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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Mecido por el dulce traqueteo del carruaje y el ocasional relinche de un caballo, Daruu dormía profundamente acariciado por la cálida luz del sol. Un sol del que, por suerte o por desgracia no podían disfrutar en Amegakure. Y para las pocas veces que podían, pensó el muchacho, los vecinos lo achacaban a que algo malo iba a pasar. Qué irónico. Como si algo tan calentito fuera a hacerles daño.

Con ese pensamiento se despertó, adormilado y con la cabeza pesándole como una cesta a rebosar de melones. Se estiró, y se dio cuenta de que se había quedado dormido leyendo la invitación de Yui.

La invitación al torneo.

¿Por qué a él? No a todos los genin les habían enviado la carta, y su madre le había asegurado de que no había emitido ninguna recomendación en particular. ¿Sería por la fama de su familia? Tanto su padre como su madre habían sido shinobis de muy alto nivel.

En parte, eso a Daruu no le hacía ninguna gracia. Porque aunque le preocupase no estar a la altura de sus compañeros o de sus homólogos de otras villas, en el fondo su mayor problema era no estar a la altura de sus padres cuando tenían su edad.

«¿Y si me toca contra ella?» —pensó, y recordó la pelea que había tenido hacía unos meses con Ayame—. «Hace tiempo que no la veo. ¿Habrá aprendido ella cosas también?»

Se miró la mano derecha, magullada por el entrenamiento. La tenía vendada hasta la altura de los dedos.

¡Daruu, hijo, despierta! —llamó su madre desde fuera—. ¡Ya hemos llegado al punto de encuentro!

Daruu sonrió y se levantó, con esfuerzo. Salió del carruaje y bajó de un salto. Le esperaban su madre y un señor mayor, regordete, con bigote: el conductor del carruaje.

Gracias por apearnos hasta aquí, Yaru-san. Nos ha venido genial tu ayuda. Si no, no habríamos llegado a tiempo. —dijo Kiroe.

Yaru-san era un mercader de fruta y verdura que iba de camino a Uzushiogakure. Se había ofrecido a llevarles hasta allí a cambio de protección. Al final, no había sido necesario hacer nada por él, pero nunca se sabe cuando un ninja podría serte útil, especialmente en algunos caminos llenos de bandidos y otras cosas peores.

¡Nada, nada! ¡Buen viaje, que lleguéis bien! Y mucha suerte, muchacho. Tu madre me ha contado que te va a hacer falta.

¡Gracias, Yaru-san! —respondió el chico, y le saludó con la mano mientras se volvía a subir al carruaje.

Yaru azuzó a los caballos, que relincharon, y se pusieron a galopar arrastrando el carruaje. Daruu suspiró y se dio la vuelta. Observó la estepa que subía hasta un gran roble de grueso tronco.

¿Es ahí?

Sí. De jóvenes, solíamos utilizar ese roble como punto de encuentro cuando estábamos de misión en el País del Fuego.

Daruu comenzó a caminar.

Hala, ¿has hecho misiones con Zetsuo-san? ¿Cómo es? —preguntó Daruu. Había tratado con él varias veces, pero no lo conocía en verdad. Siempre parecía muy serio y tenía mal carácter, pero aparte de eso...

Un shinobi y un médico excelente. Una buena persona. Difícil de tratar. —Kiroe cerró los ojos y dio un suspiro animado, sonriendo con resignación.

¿"Buena persona" y "difícil de tratar"? Nada nuevo bajo el sol, por lo que él sabía.

Llegaron a la base del roble, y se sentaron a esperar a sus acompañantes para el resto del camino hacia los Dojos.
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#2
El viaje había sido largo. Tortuosamente largo. Y Ayame ni siquiera había podido disfrutar de él como le habría gustado.

La invitación le había llegado de manera totalmente sorpresiva. Y había sido su padre el que se había encargado de hacérsela llegar personalmente. Aún recordaba lo abrumada que se había sentido al leer, del puño y letra de la mismísima Arashikage, que había sido convocada a participar en un torneo que se celebraría durante la primavera en un lugar del País del Fuego: los Dojos del Combatiente y en el que participarían las tres aldeas ninja que actualmente se alzaban en Onindo. Aquella era demasiada responsabilidad. ¿Qué pasaría si caía en combate ante tanta gente? Toda la gente de las tres aldeas vería su ineptitud... Yui se daría cuenta de que el potencial de su jinchuriki era nimio... Y para su hermano y su padre sería una decepción. Una deshonra en toda regla.

Los días anteriores al viaje apenas consiguió pegar ojo. En parte por los nervios, y en parte por las pesadillas que seguían acosándola cada noche. Ayame era consciente de que aquel prolongado cansancio ya estaba haciendo mella en sus facultades. Ya no rendía tanto en los entrenamientos a los que la sometía su padre periódicamente. Y sabía que Zetsuo se daba cuenta de ello.

Creía que el viaje hacia el País del Fuego conseguiría despejarla. Que la curiosidad por los paisajes nuevos despejaría su mente.

Pero el desafortunado accidente que había sufrido en aquella extraña mansión embrujada, de camino hacia allí, había cambiado totalmente sus perspectivas. Ya no sólo por la traumática experiencia vivida al borde de la muerte, sino por todo lo que había descubierto a partir de ella.

Ayame había cambiado radicalmente a partir de entonces. No sonreía, no hablaba, apenas comía lo justo y necesario para no desfallecer. Y por mucho que Kori y Zetsuo intentaron sacarle información acerca de aquella actitud, ella se negó en redondo a hablar del tema una y otra vez. Lo único que obtenían, cuando intentaban forzarla más de lo necesario, era un repentino berrinche inexplicable. Por lo menos las pesadillas habían dejado de acosarla, por lo que Ayame se rindió a continuar el camino, comer y dormir exclusivamente. Más de una vez Zetsuo y Kori intentaron realizar un pequeño entrenamiento, para ir preparándola para los combates, pero estaba claro que la cabeza de Ayame estaba en otra parte, muy lejos de allí como para rendir al máximo.

Al cabo de una semana, aproximadamente, el bosque rompió la monotonía del paisaje. Dejaron atrás los árboles, y se adentraron en una depresión donde lo que abundaban eran los matorrales y algún que otro árbol disperso.

—Ya estamos cerca —indicó Zetsuo, y Ayame le miró con cierta confusión.

No veía alrededor ningún rastro de dojos, mucho menos de un lugar siquiera habitable, pero los pasos de su padre y de su hermano continuaron seguros, por lo que se resignó a seguirlos. Ni siquiera tenía ganas de preguntar al respecto. Y Kori pareció darse cuenta de aquel pequeño detalle, porque le dirigió una breve mirada de soslayo.

«Qué extraño...»

Un árbol se alzaba en la distancia, y parecía que se estaban dirigiendo hacia él. Pero por mucho que caminaran, el árbol mantenía su tamaño como si no se acercaran a él. Fue al cabo de varios minutos cuando comenzó a hacerse más grande. Y más grande. Y más grande...

Aquel era el roble más grande que había visto en toda su vida. Un árbol que parecía querer arañar con sus ramas el cielo y se imponía como un verdadero rey en aquella pradera. Y tan distraída estaba contemplando aquella majestuosa obra de la naturaleza que Ayame no se dio cuenta de que dos personas los esperaban bajo su cobertura.

—Buenos días, Kiroe, Daruu-kun.

Kori inclinó la cabeza a modo de saludo.

«¿Uh?
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#3
¡Mira, Daruu, por allí vienen! —exclamó Kiroe pegando un brinco, y señaló más allá por la llanura. Se acercaban tres figuras. Dos de ellas mucho más alta que la pequeña joven que caminaba cabizbaja, azorada, supuso Daruu, por la presencia de sus dos familiares. Por cómo había hablado siempre de ellos, les tenía mucho respeto, incluso miedo.

La verdad es que Aotsuki Zetsuo era como para tenerle miedo.

Los hombros rectos, los ojos de un profundo color aguamarina. Parecía un perchero caminando con más carne que ropa colgada. La mirada de aguilucho buscando una presa y las cejas tiesas y tensas, como si se dedicara a adivinar en todo momento quién de los que le rodeaba iba a traicionarle.

No tenía la mirada del director de un hospital. Tenía la mirada de un líder imperial. Como si en otra vida hubiese querido ser más que un médico y más que un ninja.

Daruu siempre había evitado su mirada. Pero ahora más. Algo le hacía suponer que era uno de esos padres que pensaba que cualquier muchacho de la edad de su hija quería irremediablemente llevársela a la cama, y que haría todo lo posible para evitar que esa desmesurada opinión se hiciese realidad de alguna forma loca y nada lógica.

Aún así, utilizó un apelativo cariñoso cuando se dirigió hacia él. Daruu sonrió y bajó la mirada hasta el inframundo, donde sólo alguien como Izanami podría devolvérsela.

Ho-hola, ¡Zetsuo-dono! Kori-san. Ayame...-san.

Vamos Daruu, si son vecinos de toda la vida —se apresuró por apremiar Kiroe, y se acercó a Ayame, se agachó para quedar a la altura de su cara y le removió el pelo—. Oiii, ¿qué te pasa, Ayame-chan? Tienes mala carilla.
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#4
No se había percatado de su presencia hasta entonces, pero Daruu y su madre se encontraban bajo las ramas de aquel enorme roble. Y parecían estar esperándolos a ellos. ¿Por qué?

Ninguno de los dos había cambiado desde la última vez que los vio. Se le antojaba extraño verla sin el clásico delantal que siempre llevaba en su famosa pastelería, pero Kiroe seguía siendo aquella mujer de apariencia bondadosa, ojos de un exótico color púrpura y cabellos oscuros que recordaba. Y Daruu seguía siendo aquel chico...

Se sonrojó ligeramente cuando un lejano recuerdo acudió a su memoria.

Zetsuo no parecía haberse dado cuenta. Tenía sus rapaces ojos aguamarina clavados en el muchacho en un gesto nada amigable, y Daruu parecía hacer todo lo posible por evitar su mirada.

—Ho-hola, ¡Zetsuo-dono! Kori-san. Ayame...-san. —saludó con timidez

—Vamos Daruu, si son vecinos de toda la vida —se apresuró por apremiar Kiroe.

Ayame, que había agachado aún más la cabeza, se sobresaltó bruscamente cuando sintió que alguien removía sus cabellos. El gesto le había pillado por sorpresa, y no se había dado cuenta de que Kiroe se había acercado a ella hasta que prácticamente la tenía encima.

—Oiii, ¿qué te pasa, Ayame-chan? Tienes mala carilla.

El gesto, cariñoso como el de una madre, había creado un ardiente nudo en la base de su garganta.

—Y... yo... yo... —jadeó, y en ese instante se sintió que iba a echarse a llorar en cualquier momento.

—Está nerviosa por el torneo —intervino Zetsuo rápidamente.

En aquella ocasión, no era él quien tenía sus ojos clavados en ella. Era Kōri quien la miraba con una intensidad que raras veces había visto en él. Pero su rostro seguía igual de impasivo, y Ayame terminó por agachar aún más la cabeza, abrumada al haberse convertido en el centro de atención repentinamente.

—Deberíamos ponernos en camino. O anochecerá antes de que lleguemos.
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#5
Ayame balbuceó unos instantes, sin saber qué decir. Incluso en la peor de las circunstancias, nunca había estado así de insegura. «Pero sí que lo ha estado cuando ha hablado sobre su padre y sobre su hermano, y ahora están los dos aquí», se tuvo que recordar.

—Está nerviosa por el torneo —intervino Zetsuo, zanjando la pregunta de un sólo y certero picotazo. Daruu levantó una ceja, escéptico. Probablemente había algo más, pero lo mismo podía ser algo importante que algo nimio que le hubiera acarreado una bronca paterna. Recordaba como Ayame le había dicho una vez que si volvía empapada a casa le iba a caer una buena.

¡Pues no debéis estarlo! Seguro que podéis ganar aunque sea una ronda, o dos... Quién sabe si alguno de vosotros podría llegar a ganar el torneo —dijo Kiroe, y clavó los ojos en el viejo Zetsuo para lanzarle un órdago que sabía que no podría eludir—: Eso si no les toca pelear el uno contra el otro, claro. Entonces sólo mi Daruu pasaría de ronda.

Mamá, creo que deberíamos intentar no provocar...

Al fin y al cabo, siempre he pensado que Daruu tiene un gran, gran potencial. Y lo he entrenado muy bien.

—Deberíamos ponernos en camino. O anochecerá antes de que lleguemos.

Daruu vislumbró una salida.

¡Eso, eso! ¡Vaaaamos, que vamos a llegar tarde!

El muchacho preguntó a Kori la dirección y esperó a recibirla. Acto seguido, cogió a su madre de la mano y estiró para hacerla reaccionar. Pero Kiroe no se movió un ápice.

500 ryos a que mi hijo le patea el culo a tu hija si tienen que pelear.

¡PERO NO HAGAS APUESTAS MAMÁ, QUE YO LE QUIERO CAER BIEN A LA GENTE JOPÉ!

No, espera, que sean 1000.

Daruu se arrodilló y se estiró de los pelos. «Por qué».
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#6
—¡Pues no debéis estarlo! Seguro que podéis ganar aunque sea una ronda, o dos... Quién sabe si alguno de vosotros podría llegar a ganar el torneo —respondió alegremente Kiroe, pero aquello hundió algo más el estado de ánimo de Ayame. Y eso que hasta el momento, a pesar de lo que pudiera creer su padre, no se había preocupado por el torno más de lo que tocaba.

«Una ronda o dos... Una ronda o dos...» Se repetía mentalmente.

Cuando alzó la cabeza, no le pasó desapercibido que Kiroe miraba de una manera particular a Zetsuo. Y este sostenía sin ningún tipo de pudor su duelo. Aguamarina contra púrpura, el ambiente parecía haberse cargado de una extraña electricidad estática.

—Eso si no les toca pelear el uno contra el otro, claro. Entonces sólo mi Daruu pasaría de ronda —continuó Kiroe, y una apenas perceptible arruga apareció en el entrecejo de Zetsuo al escucharla.

—Mamá, creo que deberíamos intentar no provocar... —intervino Daruu, pero no había nada capaz de detener el tsunami que se acababa de desatar.

—Al fin y al cabo, siempre he pensado que Daruu tiene un gran, gran potencial. Y lo he entrenado muy bien.

—Deberíamos ponernos en camino. O anochecerá antes de que lleguemos —terció Kōri, para el alivio de Daruu.

—¡Eso, eso! ¡Vaaaamos, que vamos a llegar tarde!

Kōri señaló un punto en la lejanía, hacia una serie de riscos que se alzaban hacia el cielo. Aún tendrían que atravesar varios puentes para llegar hasta su destino; pero si se apresuraban aún podrían hacerlo antes del anochecer. Dispuesto a cumplir con esa premisa, Daruu tomó la mano de su madre e intentó arrastrarla, pero la mujer seguía con sus ojos clavados en Zetsuo. Y cuando Ayame miró a su padre, se dio cuenta de que él la miraba con la misma intensidad.

La intensidad de una ancestral rivalidad que por nada del mundo podría ser erradicada.

—¿Con quién cojones te crees que estás hablando, mujer? ¿Acaso crees que he dejado que Ayame se duerma en los laureles? —le espetó el médico.

—500 ryos a que mi hijo le patea el culo a tu hija si tienen que pelear.

—¡PERO NO HAGAS APUESTAS MAMÁ, QUE YO LE QUIERO CAER BIEN A LA GENTE JOPÉ!

—¿No eres ya mayorcita para seguir con estas chiquilladas? —replicó Zetsuo; pero una vena había comenzado a palpitar peligrosamente en su sien.

Conteniendo la respiración, Ayame se encogió ligeramente sobre sí misma. No sabía si sentirse herida o aterrorizada ante lo que estaba sucediendo entre sus padres.

—No, espera, que sean 1000.

Daruu parecía sentir lo mismo que ella. Se había arrodillado en el suelo, estirándose de los pelos.

—¡Si vas a apostar por ese hijo florista tuyo, hazlo bien! ¡Joder! ¡1.500! —resolvió Zetsuo, y alargó la mano para que Kiroe cerrara el trato.

Ayame se sentía desfallecer. Sus ojos pasaban de su padre a la madre de Daruu como si de un partido de tennis se tratara. ¿Qué demonios estaba pasando?

—Siempre han sido así —una voz extremadamente impersonal y gélida como el aliento de la nieve la sorprendió. Con todo aquel jaleo, prácticamente se había olvidado de la presencia de Kōri y no se había dado cuenta de que se había colocado a su lado hasta que habló.

—¿Qué?

—Padre y Kiroe-san. Siempre han sido así. No os preocupéis por ellos.
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#7
Francamente, no esperaba esa reacción por parte de un hombre en apariencia tan serio como Zetsuo. No tardó mucho Kiroe en provocarlo, y algo le decía que no era la primera vez. Al principio, se había mostrado reticente, pero enseguida había caído en el trapo. Mientras Daruu intentaba calmar los ánimos, el ambiente se iba caldeando.

—¡Si vas a apostar por ese hijo florista tuyo, hazlo bien! ¡Joder! ¡1.500!

«¿!Flo... florista!? ¿Me ha llamado florista?». Daruu entrecerró los ojos y apretó los puños mirando al suelo. Estuvo a punto de decir algo, pero se limitó a apartarse de su madre y el viejo chocho asqueroso ese y se acercó a Ayame y a Kori que contemplaban, la una anonadada pero cansada y particularmente diferente y el otro impasible, la escenita que se estaba representando.

—Siempre han sido así —le sorprendió la voz de Kori, que no solía hablar más que para lo necesario.

—¿Qué?

—Padre y Kiroe-san. Siempre han sido así. No os preocupéis por ellos.


Daruu se relajó un tanto.

—¿Desde hace cuánto que son amigos? Bueno, amigos. —Daruu pronunció la palabra de forma irónica por segunda vez—. Parece que se llevan a matar.

Daruu sonrió y miró a Ayame un momento. Era una de esas veces en la que miras a alguien para que se ría contigo. Pero se puso muy serio e hizo un pequeño mohín cuando le devolvieron la mirada unos ojos tristes y agotados.

—En serio, ¿qué te pasa? Tú no eras así.

Al otro lado del árbol, Kiroe y Zetsuo seguían enzarzados con las apuestas.

—¡Te digo que eso es muy poco todavía, gallina afeminada! —espetó Kiroe, y abrió la mano mostrando los cinco dedos—. Cinco mil. Que sean cinco mil. Ni uno más, ni uno menos.

Al ver que Zetsuo no la contestaba, repitió:

—Ga-lli-na.

Daruu suspiró.

—Bueno... ¿Qué tal si vamos tirando? Está claro que no van a parar. Ya seguirán discutiendo por el camino.

Dicho esto, echó a andar, y esperaba que al menos Kori y Ayame le siguieran.

El grupo discurrió durante un rato en silencio por la pradera, cuya monotonía sólo se atrevían a romper algunos ríos con sus correspondientes puentes. Daruu siempre cruzaba los puentes, que eran curvos y altos y de madera que al pisar sonaba como un barco pirata, a saltitos y con las manos en los bolsillos. Era un ninja, pero al fin y al cabo no era más que un niño. Un niño que había empezado a comprender su alrededor con algo de primitiva adultez, pero un niño todavía.

Cuando el risco era ya del doble del tamaño que habían medido desde el roble, Daruu y Ayame se habían quedado un poco atrás mientras los adultos charlaban tranquilamente sobre la gestión de la villa y los últimos acontecimientos. Daruu aprovechó para insistir.

—Bueno, ¿me lo vas a contar? —inquirió con impaciencia preocupada.
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#8
—¿Desde hace cuánto que son amigos? —la voz de Daruu sobresaltó a Ayame. No se había dado cuenta de que se había posicionado junto a ellos hasta aquel preciso momento—. [color=mediumseagreen]Bueno, amigos. Parece que se llevan a matar.

Le sonrió, pero Ayame apenas tenía fuerzas para devolverle un amago de sonrisa que aleteó tembloroso en sus labios. Y Daruu pareció notarlo, porque no tardó en volver a insistir:

—En serio, ¿qué te pasa? Tú no eras así.

Aquella pregunta tan directa le llegó como una flecha disparada, y Ayame alzó ambas manos en un gesto defensivo.

—¿Eh? ¡Nada, nada! —resolvió, encogiéndose sobre sí misma al sentir la mirada del chico y de su hermano mayor clavadas en ella como dos pares de afiladas estacas.

Mientras tanto, al otro lado del enorme roble, Kiroe y Zetsuo seguían aumentando sus apuestas...

—¡Te digo que eso es muy poco todavía, gallina afeminada! Cinco mil. Que sean cinco mil. Ni uno más, ni uno menos.

—¡¿Qué cojones me has llamado, maldita bollera?!

—Ga-lli-na.

—¡Cuando te deje en la ruina y tengas que vender los órganos de ese hijo tuyo para saldar la deuda ya te arrepentirás!

Junto a ella, Daruu suspiró. Parecía que también se había quedado embelesado contemplando el espectáculo de los dos adultos.

—Bueno... ¿Qué tal si vamos tirando? Está claro que no van a parar. Ya seguirán discutiendo por el camino.

—Sí, buena idea... —le concedió.

Daruu, Kōri y Ayame echaron a caminar hacia su objetivo. Por suerte, ya fuera de manera refleja o consciente, Kiroe y Zetsuo les siguieron el paso mientras seguían discutiendo la cantidad de ryos que apostaban para el torneo.

«Esto es una locura... Si ahora me toca enfrentarme a Daruu-san y pierdo, no me lo perdonará en la vida... De hecho, ¿sería capaz de pagarlo? ¿Y si se arruina? ¿Y si nos quedamos pobres y no tenemos nada más para comer a partir de entonces? Todo sería culpa mía...» Ayame sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos molestos pensamientos de su mente.

Al cabo del tiempo, los dos adultos parecieron cansarse de discutir sobre dinero. La marcha siguió su curso en un profundo silencio. Ayame seguía el camino desde la retaguardia, cabizbaja y completamente ida. Estaba perdida en lo más profundo de sus cavilaciones. Y tanto era así, que apenas se daba cuenta de que estaban atravesando varios puentes, cuando en otras ocasiones habría saltado prácticamente sobre ellos y habría tratado de divisar algún animalillo entre sus aguas entre infantiles exclamaciones de alegría. De hecho, ni siquiera se dio cuenta de que Daruu había vuelto a colocarse a su vera hasta que oyó su voz.

—Bueno, ¿me lo vas a contar? —insistió, y Ayame, acongojada, no pudo evitar recolocarse la bandana sobre la frente en un gesto reflejo.

—¡No me pasa nada! —volvió a repetir, y entonces se sintió como un estúpido loro. Daruu parecía preocupado por ella, y aquello sólo consiguió instalar un doloroso nudo en su pecho. Trató de sonreír para tranquilizarle, pero nuevamente su gesto resultó más falso que una moneda de tres ryous—. El viaje ha sido demasiado largo, hemos tenido algunos contratiempos, y papá no me ha dado tregua ningún día. Sólo es el cansancio y los nervios, de verdad, Durru-san.

—¡Niños, dejáos de manitas y acelerad el paso! —la voz de Zetsuo sonó como un auténtico trueno por delante de ellos; y Ayame, azorada, agachó la cabeza aún más y apresuró sus pasos para no quedarse tan atrás.
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#9
—¡No me pasa nada! —reiteró Ayame, esta vez más exaltada. Daruu esbozó un ligero mohín preocupado y agachó la mirada, acongojado. La sonrisa de la kunoichi se le antojaba de todo menos verdadera—. El viaje ha sido demasiado largo, hemos tenido algunos contratiempos, y papá no me ha dado tregua ningún día. Sólo es el cansancio y los nervios, de verdad, Durru-san.

Daruu suspiró. Aparte de confundir su nombre, aquella Ayame no se parecía nada a la que había invitado a la pastelería de su madre, hacía meses ya. «¿Y tú, Daruu, eres tú el mismo?»

—Supongo que es eso —sentenció, y volvió a hacerse el silencio entre ellos dos.

—¡Niños, dejáos de manitas y acelerad el paso! —Zetsuo gritó por delante de ellos, y parecía visiblemente molesto. Ayame agachó la cabeza y se apresuró para ponerse a la altura de su padre, pero a Daruu no terminó de sentarle aquello muy bien.

Se quedó un momento parado clavando la mirada en Zetsuo como un lobo suicida que desafía al resto de su manada. Finalmente, continuó caminando, pero estaba claro que no iba a quedarse tranquilo si no replicaba:

—Se hablar como una chica sin lanzarle el anzuelo, pero gracias, Zetsuo. —El águila acababa de perder cualquier tipo de sufijo de respeto que pudiera haber querido decirle antes. No todo el mundo es capaz de captar esas sutilezas, pero alguien como él no podría pasarlas por alto—. Tengo muchas más preocupaciones que eso, como por ejemplo, hacer que pierdas tu estúpida apuesta.

Se arrepintió enseguida de aquél desafío, pero lo cierto es que se había quedado bien a gusto, y había una cosa que tenía muchas ganas de decir y que le gritaba desde dentro del pecho como un pájaro enjaulado que estaba deseando salir. No sabía muy bien como expresarlo, pero era como si alguien dentro de él quisiera decirlo bien alto y bien claro. Alguien que no conocía pero que sí conocía a Zetsuo. O tal vez, ya se conociesen de antes. Quién sabe:

—Tú no me das órdenes.

Esperaba que su madre le parase los pies en algún momento, pero lo cierto es que se apoyó en el hombro de Zetsuo y, simplemente, dijo:

—¡Ay, qué recuerdos! ¿A que se parece a mi Danbaku?

Se conocían.

Daruu apretó los puños y desafió con la mirada a Zetsuo.

«Como digas algo malo de mi padre, te vas a cagar».
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#10
Sin embargo, Daruu tenía un carácter más fuerte que el de Ayame. Y así lo demostró cuando siguió plantado en el sitio, desafiando a Aotsuki Zetsuo con la mirada.

—Se hablar como una chica sin lanzarle el anzuelo, pero gracias, Zetsuo.

«Oh, no...» Ayame se encogió sobre sí misma, intercambiando la mirada entre su padre y su compañero.

Por su parte, Zetsuo había entornado peligrosamente los ojos. Daruu había pasado del "-dono" a restarle cualquier tipo de sufijo de respeto de un minuto a otro.

—Tengo muchas más preocupaciones que eso, como por ejemplo, hacer que pierdas tu estúpida apuesta.

—Pues espero que esas preocupaciones tengan algo más que ver con tu responsabilidad como shinobi, y no con tu jodida pasión por la floristería o hablar como una chica —le espetó, maliciosamente.

—Tú no me das órdenes.

Ayame tragó saliva. El ambiente estaba tenso como la cuerda de un arco a punto de disparar, y estaba convencida de que Daruu tendría todas las de perder si terminaban enzarzándose. Por suerte, Kiroe estaba allí para defender a su hijo, ¿pero por qué no había actuado ya para evitar todo aquel entuerto. Kōri, que había estado estudiando toda la escena en silencio, suspiró junto a ella.

—Demasiado impulsivo... —le oyó decir en voz baja, y Ayame se mordió el labio inferior. ¿Por qué se revolvía de aquella manera? ¿No se daba cuenta de que, lejos de ser solamente su vecino, se encontraba ante un poderoso shinobi de rango superior al suyo?

Y justo en el momento en el que los músculos de su padre parecían tensarse hasta su máximo, Kiroe decidió intervenir:

—¡Ay, qué recuerdos! ¿A que se parece a mi Danbaku?

«¿Danbaku?»

Daruu seguía con la mirada clavada en Zetsuo, y él le sostuvo el duelo sin ningún tipo de remilgo. Avellana contra aguamarina, parecía que en cualquier momento iban a saltar chispas entre los dos.

«Como digas algo malo de mi padre, te vas a cagar».

—Desde luego, es igual de irrespetuoso que su padre. Espero que al menos se le dé mejor combatir que a él, o te verás en la ruina, Kiroe.
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#11
Daruu y Zetsuo intercambiaron un intenso duelo de miradas, y ninguno de los dos desvió los ojos de los del otro hasta que el mayor de los dos intervino:

—Desde luego, es igual de irrespetuoso que su padre. Espero que al menos se le dé mejor combatir que a él, o te verás en la ruina, Kiroe.

Daruu dio un paso, dio otro. Dio algunos más, cada vez más rápido. Se detuvo a un par de metros de Zetsuo y apretó los puños con fuerza. Entonces... Entonces...

«Por mi impaciencia, yo maté a tu padre... Sé paciente, Daruu. Sé calmado. Reflexivo».

Paró en seco. Se mordió el labio inferior e hizo una queda y pronunciada reverencia al que acababa de desafiar.

—Lamento mucho mi osadía, Zetsuo-san. Pero espero que me juzgue mejor cuando me conozca un poco más —dijo Daruu. Kiroe no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Se había adelantado para frenar a su hijo, pero el resultado había sido muy diferente al que esperaba—. Eso sí. Si peleo contra Ayame... Ganaré.

Volvió a levantar la mirada y la clavó en la de Zetsuo, lleno de determinación.

«Querías caerle bien a la gente, Daruu, ¿qué narices pensabas? ¡Tonto, tonto, tonto!».

La auto-inculpación de Daruu se cortó súbitamente en la psique de Zetsuo, como si alguien hubiera tirado del cable que estaba pinchando, cuando Kiroe le revolvió los cabellos a su hijo. Daruu se apartó con un quejido y se afanó por volverse a dejar bien el cabello.

—Vaya, parece que al fin y al cabo, mi niño se hace mayor... Bueno, Zetsuo, se ha disculpado. Ya es algo más de lo que hizo Danbaku en la vida, y bien que seguíais siendo amigos —dijo, y continuó su camino como si nada—. Por cierto... ¿Tienes problemas de memoria? ¿Cuántas veces le ganaste a Danbaku? La última vez que lo conté, yo diría que las mismas que perdiste.

La comitiva pareció seguir su curso. Daruu agachó la cabeza y continuó caminando en silencio.

«¿Qué... ha sido eso?»

Cuando su madre le había revuelto el cabello, Daruu había notado algo que no estaba como tenía que estar. Suena extraño, pero era como si alguien le hubiese... masajeado el cerebro.
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#12
Daruu se adelantó violentamente.

—¡Esp...! —exclamó una angustiada Ayame, pero una gélida mano la retuvo en el sitio antes de que pudiera interponerse en el camino del muchacho. Así que se vio obligada a resignarse con un gemido ahogado.

Daruu paró a escasos centímetros de Zetsuo, quien seguía sosteniendo su mirada el orgulloso temple de un muro de piedra. El muchacho apretó sendos puños; pero, contra todo pronóstico, terminó inclinando el cuerpo en una marcada reverencia.

—Lamento mucho mi osadía, Zetsuo-san. Pero espero que me juzgue mejor cuando me conozca un poco más —dijo Daruu, y Zetsuo alzó una ceja en un gesto que mediaba entre la sorpresa de lo inesperado y el escepticismo—. Eso sí. Si peleo contra Ayame... Ganaré.

La aludida tragó saliva con cierto esfuerzo. La sentencia estaba firmada, y casi podría asegurar que aquel reto ya iba más allá de la infantil apuesta de sus padres. Sin embargo, y aunque estaba terriblemente asustada, la sola perspectiva de volver a enfrentarse a Daruu la llenaba de emoción. Era un sentimiento demasiado extraño, y Ayame se agarró el kimono a la altura del pecho tratando de reprimir las mariposas que aleteaban, inquietas.

—Eso ya lo veremos, chico —Zetsuo ladeó ligeramente la cabeza, aún con sus ojos aguamarina clavados en Daruu. Era como si aquellos ojos afilados quisieran mirar más allá de él... más allá de su mente... en el núcleo de su alma...

«Querías caerle bien a la gente, Daruu, ¿qué narices pens...!»

Fue como si hubiesen cortado súbitamente el cable invisible que los unía. En cuanto Kiroe apoyó la mano en la cabeza de su hijo, los pensamientos que estaba examinando se silenciaron como si hubiesen colocado un muro invisible entre ellos dos.

—Vaya, parece que al fin y al cabo, mi niño se hace mayor... —intervino Kiroe, y al fin Zetsuo apartó sus ojos del chico. Ya no había nada más que pudiera interesarle... En su lugar estaba aquella mujer, a la que jamás había logrado leerle la mente. Y comenzaba a sospechar el por qué—. Bueno, Zetsuo, se ha disculpado. Ya es algo más de lo que hizo Danbaku en la vida, y bien que seguíais siendo amigos —continuó, y Zetsuo dejó escapar un resoplido—. Por cierto... ¿Tienes problemas de memoria? ¿Cuántas veces le ganaste a Danbaku? La última vez que lo conté, yo diría que las mismas que perdiste.

En aquella ocasión, Zetsuo ni se dignó a responder. El grupo continuó su camino y Ayame se permitió relajarse un tanto. Suspiró, y en aquella ocasión fue ella la que se colocó junto a Daruu.

—Menos mal... —dijo, aunque aquel era un comentario que no tenía otro fin que romper el hielo. Le miró de reojo un par de veces, meditando la manera que debía preguntar lo que estaba a punto de decir, y sólo al cabo de varios segundos decidió lanzarse a la piscina—: Oye... Danbaku-san es tu padre, ¿no? P... ¿Por qué no ha venido con vosotros?
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#13
La intervención de su madre sentenció el pequeño malentendido que habían disputado él y Zetsuo, y sintió como si alguien acabase de liberarlo de debajo de una piedra de varias toneladas. Con la crudeza de la mirada aguamarina de Zetsuo retirada de la suya, volvió a meterse las manos en el bolsillo, a seguir al resto tranquilamente y sin molestar a nadie. Bajó la mirada y se dedicó a tararear mentalmente una cancioncilla mientras el grupo caminaba hacia el grupo de riscos.

Ayame se acercó con sus pasitos de ciervo y se puso junto a él. La vio mirándole de reojo en unas cuantas ocasiones, y comprendió que la muchacha quería decirle algo.

Sonrió. Al fin la muchacha había vuelto a ser la misma. La misma chica inquieta, un poquito torpe y... bastante corta. No pudo evitar hacer un mohín cuando la muchacha dijo:

—Oye... Danbaku-san es tu padre, ¿no? P... ¿Por qué no ha venido con vosotros?

—Pensé que no tenía que decirlo directamente para que te dieses cuenta, Ayame. Está muerto. Murió hace mucho. —Daruu apartó la mirada. Era consciente de que había hablado con un tono demasiado incisivo. No había podido evitarlo—. Lo siento. No me gusta hablar mucho sobre el tema. Acepté su muerte hace años, pero recordar que sucedió no me hace ningún bien.

Sin pensarlo demasiado, cambió de tema enseguida para no crear un silencio incómodo:

—¿No te hace ilusión participar en un evento de este calibre? —Una pregunta un poco tonta. Ni siquiera estaba seguro él de si era buena idea presentarse. Tenía sentimientos encontrados. Una parte de él, claro, quería ganar, o al menos avanzar unas cuantas rondas. Y ahora que le había echado el pulso a Zetsuo...

...otra parte de él tenía miedo de que los rivales fuesen muy fuertes, o le lastimaran y tuviera que retirarse. O de que alguien le diese un tajo en la cara y lo dejase marcado para siempre, por ejemplo.
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#14
—Pensé que no tenía que decirlo directamente para que te dieses cuenta, Ayame. Está muerto. Murió hace mucho —respondió, y a Ayame se le cayó el alma a los pies.

Su tono de voz había sido directo y cortante como el filo de una katana. No tardó en comprender que había metido la pata hasta el fondo.

—Yo... lo siento mucho... —abochornada, Ayame hundió la mirada en el suelo mientras seguía los pasos de su compañero. Debería haberse dado cuenta desde el momento en el que percibió que le costaba hablar de él aquella vez en el Torreón de la Academia. ¿Por qué si no estaban siempre Daruu y Kiroe solos en casa? ¡Era una estúpida!

«Debería haberle preguntado a papá primero, maldita sea...» Se mordió el labio inferior, con angustia contenida.

Lo siento —la súbita disculpa de Daruu la sobresaltó—. No me gusta hablar mucho sobre el tema. Acepté su muerte hace años, pero recordar que sucedió no me hace ningún bien.

—¡No, no! —había alzado las manos bruscamente, compasiva—. Lo entiendo, soy yo la que debe disculparse. No he tenido tacto.

Por suerte, y pese a la tensión del momento, era todo un alivio comprobar que Daruu no parecía enfadado con ella. Y, antes de que se formara un nuevo silencio incómodo entre los dos, volvió a intervenir.

—¿No te hace ilusión participar en un evento de este calibre?

Ayame no pudo evitar torcer el gesto.

—Bueno... ahora teng... —se interrumpió bruscamente, y sacudió la cabeza en un gesto casi cansado—. Tengo... tengo demasiadas cosas en mente. Creo que es demasiada presión para unos genin recién graduados como nosotros. Y si no era ya suficiente presión el actuar delante de tanta gente proveniente de los do... tres países shinobi, ahora está el tema de la apuesta entre nuestros padres —se rio, nerviosa.

«Kusagakure no participará... Es Takigakure quien la sustituye ahora. Me pregunto si habría existido el torneo de no haber... de no haber...» Tragó saliva, y volvió a agachar la mirada.

Era demasiada presión la que llevaba sobre los hombros.
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#15
Ayame alzó las manos de forma brusca, de pronto azorada por el despiste de no haberse dado cuenta de la pasada muerte del padre de Daruu.

—¡No, no! —dijo—. Lo entiendo, soy yo la que debe disculparse. No he tenido tacto.

Daruu cerró los ojos y sonrió. Negó con la cabeza, como diciéndole que no le importaba.

—¿No te hace ilusión participar en un evento de este calibre?

La muchacha volvió al rostro compungido y distante que la había acompañado durante la parte anterior del viaje. Daruu se sitió frustrado, como si hablar con ella fuese atravesar un campo de minas en el que hubiera una pista que identificara los explosivos y que él, desde luego, no conocía.

Tengo... tengo demasiadas cosas en mente. Creo que es demasiada presión para unos genin recién graduados como nosotros. Y si no era ya suficiente presión el actuar delante de tanta gente proveniente de los do... tres países shinobi, ahora está el tema de la apuesta entre nuestros padres.

Ayame tragó saliva y agachó la mirada. Le pasaba algo. Se leía en sus ojos y en sus gestos. Pero Daruu no podía seguir insistiendo si no quería incomodarla, de modo que optó por la vía de la distracción:

—Bueeeno... —dijo, y echó los brazos atrás, apoyando las palmas de las manos en la nuca—. Quiero ganar esa apuesta por una cuestión de dignidad, pero si me toca contra ti seguro que será un combate muy bueno. La última vez estuvo muy igualado.

Suspiró.

—Si no, siempre podríamos rendirnos los dos y joderles el pique, pero... Algo me dice que tú no podrías aceptar eso. No eres ese tipo de persona.
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