5/04/2016, 14:40
Durante un momento, le pareció atisbar un principio de sonrisa en las rígidas comisuras de los labios de Zetsuo. No fue siquiera sonrisa, sólo un gesto apenas perceptible de satisfacción que le indicó que aquella iba a ser una noche muy, muy larga.
—Está bien. Siempre es un buen momento para... conocernos mejor... —anunció, finalmente, y Daruu le miró un momento frunciéndole el ceño, luego a su madre. Después, hinchó los carrillos y cruzó los brazos con indignación.
«¿Lo ha hecho a drede para joderme, o es sólo mi imaginación?», pensó Daruu, alejándose hacia el interior del edificio mientras Zetsuo le arrojaba las llaves de su habitación a Kori para que las custodiara.
Daruu apartó la cortina el último y se adentró en el modesto edificio adyacente al hotel que era el recinto de baños termales. Él seguía con los brazos cerrados y los ojos enterrados en el suelo, y avanzó junto a Zetsuo hacia la recepción.
El adulto escogió un yukata de color oscuro y Daruu prácticamente lo imitó. Le daba igual cualquier color, pero no le gustaba vestir colores chillones si no contamos con pequeños adornos aquí y allá, ni tampoco demasiado claros. Después, siguió al viejo águila hacia la zona de vestuarios, señalada con la palabra "hombres".
Kiroe escogió un color púrpura, muy propio en ella, y acompañó a Ayame hacia la otra puerta.
—Ya verás, es súper relajante —canturreó la mujer, y se internó en los vestuarios.
Allá dentro sólo había una señora mayor, que se vestía ya para abandonar los onsen, de modo que en nada se quedaron totalmente solas. Kiroe se retiró silbando hacia un lado del vestuario y se desvistió.
Un cuerpo de mujer joven, pese a su edad, con curvas definidas y musculatura tersa y bien cuidada revelaba, no obstante, multitud de cicatrices en la espalda, brazos y piernas, aunque saltaba a la vista que la mujer había hecho lo posible por disimularlas. Si le avergonzaban, no daba muestras de ello.
No al menos mientras trataba de quitarse el último calcetín con ambas manos y dando saltitos.
—Está bien. Siempre es un buen momento para... conocernos mejor... —anunció, finalmente, y Daruu le miró un momento frunciéndole el ceño, luego a su madre. Después, hinchó los carrillos y cruzó los brazos con indignación.
«¿Lo ha hecho a drede para joderme, o es sólo mi imaginación?», pensó Daruu, alejándose hacia el interior del edificio mientras Zetsuo le arrojaba las llaves de su habitación a Kori para que las custodiara.
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Daruu apartó la cortina el último y se adentró en el modesto edificio adyacente al hotel que era el recinto de baños termales. Él seguía con los brazos cerrados y los ojos enterrados en el suelo, y avanzó junto a Zetsuo hacia la recepción.
El adulto escogió un yukata de color oscuro y Daruu prácticamente lo imitó. Le daba igual cualquier color, pero no le gustaba vestir colores chillones si no contamos con pequeños adornos aquí y allá, ni tampoco demasiado claros. Después, siguió al viejo águila hacia la zona de vestuarios, señalada con la palabra "hombres".
Kiroe escogió un color púrpura, muy propio en ella, y acompañó a Ayame hacia la otra puerta.
—Ya verás, es súper relajante —canturreó la mujer, y se internó en los vestuarios.
Allá dentro sólo había una señora mayor, que se vestía ya para abandonar los onsen, de modo que en nada se quedaron totalmente solas. Kiroe se retiró silbando hacia un lado del vestuario y se desvistió.
Un cuerpo de mujer joven, pese a su edad, con curvas definidas y musculatura tersa y bien cuidada revelaba, no obstante, multitud de cicatrices en la espalda, brazos y piernas, aunque saltaba a la vista que la mujer había hecho lo posible por disimularlas. Si le avergonzaban, no daba muestras de ello.
No al menos mientras trataba de quitarse el último calcetín con ambas manos y dando saltitos.