Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Tras su vuelta no se esperaba que todo el mundo estuviera pendiente de ella, claro que, tampoco había sentido que la habían echado algo en falta. Tras reportar su regreso y lo que había descubierto —por poco que fuera—, fue a ver a su familia para saber qué tal estaban, descubriéndose sola con su madre ya que sus hermanos estaban con asuntos más importantes. Lo entendió, era normal que tuvieran sus cosas. También comprendió que Datsue no podría estar, ni que la pusiera al día tras su marcha, por no hablar de Nabi, quien se había retirado de la vida ninja y ahora se encargaba de ayudar a su familia a entrenar perros. Su relación había sido tan efímera como su trayecto como shinobi.
Pero eso no iba a tirar su ánimo abajo, no; ella había vuelto a su aldea con nuevas ideas en la cabeza y dispuesta a entrenar aún más para lo que estaba por venir, por lo que necesitaba primeramente armamento renovado, así que allí se encontraba, de camino a la Forja de los Sasaki, la herrería con más prestigio de toda Uzushiogakure.
Su idea borrosa de Naginata había comenzado a volar libre en su mente, pero necesitaba de mentes y manos expertas en el tema, así que, con avidez, aunque antes de entrar prefirió ojear por si veía a la persona que andaba buscando precisamente para ese trabajo.
—Me pregunto si estará Reiji-san... —murmuró para sí.
«Debería entrar y preguntar...»
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La rutina diaria, hasta hacía bien poco, había sido siempre despertarse y entrenar solo, para luego tras una buena ducha y un desayuno equilibrado, tocaba aprender el oficio de mi padre.
Quien dice aprender, dice mejorar. Por que yo no era, precisamente, un novato. Aunque claro, a ojos de mi padre, cualquiera que no trabajara a su nivel era un novato.
Pero desde la entrada de Yuuna a mi vida, las cosas habían cambiado un poco. Muchas mañanas, cuando aparecía por la puerta del dojo, ella ya estaba allí. Otras veces era al revés. Pero ya no entrenaba solo por las mañanas. Luego, nos volvíamos a encontrar en la forja de mi padre.
El lugar estaba prácticamente dentro del terreno de los Sasaki, aunque la puerta principal daba a la calle. El sitio estaba rodeado por un muro bastante grande, con las paredes blancas y las tejas rojas. En la aprte central habia una casa enorme, de dos pisos y un poco mas apartadas estaban la casa de invitados y dojo. Lo mas alejado de la casa principal era la forja, que tampoco era un edificio pequeño.
El lugar era bastante amplio, aunque quizás, un poco oscuro. Pintar las paredes hubiese sido un malgasto de dinero, se llenaban enseguida de hollín. Quizás lo peor, era que, pese al tamaño, y a que la parte que daba a la calle siempre estaba abierta, allí hacia un calor infernal.
Volviendo a los cambios, mi padre no había puesto absolutamente ninguna pega en que Yuuna trabajara con nosotros, es mas, en cuanto vio que era bastante capaz, se alegró de haberla contratado. Y eso que siempre había rechazado la idea de contratar a alguien de fuera de la familia. Quizás nos había calado desde el primer momento, aunque si lo sabía, se lo tenia bien calladito.
Mi padre era un hombre robusto. Dos veces yo de ancho, con una musculatura bastante destacable y el pelo largo hasta los hombros, y oscuro como el carbon, aunque ya empezaban a notarse las canas. Sus ojos eran grises como el acero.
Allí hacía tanto calor, que siempre trabajábamos con el pelo recogido. A mi no me había empezado a salir si quiera, pero mi padre tenia que afeitarse la barba, aunque había prometido que se la dejaría bien larga cuando se retirara del oficio.
También teníamos que trabajar sin la camiseta, con el torso al descubierto, y aún así, siempre terminábamos empapados de sudor. Obviamente, esa parte no aplicaba a Yuuna, que simplemente se remangaba el Uwagi.
Aquel día, Yuuna no tenía que ir a la academia, así que allí estábamos los tres. Mi padre estaba haciendo una nueva remesa de Shurikens de practica que la academia le había solicitado.
Yuuna trabajaba golpeando el acero de una nueva espada que nos habían encargado hacía un par de días, ya que aún no se atrevía con otro tipo de armas que eran desconocidas para ella.
Yo por mi parte, estaba afilando la hoja de un Kama que mi padre había terminado el día anterior, y cuyo futuro dueño vendría por la tarde a recoger.
Oteando el lugar se dio cuenta de lo duro que seguramente sería trabajar en una forja. Un hombre ya de mediana edad, completamente empapado y con el cabello tan oscuro como el carbón que no necesitaban para calentar aquel lugar se dedicaba a forjar nuevos shuriken mientras una mujer golpeaba sin piedad una espada para darle por fin vida.
Pero a ella le interesaba el otro chico, el que estaba allí, afilando tranquilamente un Kama como si fuera un tesoro: Sasaki Reiji, el chico con cierto aire samurái que había ayudado sin dudarlo en el examen de Chuunin y al que conocía por tener la mejor forja de toda Uzushiogakure
Ella entró con cuidado, aunque no muy convencida tras ver que los tres trabajaban y que a lo mejor no era el mejor momento para pedir un encargo, pero tragando saliva y apretando los puños, no se negó más y cruzó la puerta.
Y pese al frío invierno en el que se encontraban, dentro de aquel lugar hacía un calor digno del propio infierno, sintiéndose con más capas de las que debería conforme pasaban los segundos.
—Buenos días —saludó cuando entró de forma amable—. Hola, Reiji-san, tengo un favor que pedirte. —Aquello último lo dijo dirigiéndose al susodicho, ya en una voz menos audible para el resto, con algo de vergüenza.
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Los clientes siempre son lo primero. Ese era el lema de cualquier negocio que se precie. Y por supuesto, eso aplicaba a la forja de los Sasaki, por eso, cuando se escucho el saludo, todos levantaron la cabeza.
—¡Buenos días!
El mas grande de los tres y dueño del lugar fue el primero en recibirla, con una sonrisa en la cara. Como atendía a todos los clientes.
—¡Buenos días!
Yuuna saludo y siguió con la hoja de la espada.
—¡Buenos días Eri-san, Cuanto tiempo!
¿Cuanto hacía que no la veía? Desde aquella desastrosa fiesta en casa de Datsue. Lo que me recordó que Eri también conocia a Sakura. Vaya desastre. Pero aquel no era ni el momento ni el lugar para contarle toda aquella movida amorosa en la que me había metido.
—Hola, Reiji-san, tengo un favor que pedirte.
Mi padre volvió a sus cosas al ver que la cosa no iba con él, al menos de momento, pero Yuuna si que volvió a levantar la mirada, curiosa. Aunque seguía trabajando.
—Pues claro, dame un segundo que termine con el Kama.
Ya había terminado prácticamente de afiliarlo, así que le di un repaso final y lo dejé en un soporte y lo cubrí con un trozo de tela.
—Dime, ¿Como puedo ayudarte?
En realidad no sabía muy bien que podía hacer alguien como yo por Eri. A no ser que quisiera un arma, ahí quizás si podía ayudarla.
La calurosa bienvenida, no solo por parte del lugar, que parecía una sauna; sino por los trabajadores allí presentes, hizo que su vergüenza menguase hasta sentirse más cómoda, y cuando Reiji la acogió con una sonrisa sintió que había hecho lo correcto yendo allí, y es que, si a un herrero le gusta su trabajo y sonríe haciéndolo, seguramente signifique que su trabajo sea de calidad.
—Pues claro, dame un segundo que termine con el Kama.
Eri asintió, dejando entrever una sonrisilla, y esperó mientras miraba, curiosa, como el chico terminaba con la espada y la guardaba suavemente hasta cubrirla con un trozo de tela, probablemente para refugiarla de cualquier polvo o suciedad que amenazase con posarse sobre su recién afilada hoja.
—Dime, ¿Como puedo ayudarte?
La Uzumaki miró directamente a los ojos del joven shinobi y levantó ambas manos, juntándolas, buscando las palabras exactas para pedir a Reiji que le hiciera un arma.
—Bueno, verás, he estado pensando y creo que... bueno —corrigió—, necesito que me hagas una naginata. —Ya lo había dicho, no había vuelta atrás, de ahora en adelante, ella trabajaría con naginatas en vez de espadas, y estaba decidida a cumplirlo.
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—Bueno, verás, he estado pensando y creo que... bueno
La forma en la que lo decía, sus gestos. Sus ojos clavados en los míos. Todo eso indicaba que lo que venía no iba a ser bueno. O si era bueno, a mi no iba a gustarme, o iba a traerme algún problema. Aunque sudara mas, no se iba a notar.
—Necesito que me hagas una naginata.
Ufff. Menos mal que se trataba de algo así. Algo sencillo para mi. Algo que podía hacer y que al mismo tiempo no me iba a meter en problemas. Mi yo interior respiro aliviado, por que ya tenia suficiente.
—Anda ¡pues claro! Si aquí hacemos todo tipo de armas. ¿Tienes algo pensado o trabajamos en la idea desde cero?
—Anda ¡pues claro! Si aquí hacemos todo tipo de armas. ¿Tienes algo pensado o trabajamos en la idea desde cero?
Se sintió estúpida al haberse avergonzado de pedirle a un herrero que le hiciera un arma, pero ahí estaba, con un ligero rubor por haber temido que la dijeran que no.
—Pues... Querría una naginata normalita, adecuada para mí —empezó a describir ella, pensativa—. La hoja la querría con un par de pétalos de cerezo grabados en ella, oh, sería muy bonito. —Eri se dejó soñar, con una tímida sonrisa—. Y el mango debería ser resistente porque tengo algunas ideas...
Y esperó a que Reiji hiciera su magia.
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—Pues... Querría una naginata normalita, adecuada para mí.
La palabra normalita no solía aplicar en mi cuando hablábamos de hacer armas. En cuanto había cogido la libreta había empezado a dibujar lo que yo creía que seria algo guay.
Había dibujado una Nagitana con un mecanismo que permitía "disparar" la hoja, convirtiendo el arma en un bō de forma temporal ¡Y con la posibilidad de llevar en el cinturón un par de hojas mas para "Recargarla"!
Así que arranqué el papel, hice una bola con el, y lo tiré al fuego. Aquel diseño no vería la luz ese día.
—. La hoja la querría con un par de pétalos de cerezo grabados en ella, oh, sería muy bonito.
Oh. Sí. Las flores de cerezo era algo demasiado recurrente en Uzushiogakure. Tanto que yo tenia ver a una cada día. Una a la que yo mismo... En fin. No debía hacer mas drama de eso. El trabajo era trabajo. Lo anoté en la libreta.
—Y el mango debería ser resistente porque tengo algunas ideas...
—Lo primero es sencillo, aunque tendremos que ver que tamaño se adecua más a ti, tengo unas cuantas de practica en el dojo, quizás deberíamos hacer alguna prueba, sobretodo para ver el tamaño y el peso que mejor se adecuan a tus movimientos.
Parecía que estaba hablando como un profesional. Y oye, quizás lo era. La mejor forma de hacer un arma para alguien es verle en acción con una similar o parecida, aunque no había sido el caso de Hanabi.
—Con lo del mango tendrás que ser más especifica, sobretodo a la hora de seleccionar el material, y para tener en cuenta la rigidez.
¿Cuanto de resistente? ¿Quería que el mango fuera metálico? O quizás quería que aguantara los golpes y que al mismo tiempo fuera flexible.
Notó como Reiji anotaba y dibujaba cosas en el cuaderno haciendo bailar la tinta sobre las páginas, pero no vio ninguno de sus diseños ni tampoco tuvo la oportunidad de hacerlo pues desechó la primera idea en cuanto ella habló de los pétalos de cerezo.
—Lo primero es sencillo, aunque tendremos que ver que tamaño se adecua más a ti, tengo unas cuantas de practica en el dojo, quizás deberíamos hacer alguna prueba, sobretodo para ver el tamaño y el peso que mejor se adecuan a tus movimientos.
Ella se llevó una mano al mentón, pensativa, quizá era lo mejor: probar las que tenía él para ver cuál iba mejor con ella, cuál se amoldaba mejor a su estilo.
—Con lo del mango tendrás que ser más especifica, sobretodo a la hora de seleccionar el material, y para tener en cuenta la rigidez.
—Déjame pensar... —pidió, recordando lo que había leído sobre las armas y su fabricación hacía un tiempo—. ¿Qué te parecería de roble? —preguntó, al cabo de un rato pensativa, esperando para que el profesional le diera su visto bueno.
«Aunque antes de eso deberíamos probarlas para verlo... No sé, no sé cómo va esto de fabricar armas.»
—¿Y si vamos a probar las que ya tienes y vemos desde ahí? Quizá con una naginata en la mano sería más sencillo y más gráfico —sugirió la Uzumaki, balanceándose un poco por la impaciencia de ver ya su naginata fabricada.
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Quizás bastante rígido, pero desde luego era resistente. También es verdad que las naginatas con el mango de acero eran muchísimo mas resistentes. Y también, si ibas a usarlos para golpear, mas dañino.
Por contraparte, eran mas pesadas y difíciles de manejar.
—[subir=crimson]¿Y si vamos a probar las que ya tienes y vemos desde ahí? Quizá con una naginata en la mano sería más sencillo y más gráfico[/sub]
—Pues sí, mucho mejor. Sígueme.
La parte de atrás de la forja era la parte que daba a la casa. Desde la salida se podían ver los otros tres edificios que componían el terreno de los Sasaki.
Un extenso jardín bien cuidado, dividido por una camino de piedra, era lo que separaba la forja del resto de edificios.
—¿Es la primera vez que vienes verdad? En fin, el edificio mas grande es mi casa.
Dije señalando un edificio de dos plantas, con las paredes blancas y el tejado rojo. ¿Cuantas habitaciones había en cada planta? ¿Díez? De pequeño me había perdido alguna vez.
—El otro mas pequeño es una casa para invitados, y por último esta el dojo, que es donde suelo entrenar, por eso hay de todo.
La casa de invitados, aunque también de dos pisos, era bastante mas pequeña que la casa principal. Tenia quizás solamente un par de habitaciones en cada planta. En cuanto a tamaño, el Dojo era mucho mas largo, aunque ahí solamente había un piso.
En cierto punto entre la forja y el resto de edificios, el camino se dividía en dos, uno llevaba directamente a la casa principal y a la de invitados, el otro cruzaba un pequeño puente situado sobre un estanque lleno de peces de colorines, y por ese camino se iba directamente al Dojo.
Desde allí no se veía la puerta principal, pues estaba al otro lado de la casa grande.
—A mi padre le encantan estos peces... Dice que cuando se retire se dedicara a darles de comer, pero ahora mismo hace todo el trabajo el jardinero.
La Uzumaki asintió, siguiendo al Sasaki hasta la parte posterior de la zona de trabajo, donde pudo visualizar otros tres edificios. «Al parecer la forja les va bien...» Se atrevió a pensar, muda por todo lo que podían poseer los Sasaki. Lo que más le gustó, sin duda, fue el jardín, dividido por un camino empedrado que separaba la zona donde estaba la forja con lo que probablemente sería el hogar de la familia.
—¿Es la primera vez que vienes verdad? En fin, el edificio mas grande es mi casa.— De Eri recibiría un asentimiento, todavía emmudecida por todo lo que la rodeaba, mirando directamente el edificio que señalaba el muchacho. Era increíble como desconocía tanto de una zona tan grande. Y la casa, ¡qué casa! ¡Si parecía una maldita mansión! —El otro mas pequeño es una casa para invitados, y por último esta el dojo, que es donde suelo entrenar, por eso hay de todo.
«Que tienen una casa más pequeña para invitados, me cago en todo... Y yo que tengo que apretarme cuando vienen mis dos hermanos.» Pensó la Uzumaki sin saber qué contestar más que con admiración y algo de envidia. ¡Ojalá ella viviera en un sitio así!
Cuando el camino se dividió en dos, Eri entendió que poco a poco se acercaban a su destino, pero de verdad que estaba anonadada con el espacio y todo lo que los Sasaki tenían en su posesión. «Años de trabajo...» Se dijo.
—A mi padre le encantan estos peces... Dice que cuando se retire se dedicara a darles de comer, pero ahora mismo hace todo el trabajo el jardinero.
—Seguro que es relajante —añadió ella, aunque su pensamiento a veces se iba de nuevo a los edificios que la rodeaban. Claro que el estanque llamó su atención. «¿Cuánto pagarán al jardinero?»
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—Pues no se, la verdad, nunca he sido muy de peces.
Ni de animales en general. No es que me llevara mal con ellos, y de hecho me gustaban, pero no lo suficiente como para tener una mascota. Aunque igual, y viendo los comics y novelas, un loro no quedaba mal en el barco.
Y hablando de animales....
—Hacía mucho que no nos veíamos, tampoco a Nabi, desde la fiesta en casa de Datsue con aquel desastroso final.
Nabi y Eri parecían muy unidos, así que quizás ella sabía que había sido de él. A ninguno de los dos me los había cruzado desde verano, claro que yo también había pasado un largo tiempo fuera, viajando al Hierro.
—¿Que ha sido de tu vida todo este tiempo?
En realidad la había visto solo un par de veces, el día del desastre del estadio y durante la fiesta de Datsue, pero podía considerarla una amiga, así que mientras caminabamos hacia el dojo, me interesé por su vida.
Reiji no era de peces, aunque su padre quisiera pasarse su vida dándoles de comer. Era algo aburrido si preguntaban a la pelirroja, relajante, pero aburrido. Aunque no podría quejarse si la pagaran solo haciendo ese trabajo.
Pero pronto la sacó de aquellos pensamientos haciendo alusión a un tema que no solía tocar a menudo.
—Hacía mucho que no nos veíamos, tampoco a Nabi, desde la fiesta en casa de Datsue con aquel desastroso final.
A Nabi no lo veía desde que había partido en la búsqueda de uno de los principales personajes que ocupaba el libro bingo: Uchiha Akame. Habían dado por finalizada su efímera relación y él se dedicó a cuidar y entrenar a los próximos perros Inuzuka retirándose así de la vida shinobi por no hacerse del todo a aquel ajetreo.
—¿Que ha sido de tu vida todo este tiempo?
—Poco puedo decir sobre mí, la verdad... —admitió mientras se encogía de hombros—. Nabi se retiró, ahora se dedica a cuidar y recoger perros heridos para entrenarlos, es bastante feliz— «Espero...» —. Él y yo salimos durante un tiempo, pero no duró mucho. —Pasó aquel trago rápido, de forma indolora para ella y esperó que él no se interesase demasiado por ese tema para pasar a otro más interesante—. Luego me marché en busca de Uchiha Akame, pues no estaba muerto... Pero mis esfuerzos fueron algo vanos, ya que regresé con mis manos vacías, así que ahora estoy entrenando más que nunca para poder volver a intentar cumplir mi misión —terminó, sin ahondar en detalles.
Se metió las manos en los bolsillos, la verdad es que decir todo aquello en voz alta parecía incluso peor de lo que ella imaginaba. No había logrado nada en su vida, solo pudiendo estar orgullosa por salvar a Ayame de una posible muerte de no haber sido por su contrasellado. Suspiró, esperaba que todo fuera a mejor a partir de ese momento.
—¿Y tú, Reiji-kun? —preguntó, interesándose ahora por su vida. No había visto tampoco a Sakura—. ¿Qué ha sido de ti en este tiempo? ¿Y Sakura? —preguntó, inocente, sin saber el motivo de por qué no estaba ahí.
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—Poco puedo decir sobre mí, la verdad... Nabi se retiró, ahora se dedica a cuidar y recoger perros heridos para entrenarlos, es bastante feliz. Él y yo salimos durante un tiempo, pero no duró mucho.
Vaya... Eso explicaba por que no había visto a Nabi en tanto tiempo, pero también fue una sorpresa lo de su relación fallida. No pregunté mas por que sabía a la perfección lo delicados que eran esos temas.
—. Luego me marché en busca de Uchiha Akame, pues no estaba muerto... Pero mis esfuerzos fueron algo vanos, ya que regresé con mis manos vacías, así que ahora estoy entrenando más que nunca para poder volver a intentar cumplir mi misión.
—No hace falta que seas discreta, conozco lo que pasó con Akame, pero no sabia que te habían encargado a ti cazarlo. No te preocupes, deber ser muy escurridizo, pero seguro que terminas por atraparlo.
Si no lo hacía Datsue primero. Aunque por la relación que tenia con Akame se podría pensar que Datsue dudaría en cortarle la cabeza, cuando habíamos hablado al lado de su tumba, me había dejado bien claro que yo tenia mas fe en que Akame no fuera un traidor de verdad de la que él mismo tenia.
—¿Y tú, Reiji-kun? ¿Qué ha sido de ti en este tiempo? ¿Y Sakura?
Sabía que saldría el tema en algún momento. Sakura bueno... Últimamente había estado mas rara que de costumbre, quizás... Quizás se había dado cuenta de algo. Aunque igual yo estaba paranoico y se trataba de otra cosa.
—Debe estar por la casa trabajando, ella es una de nuestras criadas. Pero ya no estamos juntos tampoco. —No era necesario profundizar mas en el tema. Quizás mas adelante podría contarle todo lo de Yuuna. —A mi me mandaron acompañar a Katsudon en un viaje al pais del Hierro, no como una misión. La verdad es que no lo hice muy bien, pero bueno al final no fue tan malo y también tengo que hacerme mas fuerte para volver allí.
Por que al final las cosas habían salido más o menos bien, al menos para mi. Pero, como Eri, algún día tendría que volver.
No tardamos mucho mas en alcanzar el Dojo, que, visto de cerca era bastante grande, la verdad, al menos en cuanto al ancho y el largo, por que de los tres, era el único edificio de una sola planta.
Como esperaba, no había nadie entrenando allí a esas horas. El sitio estaba dividido en varios tatamis. Allí practicaba algunas artes marciales y kenjutsu junto a mi madre o solo, y ahora, junto a Yuuna.
Pegados a las paredes, había recipientes que contenian distintas armas preparadas para practicar, como armas de madera y bokkens o armas con el filo romo para poder darlo todo sin matar a nadie. Aunque los moretones dolían igualmente.
—Pues ya estamos... Te voy a ir dejando de uno en uno diferentes tipos de Naginata y tendrás que hacer un par de movimientos ¿Has utilizado una alguna vez?
—No hace falta que seas discreta, conozco lo que pasó con Akame, pero no sabia que te habían encargado a ti cazarlo. No te preocupes, deber ser muy escurridizo, pero seguro que terminas por atraparlo.
Bueno, aquello no era del todo cierto. No había sido encomendada con esa tarea, pero ella había querido hacerlo, para poder... ¿Poder, qué? ¿Demostrar que ya no era su superior? ¿Que no recibiría órdenes que alguien que buscó —y logró— apresar a un inocente que solo quería salvar a su novia? Chasqueó la lengua, no le gustaba recordar aquello.
Fue el turno de Reiji para explicarle a ella sobre lo que había ocurrido por allí en su ausencia, y le sorprendió bastante su relato.
—A mi me mandaron acompañar a Katsudon en un viaje al país del Hierro, no como una misión. La verdad es que no lo hice muy bien, pero bueno al final no fue tan malo y también tengo que hacerme mas fuerte para volver allí.
«Reiji viajando al País del Hierro con Katsudon...»
—¿Y qué os llevó al País del Hierro? —preguntó, curiosa por aquel viaje que ella desconocía. Obviamente que lo desconocía, claro, pero quería saber qué había ocurrido para que ambos viajaran allí, y también por culpa de su curiosidad acechante.
No tardaron en llegar al Dojo, un edificio más ancho que los demás pero más pequeño, de una planta. Estaba vacío para ambos, algo que aprovecharían para probar las Naginatas de Reiji, así que no esperaron más y entraron. Eri quedó maravillada de todas las armas que allí se encontraban: desde bokkens hasta armas de filo que probablemente habían sido fabricadas allí.
—Pues ya estamos... Te voy a ir dejando de uno en uno diferentes tipos de Naginata y tendrás que hacer un par de movimientos ¿Has utilizado una alguna vez?
—Genial —contestó, sonriente—. He utilizado una alguna vez, pero tampoco fue la gran cosa, soy algo principiante con esto —admitió, algo avergonzada—. Espero que puedas ayudarme.
Y esperó a que el herrero diera una de las armas a la joven Uzumaki.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100