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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
—Pues no.

Y la sinceridad de aquella afirmación cayó sobre Ayame como un jarro de agua fría. De agua aún más fría que la de la propia lluvia que caía sobre ellos sin ningún tipo de piedad. Esto no habría supuesto ningún problema para ella, si no fuera porque a la tormenta ahora se había sumado la fuerza del viento, que en más de una ocasión hizo que Ayame se tambaleara peligrosamente a punto de perder el equilibrio. El mercader no parecía estar pasándolo mejor, se había visto obligado a utilizar el brazo como escudo para luchar contra aquella tempestad.

—¡Aunque con la que está cayendo, lo más seguro es que se detenga en el primer pueblo que encuentre! —gritó, para hacerse oír por encima de la tormenta—. ¡Quizá pare en el poblado que me recomendaste antes! ¡JO-DER! ¡PUTA LLUVIA!

—¡Es posible! —asintió ella, en el mismo tono de voz—. ¡Que yo sepa es el poblado más cercano!

Esperaba no equivocarse...

Los pasos de los dos muchachos chapoteaban sin descanso por el terreno, que se había convertido en un auténtico campo de barro. Ayame respiraba acaloradamente. Le ardían los pulmones. La dificultad de correr en un terreno de tales condiciones la obligaba a esforzar sus músculos más de lo que habría querido en un principio. Ella era una kunoichi rápida, de hecho no estaba corriendo a su máxima velocidad siquiera, pero también era cierto que no tenía ningún tipo de resistencia. De hecho, si tuviera que hacer algún tipo de comparación, Ayame sería sin duda alguna algo parecido a un guepardo: un animal increíblemente veloz pero incapaz de mantener esa velocidad más de unos pocos minutos.

Y por eso, inevitablemente, comenzó a disminuir el ritmo de la carrera hasta quedarse algo por detrás de Datsue, que se paró repentinamente algo más adelante. El camino se bifurcaba en dos senderos, y el vendedor miraba a un lado y a otro de manera desesperada.

—¿¡Tú ves algo!? —preguntó—. [sub]¿Cuál han tomado?

Ayame se agazapó junto a él, y durante un instante sus piernas agradecieron aquel simple gesto. La tentación de sentarse en el suelo y descansar eran muy seductoras, pero sus intenciones eran otras. No iban muy por detrás del carromato, y teniendo en cuenta el peso del vehículo y del caballo la lluvia no habría tenido tiempo de borrar sus rastros por completo. De hecho, no le costó encontrarlo, y Ayame acarició la tierra con la yema de sus dedos. Dos líneas verticales paralelas, entre las que se podían apreciar dos filas más estrechas de manchas que se alternaban y tenían la forma típica de las herraduras. Aquel rastro seguía uniformemente el camino hasta tomar el camino de la izquierda. Ayame alzó la mirada en aquella dirección, con los ojos ligeramente entornados. Costaba discernirlo, pero le parecía que una difusa sombra oscilaba varios metros por delante de ellos, alejándose.

—¡Por allí! ¡Han ido por la izquierda! —exclamó, arrancando a correr de nuevo como buenamente podía.

Tan sólo podía rezar porque sus sentidos no le hubiesen engañado...
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#17
Pues claro, ¿cómo no se me ocurrió a mí? Ayame se había agachado junto a él para analizar el terreno, hallando las roderas que había dejado el carromato, inundadas por la lluvia. Era de manual, de las primeras cosas que enseñaban en la Academia ninja. Lo sabía porque en las primeras semanas de clase la ilusión y el entusiasmo por lo desconocido habían vencido al desánimo y el aburrimiento, que finalmente fueron los que ganaron la guerra.

¡Por allí! ¡Han ido por la izquierda! —exclamó, arrancando a correr de nuevo como buenamente podía.

El Uchiha trató de seguirla, mas pronto comprendió que aquella chica, menuda y aparentemente frágil, corría mucho más que él. Quizá antes se había limitado a mantenerle el ritmo, o quizá era porque ahora ya no sufría la resistencia del viento, que había dado una ligera tregua, pero la realidad es que era como comparar a un caballo de carrera con un asno. O un guepardo con una gacela, se dijo para subirse la moral.

El siguiente problema de Datsue fueron los pulmones, que cada vez le costaba más abrir para suministrar el debido oxígeno a sus músculos, seguido de una pesadez exagerada en las piernas, que le ardían y le imploraban que se detuviese.

Pero no lo hizo, por supuesto que no. Siempre fue un vago y un gandul, que no aguantaba la concentración en ninguna clase y que se cansaba con el mero hecho de pensar que tenía que entrenar, pero siempre supo que cuando la ocasión lo ameritase, cuando se enfrentase a algo que verdaderamente valiese la pena, su espíritu no desfallecería. Y era por eso que…

¡No puedo más! —gritó sin aliento, mientras se llevaba las manos a las rodillas, que le temblaban por el cansancio, y notaba cada latido del corazón en su cabeza. Hasta veía puntitos de luz aquí y allá, a la vez que su pecho subía y bajaba con dificultad, tratando de recuperar el aire—. No… puedo… más.

Menuda estafa estoy hecho. Datsue levantó la cabeza, mientras la lluvia seguía bañándole, y se sorprendió al descubrir que los puntitos de luz que había visto hacía unos instantes no eran producto del cansancio, sino del pueblo que tenía frente a él. O más bien bajo él, ya que el camino ahora descendía casi en picado durante varios metros para luego volver a allanarse y partir el pueblucho en dos.

Datsue se irguió y oteó en la negrura, buscando indicios del paradero de su yegua y el malnacido de su captor. Aunque no había porque buscar demasiado para adivinar su posición. El sentido común y la intuición le decían lo mismo.

Seguro que Okura ya está dentro de la posada —dijo Datsue—. Ahora hay que pensar un plan para rescatar a Tormenta sin que me relacionen de algún modo con ello. De lo contrario, mis padres pagarían las consecuencias.

Entonces giró la cabeza y buscó a Ayame con la mirada, a la cual había perdido de vista hacía un rato, únicamente para comprobar que no estaba hablándole al aire, como un imbécil.
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#18
—¡No puedo más! —el alarido del vendedor, a su espalda, la sobresaltó. Y Ayame se dio la vuelta, comprobó con horror que Datsue se había detenido y ahora trataba de recuperar el aliento con las manos apoyadas en las rodillas—. No… puedo… más.

—¡Ay, no! —Ayame volvió sobre sus pasos para colocarse a su vera. Con delicadeza, apoyó una mano sobre su hombro. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces? Bastante se había esforzado Datsue teniendo en cuenta que no había recibido entrenamiento militar y era un simple civil. Debería haber sido más considerada con él y asegurarse de su estado...—. ¿Estás bien, Datsue-san? No pasa nada, no te sobreesfuerces...

Datsue levantó la cabeza, enmudecido, y cuando Ayame siguió la dirección de su mirada pudo ver qué era lo que había llamado tanto su atención. Una serie de luminiscencias perforaban las tinieblas de la tempestad que les rodeaban, alumbrando el camino a seguir como un faro en mitad de una noche en el océano.

—Ta... ¿Tanto hemos corrido? —preguntó al aire, entre resuellos, pues recordaba que aquel poblado se encontraba a unos diez kilómetros desde el puente donde habían comenzado aquella locura. Visto de aquella manera, no era nada extraño que estuviesen tan fatigados.

—Seguro que Okura ya está dentro de la posada —dijo Datsue—. Ahora hay que pensar un plan para rescatar a Tormenta sin que me relacionen de algún modo con ello. De lo contrario, mis padres pagarían las consecuencias.

Ayame torció el gesto ligeramente, mientras las gotas de lluvia seguían cayendo sobre ella sin descanso como una cortina de agua. Tampoco era buena idea que la relacionaran a ella con algo como el robo de un caballo a un civil, podría poner a la aldea en serios problemas. Y entonces, de lo último que tendría que preocuparse sería de la decepción que vería en los rostros de su padre y su hermano mayor.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal de sólo pensarlo.

—Lo ideal sería que pudiéramos "disfrazarnos" para ocultar nuestras identidades, pero me temo que eso no va a ser posible... —se llevó una mano a la frente, pero sus dedos se detuvieron bruscamente a escasos milímetros del metal que la identificaba como kunoichi de Amegakure. Ayame tensó los labios hasta convertirlos en una final línea, sumergida en un violento debate emocional interno. Finalmente, dejó caer la mano junto a su costado sin más—. Quizás si actuamos durante la noche no nos verá nadie que pueda reconocernos...

«Pero en la noche no habrá luz para poder ver y...»

Exasperada, se llevó una mano a la nuca y exhaló un profundo suspiro. No se le ocurría ninguna buena idea.
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#19
—Lo ideal sería que pudiéramos "disfrazarnos" para ocultar nuestras identidades, pero me temo que eso no va a ser posible...

Datsue se quedó de piedra. ¿Acaso no sabe usar el Henge no jutsu…? ¿Pero a qué nivel dejan graduarse a los estudiantes de Ame? ¿A cuándo aprenden a escalar por los árboles? ¿O cuando ya aciertan a una diana a diez metros con los shurikens?

—Quizás si actuamos durante la noche no nos verá nadie que pueda reconocernos...

No falta mucho para eso —aseguró Datsue, mirando al cielo encapotado. De todas formas, la tormenta se había encargado de cubrir cualquier haz proveniente del sol, facilitando su propósito en el pueblo—. Escucha, creo que ya sé qué haremos.

Se tomó un momento para pensárselo otra vez, hasta que finalmente asintió para sí, convencido. Se agachó a coger una rama partida que había sobre el camino y, permaneciendo en cuclillas, trazó una línea recta sobre el suelo embarrado.

Primero, me conducirás a la posada de la que me hablabas y buscaremos a Tormenta —dijo, formando un círculo al final de la línea—. ¿Recuerdas si la posada tenía alguna especia de cuadra o caballeriza? —añadió, haciendo otro pequeño círculo al lado del primero—. Si es así, intentaremos rescatarla sin que nadie nos vea… —continuó, señalando con la ramita el círculo pequeño—. Si no podemos acceder a ella, entraremos en la taberna —La rama pasó a agujerear el interior de la circunferencia mayor—. Recolectaremos información y trazaremos un nuevo plan —Datsue levantó la mirada y sonrió, orgulloso de sí mismo—. Parezco todo un ninja, ¿eh?

Se levantó y tiró la rama a un lado. Entonces, recordando un último detalle, dijo:

Ah, y yo sí sé disfrazarme. De hecho, me sorprende que no sepas hacerlo, siendo una kunoichi… —dijo con un cierto tono irónico—. ¡Perro, jabalí, carnero! —exclamó, señalando los tres simples sellos necesarios para la técnica a la vez que los realizaba.

Una nube de humo blanco le cubrió por unos instantes, arrastrada rápidamente por una corriente de aire. En su lugar, la kunoichi ya no vería en él al chico menudo y pequeño de hacía unos instantes, sino a un hombre. Un hombre con la cabellera larga y seca como la paja, recogidas en unas trenzas que le llegaban hasta la parte alta de la espalda, estando los laterales de la cabeza y la nuca rasurados. Además, lucía una barba espesa y descuidada, de tonos más oscuros que el cabello, que le dotaban de una imagen agresiva.

Por supuesto, no era una copia exacta de su padre. Le faltaban las cicatrices, los tatuajes que había intuido ver en su último encuentro y, seguramente, algún que otro detalle. Pero para ocultar su identidad, le bastaba y le sobraba.

¿Qué tal? —preguntó, con una voz más grave y profunda—. ¿Me ha salido bien?
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#20
—No falta mucho para eso —aseguró Datsue, mirando al cielo encapotado. De todas formas, la tormenta se había encargado de cubrir cualquier haz proveniente del sol, facilitando su propósito en el pueblo—. Escucha, creo que ya sé qué haremos.

Ayame ladeó la cabeza hacia Datsue. El chico pareció meditar durante unos instantes, pero finalmente se agachó, tomó una ramita y dibujó una línea recta sobre el barro. Completamente empapado, la tierra constituía la perfecta pizarra para trazar planes.

—Primero, me conducirás a la posada de la que me hablabas y buscaremos a Tormenta —dijo, formando un círculo al final de la línea—. ¿Recuerdas si la posada tenía alguna especia de cuadra o caballeriza? —añadió, haciendo otro pequeño círculo al lado del primero.

Ayame se lo pensó durante unos instantes, antes de responder.

—No recuerdo haber llegado a verla, pero sí escuché el relincho de algún caballo durante la noche que pasé allí.

—Si es así, intentaremos rescatarla sin que nadie nos vea… —continuó, señalando con la ramita el círculo pequeño—. Si no podemos acceder a ella, entraremos en la taberna —La rama pasó a agujerear el interior de la circunferencia mayor—. Recolectaremos información y trazaremos un nuevo plan —Datsue levantó la mirada y sonrió, orgulloso de sí mismo—. Parezco todo un ninja, ¿eh?

Ayame le devolvió una sonrisa nerviosa.

—Sí, es un buen plan —le concedió—. Pero para que no nos reconozcan tendremos que disfr...

—Ah, y yo sí sé disfrazarme. De hecho, me sorprende que no sepas hacerlo, siendo una kunoichi… —dijo con un cierto tono irónico, y Ayame se ruborizó visiblemente, herida en su orgullo. Para la completa estupefacción de la muchacha, su acompañante comenzó a entrelazar las manos en una serie de gestos que ella conocía muy bien—. ¡Perro, jabalí, carnero! —exclamó, Datuse.

En cualquier momento podría haber pensado que le estaba tomando el pelo. En cualquier otro momento podría haber imaginado que estaba reproduciendo los sellos que debía de haber visto hacer a algún ninja en algún momento. Sin embargo, sus manos se habían movido sin vacilar, con la certeza de quien lo ha hecho cientos de veces. Y efectivamente, cuando terminó, una nube de humo envolvió el cuerpo del muchacho. Para cuando aquella se desvaneció, no era Datsue quien la miraba con aquellos ojos cargados de picardía. O, al menos, no parecía él. En su lugar se encontraba un hombre de apariencia intimidante, barba densa y oscura y cabello largo y seco como la paja, recogido en una serie de trenzas.

—¿Qué tal? —preguntó, con una voz más grave y profunda—. ¿Me ha salido bien?

Pero Ayame no respondió enseguida. Se había quedado boquiabierta ante la revelación. Y poco le faltó para caerse de culo al suelo.

—Eres... ¡Eres un ninja! —exclamó al final, señalándole de manera acusadora. ¡Con razón había podido aguantar aquella locura de carrera durante tanto tiempo!—. ¿Por qué no habías dicho nada hasta ahora?
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#21
—Eres... ¡Eres un ninja!

Datsue alzó las manos por puro acto reflejo, como haría un ninja vencido cuya vida dependiese de su enemigo, asustado por el repentino arrebato que le había dado a la kunoichi. La ira de una chica amable era más estremecedora que cualquier otra.

¿Qué he hecho mal? se preguntó Datsue, desconcertado.

—¿Por qué no habías dicho nada hasta ahora?

Datsue se quedó con la boca entreabierta, como si todo aquello no tuviese sentido para él.

¿Es que ahora ser un ninja es delito? —respondió, atónito—. Si no te lo dije fue porque no me lo preguntaste. Tú tampoco me has dicho tu nombre, a pesar de saber el mío, y aun así no te he recriminado nada. Supuse que tendrías tus motivos para no hacerlo —Datsue había pasado de la defensiva a la ofensiva, y buena muestra de ello era que ya había bajado los brazos—. Además, oficialmente no soy un ninja —mintió—. Sólo un proyecto de ninja. Hasta que no apruebe el examen, soy un civil más.

Datsue no sabía porque lo hacía. Mentir en algo tan tonto como aquello no reportaba ningún tipo de beneficio. Sin embargo, se estaba mostrando en un hábito. Dígase una cosa de Uchiha Datsue, es un embustero. ¿Pero acaso los buenos ninjas no lo son?
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#22
Pese a que había intentado no sonar más brusca de lo normal, Datsue alzó las manos en un repentino gesto defensivo ante las alarmadas exclamaciones de Ayame.

—¿Es que ahora ser un ninja es delito? —respondió, atónito.

—¡Claro que no lo es! —se apresuró a replicar Ayame—. Pero de haberlo sabido habría enfocado el plan desde otra perspectiva. ¡He estado conteniéndome creyendo que eras un civil!

—Si no te lo dije fue porque no me lo preguntaste. Tú tampoco me has dicho tu nombre, a pesar de saber el mío, y aun así no te he recriminado nada. Supuse que tendrías tus motivos para no hacerlo —Datsue había pasado de la defensiva a la ofensiva, y ya había bajado los brazos.

Ante aquella aplastante obviedad, Ayame no pudo menos que abrir y cerrar la boca como un pez fuera del agua. Se había quedado sin palabras. Rendida, sus ojos buscaron cualquier tipo de bandana metálica en el cuerpo de Datsue.

— Además, oficialmente no soy un ninja —continuó, como si le hubiese leído el pensamiento—. [sub][color=khaki]Sólo un proyecto de ninja. Hasta que no apruebe el examen, soy un civil más.

—Ah... Entonces... No creo que te falte mucho... Parece que se te da muy bien esa técnica —balbuceaba, intentando arreglar el desaguisado. Al cabo de algunos tensos segundos recordó algo—: Ayame. Me llamo Aotsuki Ayame.

Un nuevo silencio. Ayame permanecía con la mirada fija en el pueblo que se extendía bajo sus pies, con su cerebro trabajando a toda velocidad.

—Entonces, ¿cuál es el plan? Yo debería actuar desde las sombras, imagino.
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#23
—Ah... Entonces... No creo que te falte mucho... Parece que se te da muy bien esa técnica —Datsue se limitó a encogerse de hombros—: Ayame. Me llamo Aotsuki Ayame.

Un placer —dijo, realizando una florida reverencia.

Entonces, el silencio anudó sus lenguas mientras ambos shinobis observaban el pueblo, grisáceo por la cortina de lluvia que le cubría. Era el momento de pensar. Era el momento de planear.

—Entonces, ¿cuál es el plan? Yo debería actuar desde las sombras, imagino.

O al menos intentarlo —asintió Datsue—. Vamos, ya hemos perdido mucho tiempo —Adelantándose, empezó a trotar cuesta abajo—. Además, aun con la mala suerte de que te viesen… ¿Qué ocurriría? —preguntó de forma retórica—. No eres sospechosa de nada, ni siquiera de ser mi cliente —esbozó una media sonrisa mientras le dirigía una mirada risueña—, para desgracia de mi bolsillo.

El barro y el lodo dieron paso a un empedrado camino, cuya agua se acumulaba aquí y allá entre las grietas y los huecos de las piedras, que partía al pueblo en dos. Los retazos de luz provenientes del interior de las casas, así como las esparcidas farolas que había a un lado y a otro, iluminaban el recorrido de los dos ninjas y se reflejaban en los charcos, cuya superficie tintineaba a causa de la lluvia.

Ahí debe ser —aseguró el Uchiha, al verlo a lo lejos. Así se lo indicaba el cartelito metálico colocado encima de la puerta: “La Posada de Tenchi”

Tenchi, como el puente… Muy original no es pero, supongo que efectivo sí.

El edificio, colocado a la derecha del camino, era de dos pisos y de considerable tamaño. De las ventanas del piso inferior surgían varias franjas de luz que cubrían con un velo dorado el aire, hasta proyectarse en el húmedo suelo. Pegado a la posada, a su derecha, había otro pequeño edificio, la mitad de alto, con el inequívoco dibujo de un caballo colgado en un cartel. La entrada estaba formada por un enorme portal corredero de seis metros de anchura, de metal y liso por completo hasta arriba, donde la superficie se transformaba en finas rejas, lo suficientemente juntas las unas de las otras como para no dejar pasar nada más grande que un gato callejero.

¿Estará Tormenta ahí?

¿Cómo lo ves? —preguntó el Uchiha en voz baja. Pese a que no transitaba nadie por las sombrías calles del pueblo, quiso ser precavido—. Yo diría que, si Tormenta está en esa cuadra de ahí, podríamos sacarla sin que nadie se enterase hasta que amanezca, cuando ya estemos muy lejos de aquí.
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#24

Sorry!

—O al menos intentarlo —asintió Datsue—. Vamos, ya hemos perdido mucho tiempo.

Ayame asintió quedamente y siguió la estela del supuesto mercader cuando este empezó a trotar colina abajo.

—Además, aun con la mala suerte de que te viesen… ¿Qué ocurriría? —Ayame le miró de reojo, Datsue parecía estar planteando una pregunta de manera retórica. Y esa sospecha se vio confirmada con sus siguientes palabras—: No eres sospechosa de nada, ni siquiera de ser mi cliente —esbozó una media sonrisa mientras le dirigía una mirada risueña—, para desgracia de mi bolsillo.

Ayame respondió a su sonrisa. Pero su gesto estaba cargado de una incomodidad que era palpable más allá de sus labios.

—No, no soy sospechosa. Pero lo seré si me ven contigo mientras intentas robar un caballo de un establo, ¿no crees?

La tierra empapada, el barro y el lodo terminaron, y Ayame suspiró de alivio cuando sus pies dieron al fin con las piedras que marcaban el camino. Al fin un suelo firme. El agua seguía acumulándose entre las fisuras de las baldosas y las grietas, pero aquello no era mayor problema.

«De hecho...» Se dijo. «Me dará una gran ventaja si necesito huir. Aunque eso supondrá dejar a Datsue atrás...»

Cuando miró a su alrededor, Ayame se alivió al comprobar que su memoria había retenido bastante bien los detalles del pueblo durante su pequeña estancia allí. El camino de piedras lo dividía en dos partes claramente diferenciadas; pero cuando atisbó los débiles jirones de luz que salían desde las ventanas de las casas y las farolas ya encendidas, se alarmó al pensar en lo tarde que era. Prácticamente se había hecho de noche sin que se hubiese dado cuenta. Y en aquellos instantes no supo si le aterrorizaba más quedarse a oscuras en aquel lugar o la ira de su hermano cuando la encontrara fuera del lugar donde se habían citado.

—Ahí debe ser —la voz de Datsue la sobresaltó, como si en lugar de la suya hubiese estado esperando un tono de voz apática y carente de sentimientos pero llena de la más absoluta gelidez...

El shinobi estaba señalando hacia un edificio de dos pisos que ella ya conocía y en cuyo letrero se podía adivinar, a pesar de las tinieblas, el título de "La posada de Tenchi".

—¿Cómo lo ves? —preguntó Datsue en voz baja.

—Ahí fue donde nos alojamos ayer —comentó Ayame en el mismo tono de voz, de manera casi casual.

—Yo diría que, si Tormenta está en esa cuadra de ahí, podríamos sacarla sin que nadie se enterase hasta que amanezca, cuando ya estemos muy lejos de aquí.

—¿Tú crees que será tan fácil? —replicó, con cierto escepticismo—. Ni siquiera sabemos si la puerta estará abierta. Y, de estarlo, quizás hayan colocado a un guardia o algo similar. No creo que dejen a los caballos sin vigilar así como así.
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#25
Cuando Ayame confirmó que se trataba de la posada en la que había dormido el día anterior, Datsue asintió, conforme. Eso significaba que, probablemente, no había más posadas en toda la aldea. Teniendo en cuenta el tamaño del pueblo, no es de extrañar. Estamos en el lugar correcto.

Sin embargo, frente al optimismo de Datsue, se alzaba el inquebrantable escepticismo de la kunoichi:

—¿Tú crees que será tan fácil? —replicó—. Ni siquiera sabemos si la puerta estará abierta. Y, de estarlo, quizás hayan colocado a un guardia o algo similar. No creo que dejen a los caballos sin vigilar así como así.

Te preocupas demasiado —dijo realizando un ademán, como quitándole importancia—. ¿Qué la puerta no está abierta? Pues la abrimos —simplificó el Uchiha—. Y no creo que haya guardias vigilando un establo. ¡Menudo gasto! —Datsue, cuya mente siempre estaba enfocada en el dinero, no veía rentable un negocio de aquel tipo, cuyo establecimiento tampoco era demasiado grande, si tenía que contratar un guardia todas las noches para vigilar—. Espérame aquí.

Sin esperar su respuesta, pasó por delante de la posada con la misma preocupación de quien sólo teme la inclemente lluvia que caía del cielo. Mientras mantenga el Henge no Jutsu, no soy sospechoso de nada. Se plantó delante del establo, miró a izquierda y derecha para comprobar que no había nadie aparte de Ayame, y trató de abrirlo.

¡Kuso...! Había un candado puesto, y era de los gordos. Ayame tenía razón… Espero que no sea de las que te lo echan en cara… O peor, de las que se callan y te miran con aire de superioridad, como diciendo: “¿Lo ves? Yo tenía razón” Por los Dioses de Ōnindo, ¡como odio eso!

Volvió a comprobar que no había ojos indiscretos en la calle y pegó un salto para encaramarse al portal. Agarrado a las rejas de arriba con ambas manos, intentó colar la cabeza entre ellas. No le cupo, así que simplemente forzó la vista, intentando distinguir alguna sombra en la oscuridad de la cuadra.

No veo nada…

Eh, Tormenta, ¿estás ahí? —susurró. Se oyó un suave relincho, seguido de una coz contra el suelo —. ¿Tormenta? —elevó la voz, sin darse cuenta de que alguien estaba saliendo, justo en aquel instante, de la posada.

Era Okura. El hombretón, ataviado con una túnica y un sombrero cónico de paja que le protegía de la lluvia, se dirigía, sin que ninguno de los dos se percatase de la presencia del otro, hacia la cuadra…
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#26

Siento mucho la demora >_< Y siento mucho si he malinterpretado el post, he perdido la noción del espacio momentáneamente n_nU Si hay cualquier problema me puedes contactar por MP o por el chat si me pillas.

—Te preocupas demasiado —argumentó Datsue, con un aspaviento que pretendía alejar la importancia del asunto. Ayame no pudo evitar torcer el gesto, con cierta desaprobación—. ¿Qué la puerta no está abierta? Pues la abrimos. Y no creo que haya guardias vigilando un establo. ¡Menudo gasto!

«Y ya está. Tan fácil como eso.» Pensó Ayame, con sorna.

—Espérame aquí —añadió entonces el mercader; y, antes de que se le ocurriera siquiera una manera de protestar ante su imprudencia, desapareció de su alcance.

—Esto no va a acabar bien... —murmuró por lo bajo, con los ojos clavados en el shinobi. Ahora que lo pensaba, ¿de qué aldea era? No había visto siquiera su bandana, tan sólo le había visto realizar una técnica de ninjutsu...

El hombre de largas trenzas y barba frondosa en el que se había transformado Datsue se acercó al edificio con total despreocupación. Sin esperar un sólo instante, se plantó frente al establo, miró a su alrededor como si se estuviese asegurando de que no había nadie más y entonces trató de abrir la puerta corredera. Pero, tal y como había pronosticado Ayame, aquella no se movió ni un centímetro.

La muchacha suspiró con una sonrisa de profundo orgullo. No dijo nada, no quería herir el orgullo de Datsue, pero se vio obligada a mantenerse en el sitio pese a que se moría de ganas de acercarse para ayudar. Sus ojos treparon por la puerta en el momento en el que el chico se encaramó a ella. Las rejas que cubrían la parte superior no serían ningún tipo de impedimento para alguien como ella, podría introducirse en el establo sin siquiera pestañear; y, una vez dentro, abrir la puerta si es que había una llave.

¿Pero y si no la había?

—Yo podría ayudarte, si lo quisieras —dijo, sin embargo, en un tono de voz lo suficientemente bajo para que Datsue la escuchara. Después de todo, ella podría entrar y salir de aquella jaula libremente.

Sin embargo, estaba siendo ajena a que alguien había abierto la puerta de la posada...
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#27

Don`t worry Guiño

—Yo podría ayudarte, si lo quisieras —se ofreció la kunoichi.

¿Y cómo podrías hacer para…? —su pregunta se quedó suspendida en el aire, a medio camino de terminar.

Gracias a la intervención de Ayame, había desviado la mirada lo suficiente como para ver a una silueta oscura que salía de la posada.

¡Kuso…!

Se dejó caer al suelo con rapidez, dando un par de pasos hacia adelante como si en realidad estuviese caminando y no fisgando en la cuadra. Fue entonces cuando lo reconoció: era Okura, ataviado con un sombrero de paja cónico y una túnica que le protegía de la lluvia.

Se quedó clavado en el sitio, sin saber cómo reaccionar. Okura hizo lo mismo. Datsue incluso creyó que se había sobresaltado. No le extrañaba. Él hubiese reaccionado igual si se encontrase con alguien como su padre en una noche oscura y con tormenta como aquella.

¡Piensa algo! ¿Qué haría Haskoz si un desconocido se le quedase mirando…?

¿Qué pasa? —preguntó, con la voz más cortante que fue capaz de entonar—. ¿Tengo monos en la cara?

Okura pareció ruborizarse, aunque con tanta lluvia era difícil de asegurar.

Nada de eso, señor —replicó con cierta rapidez—. Disculpe si le he molestado.

Okura trató de seguir su camino, pero entonces se oyó otra voz: una segunda persona había salido de la taberna.

Okura, ¡por los dioses! ¿No ve que va a coger un resfriado? —El hombre que hablaba era gordo, bajito y con una calvicie incipiente en la coronilla—. Ya le dije que es seguro. Nadie sin esta llave puede entrar. —Como para dar mayor peso a sus palabras, balanceó con el dedo un aro de metal, del cual colgaban varias llaves de diverso tamaño y forma.

Okura giró sobre sí mismo con pesadez, dándole la espalda a Datsue, para enfocar a su nuevo interlocutor.

¡Eres demasiado confiado! —le recriminó—. ¡Deberías tener guardias vigilando la cuadra! Guardias no… ¡Shinobis! ¡Toda preocupación es poca contra esos malnacidos de la Ribera del Norte! —el rostro de Okura se había transformado en un amasijo de ira y rabia—. Va a venir a por ella, Koji. Me rugen las tripas. ¡Y cuando me rugen las tripas mis intuiciones siempre aciertan! ¡BIEN LO SABES!

Koji colgó el aro con las llaves en un lateral de su cinturón y enseñó las palmas de la mano, como rindiéndose.

Puede quedarse aquí fuera vigilando toda la noche, si es lo que quiere. Pero que sepa que Kaede ya ha terminado el estofado. —Y, con esas palabras, volvió a entrar en la posada.

La expresión hasta entonces determinante y férrea de Okura se resquebrajó. Cambió el peso de una pierna a otra, dubitativo, y fue entonces cuando reparó en la presencia de Ayame. Echó la cabeza hacia atrás, como sorprendido.

Oh… Pero si tú eres la jovencita que estaba siendo timada por el malnacido de Datsue. Espero que hayas hecho caso a mi advertencia. —Frunció el ceño—. ¿Qué haces por aquí tan sola?
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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#28
—¿Y cómo podrías hacer para…? —replicó Datsue, pero su pregunta quedó súbitamente congelada cuando sus ojos se posaron en algún punto a la espalda de Ayame, quien sintió un súbito escalofrío al sentir el aliento del peligro en su nuca.

Se dio la vuelta con lentitud y los músculos agarrotados por el terror mientras su compañero realizaba un extraño aspaviento tratando de disimular para no delatar que había estado fisgando en la cuadra.

«Oh, no...» Maldijo para sus adentros. Ninguno de los dos se había dado cuenta hasta entonces, pero allí, protegido de la lluvia por un sombrero de paja cónico y una larga túnica, se encontraba el hombre de ojillos pequeños y abultada papada que se habían cruzado en el Puente Tenchi. Precisamente, el hombre que menos les convenía cruzarse en aquellos momentos.

Los tres personajes se quedaron clavados en el sitio durante varios tensos minutos, mirándose como si intentaran ver más allá de las acciones del otro. Hasta que...

—¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara? —la brusca intervención de su acompañante la sobresaltó. Y, al parecer, Ayame no fue la única.

—Nada de eso, señor. Disculpe si le he molestado.

La situación pareció relajarse un tanto cuando Okura apartó la mirada de ellos, dispuesto a continuar su camino; pero entonces intervino una nueva voz salida de la taberna.

—Okura, ¡por los dioses! ¿No ve que va a coger un resfriado? —El hombre que hablaba era gordo, bajito y con una calvicie incipiente en la coronilla—. Ya le dije que es seguro. Nadie sin esta llave puede entrar.

«Está vigilando el establo...» Comprendió Ayame, mientras sus ojos seguían inevitablemente el movimiento de la llave que hacía oscilar el hombre que acababa de salir de la taberna.

—¡Eres demasiado confiado! —le recriminó Okura, dándoles la espalda a los dos muchachos—. ¡Deberías tener guardias vigilando la cuadra! Guardias no… ¡Shinobis! ¡Toda preocupación es poca contra esos malnacidos de la Ribera del Norte! —el rostro de Okura se había transformado en un amasijo de ira y rabia—. Va a venir a por ella, Koji. Me rugen las tripas. ¡Y cuando me rugen las tripas mis intuiciones siempre aciertan! ¡BIEN LO SABES!

«Maldita sea, ¡ya lo sospecha! ¡Eso sólo complica las cosas!» Nerviosa, Ayame se mordió el labio inferior.

—Puede quedarse aquí fuera vigilando toda la noche, si es lo que quiere. Pero que sepa que Kaede ya ha terminado el estofado —añadió el hombre, guardándose de nuevo las llaves en el cinturón antes de volver a entrar en la posada.

Fue entonces cuando se produjo un cambio en la expresión de Okura. De alguna manera, pareció resquebrajarse por dentro, y comenzó a cambiar el peso del cuerpo de una pierna a la otra. Parecía dispuesto a entrar de nuevo en el local cuando; para su mala fortuna, reparó en su presencia. Sus ojillos de rata se clavaron en la figura de la muchacha, que no pudo evitar tensar todos los músculos del cuerpo.

—Oh… Pero si tú eres la jovencita que estaba siendo timada por el malnacido de Datsue. Espero que hayas hecho caso a mi advertencia —frunció el ceño—. ¿Qué haces por aquí tan sola?

En aquella ocasión fue su turno de cambiar el peso del cuerpo de una pierna a la otra.

—Y... yo... —tartamudeó, incapaz de resistir la presión. Al final, terminó por encogerse de hombros en un gesto nada convincente—. T... Tengo un largo camino hasta... hasta casa, y con la que está cayendo este... este pueblo es... el lugar más cercano para resguardarse... sí...

Una nueva demostración de lo bien que se le daba mentir. Ayame no dejaba de maldecir para sus adentros lo maldita que estaba su suerte.
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#29
A medida que Ayame hablaba, Okura iba frunciendo el ceño más y más. Entonces, cuando parecía que la iba a acusar de algo, simplemente rio.

Tranquila, muchacha, que no voy a comerte —dijo, soltando otra risotada—. Pues esta es la única posada del pueblo —explicó, empujando la puerta y manteniéndola abierta con un brazo—. Pasa, antes de que pilles un resfriado.

Mierda, tengo que…

Datsue reaccionó primero. Atravesó la puerta sin mediar palabra con Okura y buscó con la mirada algo. Vio la barra a la izquierda, donde estaba Koji, y a una mujer bajita y regordeta sirviendo un estofado en una de las mesas vacías. Había varias ocupadas, sin embargo. Una de ellas por una pareja; otra por dos hombres de ropas oscuras y semblante serio; y una última en la que se sentaba un anciano, comiendo ramen. Pero no les prestó atención, él buscaba otra cosa.

Ahí está.

El cartel del baño estaba situado al fondo a la derecha. Allí fue donde se dirigió, con cierto apuro.

No voy a llegar a tiempo, ¡no voy a llegar a tiempo…!

Abrió la puerta con tanto ímpetu que casi genera una ráfaga de viento con el movimiento. Luego la cerró tras de sí, de un portazo, y echó el cerrojo para asegurarse de que nadie le molestaba. Y entonces…

¡PUF!

El Henge se deshizo.

Por los pelos… —murmuró, apoyándose contra la pared y cerrando los ojos.

Por un momento, había creído que no podría mantener el Henge lo suficiente como para que le diese tiempo a esconderse en el baño.

Esta técnica es un dolor de cabeza de cuidado…

Con las prisas, ni siquiera se había fijado en lo que había hecho Ayame. Parece que no se le da muy bien echar faroles... Espero que al menos guarde la compostura.
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#30
Su mentira no estaba colando. Podía sentirlo en el ceño de Okura, que se fruncía más y más a cada palabra que pronunciaba. Un intenso temor comenzó a cosquillear en su estómago, gritándole que corriera, que olvidara toda aquella locura y regresara al Puente Tenchi a enfrentarse con la ira de su hermano que debía estar buscándola en aquellos momentos. Y justo cuando la tensión del ambiente parecía a punto de restallar...

—Tranquila, muchacha, que no voy a comerte —dijo Okura, soltando otra risotada—. Pues esta es la única posada del pueblo —explicó, empujando la puerta y manteniéndola abierta con un brazo—. Pasa, antes de que pilles un resfriado.

«¡Oh, no! ¿Ahora qué?» Ayame había quedado momentáneamente paralizada, consciente de que, si no aceptaba la invitación, la mentira en sus palabras quedaría aún más patente si cabía.

Sin embargo, antes de que pudiera decidirse, Datsue se adelantó en un brusco movimiento. Atravesó el umbral de la puerta y se adentró en la posada sin tan siquiera intercambiar una última mirada con ella.

«¡No me dejes sola!» Le hubiese gustado gritarle, pero finalmente se limitó a encogerse ligeramente sobre sí misma y a aceptar la invitación de Okura con una ligerísima inclinación de cabeza a modo de agradecimiento. No le quedaba otro remedio que hacerlo, después de todo.

El interior del local seguía tan cálido y reconfortante como lo recordaba, pero Ayame era incapaz de relajarse en las condiciones en las que se encontraba. Se sentía como una especie de rehén, pese a que no tenía el filo de ninguna daga sobre su cuello. Cuando miró a su alrededor, con la desesperación aleteando en su pecho, se dio cuenta de que Datsue había desaparecido, literalmente. Estaba completamente sola en aquel lugar; y, lo que era peor, no tenía ninguna excusa para poder abandonar la taberna sin pasar la noche allí.

«Maldita sea, en qué lío me he ido a meter... ¿Y si ahora recupera su caballo y me deja aquí tirada...? Hermano... Me a matar»

Tratando de mantener una distancia prudencial con Okura, la muchacha se dirigió a la barra donde se encontraba la misma mujer bajita y regordeta que les había atendido apenas un par de días atrás. Ignorando al resto de comensales, Ayame tomó asiento a un par de banquetas de distancia de Koji.

—Buenas... Buenas noches... —murmuró, acongojada—. ¿Podría servirme un plato de ese estofado, por favor?

«¿Dónde demonios se ha metido Datsue?» Se preguntaba, una y otra vez, balanceando los pies que no le llegaban al suelo con nerviosismo acumulado. Su corazón parecía a punto de estallar.
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