28/03/2016, 17:06
(Última modificación: 28/03/2016, 20:59 por Uchiha Akame.)
—No te vayas a cagar ahora
Si Datsue lo pretendía, lo consiguió. Aquella puya rozó el punto más débil de Anzu de forma bastante directa, creando una hemorragia de orgullo que le insufló la suficiente determinación como para no quedarse paralizada allí en medio. La chica apretó los puños, los dientes y cada músculo de su —en apariencia adulto— cuerpo. Firme como una estaca, dedicó un vistazo rápido al local y, con sencilla arbitrariedad, decidió que era mejor probar suerte en la barra de la derecha. Así se lo indicó al Uchiha con un gesto de cabeza.
—Lo mismo nos da. Venga, y mantén esa bolsa sujeta como si de verdad llevase tropecientosmil ryos.
La Yotsuki caminó por el lugar, atrayendo algunas miradas indiscretas; sin duda su madre había sido una mujer atractiva. No bella, ni delicada, pero desde luego, atractiva. ¿O acaso Anzu la recordaba idealizada, a través de la mirada de una niña, y la embellecía en su Henge?
Al llegar a la barra, la kunoichi se dio cuenta de que no había taburetes donde sentarse. Le pareció, simplemente, raro. Optó por apoyarse sobre el metal pulido con una pose que intentaba transmitir un aire de tía dura; pese a todo, temblaba. Uno de los camareros se le acercó y pudo entonces fijarse en sus rasgos: era de estatura media, delgado y piel pálida. Su expresión parecía una lápida de mármol, tan impasible que no traslucía ni un ápice de emoción. Tenía el pelo negro y los ojos color avellana, y escudriñaban a la kunoichi con absoluta fijeza.
Sin decir palabra, el tipo sacó un pequeño cuenco de cristal de debajo de la mesa y lo puso sobre la barra. En uno de los múltiples bolsillos de su yukata halló un saquito blanco, lo abrió, y vertió un poco de pasta azul y viscosa sobre el recipiente. Luego, sus ojos volvieron a fijarse en los de la Yotsuki. Parecía evidente que esperaba algo.
¿Qué...?
Si Datsue lo pretendía, lo consiguió. Aquella puya rozó el punto más débil de Anzu de forma bastante directa, creando una hemorragia de orgullo que le insufló la suficiente determinación como para no quedarse paralizada allí en medio. La chica apretó los puños, los dientes y cada músculo de su —en apariencia adulto— cuerpo. Firme como una estaca, dedicó un vistazo rápido al local y, con sencilla arbitrariedad, decidió que era mejor probar suerte en la barra de la derecha. Así se lo indicó al Uchiha con un gesto de cabeza.
—Lo mismo nos da. Venga, y mantén esa bolsa sujeta como si de verdad llevase tropecientosmil ryos.
La Yotsuki caminó por el lugar, atrayendo algunas miradas indiscretas; sin duda su madre había sido una mujer atractiva. No bella, ni delicada, pero desde luego, atractiva. ¿O acaso Anzu la recordaba idealizada, a través de la mirada de una niña, y la embellecía en su Henge?
Al llegar a la barra, la kunoichi se dio cuenta de que no había taburetes donde sentarse. Le pareció, simplemente, raro. Optó por apoyarse sobre el metal pulido con una pose que intentaba transmitir un aire de tía dura; pese a todo, temblaba. Uno de los camareros se le acercó y pudo entonces fijarse en sus rasgos: era de estatura media, delgado y piel pálida. Su expresión parecía una lápida de mármol, tan impasible que no traslucía ni un ápice de emoción. Tenía el pelo negro y los ojos color avellana, y escudriñaban a la kunoichi con absoluta fijeza.
Sin decir palabra, el tipo sacó un pequeño cuenco de cristal de debajo de la mesa y lo puso sobre la barra. En uno de los múltiples bolsillos de su yukata halló un saquito blanco, lo abrió, y vertió un poco de pasta azul y viscosa sobre el recipiente. Luego, sus ojos volvieron a fijarse en los de la Yotsuki. Parecía evidente que esperaba algo.
¿Qué...?