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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1

Minitrama sin experiencia.

Cuando no le dolía todo el cuerpo estaba sumido en un pozo de oscuridad negra, muy negra. Los calmantes iban y venían. Cuando no estaban, veía las estrellas. Cuando estaban, la negrura que las envolvía, sumido en un sueño antinatural, casi asfixiante. Al principio prefería estar dormido, pero cuando los dolores bajaron de intensidad prefería sufrir y ver, oír, oler y tocar.

...saborear no. A veces, le traían pescado a la camilla. Para eso era mejor no saborear.

Abrió los párpados, cegado unos instantes por la luz del día. Miró a un lado. A otro. Su madre no estaba. Probablemente habría ido a dar una vuelta. No la culpaba. Estar sentado más de dos horas era un suplicio. Pero estaba solo. No quería estar sólo.

Miró por la ventana. ¿Cerraba los ojos? No, mejor que no. ¿Qué conseguiría? Otro de esos estúpidos sueños sin sueños.

Qué asco de todo. Y encima había perdido.

No era exactamente así, pero para él había perdido.

Por supuesto, también había ganado cosas. Había ganado conocimientos. Había ganado la experiencia de participar en un torneo frente a mucha gente. A la siguiente no estaría tan nervioso. ¿O lo estaría? ¿Temería fallar?

No. Debía hacerse más fuerte.

Se descubrió mirándose la mano vendada. No podía cerrarla, no por el dolor sino por las vendas. Y probablemente no le quitarían las vendas cuando le dieran el alta.

Resopló. Quería ponerse a entrenar.

De locos.
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#2
—Hanaiko no lo ha conseguido.

No podía creerlo. Simplemente, no podía.

—Ha empatado con Uchiha Nabi.

Las palabras de su padre y su hermano aún se entremezclaban de manera dolorosa en su mente. Pese a la sencillez del mensaje, le había costado varios segundos comprenderlo. Y aún se negaba a aceptarlo.

Ayame subió las escaleras del hospital prácticamente de dos en dos. Si hubiese sido por ella, habría ido a visitar a su amigo nada más conocer la noticia, pero Zetsuo la había obligado a esperar un par de días para que Daruu pudiera recuperarse lo mínimo para ser capaz de recibir una visita que no fuera la de su madre o la de los médicos que le atendían.

«Teníamos una promesa...» Pensó, con el corazón encogido de dolor. Realmente, lo que tenían era la apuesta que habían anudado sus respectivos padres, pero de alguna manera Ayame había terminado por hacer de aquel reto suyo... Y se había ilusionado pensando que podría enfrentarse a Daruu en aquel torneo.

Atravesó el pasillo a toda velocidad, sus ojos rastreando los números de las habitaciones con avidez. No tardó en identificar la que estaba rotulada con el número 124 y sólo entonces se detuvo momentáneamente.

¿Debía entrar? ¿Pero qué sería lo que vería dentro? ¿Cómo se encontraría Daruu? ¿Se alegraría de verla allí? ¿Y qué debía decirle?

Toc. Toc. Toc.

—¿Hola...? —dijo Ayame, con un débil hilo de voz, mientras abría la puerta con lentitud y daba un tímido paso hacia el interior.

A Ayame se le encogió el corazón. Daruu estaba postrado en la camilla, con el cuerpo prácticamente envuelto en vendas. Tenía la mirada perdida en algún lugar de su colchón y por el momento no parecía haberla sentido su presencia. Acongojada, la muchacha se acercó con lentitud a él. Y sólo cuando se aproximó lo suficiente sus ojos atisbaron la línea diagonal que cruzaba la mejilla derecha de shinobi. Una cicatriz quemada.

¿Qué clase de monstruo le había hecho algo así?

—C... ¿Cómo te encuentras...? —casi de inmediato se sintió estúpida por haber hecho una pregunta así.
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#3
Toc. Toc. Toc.

Alguien llamó a la puerta de su habitación. Extrañado, Daruu giró el cuello lo suficiente como para no hacerse daño y se quedó mirando la manija como un idiota, sin dar permiso de entrada a quien quiera que fuese el que estaba tras de ella. «¿Quién podría...». Su madre, no. Esa era de las personas que no pedían permiso cuando entraban por las puertas.

—¿Hola...?

Claro, Ayame. Debía de haberlo pensado. De pronto, se sintió como una mierda. Tenía la intuición de que ella había ganado su combate, seguro. Y él...

¡La apuesta, maldita sea! No quería mirarla a los ojos después de haber perdido en la primera ronda. Y menos a su padre.

Afortunadamente, la muchacha venía sola. Dio un tímido paso al interior y Daruu dejó caer la mirada a sus pies, incapaz de sujetársela ni un segundo.

—Hola... Pasa, pasa... —Señaló una silla que había al lado de su cama.

—C... ¿Cómo te encuentras...?

—Un poco quemado con la vida —no pudo evitar bromear dejándola atisbar una fracción rota de sonrisa—. Pero lo que más me duele es el orgullo. He caído de primeras. Seguro que tú has pasado. Y la apuesta...

Resopló, y solo entonces la miró a los ojos. Aquellos ojos tan grandes, tan marrones, tan vivos, tan bonit...

Apartó la mirada, sonrojado.
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#4
Daruu parecía sorprendido de verla allí, quizás incluso alarmado; pero una débil sonrisa aleteó en sus labios cuando respondió a su pregunta.

—Un poco quemado con la vida —bromeó, y Ayame le dedicó una sonrisa triste en respuesta—. Pero lo que más me duele es el orgullo. He caído de primeras. Seguro que tú has pasado. Y la apuesta...

Ayame suspiró con pesadez.

—Sí. He pasado. Pero lo mío ni siquiera fue un combate. ¡Me tocó un shinobi de Takigakure que se quedó inconsciente con sólo caer del cilindro en el primer minuto! Aún pienso que me tomaron el pelo con una pantomima... —bufó, ciertamente irritada—. Seguro que tú tuviste un combate emocionante, aunque viendo las heridas que has sufrido...

Apartó la mirada. Aunque no le culpaba directamente a él, una parte de ella estaba irritada de saber que ya no podía enfrentarse a Daruu en el torneo. Otra parte de ella había perdido toda la motivación de seguir allí. Con lo triste que había sido su combate, no se creía merecedora de pasar a la segunda ronda mientras que otros combatientes, que debían haberse esforzado mucho más que ella, habían caído en el camino.

—Sin ti, esta competición ya no tiene ningún sentido... Sería mejor que la abandonara —aquellas palabras debían ser un pensamiento, pero las había formulado sin darse cuenta de ello.
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#5
Ayame suspiró. Daruu la miró, preocupado. ¿Habría fracasado también en el primer combate? Pero ella estaba en mucho mejor estado que él.

—Sí. He pasado. Pero lo mío ni siquiera fue un combate. ¡Me tocó un shinobi de Takigakure que se quedó inconsciente con sólo caer del cilindro en el primer minuto! Aún pienso que me tomaron el pelo con una pantomima... Seguro que tú tuviste un combate emocionante, aunque viendo las heridas que has sufrido...

Daruu se echó a reír. Fue una carcajada corta, porque le dolían las quemaduras y no pudo evitar encogerse con un gemido.

—¡Ay, ay, ay! Disculpa, es que me ha hecho mucha gradia imaginármelo. Así en plan... PLOF.

El chico cogió las dos manos y las puso en vertical, representando a los dos combatientes. Hizo que una de ellas "saltara" hacia la otra, y que cayera repentinamente en medio del salto al suelo, con la palma hacia abajo, al tiempo que decía ese "PLOF".

—De todas maneras, Ayame. Probablemente en la siguiente ronda haya más emoción. Al fin y al cabo lo que se disputa ahora es más importante que lo de la primera ronda —observó.

—Sin ti, esta competición ya no tiene ningún sentido... Sería mejor que la abandonara

Daruu se enojó y frunció el ceño y chasqueó la lengua.

—Si hombre. Yo he acabado así por forzarme a seguir peleando sólo porque... ¡solo porque quería probarme contra ti! —espetó a la muchacha—. Y si ahora te rindes, mi derrota sí que no habría tenido sentido.

Apretó los puños y desvió la mirada.

—Prométeme una cosa —dijo.

»Prométeme que intentarás ganar. Promételo. Yo no puedo seguir peleando, pero tú si. Y tienes que ganar. Así, cuando celebremos nuestro combate, sabremos si la campeona del Torneo es mejor que Daruu, el cocinero estrella perdedor de primeras rondas. Juhm.

Hizo un ligero mohín y se cruzó de brazos, resentido pero con sentido del humor.
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#6
Su resolución no pareció hacerle ninguna gracia a Daruu. De alguna manera se lo esperaba, pero eso no evitó que un pinchazo encogiera su corazón cuando le vio fruncir el ceño y chasquear la lengua con fastidio.

—Si hombre. Yo he acabado así por forzarme a seguir peleando sólo porque... ¡solo porque quería probarme contra ti! —le espetó, y Ayame agachó la mirada en un gesto abochornado—. Y si ahora te rindes, mi derrota sí que no habría tenido sentido.

Un tenso silencio inundó la sala. Ayame no sabía qué debía responder a sus palabras, y aunque lo hubiese sabido un doloroso nudo estrangulaba cualquier intento que pudiera tener de hablar. Daruu apretó los puños, y cuando lo hizo las vendas crujieron en torno a sus manos.

—Prométeme una cosa —dijo entonces, y Ayame se vio obligada a alzar la mirada hacia él, con el corazón palpitándole con fuerza—: Prométeme que intentarás ganar. Promételo. Yo no puedo seguir peleando, pero tú si. Y tienes que ganar. Así, cuando celebremos nuestro combate, sabremos si la campeona del Torneo es mejor que Daruu, el cocinero estrella perdedor de primeras rondas. Juhm.

Daruu se cruzó de brazos en un gesto infantil que parecía querer arrancarle una sonrisa. Pero Ayame había vuelto a dejar caer la cabeza, con lágrimas en los ojos y un punzante dolor en el pecho. Le temblaban las manos de tan sólo pensar...

—Claro... —afirmó, pero su voz sonó tan estrangulada como la sentía. Carraspeó y alzó de nuevo la mirada, tratando de contener las lágrimas—. ¡Claro! —repitió, esforzándose por hacer que su voz sonara más firme de lo que podía sentirla en realidad y por añadir una sonrisa a sus palabras. Pero el gesto que curvó sus labios tan sólo reflejaba el intenso dolor que sentía en lo más profundo de su corazón—. Lucharé y... daré todo de mí... Yo... Ahora... Debo marcharme. Espero que te mejores pronto, Daruu-san y...

»Lo siento.


Antes de que pudiera responder, se dio media vuelta y salió de la habitación a todo correr. Se le había olvidado incluso cerrar la puerta de la habitación, pero en ese momento no le importó. Cualquier enfermera que pasara por allí lo haría por ella. Ahora tenía algo mucho más importante que hacer, antes de que se arrepintiera.

Tenía que escribir una nota.
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#7
Días atrás, habría pensado que algo le ocurría Ayame, que no era la misma. Lo había llegado a pensar, de hecho, porque el rostro de la muchacha era como un retrato de su estado anímico. Pero quizás su propio dolor le impedía sentir el de los demás, aunque sólo fuese por un día. La voz de la kunoichi estaba apagada. Era como si alguien, simplemente, hubiese pulsado un interruptor y la hubiese desprovisto de su brillo habitual. Daruu lo interpretó en aquella ocasión como lo que le solía pasar: que no se creía capaz de lograrlo.

—Lucharé y... daré todo de mí... Yo... Ahora... Debo marcharme. Espero que te mejores pronto, Daruu-san y...

Sólo entonces notó algo que le hizo sospechar. No era habitual en ella. Estaba ocultando algo.

Pero no quería pensar en ello. Ahora quería...

—No...

—Lo siento.

«No...»

Antes de que pudiera repetirlo, Ayame se había dado media vuelta y salido de la habitación. Y Daruu se quedó allí, con la mano levantada, hacia la puerta abierta de par en par. No porque quería saber que le pasaba, no porque tenía curiosidad por lo que ocultaba, sino porque quería estar con ella.

Se había dado cuenta, quizás demasiado tarde, que aunque la presencia de Ayame era tenue y templada, siempre aportaba algo de luz y calor.

...como un rayo de sol que queda cuando cierras la persiana, y te recuerda que más allá de tus cuatro paredes hace un día precioso.
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