7/04/2016, 18:04
Había esperado cualquier tipo de reacción por parte de Kōri. Había esperado recibir su mirada impasible como dos bloques de hielo. Había esperado incluso que volviera a lanzarle el bollito a la cara... Pero jamás podría haber esperado lo que ocurrió a continuación.
Kōri, el impasible, el inexpresivo, el inquebrantable hielo; rompió a reír súbitamente y la sensación que le produjo a la estupefacta Ayame, que se había quedado casi literalmente congelada en el sitio, fue la misma que si hubiera escuchado cómo un glaciar se resquebrajaba y se rompía bajo sus pies. Aquello había sido tan sorpresivo como ver un perro verde por la calle, y durante un instante Ayame llegó a dudar de que aquel chico fuera realmente su hermano; tal y como había ocurrido con el Karoi impostor.
Su mano derecha se movió ligeramente, y poco le faltó para liberar el kunai que escondía bajo su manga. Hasta que recordó la pasión de Kōri por los bollitos de vainilla; hasta que recordó que el suelo se había congelado bajo sus pies, atrapando a todos los Hōzuki que habían atentado contra ella...
—Eres tonta, hermanita —soltó, enjugándose las lágrimas y recuperando en cuestión de segundos aquel rostro marmóreo e impasible que conocía tan bien—. Mi papel de hermano mayor es sólo asegurar que no te pase nada. Y si Daruu resulta ser un buen chico, pues está bien así —tomó otro bollito tras devorar con una última dentellada el último. ¿Pero cuántos llevaba ya? Ayame se apresuró a terminarse el suyo engulléndolo como un pavo y estiró la mano para alcanzar el que sería su segundo bollito. ¡Si no espabilaba iba a dejarle sin ninguno!—. Además, a lo mejor sabe hacer también estos bollitos, y si eso es así... pues está bien así, también —aseguró, con un especial brillo de entusiasmo en sus ojos, y Ayame entrecerró los ojos ligeramente.
«¿No te estarás inventando todas esas tonterías como una posibilidad para tener bollitos asegurados, no, hermano?» Pensó, pero no llegó a formular la pregunta en voz alta. Pese a todo, seguía sintiendo aquel extraño cosquilleo en las mejillas y la base del estómago. ¿Le gustaba Daruu? ¿Él sería capaz de sentir algo más allá de simple amistad por alguien como ella? Le dolía el corazón de solo pensarlo... ¡Maldita fuera Kōri! ¡Solo había conseguido confundirla aún más!
—¿No tienes alguna pregunta más? Dejemos lo de Daruu. Es posible que no podamos hablar de lo de Kusagakure con tranquilidad y con sinceridad a partir de que vuelva padre.
Ayame suspiró, aliviada en parte por el cambio de tema. Sin embargo, el cosquilleo en su pecho se vio rápidamente sustituido por aquel sentimiento de terror que llevaba atenazándola desde el principio de la noche. No. Desde que comenzaron las pesadillas.
—En realidad... —Agachó la mirada, y se abrazó las rodillas en un vano intento de hacerse más pequeña. Le costó algunos segundos seguir hablando, y cuando lo hizo bajó la voz hasta convertirla en apenas un susurro—. Aún no conozco lo más importante... Sé que fui yo la que lo hizo. Se me han grabado a fuego absolutamente todos los detalles de aquella noche... —volvió a llevarse la mano a la frente, y sus dedos aferraron sus cabellos casi con brusquedad—. Pero... no sé... por qué.
Alzó la mirada, de nuevo temblorosa, y buscó algún tipo de sustento en la gelidez de los ojos de su hermano.
—¿Por qué se decidió hacer eso? ¿Por qué tuve que ser yo? ¿No había cualquier otra manera? —le preguntó, con voz asfixiada.
Kōri, el impasible, el inexpresivo, el inquebrantable hielo; rompió a reír súbitamente y la sensación que le produjo a la estupefacta Ayame, que se había quedado casi literalmente congelada en el sitio, fue la misma que si hubiera escuchado cómo un glaciar se resquebrajaba y se rompía bajo sus pies. Aquello había sido tan sorpresivo como ver un perro verde por la calle, y durante un instante Ayame llegó a dudar de que aquel chico fuera realmente su hermano; tal y como había ocurrido con el Karoi impostor.
Su mano derecha se movió ligeramente, y poco le faltó para liberar el kunai que escondía bajo su manga. Hasta que recordó la pasión de Kōri por los bollitos de vainilla; hasta que recordó que el suelo se había congelado bajo sus pies, atrapando a todos los Hōzuki que habían atentado contra ella...
—Eres tonta, hermanita —soltó, enjugándose las lágrimas y recuperando en cuestión de segundos aquel rostro marmóreo e impasible que conocía tan bien—. Mi papel de hermano mayor es sólo asegurar que no te pase nada. Y si Daruu resulta ser un buen chico, pues está bien así —tomó otro bollito tras devorar con una última dentellada el último. ¿Pero cuántos llevaba ya? Ayame se apresuró a terminarse el suyo engulléndolo como un pavo y estiró la mano para alcanzar el que sería su segundo bollito. ¡Si no espabilaba iba a dejarle sin ninguno!—. Además, a lo mejor sabe hacer también estos bollitos, y si eso es así... pues está bien así, también —aseguró, con un especial brillo de entusiasmo en sus ojos, y Ayame entrecerró los ojos ligeramente.
«¿No te estarás inventando todas esas tonterías como una posibilidad para tener bollitos asegurados, no, hermano?» Pensó, pero no llegó a formular la pregunta en voz alta. Pese a todo, seguía sintiendo aquel extraño cosquilleo en las mejillas y la base del estómago. ¿Le gustaba Daruu? ¿Él sería capaz de sentir algo más allá de simple amistad por alguien como ella? Le dolía el corazón de solo pensarlo... ¡Maldita fuera Kōri! ¡Solo había conseguido confundirla aún más!
—¿No tienes alguna pregunta más? Dejemos lo de Daruu. Es posible que no podamos hablar de lo de Kusagakure con tranquilidad y con sinceridad a partir de que vuelva padre.
Ayame suspiró, aliviada en parte por el cambio de tema. Sin embargo, el cosquilleo en su pecho se vio rápidamente sustituido por aquel sentimiento de terror que llevaba atenazándola desde el principio de la noche. No. Desde que comenzaron las pesadillas.
—En realidad... —Agachó la mirada, y se abrazó las rodillas en un vano intento de hacerse más pequeña. Le costó algunos segundos seguir hablando, y cuando lo hizo bajó la voz hasta convertirla en apenas un susurro—. Aún no conozco lo más importante... Sé que fui yo la que lo hizo. Se me han grabado a fuego absolutamente todos los detalles de aquella noche... —volvió a llevarse la mano a la frente, y sus dedos aferraron sus cabellos casi con brusquedad—. Pero... no sé... por qué.
Alzó la mirada, de nuevo temblorosa, y buscó algún tipo de sustento en la gelidez de los ojos de su hermano.
—¿Por qué se decidió hacer eso? ¿Por qué tuve que ser yo? ¿No había cualquier otra manera? —le preguntó, con voz asfixiada.