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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
¡Buenas noches! —exclamó sonriendo Kaede. Entonces, su semblante risueño se transformó en curiosidad—. Oh, pero sí tu eres la niña de la noche pasada. ¡Te recuerdo! —exclamó, como felicitándose a sí misma por su buena memoria—. Un estofado me habías pedido, ¿verdad? ¡Marchando!

Sin embargo, justo antes de darse la vuelta, una voz surgió, atronadora, a pocos metros de distancia.

¿¡Cómo que la noche pasada!? —rugió Okura, con tenedor y cuchillo en mano—. ¡Será mejor que te compres gafas, Kaede! ¡Esta chica viene de recorrer una larga caminata en dirección a su casa! ¡Es imposible que haya estado aquí ayer! ¿No es así, chiquilla?

Kaede alzó las cejas, sorprendida.

¡Eso es imposible! —exclamó ofendida—. ¡Jamás olvido una cara! —entonces dirigió su mirada a Ayame—. ¿A que yo tengo razón, cariño? —preguntó con voz dulce.

Mientras tanto...

Bueno, ya que estoy aquí…

El Uchiha se bajó los pantalones y se sentó en el retrete.

Oh, sí…

¿Qué mejor momento para trazar un buen plan que mientras se está cagando? Datsue sonrió. Todo el mundo sabía que no había mejor momento para pensar. Bien, veamos. Está el imbécil de Okura alojado en la posada. Tormenta tiene que estar sí o sí en la cuadra de al lado. Y el tío bajito y regordete es quien tiene las llaves. Las llaves, ¿cómo eran…? Sí, las recuerdo. Vale, ¿pero cómo hago para quitárselas sin que se entere? Un momento. ¡UN MOMENTO!

Abrió la mochila que había dejado en el suelo y removió su interior con una mano hasta encontrar lo que buscaba: el colgante de madera con la figura del Baku. El mismo con el que había intentado timar a Ayame.

Sí señor. Una idea que te cagas. ¡Es perfecto!
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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#32
—¡Buenas noches! —exclamó sonriendo la mujer. Entonces, su semblante risueño se transformó en curiosidad—. Oh, pero sí tu eres la niña de la noche pasada. ¡Te recuerdo! Un estofado me habías pedido, ¿verdad? ¡Marchando!

«¡Maldicióóón...»

Ni siquiera tuvo tiempo para terminar de lamentarse. Ayame se encogió bruscamente sobre sí misma cuando una voz ensordecedora restalló a sus espaldas como el rugido de una tormenta que se avecinaba peligrosamente.

—¿¡Cómo que la noche pasada!? —rugió Okura, con tenedor y cuchillo en mano—. ¡Será mejor que te compres gafas, Kaede! ¡Esta chica viene de recorrer una larga caminata en dirección a su casa! ¡Es imposible que haya estado aquí ayer! ¿No es así, chiquilla?

Ayame volvió a encogerse, terriblemente asustada ante lo que se le estaba echando encima.

«Debería haberme sentado en una de las mesas y tratar de pasar desapercibida...»

[sub]—¡Eso es imposible!
—replicó la mujer, claramente ofendida—. ¡Jamás olvido una cara! —entonces dirigió su mirada a Ayame—. ¿A que yo tengo razón, cariño? —preguntó con voz dulce.

Pero a Ayame aquella dulzura le supo venenosa como el más potente de los tóxicos.

Estaba rodeada por dos serpientes que apretujaban sus anillos en torno a ella. ¿Quién sería la que terminaría de asfixiarla? Ayame tragó saliva y respiró hondo varias veces, midiendo bien lo que debía decir. La mujer de la posada no mentiría por ella aunque tratara de suplicárselo con la mirada. ¿Qué razones tenía para ello? Sobre todo ahora que estaba defendiendo su orgullo... Sólo quedaban tres caminos despejados: Contar la verdad, algo impensable si quería proteger a Datsue; condenarse y contar otra mentira; y tratar de huir del lugar...

¿Pero podría alcanzar la puerta antes de que le echaran el guante? Si aquellos hombres eran simples civiles jamás podrían retenerla en contra de su voluntad...

Pero... Pero...

Pero aunque no conocieran sus intenciones ya habían visto su cara. Y sabían que era una kunoichi de Amegakure.

—Yo... yo no he dicho que haya hecho un largo viaje... —¿O sí lo había hecho? ¡No lograba recordarlo!—. S... simplemente... me queda un largo trecho hasta Amegakure y... y se estaba haciendo de noche... y este era el pueblo más cercano que me pillaba de camino... Eso es todo...

«¿¡Dónde demonios estás, Datsue!?»

¿Y si la había dejado tirada? ¿Y si había recuperado su yegua y la había dejado allí para que guardara la atención de Okura...?
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#33
—Yo... yo no he dicho que haya hecho un largo viaje... S... simplemente... me queda un largo trecho hasta Amegakure y... y se estaba haciendo de noche... y este era el pueblo más cercano que me pillaba de camino... Eso es todo...

¡Jaa! ¿Lo ves, Okura? —preguntó, cerrando el puño en señal de triunfo—. ¡Nunca olvido una cara!

Okura se puso de morros, tapando el labio superior con el inferior y mostrando una palma de su mano a Kaede, como pidiéndole calma.

Si ella lo dice —dijo, alzando las cejas y aumentando todavía más su mueca de escepticismo—. Entonces no he dicho nada. Cuando uno se equivoca hay que admitirlo —continuó, hablando cada vez más alto—, ¿no es cierto? —preguntó a Ayame, al mismo tiempo que estrellaba su puño contra la mesa.

Kaede puso los ojos en blanco.

Deja en paz a la chiquilla, anda... Ahora voy a por tu pedido, cariño —añadió, dedicándole una sonrisa a la kunoichi. Luego desapareció por una puerta que había tras la barra, quedando su marido como único responsable de la posada, que en aquellos instantes charlaba amistosamente con un anciano en una de las mesas que había al fondo. Cada vez que movía la cadera, las llaves que colgaban de su cinturón producían un sonido metálico al chocar unas con otras.

Por lo demás, la posada gozaba de una calma inaudita para un lugar como aquel. Los dos hombres de semblante serio que ocupaban una de las mesas comían de su plato con la eficiencia depredadora de un soltero de toda la vida; y la pareja sentada en la otra esquina apenas intercambiaban susurros inaudibles.

Datsue abrió en aquel momento la puerta, provocando miradas indiscretas por la manera en que los goznes chirriaron ante su acción. Volvía a tener el aspecto de Haskoz, su padre biológico, o al menos eso dirían los que tan sólo le habían visto a través de una foto o de lejos. Quienes realmente le conocían, probablemente no habrían caído en el engaño.

Buscó a Ayame con la mirada y la halló situada en la barra. Frunció el ceño de manera automática. Aquel no era el mejor lugar para llevar a cabo su plan. De hecho, era el peor.

Sin demasiado entusiasmo por la situación, caminó hasta la silla que había al lado de la kunoichi y se sentó en ella, sin dirigirle siquiera una mirada. Luego, fingió que tosía para llevarse una mano a la boca, y susurró de la forma más suave que le permitía su nueva voz:

Tengo un plan para robarle las llaves… —Volvió a toser, y entonces la miró de reojo—. Pero necesitaré tu ayuda.
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#34
—¡Jaa! ¿Lo ves, Okura? —respondió la tabernera, cerrando el puño en señal de triunfo—. ¡Nunca olvido una cara!

Ayame se contuvo para no desviar la mirada de la madera de la barra, evitando por todos los medios no establecer contacto visual con Okura. Bastante le estaba costando ya mantener una mentira tan absurda como aquella como para que vieran la inseguridad en sus ojos. Por fortuna, parecía que la suerte estaba ese día con ella.

—Si ella lo dice —dijo Okura, y Ayame suspiró de profundo alivio. Sin embargo...—. Entonces no he dicho nada. Cuando uno se equivoca hay que admitirlo —continuó, hablando cada vez más alto—, ¿no es cierto?

Su pregunta se vio acompañada del restallido que produjo su puño contra la mesa. Ayame sabía que se estaba dirigiendo directamente a ella pero, rígida como una tabla por el miedo, seguía sin moverse un ápice del sitio.

—Deja en paz a la chiquilla, anda... —intervino de nuevo la tabernera—. Ahora voy a por tu pedido, cariño

«No me dejes sola...» Suplicó en su mente, convencida de que Okura iba a matarla en cuanto la dejaran a solas con él. Pero ni una sola palabra salió de su boca, y la mujer desapareció tras la barra.

Fue en aquel momento cuando Ayame reparó en que había alguien más al cargo. El marido de la posadera, el hombre que llevaba consigo las llaves de la cuadra y que tintineaban de manera hipnótica cada vez que se movía, charlaba animadamente con un anciano que ocupaba una de las mesas que se encontraban en el fondo.

Fue el escandaloso sonido de una puerta a la que tiempo hacía que le hacía falta un buen engrasamiento de bisagras lo que hizo que despegara al fin la mirada de la barra.

«¡Alabados sean los dioses!» Ayame estuvo a punto de abalanzarse a abrazar al hombre que se acercaba a la barra.

Datsue, aún metido en su disfraz de hombre adulto, se acercó a su posición y se sentó en la banqueta que quedaba junto a ella. Tosió varias veces, y se llevó una mano a la boca. Ayame volvió la mirada al frente, tratando de aparentar la neutralidad ante un simple desconocido.

—Tengo un plan para robarle las llaves… —le susurró, antes de volver a toser. Por el rabillo del ojos, Ayame percibió que la miraba—. Pero necesitaré tu ayuda.

«Oh, no... Tengo un mal presentimiento...»

—¿Qué tipo de ayuda? —le preguntó, en un susurro similar—. Por cierto, ¿dónde estabas...? Un poco más y...

Ayame se removió en su asiento, visiblemente incómoda por lo ocurrido.

Pero casi temía más lo que estaba por ocurrir.
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#35
—¿Qué tipo de ayuda? —le preguntó, en un susurro similar—. Por cierto, ¿dónde estabas...? Un poco más y...

Cagando. Eso es lo que había estado haciendo. Pero en vistas de la situación, optó por no decirlo. Cada palabra que se arriesgase a formular —pues supuestamente no se conocían—, era una palabra que debía servir única y exclusivamente para un solo propósito: salvar a Tormenta.

Quiero que distraigas al posadero —susurró. Y este no es el mejor sitio para hacerlo. ¿Por qué demonios te has sentado aquí? Se mordió la lengua. Era mejor no preguntárselo—. Necesito que me dé la espalda, o que hagas que le caigan las llaves al suelo. O ambas cosas —susurró de nuevo, mirando de reojo a la kunoichi—. En ese instante, intercambiaré sus llaves por estas…

Datsue encaró ligeramente a Ayame y señaló, con un rápido movimiento de ojos, su bolsillo izquierdo. Se adivinaba a simple vista que el bolsillo tenía algo en su interior, y la zurda del Uchiha sacó parte de ese objeto quedase al descubierto.

Eran las llaves de la cuadra.

Lo malo es que en realidad no lo son. Datsue había realizado el Henge no Jutsu Inverso al collar de madera con el que había intentado timar a Ayame, convirtiéndolo en el mismo manojo de llaves que portaba el posadero. O al menos en algo parecido, lo suficiente como para que nadie se diese cuenta a no ser que se fijase mucho.

Era el plan perfecto…

… de no ser porque todavía no dominaba la técnica.

El solo hecho de mantenerla activada le estaba costando un buen dolor de cabeza. Y eso que todavía tenía el collar pegado a él, en cuanto la falsificación se alejase unos metros… Era mejor no pensarlo.

Justo en ese momento, el posadero dio por finalizada la charla con el viejo cliente. Datsue pudo escuchar sus pasos, pesados, regresando a la barra. Si tan sólo pudiese pensar con claridad, quizá se las ingeniase para distraerlo y hacer el intercambio a la vez. Pero la presión que soportaba por mantener dos Henges al mismo tiempo era demasiado para su mente holgazana.

Lo único que podía hacer era confiar en Ayame…
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#36

Espero que no te importe que maneje momentáneamente a la posadera. Lo necesitaba para esto, no se me ha ocurrido otra cosa xDU

—Quiero que distraigas al posadero —le respondió, en un susurro, y Ayame tragó saliva. ¿Cómo demonios iba a hacer eso? Cada vez estaba más y más convencida de que aquello era una mala idea. Una terrible idea. Una horrible idea—. Necesito que me dé la espalda, o que hagas que le caigan las llaves al suelo. O ambas cosas. En ese instante, intercambiaré sus llaves por estas…

Datsue movió fugazmente los ojos hacia sus piernas, y Ayame siguió el gesto. Su bolsillo izquierdo estaba ligeramente abultado, y cuando el shinobi de Takigakure le mostró parcialmente lo que era, no pudo evitar abrir los ojos con estupefacción.

Eran unas llaves. Pero no unas llaves cualquiera. Sino unas llaves idénticas a las que tenía el posadero.

—¿Pero cómo lo has...? —se interrumpió a mitad de la pregunta y sacudió la cabeza. Era obvio que aquellas llaves no eran las verdaderas, sino una falsificación. Si no, no se podría explicar que aún necesitara distraer la atención del posadero para conseguirlas.

Ayame suspiró con pesadez. Se iba a meter en un buen entuerto. Y todo por un extraño.

«No. Es por el caballo. Lo que quiero es salvar al caballo.» Se dijo, en un vago intento de convencerse de lo que estaba a punto de hacer.

En ese momento llegó la posadera.

—¡Aquí está tu estofado, cariño! —exclamó, con aquella dulzura espontánea suya. Cuando colocó el plato frente a ella y le llegó el delicioso olor de la comida, Ayame se sintió instantáneamente un monstruo al pensar en lo que estaba a punto de hacer.

—Muchas gracias, señora —sonrió con nerviosismo, y dejó algunas monedas sobre la mesa. Quizás, pretendiendo mitigar un poco su sentimiento de culpa—. Si no es molestia, iré a una de esas mesas de ahí a comer.

Se bajó del taburete en el que estaba sentada con un saltito. Con cuidado, tomó el plato humeante por los bordes para evitar quemarse y echó a andar con deliberada lentitud hacia el fondo de la sala. El corazón le palpitaba en las sienes con cada paso que daba. Allí estaba el posadero, charlando animadamente con un anciano. Simulando ir a sentarse en la mesa contigua, Ayame se acercó más y más, esquivando cada mesa y cada silla. Y entonces...

—¡AY!

Justo antes de llegar a su destino su pie se enganchó súbitamente con la pata de una silla. Ayame tropezó, cayó al suelo con estrépito y el plato de estofado se escurrió de sus manos y terminó vertiendo parte de su contenido sobre el posadero, el anciano con el que conversaba y la mesa donde estaban.

—¡Lo siento muchísimo! Yo... ¡Lo siento! ¡Lo siento! —Ayame se apresuró a levantarse, tapándose la cara de pura vergüenza ante el escándalo que acababa de formar.

«Espero que esto sea suficiente, maldito Datsue... Después de esto no voy a poder pisar este pueblo nunca más...»
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#37

¡Al contrario! ¡Tómate toda la libertad qu equieras para eso! Guiño

¿En serio va a hacer lo que creo que va a hacer?

No había tiempo para preguntárselo. Ayame había tomado su pedido y se dirigía hacia el posadero. El Uchiha tenía que hacer lo propio, o vería pasar su oportunidad demasiado lejos de su alcance. Pidió a la posadera que le llevase un estofado a la mesa, como simple excusa para poder moverse también, y siguió a la kunoichi de Amegakure con la zurda asiendo con fuerza las llaves falsas.

Entonces…

—¡AY!

Justo antes de llegar a su destino el pie de Ayame se enganchó súbitamente con la pata de una silla. La kunoichi tropezó, cayó al suelo con estrépito y el plato de estofado se escurrió de sus manos y terminó vertiendo parte de su contenido sobre el posadero, el anciano con el que conversaba y la mesa donde estaban.


¡Por Amateratsu! —exclamó el posadero, que entre el susto y la quemadura sufrida por el líquido humeante del estofado había caído de espaldas contra la mesa. Intentó recomponerse, pero resbaló y cayó de bruces sobre el suelo, empeorando todavía más las cosas.

¡Por los Dioses de Onindo! ¿Estás bien, Koji? —gruñó el anciano, que también había dado un respingo por la tremenda temperatura del estofado—. ¡Hay que tener más cuidado, niña!

—¡Lo siento muchísimo! Yo... ¡Lo siento! ¡Lo siento! —Ayame se apresuró a levantarse, tapándose la cara de pura vergüenza ante el escándalo que acababa de formar.

Joder… ¡Señora actuación! De diez, vamos. Y yo que pensaba que no tenía dotes de actriz…

No se durmió en los laureles. Como segundo actor de aquella obra improvisada, ofreció la mano al posadero para auparle. Éste la aceptó, agradecido, sin darse cuenta que mientras tanto la mano libre del Uchiha le tiraba las llaves al suelo.

Oh, le han caído las llaves —señaló el Uchiha, con tono inocente. Se agachó para recogerlas con la diestra y le ofreció las llaves con la zurda. Obviamente, le estaba ofreciendo las llaves falsas. El truco de magia estaba hecho. Las llaves buenas seguían escondidas en su mano derecha, que ahora introducía en un bolsillo—. Tome.

Gracias, gracias —agradeció el posadero, volviendo a ponerlas en su cinturón—. No te preocupes, moza. Le puede pasar a cualquiera —dijo a Ayame, tratando de quitarle importancia a lo sucedido—. ¿Qué sería de una posada en la que no se rompe ningún vaso o cae algún plato?

¡Una posada vacía! —exclamó Okura, que se había levantado para tratar de ayudar.

Kaede también había llegado hasta allí, fregona en mano y lista para arreglar el estropicio. Datsue, mientras tanto, aprovechó para sentarse en la mesa más cercana a la puerta. Sin embargo, en ese momento supo que algo no marchaba bien…

Mierda… No soy capaz de mantener el Henge no Jutsu Inverso a esta distancia… ¡Se va a deshacer!

Por otra parte, quizá Datsue había supuesto mal que en Okura se había levantado para ayudar. Quizá no había sido para eso, sino para…

No creas que no me doy cuenta de lo que está pasando —susurró Okura al oído de Ayame.
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#38
Entre chillidos de sorpresa, preocupación e indignación, y reiteradas disculpas que por parte de Ayame iban mucho más allá de la simple interpretación, Datsue no tardó en cumplir su parte del papel. Aún transformado en aquel hombre irreconocible, le ofreció la mano al posadero para ayudarle a levantarse. Y en esa acción, las llaves terminaron cayendo al suelo con aquel tintineo tan característico.

—Oh, le han caído las llaves —señaló el Uchiha, con tono inocente. Se agachó para recogerlas y se las ofreció después. Ayame desconocía si había aprovechado la ocasión de alguna manera, pero paralizada por la vergüenza como estaba, no se atrevió a hacer ningún gesto que pudiera delatar su posición como cómplice ante el delito que estaba a punto de acontecer—. Tome.

—Gracias, gracias
—agradeció el posadero, que las volvió a poner en su cinturón antes de dirigirse a Ayame directamente—. No te preocupes, moza. Le puede pasar a cualquiera —le dijo, tratando de quitarle importancia a lo sucedido, y la muchacha se sonrojó visiblemente—. ¿Qué sería de una posada en la que no se rompe ningún vaso o cae algún plato?

—¡Una posada vacía! —coreó Okura, que se había levantado para tratar de ayudar.


La posadera también llegó al lugar de los hechos, fregona en mano, para limpiar todo el estropicio causado. Ayame se hizo a un lado entre reiteradas disculpas masculladas entre dientes para no estorbar en su labor. Ni siquiera se atrevió a mirar en la dirección de Datsue, y ya pensaba en retirarse hacia una mesa cercana cuando...

—No creas que no me doy cuenta de lo que está pasando —susurró la voz de Okura en su oído.

Ayame, sobresaltada, se apartó bruscamente de él y alzó las manos en un gesto inconscientemente defensivo.

—Q... ¿Qué...? Ya he dicho que ha sido un accidente. Yo no quería... —balbuceaba, con el corazón prácticamente en la boca.

La situación acababa de dar un giro de ciento ochenta grados. ¿Acaso la había descubierto? ¿Pero cómo? Datsue estaba transformado, era imposible que le hubiese reconocido. En teoría, ella no tenía ninguna relación con el hombre que ahora era. Y lo del plato había sido una simulación de accidente... ¿Cómo podía...?

Tenía que prepararse para correr.
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#39
La técnica no está completa, la técnica no está completa... Datsue se balanceaba de atrás hacia adelante como un viejo en una silla mecedora. ¿Cómo voy a mantenerla activa sin haberla completado, joder? Tendría que haber entrenado más, después de todo la voy a necesitar en Shinogi-to… ¡AAAAGH!

Con la cara tensa por la frustración, Datsue se tapó el rostro con las manos y cerró los ojos. Tenía que concentrarse y mantener el Henge Inverso a toda costa. ¿Acaso no era él Uchiha Datsue? Era un soñador y un vago, cierto, pero a la hora de la verdad daba un paso al frente, cogía el toro por los cuernos y se superaba. Como todo Uchiha. ¡Si, coño, sí! ¡Ese soy yo, joder! Sólo tengo que sacar al shinobi que llevo dentro… ¡VAMOS!

Bajo sus manos se adivinó una sonrisa. Era la sonrisa de la determinación más absoluta. De la confianza. No había nada que temer. Iba a hacerlo. Después de todo, él era…

…¡PUF! El Henge no Jutsu Inverso se desvaneció. Las llaves que portaba el posadero perdieron su forma y, en su lugar, quedó colgando un collar con la figura del Baku tallada en madera.


—Q... ¿Qué...? Ya he dicho que ha sido un accidente. Yo no quería... —balbuceó, con el corazón prácticamente en la boca.

Okura redujo nuevamente la distancia entre ellos dos con un rápido paso.

—Vamos, vamos. No sigas disimulando. —Se inclinó hacia ella, y Ayame pudo captar su aliento, dulzón y empalagoso—. Tu encuentro con Datsue; tus extrañas idas y venidas a la posada, dando como triste excusa que te pillaba de camino; este accidente —enumeró, tiñendo la última palabra de cierto tono irónico—. Está más que claro —afirmó con rotundidad.

»Tú eres…




Los ojos de Datsue parecían salírsele de las órbitas. ¡MIERDA! Mierda, mierda, mierda, mierda. ¡MIERDA, JODER, MIERDA! Espera… ¿Cómo…? Vale. Vale, vale, vale. Nadie se ha dado cuenta. Joder, vale. Es hora de irse cagando leches.

En aquel momento, el posadero se dirigía a la barra, probablemente en busca de algún trapo con el que secarse a él y al anciano. Sin reparar en el nuevo objeto que portaba en el cinturón. La posadera, por su parte, seguía fregando el suelo con esmero, y Ayame conversaba con Okura. El Uchiha la miró y se golpeó un par de veces la palma de la mano con el canto de la otra, en un claro gesto de que había que irse.

Entretenidos como estaban todos recogiendo el desastre que había hecho Ayame, y teniendo a Okura de espaldas, el Uchiha aprovechó para levantarse y salir por la puerta, con cierto cuidado de no hacer ruido y llamar la atención. Había dejado de llover, aunque el frío le saludó con una gélida corriente de aire. Sus músculos le pedían a gritos correr, pero controló aquel primer impulso. Podían verle a través de la ventana, y eso levantaría sospechas.

Aunque largarme de la posada con un pedido pendiente también es extraño… Debo darme prisa. Debo salir de aquí con Tormenta antes de que se fijen en el collar.

Con tres largas zancadas se plantó frente al portal, que se abrió sin protestar cuando dio con la llave correcta. Un suave relincho le dio la bienvenida, y entonces sonrió, dejando que su Henge se desvaneciese también...




… huérfana —declaró al fin, cruzándose de brazos. Por un momento, sus ojos parecieron emitir un destello, intenso, como desafiando a la kunoichi a decir lo contrario—. ¿Por qué sino estarías hablando con un desgraciado como Datsue? —Para Okura, concebir cualquier otra razón parecía impensable—. Porque te sientes sola, ¿no es cierto? Y como él también es un mendigo, te sientes identificada. ¿Y todo este teatro del accidente…? —preguntó de forma retórica—. Para llamar la atención —dedujo. Entonces se señaló la frente—. Y esa bandana que llevas… Es falsa, ¿no es cierto? La usas para espantar a matones y a gente indecente.

¿Qué cuchicheas por ahí, Okura? —preguntó la posadera, colándose en la conversación. Justo en aquel momento había acabado de fregar el suelo.

Tú calla —replicó, en un tono de voz mucho más alto del que estaba empleando con Ayame—. No metas el hocico en asuntos que no te interesan. —La posadera abrió la boca para protestar, pero luego realizó un ademán con la mano, como mostrando indiferencia por sus asuntos, y se fue junto con la fregona de vuelta a la barra. Okura se giró y dirigió la mirada nuevamente hacia la pequeña kunoichi—. ¿Y bien? He acertado en todo, ¿no es cierto? —Entonces bajó la voz—. Yo podría ayudarte, ¿sabes? —dijo, posando una de sus manos sobre el hombro de Ayame, con delicadeza—. Conmigo no te faltaría de nada... —aseguró, y su mirada volvió a brillar con el mismo destello que antes. Aunque ahora, quizá Ayame interpretase aquel brillo de otra manera... Okura esbozó una media sonrisa—. Qué te parece si te invito a ese estofado y seguimos charlando, ¿eh?
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#40
Ante sus débiles balbuceos, Okura redujo la escasa distancia que los separaba y Ayame se encogió sobre sí misma, temblando.

—Vamos, vamos. No sigas disimulando —se inclinó hacia ella, y cuando habló Ayame pudo captar su aliento, peligrosamente dulzón y empalagoso como una trampa para moscas—. Tu encuentro con Datsue; tus extrañas idas y venidas a la posada, dando como triste excusa que te pillaba de camino; este accidente —enumeró, tiñendo la última palabra de cierto tono irónico, y el corazón de Ayame se encogía a cada elemento que mencionaba. Definitivamente, la había pillado y no tenía manera de seguir mintiendo al respecto—. Está más que claro —afirmó con rotundidad.

»Tú eres…

Un sentimiento de absoluto terror inundó su pecho cuando vio por el rabillo del ojo cómo Datsue se levantaba y salía de la posada.

«¡Espera! ¡NO ME ABANDONES AQUÍ!» Gimió en su fuero interno.

Algo dentro de ella quería salir corriendo detrás del shinobi, abandonar a Okura y escapar de aquel cepo. Hizo el ademán de seguir sus pasos, pero...

—… huérfana —declaró Okura al fin, cruzándose de brazos, y Ayame se quedó momentáneamente paralizada.

—Q... ¿Qué?

Por un momento, los ojillos de rata del hombre parecieron emitir un destello, intenso, como si la desafiara a decir lo contrario. Pero aquel sinsentido no se iba a quedar ahí, ni mucho menos:

—¿Por qué sino estarías hablando con un desgraciado como Datsue? Porque te sientes sola, ¿no es cierto? Y como él también es un mendigo, te sientes identificada. ¿Y todo este teatro del accidente…? Para llamar la atención —dedujo. Entonces se señaló la frente—. Y esa bandana que llevas… Es falsa, ¿no es cierto? La usas para espantar a matones y a gente indecente.

—¡No! ¡Yo...!

—¿Qué cuchicheas por ahí, Okura? —la interrumpió la posadera, y Ayame se mordió el labio inferior. No sabía si sentirse ofendida o aliviada.

—Tú calla —replicó Okura, en un tono de voz mucho más alto del que estaba empleando con Ayame—. No metas el hocico en asuntos que no te interesan —La posadera abrió la boca para protestar, pero luego realizó un ademán con la mano, como mostrando indiferencia por sus asuntos, y se fue junto con la fregona de vuelta a la barra.

«No... no te vayas tú también...»

Okura se giró y dirigió la mirada nuevamente hacia la aterrorizada Ayame.

—¿Y bien? He acertado en todo, ¿no es cierto? —Ayame negó anérgicamente con la cabeza, pero no sirvió de nada. Okura bajó aún más bajó la voz—. Yo podría ayudarte, ¿sabes?

Okura se atrevió a apoyar su mano sobre Ayame, y la muchacha se estremeció, inevitablemente atrapada por la hipnotizante mirada de aquella rata.

—Conmigo no te faltaría de nada... —le aseguró, y sus ojos destellaron con un brillo que le puso el pelo de punta. Okura esbozó una media sonrisa—. Qué te parece si te invito a ese estofado y seguimos charlando, ¿eh?

—¡NO! —exclamó, echándose hacia atrás bruscamente para romper el contacto físico con aquel hombre. Respiraba entrecortadamente, profundamente aterrorizada—. ¡No soy huérfana! ¡Tengo familia! ¡Y soy una kunoichi de verdad!

»¡No quiero que me invites ni quiero nada de ti!


Se dio media vuelta, para salir corriendo de la taberna. Datsue se había marchado sin ella, así que ya no tenía nada que hacer en aquel lugar.

Pero... ¿por qué se había exaltado tanto? Ni ella misma lo sabía. Quizás Okura tenía en realidad buenas intenciones, pero...
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#41
Shh… Shh… Tranquila —susurraba Datsue, en un vano intento por tranquilizar a Tormenta. La yegua estaba eléctrica. No paraba de olfatearle, de lamerle la oreja y medio rostro, de darle empujoncitos con la cabeza para jugar con él… Totalmente inconsciente del peligro que se cernía sobre ellos—. Quieta… —repitió, tras el tercer lengüetazo que recibía—. No hay tiempo para jugar ahora, ¿comprendes? Venga, vámonos antes de que nos pillen.

Datsue había atado una cuerda alrededor del cuello de Tormenta por si tenía que guiarla, cosa que por el momento no hacía falta. El equino le siguió hasta el exterior, con el corazón de Datsue a punto de salírsele por la boca. Deshecho su propio Henge, el Uchiha no se veía con el suficiente aplomo como para volver a modificar su imagen. Era el momento de huir, antes de que nadie saliese por la taberna y le descubriese. Pero…

¿Dónde demonios está Ayame…?

¿Debería abandonarla a su suerte? ¿O esperar a que consiguiese salir? Ella le había ayudado sin esperar nada a cambio. Sólo por pura bondad. ¿De verdad tendría la sangre fría como para dejarla tirada?

Datsue sintió una punzada en el estómago de tan sólo pensarlo. ¿Sería acaso aquello a lo que llamaban conciencia?


En la posada, el escándalo formado por Ayame había atraído la mirada de todos.

¿Qué está pasando, Okura? —preguntó Kaede, en un tono mucho más brusco y serio del que había empleado hasta el momento.

Nad…

¡Por Amateratsu! —exclamó de pronto el posadero—. ¿¡Qué significa esto!?

Koji mantenía en una mano el trapo con el que se estaba secando, y en otra, el collar falso de Datsue.

¿Qué ocurre? —preguntó Okura rápidamente, quizá viendo una oportunidad para cambiar de tema.

Mis llaves… —Koji parecía perplejo, como si todavía no entendiese lo que tenía en las manos—. Mis llaves no están. Y en su lugar… —Koji alzó el burdo collar de Datsue—. Esto.

De pronto, se escuchó un relincho, seguido de una serie de sonidos metálicos que parecían ir alejándose.

¡No puede ser…! —exclamó Okura, que ya corría hacia la puerta mientras su papada bailaba de un lado a otro—. ¡NO PUEDE SER! —exclamó de nuevo, ya fuera, señalando con el dedo un punto lejano en el horizonte—. ¡Me están robando la yegua! —gritó con voz chillona—. ¡Koji! ¡ME ESTÁN ROBANDO LA YEGUA!

El posadero, tras unos segundos en los que se había quedado con la boca abierta y el cuerpo paralizado, corrió junto a él.

No es posible… ¿Cómo pudieron...?

¡Tú! —exclamó de pronto Kaede, señalando a Ayame. Tan sólo dijo aquel monosílabo, pero casi parecía estar acusándola de algo.


¡YIIIJAAAAA! —gritó al cielo, mientras caballo y jinete cortaban el viento al unísono. Seguramente, la punzada que había sentido antes había sido producto del hambre. Tenía que serlo, pues en aquel instante no sentía nada parecido a lo que llamaban conciencia.
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#42
Y, para su completa desgracia o para su completa fortuna, el revuelo levantado atrajo inmediatamente la atención de todos las personas que se encontraban dentro de la posada.

—¿Qué está pasando, Okura? —intervino la posadera, en un tono mucho más serio y brusco que distaba mucho de la jovialidad y alegría que había mostrado hasta el momento. A Ayame poco le faltó para correr al resguardo de sus faldas.

—Nad… —fue a responder Okura, pero la exclamación ahogada del posadero le interrumpió, atrayendo todas las atenciones sobre él:

—¡Por Amateratsu! ¿¡Qué significa esto!?

«Oh... no...» Pálida como la leche, Ayame sintió como si el alma se le cayera a los pies. El pobre hombre se mantenía de pie, con la mirada estupefacta fija en su mano derecha...

...la cual sostenía una pequeña figurita de madera que trataba reflejar la silueta de Baku.

Ahora sí que los habían descubierto.

—¿Qué ocurre? —preguntó Okura. Y Ayame dio un paso atrás sin apartar los ojos de la figura mal tallada de Datsue.

—Mis llaves… —respondió el estupefacto posadero, como si todavía no entendiese lo que tenía en las manos—. Mis llaves no están. Y en su lugar… —alzó el burdo collar, para que quedara a la vista de todos. Ayame volvió a retroceder, con el corazón latiéndole con fuerza en las sienes—. Esto. [/color][/sub]

Un sonoro relincho resonó en la lejanía, acompañado del traqueteo de unos cascos que se alejaban cada vez más.

«Se ha ido...» Fue lo único que fue capaz de pensar, con el alma hundida en un pozo de incredulidad. Y una única lágrima rodó por su mejilla. La había abandonado. La había abandonado de verdad tras haberle ayudado a cometer el crimen que le ayudaría a salvar la vida de su yegua.

...

—¡YIIIJAAAAA! —Datsue gritó al cielo, mientras caballo y jinete cortaban el viento al unísono.

Repentinamente, una corriente de aire gélida como el aliento de un iceberg le zarandeó encima de su caballo. Justo en el momento en el que un destello blanco pasaba a su lado. Lo único que le daría tiempo a sentir fue un par de ojos afilados y fríos como témpanos de hielo clavarse en los suyos antes de desaparecer en la oscuridad de la noche.

...

Todo seguía pasando a toda velocidad. Quizás, a demasiada velocidad para el embotado cerebro de Ayame, que asistía a la escena como si la espectadora de un denso sueño se tratara.

—¡No puede ser…! —exclamó Okura, que ya corría hacia la puerta mientras su papada bailaba de un lado a otro—. ¡NO PUEDE SER! —exclamó de nuevo, ya fuera, señalando con el dedo un punto lejano en el horizonte—. ¡Me están robando la yegua! —gritó con voz chillona—. ¡Koji! ¡ME ESTÁN ROBANDO LA YEGUA!

«Se ha ido...» Todo daba vueltas a su alrededor, en una danza frenética y asincrónica.

—No es posible… ¿Cómo pudieron...?

«Me ha dejado atrás como un simple cebo...» Relámpagos rojos se sucedían tras sus párpados. No era consciente de ello, pero sus ojos castaños habían adquirido el color de las aguamarinas, sus párpados inferiores se habían inyectado en sangre.

—¡Tú! —la voz de Kaede restalló como un látigo, despertándola de su letargo. Sólo había pronunciado un monosílabo. Pero aquella simple palabra la apuntaba como una flecha a punto de ser disparada.

El pánico la invadió. En apenas un parpadeo, Ayame había metido la mano en su portaobjetos y había sacado una pequeña canica que estalló contra el suelo. El impacto provocó que la canica estallara, liberando una densa nube de humo que se extendió por el local en un abrir y cerrar de ojos.

Y, sin perder un sólo instante, Ayame aprovechó la confusión, la alarma y la cortina que había creado para salir de la posada a todo correr...
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#43
La pequeña posada se convirtió en un enjambre de chillidos, tos y gente preguntando a gritos qué estaba sucediendo. El anciano se cayó del susto y se hizo una brecha en la cabeza. La posadera optó por intentar salir al exterior y se dio de bruces contra la pared. Koji, mientras tanto, chocó con Ayame cuando la kunoichi trataba de escapar y cayó de espaldas contra Okura, a quién también tiró al suelo.

Un verdadero caos, en el que había más gente tirada sobre el suelo que de pie. Mientras tanto, la kunoichi había aprovechado para confundirse entre la oscuridad de la noche.

...

Repentinamente, una corriente de aire gélida como el aliento de un iceberg le zarandeó encima de su caballo. Justo en el momento en el que un destello blanco pasaba a su lado. Lo único que pudo sentir fue un par de ojos afilados y fríos como témpanos de hielo clavarse en los suyos, para después no distinguir más que oscuridad y sombras, como si acabase de soñar lo que acababa de ver. Un mal sueño de narices, desde luego.

Pero si había sido una pesadilla Tormenta también lo vio. La yegüa se encabritó, presa del pánico, tirándolo al suelo con la inercia del movimiento.

¡Auch! ¡Espera…! —exclamó Datsue, que había perdido el aliento tras chocar con la espalda contra el encharcado barrizal. La yegua galopaba, despavorida, por el camino que conducía de vuelta al Puente.

Se levantó a duras penas, con el miedo todavía metido en el cuerpo por aquella extraña visión y la ropa empapada, sin todavía poder creerse que Tormenta le hubiese abandonado por el susto. ¿Sentiría lo mismo Ayame cuando la dejó sola en la posada?

De hecho, ahora que lo pensaba…

¡Mierda! —exclamó de pronto—. ¡Mierda, joder, mierda! Soy imbécil. ¡Joder, SOY REMATADAMENTE IMBÉCIL!

Imbécil, sin honor y terriblemente desagradecido. El Uchiha sólo se arrepentía de lo primero, claro. Al fin y al cabo, nunca había presumido de lo demás.

Pero quizá ahora ya era demasiado tarde para remendar su error. Miró hacia atrás una última vez, y las siluetas oscuras que conformaban las casas del pueblo apenas se distinguían entre la oscuridad de la noche.

Suspiró, miró al frente y corrió tras Tormenta.
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#44
Un enjambre de chillidos, toses y maldiciones la rodeó en cuestión de segundos. De aquí y allá reconoció retazos de voces que había ido conociendo a lo largo de la noche y ahora gritaban aterrorizados; pero nada de eso le importó. Con lágrimas en los ojos, Ayame corrió hacia la salida de la posada. Aún tropezaría con algún mueble o alguna persona en el proceso (jamás llegaría a saberlo), pero finalmente logró salir a la oscuridad de la noche entre angustiados sollozos.

Las exclamaciones se perdieron rápidamente a su espalda y, como si no hubiesen sido más que el fruto de un lejano sueño, pronto se vieron sustituidas por la tranquila y gélida quietud de la noche. Ni siquiera se escuchaban ya los cascos del caballo que se había alejado al galope minutos atrás...

Ayame siguió corriendo con todas sus fuerzas. Pasó de largo varias varias casas hacia las afueras del pueblo, pero cuando estaba a punto de abandonar el camino empedrado para comenzar a subir la cuesta que la terminaría de devolver al Puente Tenchi, unos férreos brazos la rodearon.

Gritó alarmada. Pataleó. Lloró. Manoteó. Y a punto estuvo de licuar su cuerpo para escurrirse de aquellas manos que se empeñaban en inmovilizarla hasta que su voz relampagueó en sus oídos:

—¡Ayame!

Jamás le había oído tan alarmado. Nunca había visto una rabia similar brillar en unos ojos que acostumbraban a ser tan inexpresivos. Los ojos de Kōri se clavaban como témpanos de hielo en sus propias pupilas.

—¡Te he estado buscando por todas partes! ¿Dónde te habías metido? ¡Te dije que me esperaras en el puen...!

Pero no llegó a terminar su reprimenda. Ayame se lanzó contra su pecho, llorando como hacía mucho que no lo hacía.

—Me... ¡Me ha...! ¡Me ha engañado! Él... —gritó, con la voz rota de dolor.

Kōri se quedó momentáneamente congelado, como si no supiera cómo debía responder a aquel gesto y al dolor de su hermana. Al final, echó la mirada hacia atrás, suspiró profundamente y la apartó de sí.

—Vas a tener que explicarme muchas cosas, Ayame. Pero tienes que dejar de confiar en la gente a ciegas —le dijo, y su voz volvió a sonar con aquella impasibilidad que tanto le caracterizaba. Ayame se mordió el labio inferior, entre hipidos, y terminó por hundir la mirada en la tierra empapada—. Ahora volvamos al Puente Tenchi. Algo me dice que no podremos volver a pasar por este poblado jamás. ¿No es así?

Ayame se negaba a mirarle, y para Kōri fue suficiente confirmación. Entrecerró los ojos y comenzó a moverse con ágiles zancadas cuesta arriba, siempre seguido por su llorosa hermana. No había mucho camino desde allí hasta el puente, pero desde allí tendrían que tomar una ruta alternativa para volver a Amegakure...
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#45
Así que me dejabas solo, ¿hmm? —decía Datsue mientras caminaba con Tormenta a su lado. La yegua tenía una cuerda atada al cuello, cuyo extremo reposaba sin tensión en la mano del Uchiha. Datsue había tenido que emplear toda su destreza de cowboy para atraparla con ella, cuando huía despavorida tras la extraña visión que ambos habían tenido.

Pero más que atraparla, a Datsue le había costado más llegar al puente Tenchi. Tormenta se había desviado mucho del camino, atravesando bosques y matorrales sin ningún tipo de discriminación. Cuando ya empezaba a preguntarse si el camino que había tomado conducía al Río o a la LLuvia, se topó con el puente en plenas narices.

Espera un segundo —dijo Datsue, deteniéndose al inicio del puente. Toda la muchedumbre que cruzaba aquel espacio suspendido sobre el río había desaparecido, dejando el polvo y el aire como únicos testigos de su escapada—. Tengo que pensar.

¿Qué iba a hacer con Tormenta? Si la llevaba a casa, Okura terminaría descubriéndola. Lo primero que haría aquel malnacido seguramente fuese darse una vuelta por la Ribera del Norte. Quizá papá pueda ocultarla durante un tiempo en el establo… El tiempo justo para que yo vaya a Shinogi-to y consiga el dinero. Aunque si pudiese…

De pronto, sintió un escalofrío. Miró hacia atrás, hacia el camino por el que había venido, y pudo distinguir dos siluetas aproximándose. ¿Acaso eran…?

El Uchiha, como un niño al que han descubierto haciendo alguna travesura, se agachó y escondió tras el cuerpo de Tormenta, temeroso de que sus sospechas se convirtiesen en realidad.
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