6/04/2016, 15:57
(Última modificación: 6/04/2016, 15:59 por Uchiha Akame.)
Datsue —o Haskoz, como todos le llamaban allí— estaba tan perdido y aterrorizado como Anzu; lo disimulaba mejor, pero cada vez que hablaba, en su voz se podía percibir el miedo que le atenazaba. Tomaron asiento en lados opuestos de una pequeña mesa, con el Uchiha tomando la delantera y colocándose en una posición desde la que podía observar la mayor parte del local. Anzu estuvo a punto de gruñir, molesta, porque ella ya le había echado el ojo a ese sofá, pero luego recordó dónde estaba... Y qué pensaba hacer. Eres retrasada mental, Anzu, ¿crees que es momento para ponerse a pensar en comodidades? ¡Espabila! Aunque en ese momento no le pareció como tal, aquel detalle fue un eje de cambio sobre el que pivotaría su madurez; porque, sencilla y sutilmente, le había hecho darse cuenta de lo niña que era, y de lo peligrosa que su profesión iba a ser en un futuro cercano.
—Esto es peligroso… — susurró Datsue, y Anzu tuvo que contenerse para no soltar una carcajada ácida—. Lo que quiero decir es que este tipo conoce a Haskoz… y yo apenas. Como me pregunte alguna anécdota o cualquier tontería así no sabré cómo salir del paso.
La Yotsuki abrió los ojos cuanto fue capaz, primero sorprendida, y luego dejando que el brillo incofundible de la ira los inundase.
—¿Te has disfrazado de alguien a quien todo el mundo conoce menos tú? —apretó los puños con tanta fuerza que creyó que su Henge iba a deshacerse—. Eres. Un. Genio. Enhorabuena, nos has jodido bien. A los dos. ¿Cuál es el plan ahora, soci...?
Datsue llevaba un par de minutos jugueteando con su diminuta cucharilla plateada. Anzu no le había prestado atención al 'tic', porque desde el primer momento en que había hablado a su compañero del omoide, supuso que le había quedado claro lo peligroso que era. Se equivocó.
Para ella, todo transcurrió realmente despacio. El Uchiha tomó con repentina firmeza la cuchara, enterrándola en su cuenco con pasta azulada. Luego se la llevó a la boca... Y tragó.
—Me cago en todos los dioses de Oonindo.
Ni siquiera fue capaz de reaccionar. ¿Qué más daba? Datsue ya se había metido una buena cucharadita, directamente en la garganta. Anzu no había tenido oportunidad alguna de decirle que el omoide no se ingería directamente: era una sustancia demasiado potente. En lugar de eso, los consumidores utilizaban aquellas cucharas diminutas para ponerse una pequeña cantidad en las encías —o el dedo meñique, cuando ya estaban lo bastante consumidos como para drogarse en un sucio callejón—, y dejaban que poco a poco fuese entrando en su organismo.
Estaban jodidos.
—Esto es peligroso… — susurró Datsue, y Anzu tuvo que contenerse para no soltar una carcajada ácida—. Lo que quiero decir es que este tipo conoce a Haskoz… y yo apenas. Como me pregunte alguna anécdota o cualquier tontería así no sabré cómo salir del paso.
La Yotsuki abrió los ojos cuanto fue capaz, primero sorprendida, y luego dejando que el brillo incofundible de la ira los inundase.
—¿Te has disfrazado de alguien a quien todo el mundo conoce menos tú? —apretó los puños con tanta fuerza que creyó que su Henge iba a deshacerse—. Eres. Un. Genio. Enhorabuena, nos has jodido bien. A los dos. ¿Cuál es el plan ahora, soci...?
Datsue llevaba un par de minutos jugueteando con su diminuta cucharilla plateada. Anzu no le había prestado atención al 'tic', porque desde el primer momento en que había hablado a su compañero del omoide, supuso que le había quedado claro lo peligroso que era. Se equivocó.
Para ella, todo transcurrió realmente despacio. El Uchiha tomó con repentina firmeza la cuchara, enterrándola en su cuenco con pasta azulada. Luego se la llevó a la boca... Y tragó.
—Me cago en todos los dioses de Oonindo.
Ni siquiera fue capaz de reaccionar. ¿Qué más daba? Datsue ya se había metido una buena cucharadita, directamente en la garganta. Anzu no había tenido oportunidad alguna de decirle que el omoide no se ingería directamente: era una sustancia demasiado potente. En lugar de eso, los consumidores utilizaban aquellas cucharas diminutas para ponerse una pequeña cantidad en las encías —o el dedo meñique, cuando ya estaban lo bastante consumidos como para drogarse en un sucio callejón—, y dejaban que poco a poco fuese entrando en su organismo.
Estaban jodidos.