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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Daigo logró su objetivo —o eso pareció—, de distraer lo suficiente al esclavo como para lograr amarrarle el brazo con su cadena. Sin embargo, cuando tiró de ella con todo su ser, se movió los mismos centímetros que si hubiese intentado desplazar una montaña.

Así era la diferencia de sus fuerzas.

El esclavo, como contraparte, agarró la cadena con ambas manos para dar un brusco y repentino tirón que lanzase a Daigo en su dirección, precipitándose sobre la espalda de Chillidos y sobre el propio esclavo, que lanzó una patada ascendente hacia la barbilla que volaba en su dirección para mandarle a volar bien lejos (96PV).




230/330


76/200



Fuerza: 60 • Resistencia: 60 • Aguante: 40 • Agilidad: 40 • Destreza: 40
Poder: 40 • Inteligencia: 50 • Carisma: 60 • Voluntad: 100 • Percepción: 40


200/300


77/200



Fuerza: 150 • Resistencia: 80 • Aguante: 60 • Agilidad: 40 • Destreza: 50
Poder: 20 • Inteligencia: 30 • Carisma: 30 • Voluntad: 60 • Percepción: 70

Técnicas mantenidas: Byakugan (experto), Liberación de las Ocho Puertas: Puerta de Apertura.
Técnica usada: ¤ Konoha Shōfū


90/190


180/200


*Estado acalambrado*

Fuerza: 20• Resistencia: 20 • Aguante: 60 • Agilidad: 20 • Destreza: 60
Poder: 20 • Inteligencia: 60 • Carisma: 30 • Voluntad: 60 • Percepción: 40
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Daigo sonrió. No se consideraba a sí mismo un gran estratega. De hecho, no se consideraba a sí mismo un buen estratega, pero a veces tenía planes, y a veces esos planes salían exactamente como él quería que saliesen.

El esclavo tiró de él con la fuerza de ocho camiones, dos trenes y un kusajin muy enfadado, despegando los pies del boxeador del suelo y haciéndolo volar sin control hacia él. Bueno, no sin control, pues para Tsukiyama Daigo era lo mismo tener los pies bien plantados en la tierra que estar volando por los aires.

Esperó al último momento posible, antes de chocar contra chillidos para realizar un único sello y esquivar la patada ascendente impulsándose de un soplido tres metros hacia arriba. Pero eso no fue todo, pues entonces sin malgastar una sola décima de segundo, tiraría de la cadena para impulsarse de vuelta hacia el esclavo, girando como una peonza en su descenso para culminar con un potentísimo puñetazo en la base de la espalda de su objetivo (120 PV).

De ser impactado, el hombre saldría volando mientras giraba sin control, pero Daigo no lo dejaría ir demasiado lejos, pues, una vez más, tiraría de la cadena mientras cargaba electricidad en las cadenas de su otro puño.

— Siento ser tan duro contigo, pero... —Le dijo, antes de descargar un potentísimo gancho electrificado sobre su hígado (36 PV)—. Un día destruiré ese sello, lo prometo.

Volvió a tener que apoyar las manos en las rodillas, completamente exhausto. Joder, apenas podía moverse sin estar a punto de escupir sus propios pulmones.

Aún así, tan exhausto como estaba, tenía ahora la mirada clavada en el cirujano. El siguiente era él... en cuanto pudiese volver a moverse.
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¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!

Team pescado.


Canal 5 con Uzumaki Eri hasta verano del 222.
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La maniobra de Daigo dio sus frutos, arrancando una exclamación de asombro de la Llorona y la propia Matasanos. Su puño golpeó certero en el tronco del esclavo, para después, como si este no fuese más que una de esas bolas de boxeo con las que los pugilatos practicaban sus reflejos, encajarle los nudillos en el hígado.

El esclavo emitió un fuerte quejido antes de desplomarse en el suelo, vivo pero inconsciente. Cuando Daigo miró al cirujano, comprobó dos cosas: la primera, que había estado usando aquel tiempo para curarse las mejillas haciendo uso de un chakra verdoso; y, la segunda, que ahora sus ojos habían pasado de reflejar la furia controlada al pánico más primitivo. Se llevó algo a la boca y formó un sello.

De pronto, de sus labios, expulsó una neblina morada que llenó rápidamente la estancia.

¡Cuidado! ¡Atrás! ¡ATRÁS!


El esclavo quedó inconsciente. El Cirujano usó Dokugiri (10PV por turno, + un efecto oculto)
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De alguna manera su pequeño plan había funcionado y había conseguido terminar el combate en solo dos movimientos. El único problema es que esos eran, por el momento, los únicos dos movimientos que tenía. Le pesaba el cuerpo y le ardía cada jodido músculo del cuerpo, y por si aquello no fuese suficiente, le faltaba el aire. Pero no tenía tiempo para simplemente pararse a descansar. El médico todavía era un peligro, y si lo dejaba libre podría hacer algo peligroso.

— ¡Cuidado! ¡Atrás! ¡ATRÁS!

Algo como escupir una extraña niebla morada de sus labios. Daigo no tenía ni idea de qué podría ser exactamente, pero si existiese el manual de "cómo ser ninja para tontos" El tercer capítulo estaría dedicado única y exclusivamente a detallar lo mala idea que sería quedarse en medio de una extraña niebla morada que acababa de escupir tu enemigo. El problema es que Daigo no tenía manera de salir de allí rápidamente, o lentamente hasta que recuperase algo de energía, por lo que hizo la siguiente mejor cosa que pudo y se tapó la nariz y la boca antes de respirar nada extraño y entonces....

... Se agachó, clavando su rodilla en el estómago del esclavo mientras le tapaba la nariz y la boca con fuerza con su otra mano. Fuese lo que fuese aquella cosa, acabaría afectando al esclavo si lo dejaba allí tirado.


- PV:

218/220

0

- CK:

83/250

+10


Fuerza 50 · Resistencia 50· Aguante 40 · Agilidad 15 · Destreza 65
Poder 40 · Inteligencia 40 · Carisma 70 · Voluntad 70 · Percepción 60

Agotado (1/5)


Hitai-ate (Brazo derecho)
Kusari x2 (equipados)


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Daigo, como el ninja entrenado que era, dedujo rápidamente que no sería buena idea respirar aquel gas de color extraño. Ni él, ni, por supuesto, otra persona como podía ser el esclavo. Se taponó la nariz y la boca como si tuviese miedo a soltar una barbaridad en su primera cita, e hizo lo propio con su adversario.


¤ Mordisco de serpiente
- Tipo: Veneno
- Tamaño: Pequeño
- Requisitos: Iryo-Nin o Marionetista
- Precio: 2500 ryos
- Uso: Parálisis en la zona afectada durante 3 turnos.
Veneno líquido que se fabrica mezclando los venenos de distintas serpientes y que da como resultado una poderosa neurotoxina que paraliza las partes del cuerpo afectadas.

Distinguió con sus ojos al ninja médico escapando por la puerta lateral.

¡Que no escape o estamos perdidos! —escupió Chillidos, todavía dolorido pero listo para reincorporarse a la acción. Todos salieron disparados en su dirección en cuanto la nube se deshizo. La Matasanos. Risitas. La Hambrienta. La Faraonesa. La Coleccionista. La Estranguladora. La Llorona. Todos sabían que si aquel hombre lograba dar la voz de alarma, la huida terminaría casi antes siquiera de empezar.
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El joven kusajin consiguió por su experiencia y un poquito de suerte evitar tanto que él como el esclavo inalasen aquellos gases potencialmente letales. Aquella no era la primera vez que se enfrentaban a gases venenosos, y realmente ya había tenido más que suficiente para toda una vida solo con la primera. Aquellas cosas siempre eran malas noticias.

Le habría gustado simplemente quedarse allí esperando que el humo se dispersara por sí mismo, pero el médico había empezado a huir. ¡Tenía que hacer algo. Si escapaba y avisaba a algún guardia estaban completamente perdidos, así que debía detenerlo.

Excepto que ni aunque lo intentase podría llegar a detenerlo. No le quedaban grandes cantidades de chakra ni podía moverse realmente, pues sus piernas no se lo permitirían, así que solo le quedaba confiar.

«Vamos... sé que podéis alcanzarlo».

Les animó mentalmente mientras le confiaba toda posibilidad de supervivencia a sus compañeros. Sabiendo que él no podía hacer nada, esperaba que Chillidos pudiese alcanzarlo sin chillar, o que La Coleccionista lo noquease, o que La Estranguladora lo... bueno, lo estrangulase. ¡O lo que sea! Confiaba en que alguien lo detuviese, porque si nadie lo hacía estaban perdidos.
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Daigo escuchó un golpe. Luego voces. Luego, algo tan espeluznante como al mismo tiempo esperanzador: el sonido del silencio. El humo, poco a poco, se fue disipando. Bajo su llave, el Esclavo daba muestras de empezar a recobrar la conciencia. Todavía no era un peligro, todavía estaba con media conciencia en el más allá, pero era cuestión de tiempo que volviese.

¿Qué haría el kusajin?
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«Parece que ya lo han conseguido». O al menos eso esperaba.

Cuando el veneno ya se había disipado y era seguro respirar, Daigo se quitó la mano de la boca y fue a cogerle una pierna al esclavo, que estaba a su lado inconsciente. Le cogió la pierna y se la puso encima del hombro, antes de colocar ambas justo encima de su rodilla y tirar hacia abajo con todas sus fuerzas a la vez que levantaba el cuerpo. Si todo salía bien, acabaría por romperle la rodilla al esclavo de una forma muy desagradable.

«Lo siento mucho... pero no me puedo arriesgar».

Al terminar, se levantaría y arrastraría los pies tan rápido como pudo hasta llegar a la puerta para abrirla. Tan solo esperaba encontrarse a todo el mundo con vida.
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¡¡¡CRRAAAAACCCKK!!!

Sonó como un leño al partirse. La rodilla del esclavo quedó en una posición antinatural, en un ángulo atroz. Parecía que, desde que Daigo había perdido la movilidad en las piernas, se empeñaba en que los de su alrededor sucumbiesen al mismo destino, de manera más o menos definitiva.

Su patoso andar le condujo a través del umbral que conducía a un pasillo oscuro, mal iluminado. Sus esperanzas pudieron verse cumplidas: sus amigos —o, más bien, sus compañeros de prisión— estaban vivos. Casi no podía decirse lo mismo del ninja médico. Tenía las cuencas a punto de salírsele de las órbitas, la piel enfermizamente pálida e hilillos de baba le caían por los labios.

Cosas que pasan cuando la Estranguladora está encima de ti tirando de un hilo metálico alrededor de tu garganta.
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Daigo suspiró, aliviado.

«Qué alegría...»

Empezó a andar hacia sus compañeros, todavía completamente exhausto. Estaba hecho polvo, pero no podía evitar sonreír. Habían superado el primer bache en su camino y ahora podrían avanzar sin mayores problemas.

— Déjalo con vida, por favor. —Le diría a la estranguladora, acercándose—. Tenemos que hacerle preguntas. Nos será útil para escapar.
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La Estranguladora mostró una sonrisa salvaje, una que Daigo nunca había visto en ella. Sus ojos brillaban con la locura de un lobo con la rabia que acababa de atrapar a su presa. Un hilillo de saliva le caía por los labios. No aflojó el agarre.

No puedo evitarl… —No pudo terminar la frase. La Hambrienta acababa de atravesarle la sien con un bisturí. ¿Cuándo lo había conseguido? La cadáver cayó encima del médico, ya muerto o inconsciente.

Jódete, hija de puta. ¡Esto por la Ciega! —dijo, y escupió en su cadáver.

¡Imbécil! —exclamó la Matasanos, en un arrebato—. ¡La llamábamos la estranguladora por algo! ¡Nunca degolló a nadie!

Entonces quién fue, ¿eh?

Se oyó la risita de Risitas.

Vas… a conseguir… que nos maten… ¡A TODOS!
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La Estranguladora parecía haber sido poseída por una especie de fuerza superior que la obligaba a seguir estrangulando a aquel hombre. Simplemente no se podía detener, así que Daigo intentó acercarse tan rápido como pudo para detenerla, pero de nuevo fue demasiado lento como para hacer nada. Apenas había llegado a estirar la mano, cuando vio como la Hambrienta le atravesaba la sien a la Estranguladora con un bisturí que probablemente había cogido del matadero.

— ¡No!

Instantáneamente, Daigo se agachó para tomarle el pulso a la Estranguladora. Ni siquiera fue algo que haya pensado. Fue más bien un acto reflejo alimentado por la esperanza de que estuviese viva de alguna manera. No lo estaba.

El caos se estaba formando a su alrededor. la Hambrienta seguía buscando culpables mientras Risitas reía, Chillidos chillaba y la Matasanos perdía los nervios. Estaba en sus manos mantener la calma y conseguir retomar el rumbo de la operación. Debía encontrar la manera de calmar la situación. Debía...

— ¿¡Es que quieres morir!? —Con una mano, fue a agarrarle la muñeca de la mano en la que la Hambrienta tenía su arma, mientras que con la otra la fue a agarrar del cuello para estamparla contra la pared más cercana—. Te dije que lo descubriríamos al salir. ¡No tenemos tiempo para estas cosas!

Hacía falta una personalidad mucho más calmada que la suya, o una voluntad mucho más fuerte para no perder los nervios en una situación como esa. ¡Cualquier error podría ser el último y aquí estaban matándose entre sí! ¿Y ahora qué se supone que debía hacer él? Se sorprendió de sí mismo al considerar que todo sería mucho más fácil si se deshiciese de ella en aquel mismo instante. Así, además, todo el mundo sabría lo que pasaría con quien se volviese en contra de sus compañeros, pero él no era ese tipo de persona.

Nos vamos a enterar al salir. —Le repitió—. Pon tu vida primero, luego lo demás. Ninguno de nosotros sobrevivirá solo, así que no mates a tus compañeros. ¿Entendido?

No aflojó el agarre en ningún momento, sino más bien al contario, y no lo haría hasta no tener una respuesta afirmativa por parte del la Hambrienta.
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La Hambrienta trató de evitar el agarre, pero fue inútil. En distancias cortas, Daigo la manejaba como un maestro ninja que quisiese darle la lección de su vida al chavalín recién entrado en la academia con aires de grandeza. Era incluso abusivo, el nivel estaba demasiado desparejo.

La mujer comprendió entonces que quizá había cometido un error, uno con el que podría pagar con su vida. La rabia se vio infectada por el miedo, y el miedo, por una tendencia más favorable a la sumisión.

E-está bien. Joder, está bien. Cuando la vi estrangular al médico pensé que fue así como… Joder, hasta que salgamos. Hasta que salgamos, Sin Piernas —repitió, agarrándose a la promesa de Daigo.

Si el kusajin echaba la mirada atrás, comprobaría que la Matasanos tenía sus ojos acusatorios clavados en él, como diciendo: recuerda lo que pasó la última vez; recuerda a quién perdimos por ser un blando.
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Pero el kusajin no echó la mirada atrás en ningún momento. Tampoco lo necesitó. Sabía que tras suyo había al menos una persona mirándolo con ojos acusatorios, quizás más. Quizás era la Matasanos, quizás era el espíritu de Tres Dientes o quizás se trataba de él mismo. Todos sabían lo que había pasado la última vez, cuando fue demasiado blando. Él más que nadie, pero aún así no había aprendido la lección, pues era clase de persona. De los que ayudarían a un enemigo en problemas y seguirían alimentando al perro que le muerde la mano. En resumen: era un idiota.

— Bien... —Diría, aflojando su agarre y apartándose de ella, todavía sin quitarle la mirada de encima—. Saldremos de aquí juntos. Hasta entonces somos un equipo.

Miró al médico de reojo, antes de volver a mirar a la Hambrienta.

— Comprueben si está vivo para hacerle unas preguntas, por favor. Quizás sea nuestra clave para salir de aquí. —Les dijo, volviendo a ser el Daigo que pide y no el Daigo que ordena—. Yo... puedo llamar ninjas para que nos saquen de aquí, pero tardarán en llegar.

Le enseñaría entonces el sello que tenía en el brazo con el número cinco, y si se lo permitían, lo tocaría para hablar con una vieja amiga.

— Buenas, Eri-san. Siento si te estoy llamando a malas horas. La verdad es que no tengo ni idea de qué hora es...

Todavía miraba a su alrededor, concentrado en ver y escuchar cualquier cosa que sucediese para que nadie lo pillase por sorpresa, mientras le contaba a su amiga de su situación y le pedía la ayuda de Uzu. No era seguro que aceptasen, pero al menos debía intentarlo.
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La Coleccionista se acercó de inmediato al médico, todos pensaron que para comprobarle el pulso, pero en su lugar hurgó en uno de sus bolsillos y se guardó para sí un frasquito con una sonrisa de complacencia.

¡Aparta! —rugió Chillidos, con la paciencia agotada, apartando a la mujer de un empujón con la mano. La Coleccionista le lanzó una mirada furibunda desde el suelo, pero Chillidos ni la miró. Tomó al médico por el cuello de la bata y lo alzó en el aire. Su método para comprobar si estaba vivo o no fue… Bueno, digamos que práctico. Consistía en zarandearle a bofetones con la palma y el dorso de la mano libre hasta que el hombre despertase o siguiese bien muerto.

Daigo, mientras tanto, recibió contestación de una sorprendida, asustada y esperanzada Eri, todo ello entremezclado en su aguda voz. Las palabras de la kunoichi se precipitaron, una tras otra, pero todo se podía resumir en una sola frase: Uzu no le dejaría tirado.

Ay… ¡Ay…! ¡¡AY…!!
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