3/04/2016, 13:49
(Última modificación: 6/04/2016, 15:47 por Uchiha Akame.)
Era evidente que Katame estaba desconcertado por la actitud de su viejo conocido. Anzu ya se había dado cuenta, a juzgar por la expresión suspicaz en el rostro del tuerto que, fuera quien fuese ese tal 'Haskoz' del que el Uchiha se había disfrazado, él esperaba otro tipo de actitud. Me cago en todo, Datsue-san, ¿¡en quién demonios te has transformado!? Poco a poco el 'plan perfecto' de su compañero de Aldea se iba haciendo trizas, como un trozo de carne en una fileteadora... Que amenazaba con engullirlos a ellos también.
-... Como mis ojos.
Las palabras mágicas. Como si Datsue acabara de pronunciar la fórmula de una terrible maldición, de repente todos a su alrededor —incluído Katame— sintieron sus efectos de forma radical. Los clientes que se habían congregado discretamente en la escena callaron sus risas susurradas, agacharon la cabeza y volvieron a sus asuntos como si nada hubiese pasado; dos tomaron asiento en un sofá cercano, echando mano de sus cuencos de omoide. Otro, quizás el más temeroso —o previsor— dejó algunos billetes en la barra y abandonó el local. El último trató de mantenerle la mirada a 'Haskoz', pero a los pocos segundos desistió y, avergonzado, imitó al tercero y salió por la puerta que daba a aquel estrecho pasillo.
Katame, por su parte, no parecía atemorizado como los demás, pero sí que se había reflejado cierta precaución en su semblante.
—Tranquilo, viejo bastardo. No hace falta ponerse así —añadió, mesándose la barba rojiza con su mano derecha; parecía amenazador y cauto a partes iguales—. ¡Aquí todos te conocen bien!
Se pudo notar una especie de mudo asentimiento en el ambiente; quien quiera que fuese Haskoz, era respetado y temido; al menos, en aquel sitio. Katame, todavía suspicaz, pero queriendo quitar hierro al asunto, se dirigió a la kunoichi.
—¡Anzu! ¿Qué te parece si cuidas un poco a mi viejo amigo? Lo noto más agrio que de costumbre —volvió a reír, enseñando aquella dorada y siniestra dentadura.
—Da... Haskoz, es un hombre difícil de tratar —Joder, por poco...—. Además, no estamos aquí de visita, si no por negocios. Buenos negocios.
Cansada de esperar su turno, la Yotsuki había decidido tomar la iniciativa. Además, se veía más confortada ahora por el aura de miedo y respeto que parecía infundir el disfraz de su compañero. Katame arqueó una ceja, mirándola de arriba a abajo, y luego se dirigió a 'Haskoz'.
—Ya decía yo que algo tramabas. ¡Bien! Si venís por negocios, mejor para los dos. De momento, ¡sentaros, coño! Disfrutad un poco del producto de la casa... Últimamente es de la mejor calidad —añadió, guiñándole un ojo al transformado Datsue—. ¡Ah, veo que tu amiga no ha perdido el tiempo, Haskoz-san! Te aseguro que no te arrepentirás, Anzu. A esta ronda te invito yo.
El segundo guiño fue para la mujer, y el tercero al camarero que se mantenía, impasible, tras la barra. Diligente, el hombre preparó otro cuenco de cristal, idéntico al anterior, y le añadió aquella viscosa sustancia azul. Katame asintió, satisfecho.
—Hablaremos después.
Se dio la vuelta con aire pretendidamente regio y se perdió entre las luces y sombras del local. El camarero, por su parte, abandonó el silencioso acoso al que había sometido a Anzu —por no pagarle— y se quedó en la misma posición en la que los ninjas le habían visto al entrar en el local.
—Joder... —Anzu suspiró tan fuerte que creyó que se le iba a salir un pulmón por la boca—. Y ahora, ¿qué cojones hacemos?
La kunoichi se dio cuenta de que el camarero les estaba observando, y cogió su cuenco de omoide. Esperaba que Datsue la siguiera, así que buscó con la mirada una mesa solitaria y, a poder ser, escondida, y se dirigió hacia allí.
-... Como mis ojos.
Las palabras mágicas. Como si Datsue acabara de pronunciar la fórmula de una terrible maldición, de repente todos a su alrededor —incluído Katame— sintieron sus efectos de forma radical. Los clientes que se habían congregado discretamente en la escena callaron sus risas susurradas, agacharon la cabeza y volvieron a sus asuntos como si nada hubiese pasado; dos tomaron asiento en un sofá cercano, echando mano de sus cuencos de omoide. Otro, quizás el más temeroso —o previsor— dejó algunos billetes en la barra y abandonó el local. El último trató de mantenerle la mirada a 'Haskoz', pero a los pocos segundos desistió y, avergonzado, imitó al tercero y salió por la puerta que daba a aquel estrecho pasillo.
Katame, por su parte, no parecía atemorizado como los demás, pero sí que se había reflejado cierta precaución en su semblante.
—Tranquilo, viejo bastardo. No hace falta ponerse así —añadió, mesándose la barba rojiza con su mano derecha; parecía amenazador y cauto a partes iguales—. ¡Aquí todos te conocen bien!
Se pudo notar una especie de mudo asentimiento en el ambiente; quien quiera que fuese Haskoz, era respetado y temido; al menos, en aquel sitio. Katame, todavía suspicaz, pero queriendo quitar hierro al asunto, se dirigió a la kunoichi.
—¡Anzu! ¿Qué te parece si cuidas un poco a mi viejo amigo? Lo noto más agrio que de costumbre —volvió a reír, enseñando aquella dorada y siniestra dentadura.
—Da... Haskoz, es un hombre difícil de tratar —Joder, por poco...—. Además, no estamos aquí de visita, si no por negocios. Buenos negocios.
Cansada de esperar su turno, la Yotsuki había decidido tomar la iniciativa. Además, se veía más confortada ahora por el aura de miedo y respeto que parecía infundir el disfraz de su compañero. Katame arqueó una ceja, mirándola de arriba a abajo, y luego se dirigió a 'Haskoz'.
—Ya decía yo que algo tramabas. ¡Bien! Si venís por negocios, mejor para los dos. De momento, ¡sentaros, coño! Disfrutad un poco del producto de la casa... Últimamente es de la mejor calidad —añadió, guiñándole un ojo al transformado Datsue—. ¡Ah, veo que tu amiga no ha perdido el tiempo, Haskoz-san! Te aseguro que no te arrepentirás, Anzu. A esta ronda te invito yo.
El segundo guiño fue para la mujer, y el tercero al camarero que se mantenía, impasible, tras la barra. Diligente, el hombre preparó otro cuenco de cristal, idéntico al anterior, y le añadió aquella viscosa sustancia azul. Katame asintió, satisfecho.
—Hablaremos después.
Se dio la vuelta con aire pretendidamente regio y se perdió entre las luces y sombras del local. El camarero, por su parte, abandonó el silencioso acoso al que había sometido a Anzu —por no pagarle— y se quedó en la misma posición en la que los ninjas le habían visto al entrar en el local.
—Joder... —Anzu suspiró tan fuerte que creyó que se le iba a salir un pulmón por la boca—. Y ahora, ¿qué cojones hacemos?
La kunoichi se dio cuenta de que el camarero les estaba observando, y cogió su cuenco de omoide. Esperaba que Datsue la siguiera, así que buscó con la mirada una mesa solitaria y, a poder ser, escondida, y se dirigió hacia allí.