nosotros nos encargaremos, ¿sí? Nos encargaremos del demonio. Nosotros...
Se lamentaba no poder hacer mucho más al respecto, pero por desgracia no eran dioses, ni magos. Solo eran un par de ninja y un perro.
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Para cuando el Inuzuka se centró un poco, la chica contestó a Daigo. Afirmaba que su padre le dijo que la protegería del demonio, y todo resultó acabar en una catástrofe en la que la chica perdió a su madre. Al menos perdió a la mayor parte de la misma. Etsu quiso ser partícipe, al menos un poco más. El boxeador aseguró a la chica que ellos se encargarían del demonio, intentando tranquilizar a la chica.
Pero...
«¿P-pero cómo que un demonio? ¿se referiría su padre a un tipo realmente malo?»
Respingó un par de veces la nariz, al estar cerca de ellos notó algo un tanto raro. Akane no tardó en confirmar las sospechas, miró a Etsu y afirmó lo que él también podía oler. En ese mismo sitio estaban los olores de los Inuzuka, de Daigo, de la chica, y uno más... uno que también salía de la propia chica.
¿Cómo era eso posible? Nunca habían sentido algo similar, una persona siempre tiene un único olor personal, no puede tener varios. Esa idea iba en contra de toda lógica.
Etsu se agachó hacia Akane, y con una voz mucho mas baja de lo normal intentó comunicarse con el huskie sin que los otros se enterasen —¿No será que tiene el olor de la madre por eso de toda ésta sangre?
Pero no, Akane estaba convencido de que tenía que ser otra cosa. Aún así, tampoco sabía de qué se trataba. Jamás había topado con algo similar, y pese a su gran inteligencia, estaba en las mismas que Etsu.
—Daigo tiene razón, pequeña —el Inuzuka se reincorporó, e intentó afianzar la seguridad de la pequeña en ambos —somo shinobis, y vamos a encargarnos del demonio ese. Pero tienes que decirnos de dónde vienes... ¿te acuerdas?
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La niña no respondió al instante, en su lugar, alzó la cabecita y volteó a ver al paraje. La niña alzó la mano y señaló con su índice el horizonte.
Ella con sus manitas empujó a Daigo para que la soltase, pues quería ponerse de pie y regresar sobre sus pasos. Sin embargo, dado que no tenía calzado alguno para protegerse chilló de dolor al momento de apoyar nuevamente los talones en el suelo.
—¡Ahhg!— Cayó de rodillas, soltando una única y lastimera lágrima, pues sus ojos ya se habían casado de tanto llorar y no podían soltar más.
Sus calcetines blancos estaban manchados, no sólo del negro de la tierra, sino que además tenían suciedad amarillenta producto de las posibles ampollas reventadas. Por mucho que quisiese caminar, ella no iba a poder guiarles por su propio pie, más allá de señalar el rastro de sangre que ella cargaba.
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Aunque todavía estaba preocupado, Daigo soltó a la pequeña para que pudiera caminar, aunque no parecía que fuera a llegar demasiado lejos...
—¡Ahhg!
La pequeña chilló de dolor en cuanto sus pies tocaron el suelo, y sabiendo que no podría guiarlos no pudo hacer más que apuntar al rastro de sangre que había dejado mientras corría.
Daigo miró a Etsu, preocupado.
—Deberiamos llevarla a algún lugar seguro, Etsu-senpai —le dijo—. No creo que sea buena idea llevarla de vuelta.
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Con las palabras del Inuzuka, la chica quedó pensativa durante un instante, y tras ello trató de apartar a Daigo con su mano. La chica no tardó un solo segundo en clavar sus rodillas en el suelo, quejándose de un clarisimo dolor. Apenas podía llorar ya, casi de seguro de todo lo que ya había llorado. No podía llevarlos hacia donde Etsu le pidió, y no porque no recordase desde donde venía, si no porque era incapaz de andar más. Los pies los tenía ensangrentados, no podían pedirle que se esforzase más.
Pero en realidad tampoco querían eso.
Etsu agarró a la chica, y la dejó sobre los lomos de Akane. Daigo sugirió dejarla en algún lugar seguro, pero esa idea cojeaba un poco... ¿dónde iban a dejarla? Estaban en mitad de la nada, tardarían horas si no días en encontrar un buen sitio. Si había una oportunidad de salvar a sus padres, no podían perder tanto tiempo.
—Con Akane estará segura, y no tendrá que caminar —aseguró al boxeador.
»Pequeña, ¿puedes señalarnos el camino? No hace falta que andes, ya has hecho un gran esfuerzo. Pero necesitamos saber el camino, queremos ayudarte, pero necesitamos que tú nos ayudes en eso, ¿podrás?
Tras intentar convencer a la chica, y aún algo incómodo por esa segunda presencia olfativa que desprendía, Etsu se acercó a Daigo. Quizás éste no había entendido su insistencia, y debía explicarselo —Debemos darnos prisa en llegar al sitio de donde viene, no podemos perder tiempo en llevarla a otro lado. Si sus padres están aún vivos, la prioridad es el tiempo. Akane no la dejará en peligro.
»¿Estás lista, campeona? —preguntó a la pequeña. —Por cierto, él se llama Daigo, el perrito se llama Akane, y yo me llamo Etsu... ¿cómo te llamas?
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La niña asintió suavemente con la cabeza ante la petición de Etsu, aunque su mirada muerta y triste parecía no tener realmente ya emoción alguna. Estando ya sobre el lomo de Akane, algo parecía abultarse en su espalda, pero no era demasiado pronunciado. Bien podría ser otra muda doble de ropa o un producto de la imaginación La niña entonces estiró el brazo y señaló al noroeste. Justo en el sentido contrario del cuál provenían los genin en un inicio.
—¿Lista?
La chica parecía lenta procesar las preguntas del Inuzuka, como si no reaccionara del todo. No se movió de la postura adoptada y no volteaba a ver. Pasaron varios segundos, tratando de comprender que ellos eran personas de confiar. Parecía que reaccionaba mejor a las indicaciones de Daigo por algún extraño motivo.
—Kanae, me llama mamá. Kaede, me llama papá— Contestó mientras sus ojos seguían fijos en el horizonte y ella mantenía el brazo en lo alto, como si no pudiese bajarlo a menos que alguien le dijera que lo hiciese.
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Daigo primero se mostró incómodo ante la idea de Etsu. No quería llevar a la niña de vuelta a aquel sitio, pero aún así no podía negar que el Inuzuka tenía razón.
Si todavía quedaba alguien que salvar, su prioridad sin ninguna duda tenía que ser esa.
—Vale —respondió a Etsu cuando le explicó sus motivos—. Vale. Confiaré en Akane-senpai.
El Inuzuka presentó al grupo de shinobi, dándole pie a la pequeña para que ella misma se presentara con sus... ¿dos nombres?
Daigo miró a Etsu. Todo se volvía más extraño por momentos, y además la niña no parecía reaccionar con normalidad, o ni siquiera moverse con normalidad.
El peliverde posó su mano sobre el bracito de la niña y bajó con suavidad.
—Entonces —empezó, con una sonrisa—. ¿Puedo llamarte Kanae-chan?
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Daigo pareció entender la posición de Etsu acerca de su proceder. El Inuzuka quería a toda costa salvar a los posibles supervivientes, y dejar a la chica en un lugar seguro les costaría esa posibilidad, si es que existía. Fuese como fuese, tenían que darse prisa. Esa era la única verdad, el tiempo seguía transcurriendo, y no iba a esperar por nadie.
El rastas presentó al grupo, con tal de hacer sentir algo más cómoda a la chica, pero su intento de agradar a la chica se vio frustrado. No solo eso, si no que la chica se presentó con dos nombres. El Inuzuka arqueó una ceja, intrigado ante esa resolución. Obviamente no fue el único, Daigo y Akane también quedaron preplejos.
«¿Qué coño? Tiene dos aromas, y tiene dos nombres... ¿qué significa ésto?»
El peliverde trató de descender el brazo de la chica con suavidad, en lo que le preguntaba si podía llamarla tal y como hacía su madre. Sin duda alguna, al boxeador se le daba mucho mejor que a él tratar con la chica. Aunque tampoco era de extrañar, todo lo relacionado con hablar o tratar con personas se le daba bastante mal al rastas.
Raro era que hubiese sido capaz de entablar amistad con Daigo.
Entre tanto, los cuatro marchaban en dirección a donde había señalado la chica. Aunque su comportamiento estuviese siendo bastante extraño, debían tomarla en serio en cuanto a las indicaciones. ¿Quién si no ella iba a llevarlos donde todo ese entuerto había comenzado?
—No te preocupes, Kanae, verás como todo sale bien. —trató de conciliar la situación.
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7/02/2020, 17:22
(Última modificación: 7/02/2020, 17:23 por King Roga. Editado 1 vez en total.)
La inatante se mantuvo en silencio a partir de ese momento. A cada pregunta de Daigo o de Etsu ella simplemente asentía con la cabeza, como si todo lo que le dijeran estuviese bien. A lomos del perro, ella simplemente avanzaba junto a ellos. En algún momento, ella pareció recostar un poco y abrazarse del animal. Aunque ella misma tuviese intenciones de continuar, su cuerpo ya no podía más y le rogaba descanso mientras seguían un intermitente rastro de sangre difuminado.
En algún momento, la cantidad de sangre empezaba a aumentar. Ahí, de pronto se toparían con una escena extraña. Un brazo cortado hacia la mitad del antebrazo, pero cuyo corte estaba cauterizado. Por la longitud y grosor de los dedos, podría decirse que era una mano femenina. Y luego, nada. La hierba se cortaba de forma abrupta, dejando ver un paisaje aún más desolado si era posible. Eran casi cincuenta metros de zona devastada donde no había quedado más que tierra ligeramente hundida. Las hierbas que marcaban el límite de aquella zona estaban medianamente calcinadas.
Kanae, como optaron por llamarle, no mencionaría nada, pero parpadeaba como si estuviese algo confundida.
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En silencio, el grupo siguió el rastro de sangre que había dejado la pequeña. De vez en cuando Daigo la miraba, incómodo. Era difícil pensar lo que había sufrido mientras huía.
Un tiempo después, se encontraron finalmente con su destino, o lo que quedaba de él...
Daigo chasqueó la lengua y tuvo que apartar la mirada. No tenía el estómago para seguir mirando justo en ese momento, mucho menos para investigar.
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El grupo prosiguió el camino, y todos quedaron en un incómodo silencio que tan solo era suavizado por la sonrisa de Etsu. Bueno, al menos éste trataba de suavizar la cosa, como acostumbraba. Al mal tiempo, buena cara. Como su abuelo y su padre siempre decían.
Pero poco después, la sonrisa la tuvo que apagar con seriedad. Frente a ellos el reguero de sangre comenzó a aumentar, hasta que terminó en una zona de hierba claramente cortada con alguna especie de hierro candente. No era lo único que había allí cortado, en esa inmensa superficie desolada, se encontraba el brazo de alguien.
Etsu hizo un gesto para que Akane se quedase atrás, que guardase las distancias por si acaso. Tras ello avanzó hasta el brazo, se agachó a su lado y lo observó. Más que observarlo, trató de oler si había algún rastro del mismo, algún lugar hacia donde se hubiesen llevado a la mujer o chica. Ese corte era raro e inquietante, pero daba a entender que quizás aún estaba viva... ¿Con qué propósito si no se cauteriza un corte?
El espectáculo era dantesco, pero por suerte o por desgracia, a Etsu ya no le afectaba demasiado ese tipo de cosas...
Cuanto más pudiese averiguar de qué había pasado allí, menos tiempo tendrían que estar en el sitio.
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