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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
El antiguo cuarto de Shaneji era probablemente una de las habitaciones mejores acondicionadas de todos los Ryūto. Poco había tenido que hacer Kaido para hacer de aquél agujero un sitio más ameno, pero aún así Akame no dejaba de tener algo de razón cuando solía quejarse de lo estúpidamente prehistórico que le suponía tener que vivir en una puta caverna. La buena noticia es que, quizás, la situación les estaba a punto de cambiar muy pronto. Y si queréis enteraros, lo mejor será buscar allí en lo que se esconde tras la niebla.

Hacía calor. El cuerpo inerte del Dragón más joven yacía postrado en la cama, envuelto como una momia en un par de sábanas. Tenía el brazo cogido por una vía que le hidrataba. Parecía dormido, y lo cierto es que llevaba un par de semanas fuera de sí. En coma. Los pronósticos eran diversos. Lo cierto es que Dragón Rojo carecía de un médico de vocación, más allá de la experiencia con la que Kyūtsuki y Otohime habían salvado a Ryū después de los acontecimientos del Kaji Saiban. Lo que ellas decían, y con razón, es que ahora todo dependía del mismísimo Kaido. De él, y de su voluntad. De querer vivir. De querer despertar.

Los días pasaban. Hasta que una tarde de Verano...

Él abrió los ojos. La visión le parecía más un vidrio empañado, pero de a poco fue recobrando visibilidad. No sabía bien en dónde estaba, ni qué día era. Realmente no recordaba nada. ¿Qué había pasado?...

Pequeños vestigios en forma de recuerdos volvieron de pronto a su cabeza y el cuello le dolió de pronto. ¿Un golpe? sí, uno muy fuerte. Recordó el fuego y las brasas. Rememoró la figura bíblica del despertar de un dragón...

Ryū...

No.

Ryūnosuke.

Escuchó la puerta abrirse. ¿Quién era? ¿su mentor?

No. Era alguien más.
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