29/03/2016, 05:51
La maldita mochila pesaba un coñazo.
No sabía por qué, pero llevar el bolso sobre sus hombros se estaba convirtiendo en una verdadera pesadilla. La razón, ninguna aparente, teniendo en cuenta que llevaba, quizás, un par de mudas de ropa y algunas bolsas de comida pero nada más. Entonces, ¿por qué le pesaba? — se preguntó.
El subconsciente dando por culo, probablemente. Excusas y más excusas que evitasen que llegase a su destino más inminente, las zonas aledañas al famoso Torneo de los Dojos. No era la primera del día, desde luego: primero fue el supuesto mal tiempo, luego un camino rocoso "imposible" de atravesar. Y ahora la mochila, la condenada mochila.
Kaido se detuvo en lo más alto de la gran colina. Verde y pastosa como los campos más fértiles que pudieran existir, repleta de flores de todo tipo y con una fauna tan amplia que se le podía llamar edén sin tener problema con que Dios —en cualquiera de sus formas— refutara la teoría. Le había tomado alrededor de unos treinta minutos llegar hasta allí, a fin de tener un perfil mucho más amplio del camino que les aguardaba por delante, para así discernir qué tan cerca se encontraban de las famosas puertas que daban paso a los Dojos del Combatiente.
Soltó la mochila y dejó que la tierra se encargara de ella por un rato mientras sus hombros descansaban. Y a su lado, Shigorama bufó divertido ante su buen amigo marino, pues lo que sus ojos veían más allá de la colina era la reconocible entrada al lugar donde se suscitaba el torneo de las tres grandes naciones.
—Pero mira, ¡si ya hemos llegado!
—¿Quién coño te ha preguntado? —espetó el gyojin con un muy mal tono.
Con otro hubiese tenido un problema, probablemente. Pero Shirogama era su amigo, y comprendía lo que era tratar con Kaido. No obstante, el muchacho pensó en ese instante que no se trataba ya de su más férrea personalidad sino de algún resquemor de el escualo con lo que significaba llegar finalmente al Torneo de los Dojos. Por algo lo estuvo evitando durante las primeras dos rondas, y por algo trataba, también, trató de posponer su llegada lo más que pudiera.
—Venga, no pagues tus miedos conmigo, joder. Llevas todo el puto día tratando de hacer este viaje más largo, pero has sido tú el que ha querido venir, no yo —a pesar de las verdades, su voz era conciliadora—. ¿a qué le temes?
A nada. O eso creía él. Pero durante el último mes, tras el encuentro con el hombre desconocido del Consejo y la negativa del mismo a que él participara en el evento, varias preguntas habían estado rondando peligrosamente su cabeza. Interrogantes que siempre tuvo en cuenta, más sin embargo, nunca prestó antención o pensó que sus respuestas fueran importantes.
Pero eso era antes, ahora todo sabía un tanto diferente. Como si la receta de su platillo favorito, aquel que podía comer cada día sin preguntarse absolutamente cómo lo preparaban, supiera distinto de un día para otro.
Caminó con su colega durante unos quince minutos buscando un lugar para hospedarse. Las calles no lucían tan transitadas como esperaba verlas, aunque acusó el panorama al posible cansancio de los lugareños ante la inminente emoción a la que se vieron predispuestos durante las primeras instancias del torneo. Pero ahora todo lucía calmo, tranquilo; lo que resultó grato para el tiburón.
A la distancia, pudo ver como los grandes muros del campo central en el que probablemente se dieran las batallas se abrían paso hacia terreno inalcanzable. Lucía monumental, y la impresión generada no sólo hizo que Kaido se sintiera como antes de nuevo, sino que pareció quitarle de la cabeza todas las dudas que había venido amasando durante todo el viaje. Claro, el recelo de no haber podido participar seguía allí, pero el encontrarse cerca como para poder ver al menos la batalla final resultaba divertido.
Lo primero que tendría que hacer era buscar a sus compañeros. Burlarse un poco de Daruu, o darle un poco de miedo a Ayame.
O matarla para él tomar su lugar, por poco probable que sonase.
No sabía por qué, pero llevar el bolso sobre sus hombros se estaba convirtiendo en una verdadera pesadilla. La razón, ninguna aparente, teniendo en cuenta que llevaba, quizás, un par de mudas de ropa y algunas bolsas de comida pero nada más. Entonces, ¿por qué le pesaba? — se preguntó.
El subconsciente dando por culo, probablemente. Excusas y más excusas que evitasen que llegase a su destino más inminente, las zonas aledañas al famoso Torneo de los Dojos. No era la primera del día, desde luego: primero fue el supuesto mal tiempo, luego un camino rocoso "imposible" de atravesar. Y ahora la mochila, la condenada mochila.
Kaido se detuvo en lo más alto de la gran colina. Verde y pastosa como los campos más fértiles que pudieran existir, repleta de flores de todo tipo y con una fauna tan amplia que se le podía llamar edén sin tener problema con que Dios —en cualquiera de sus formas— refutara la teoría. Le había tomado alrededor de unos treinta minutos llegar hasta allí, a fin de tener un perfil mucho más amplio del camino que les aguardaba por delante, para así discernir qué tan cerca se encontraban de las famosas puertas que daban paso a los Dojos del Combatiente.
Soltó la mochila y dejó que la tierra se encargara de ella por un rato mientras sus hombros descansaban. Y a su lado, Shigorama bufó divertido ante su buen amigo marino, pues lo que sus ojos veían más allá de la colina era la reconocible entrada al lugar donde se suscitaba el torneo de las tres grandes naciones.
—Pero mira, ¡si ya hemos llegado!
—¿Quién coño te ha preguntado? —espetó el gyojin con un muy mal tono.
Con otro hubiese tenido un problema, probablemente. Pero Shirogama era su amigo, y comprendía lo que era tratar con Kaido. No obstante, el muchacho pensó en ese instante que no se trataba ya de su más férrea personalidad sino de algún resquemor de el escualo con lo que significaba llegar finalmente al Torneo de los Dojos. Por algo lo estuvo evitando durante las primeras dos rondas, y por algo trataba, también, trató de posponer su llegada lo más que pudiera.
—Venga, no pagues tus miedos conmigo, joder. Llevas todo el puto día tratando de hacer este viaje más largo, pero has sido tú el que ha querido venir, no yo —a pesar de las verdades, su voz era conciliadora—. ¿a qué le temes?
A nada. O eso creía él. Pero durante el último mes, tras el encuentro con el hombre desconocido del Consejo y la negativa del mismo a que él participara en el evento, varias preguntas habían estado rondando peligrosamente su cabeza. Interrogantes que siempre tuvo en cuenta, más sin embargo, nunca prestó antención o pensó que sus respuestas fueran importantes.
Pero eso era antes, ahora todo sabía un tanto diferente. Como si la receta de su platillo favorito, aquel que podía comer cada día sin preguntarse absolutamente cómo lo preparaban, supiera distinto de un día para otro.
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Caminó con su colega durante unos quince minutos buscando un lugar para hospedarse. Las calles no lucían tan transitadas como esperaba verlas, aunque acusó el panorama al posible cansancio de los lugareños ante la inminente emoción a la que se vieron predispuestos durante las primeras instancias del torneo. Pero ahora todo lucía calmo, tranquilo; lo que resultó grato para el tiburón.
A la distancia, pudo ver como los grandes muros del campo central en el que probablemente se dieran las batallas se abrían paso hacia terreno inalcanzable. Lucía monumental, y la impresión generada no sólo hizo que Kaido se sintiera como antes de nuevo, sino que pareció quitarle de la cabeza todas las dudas que había venido amasando durante todo el viaje. Claro, el recelo de no haber podido participar seguía allí, pero el encontrarse cerca como para poder ver al menos la batalla final resultaba divertido.
Lo primero que tendría que hacer era buscar a sus compañeros. Burlarse un poco de Daruu, o darle un poco de miedo a Ayame.
O matarla para él tomar su lugar, por poco probable que sonase.