6/04/2016, 00:23
(Última modificación: 6/04/2016, 00:24 por Uchiha Datsue.)
¿Pero a qué cojones viene tanto miedo?
Fue pronunciar la palabra ojos y hasta la música pareció enmudecer, temerosa de llamar su atención. Las risitas susurradas se cortaron como una cabeza guillotinada, las miradas indiscretas cayeron al suelo, y hasta alguien que trataba de mantenerle la mirada terminó por escaquearse del local. Menudos faroles se debió marcar mi padre por aquí. Ya me encargaré de echárselos abajo… ¡AGH…! ¡Este era el momento perfecto para hacerlo, joder! Pero debo seguir manteniendo la farsa… Datsue asintió, como tratando de auto-convencerse. Sí, debo hacerlo.
—Tranquilo, viejo bastardo. No hace falta ponerse así —intervino Katame, mesándose la barba rojiza con la mano derecha; parecía amenazador y cauto a partes iguales—. ¡Aquí todos te conocen bien!
Ah, ¿sí? ¿Me conocen? Sin embargo, Datsue prefirió no responder. No se le ocurría nada bueno que decir. Procura que tus palabras sean mejor que el silencio. Menuda frase. Quien la haya inventado se merece un monumento, no como los que están en ese estúpido Valle.
—¡Anzu! ¿Qué te parece si cuidas un poco a mi viejo amigo? Lo noto más agrio que de costumbre —Katame volvió a reír, enseñando aquella dorada y siniestra dentadura.
—Da... Haskoz, es un hombre difícil de tratar. —Datsue reprimió una mueca de dolor. Por los pelos…—. Además, no estamos aquí de visita, si no por negocios. Buenos negocios.
Aquella palabra también cambiaba el rostro de la gente. Al menos, de la gente a quien iba referida, provocando un efecto totalmente opuesto al anterior. Katame pareció animarse, e incluso invitó a Datsue a tomar un poco del famoso omoide. El Uchiha quiso negarse, pero era demasiado tarde. Katame había desaparecido por donde había venido tras un regio movimiento florido, y sobre la barra ya había otro cuenco de cristal.
Como un niño que acepta un castigo a regañadientes, tomó el cuenco y siguió a Anzu hasta una mesa alejada, situada casi en una esquina del local. Datsue tomó asiento en un sofá, cómodo y blando, que le permitía ver la mayoría de la estancia. Anzu, por otra parte, tendría que ponerse de espaldas, a no ser que se sentase a su lado.
Deberíamos irnos.
Quiso decirlo, pero en su lugar se mordió la lengua. Ahora que se había alejado de Katame, se sentía mucho más seguro. El engaño parecía haber surgido efecto, y le habían abierto las puertas para negociar. Sin embargo, sabía muy bien que en cuanto volviese a tenerlo en frente se mancharía de nuevo los calzoncillos. Y eso me da muy mala espina, joder, muy mala espina.
Inclinó la cabeza hacia Anzu.
—Esto es peligroso… —Nada más susurrarlo, puso los ojos en blanco. ¿Desde cuándo decía semejantes obviedades?—. Lo que quiero decir es que este tipo conoce a Haskoz… y yo apenas. Como me pregunte alguna anécdota o cualquier tontería así no sabré cómo salir del paso.
Chasqueó la lengua. Se habían metido en plena boca del lobo, y su plan les exigía seguir allí, entre los colmillos. Bueno, si es que se le puede llamar plan a lo que tenemos.
Frustrado, empezó a juguetear con la cucharilla de plata y la pasta azul. Una cuchara, pasta azul… La forma de tomar esta mierda debería de ser… Sin pensárselo, como queriendo confirmar su conjetura, se llevó una cucharada a la boca y tragó…
… Quizá si se lo hubiese pensado no lo hubiese hecho.
Fue pronunciar la palabra ojos y hasta la música pareció enmudecer, temerosa de llamar su atención. Las risitas susurradas se cortaron como una cabeza guillotinada, las miradas indiscretas cayeron al suelo, y hasta alguien que trataba de mantenerle la mirada terminó por escaquearse del local. Menudos faroles se debió marcar mi padre por aquí. Ya me encargaré de echárselos abajo… ¡AGH…! ¡Este era el momento perfecto para hacerlo, joder! Pero debo seguir manteniendo la farsa… Datsue asintió, como tratando de auto-convencerse. Sí, debo hacerlo.
—Tranquilo, viejo bastardo. No hace falta ponerse así —intervino Katame, mesándose la barba rojiza con la mano derecha; parecía amenazador y cauto a partes iguales—. ¡Aquí todos te conocen bien!
Ah, ¿sí? ¿Me conocen? Sin embargo, Datsue prefirió no responder. No se le ocurría nada bueno que decir. Procura que tus palabras sean mejor que el silencio. Menuda frase. Quien la haya inventado se merece un monumento, no como los que están en ese estúpido Valle.
—¡Anzu! ¿Qué te parece si cuidas un poco a mi viejo amigo? Lo noto más agrio que de costumbre —Katame volvió a reír, enseñando aquella dorada y siniestra dentadura.
—Da... Haskoz, es un hombre difícil de tratar. —Datsue reprimió una mueca de dolor. Por los pelos…—. Además, no estamos aquí de visita, si no por negocios. Buenos negocios.
Aquella palabra también cambiaba el rostro de la gente. Al menos, de la gente a quien iba referida, provocando un efecto totalmente opuesto al anterior. Katame pareció animarse, e incluso invitó a Datsue a tomar un poco del famoso omoide. El Uchiha quiso negarse, pero era demasiado tarde. Katame había desaparecido por donde había venido tras un regio movimiento florido, y sobre la barra ya había otro cuenco de cristal.
Como un niño que acepta un castigo a regañadientes, tomó el cuenco y siguió a Anzu hasta una mesa alejada, situada casi en una esquina del local. Datsue tomó asiento en un sofá, cómodo y blando, que le permitía ver la mayoría de la estancia. Anzu, por otra parte, tendría que ponerse de espaldas, a no ser que se sentase a su lado.
Deberíamos irnos.
Quiso decirlo, pero en su lugar se mordió la lengua. Ahora que se había alejado de Katame, se sentía mucho más seguro. El engaño parecía haber surgido efecto, y le habían abierto las puertas para negociar. Sin embargo, sabía muy bien que en cuanto volviese a tenerlo en frente se mancharía de nuevo los calzoncillos. Y eso me da muy mala espina, joder, muy mala espina.
Inclinó la cabeza hacia Anzu.
—Esto es peligroso… —Nada más susurrarlo, puso los ojos en blanco. ¿Desde cuándo decía semejantes obviedades?—. Lo que quiero decir es que este tipo conoce a Haskoz… y yo apenas. Como me pregunte alguna anécdota o cualquier tontería así no sabré cómo salir del paso.
Chasqueó la lengua. Se habían metido en plena boca del lobo, y su plan les exigía seguir allí, entre los colmillos. Bueno, si es que se le puede llamar plan a lo que tenemos.
Frustrado, empezó a juguetear con la cucharilla de plata y la pasta azul. Una cuchara, pasta azul… La forma de tomar esta mierda debería de ser… Sin pensárselo, como queriendo confirmar su conjetura, se llevó una cucharada a la boca y tragó…
… Quizá si se lo hubiese pensado no lo hubiese hecho.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado