27/03/2016, 21:51
—E... Esperad. Yo... No entiendo nada. —Zetsuo casi se había olvidado de que Ayame estaba allí, aunque tras dedicar un recoveco de su mente a analizar lo estúpido que sonaba eso casi tuvo que darse un tortazo a sí mismo—. ¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué quieren de mí? ¿Por qué llevan máscaras como la del tío? ¿Karoi ya sabía lo que iba a pasar esta noche? ¿Qué es eso de que el tío era un doble agente? ¿De qué guarida estáis hablando?
Zetsuo observó a Ayame y los ojos le brillaron con cierta perspicacia antes de que se diera la vuelta y empezase a caminar en dirección contraria.
—Kori, explícale todo, yo tengo que ir a avisar a Arashikage-sama y a buscar hombres para capturar a estos malnacidos antes de que despierten, aunque no creo que lo hagan hasta que salga el sol —aseguró. Kori compuso una mueca, la más parecida a la locución «me has dejado con todo el problema aquí» que Kori dibujaría jamás en el rostro. —Volveré enseguida. Quedáos ahí.
Con apenas un susurro entre el bramido del viento, Zetsuo se desvaneció en el aire, añadiendo una pequeña brisa a un vendaval.
Kori estaba plantado delante de Ayame. Le brillaban los ojos. Señaló al suelo bajo sus pies para indicarle que tomara asiento en la hierba. Sin esperar a que su hermana le obedeciese, él mismo se sentó. Cogió una brizna, la arrancó y dejó que se la llevara el viento, distraído. Retrasando el momento de contarle a Ayame todo.
No era algo fácil ni agradable de contar, por muy preparado que se estuviese, por muy frío que uno fuera.
De pronto, Kori desvió la mirada, hacia la mochila de la muchacha. Señaló con el dedo índice, y esperó un instante. Un brillo en sus ojos, de nuevo.
—Saca mis bollitos y déjalos entre los dos —anunció—. Vamos a tomar algo dulce mientras te cuento todo. Será más agradable.
La mirada de Kori decía «no te preocupes, no estoy enfadado contigo por quitarme los bollos, vamos a compartirlos» pero, de fondo, susurraba «no deberías haberte marchado, estaba preocupado».
Era extraño encontrar en su níveo hermano tanta expresividad. Y aún así, parecía una estatua, siempre con la misma expresión en el rostro. Quizás, de no verlo expresar nunca lo que sentía, ahora le era más fácil percibir la diferencia.
Zetsuo observó a Ayame y los ojos le brillaron con cierta perspicacia antes de que se diera la vuelta y empezase a caminar en dirección contraria.
—Kori, explícale todo, yo tengo que ir a avisar a Arashikage-sama y a buscar hombres para capturar a estos malnacidos antes de que despierten, aunque no creo que lo hagan hasta que salga el sol —aseguró. Kori compuso una mueca, la más parecida a la locución «me has dejado con todo el problema aquí» que Kori dibujaría jamás en el rostro. —Volveré enseguida. Quedáos ahí.
Con apenas un susurro entre el bramido del viento, Zetsuo se desvaneció en el aire, añadiendo una pequeña brisa a un vendaval.
Kori estaba plantado delante de Ayame. Le brillaban los ojos. Señaló al suelo bajo sus pies para indicarle que tomara asiento en la hierba. Sin esperar a que su hermana le obedeciese, él mismo se sentó. Cogió una brizna, la arrancó y dejó que se la llevara el viento, distraído. Retrasando el momento de contarle a Ayame todo.
No era algo fácil ni agradable de contar, por muy preparado que se estuviese, por muy frío que uno fuera.
De pronto, Kori desvió la mirada, hacia la mochila de la muchacha. Señaló con el dedo índice, y esperó un instante. Un brillo en sus ojos, de nuevo.
—Saca mis bollitos y déjalos entre los dos —anunció—. Vamos a tomar algo dulce mientras te cuento todo. Será más agradable.
La mirada de Kori decía «no te preocupes, no estoy enfadado contigo por quitarme los bollos, vamos a compartirlos» pero, de fondo, susurraba «no deberías haberte marchado, estaba preocupado».
Era extraño encontrar en su níveo hermano tanta expresividad. Y aún así, parecía una estatua, siempre con la misma expresión en el rostro. Quizás, de no verlo expresar nunca lo que sentía, ahora le era más fácil percibir la diferencia.