10/04/2016, 16:05
Ayame se esmeró en el baño. Se esmeró con toda su intención. Alejada a propósito de Kiroe, se lavó concienzudamente una y otra vez en un intento vano de retrasar lo inevitable e incluso dejó que la mujer la adelantara y se fuera por su cuenta a las aguas termales.
Repentinamente, había perdido todas las ganas de estar en aquel lugar. Y no sabía si se debía al hecho de encontrarse completamente desnuda frente a otra mujer a la que, pese a tener tanta familiaridad con ella, realmente no conocía en demasía o a que tendría que poner todo su esfuerzo en mantener oculta su marca de nacimiento con lo poco que podía llevar consigo.
El onsen era un lugar de paz y tranquilidad en el que todos se mostraban tal y como eran y se abandonaban a la pureza de las aguas...
Esa era la teoría. Pero Ayame no estaba preparada para mostrarse de aquella manera, de desvelarse por completo.
De hecho, cuando se levantó del taburete en el que había estado sentada durante todo el proceso y dio la vuelta, se alarmó al ver en su espalda el kanji 鉄 grabado en tinta sobre su piel. Debía dar gracias a que sólo estaban Kiroe y ella en aquel lugar, si no, no sabría qué hacer para ocultarlo.
Con un pesado suspiro, Ayame volvió a colocarse la toallita sobre la frente y abandonó los baños para dirigirse al fin a los estanques de aguas termales.
Y la belleza del lugar no tardó en cautivarla por completo. Algunos farolillos dispersos daban al ambiente una iluminación cálida y acogedora y la orilla del onsen estaba decorada con piedras irregulares naturales. El vapor emanaba directamente de las aguas del estanque, llenándolo todo de una humedad cálida y turbadora.
—Esto es una auténtica delicia, ya verás, Ayame... —suspiró Kiroe, ya dentro del agua.
Ayame se acercó con cierto reparo al extremo opuesto adonde se encontraba la mujer, sujetando la toallita sobre su frente como si le fuera la vida en ello. Con la torpeza de la inexperiencia, metió el pie directamente en el agua y un súbito pinchazo le hizo apartarse y saltar.
—¡AY, QUEMA!
El grito de la chiquilla debía de haberse escuchado en todo el onsen, y Zetsuo sacó una mano del agua para restregarse la frente con un pesado suspiro.
—Esta niña... —farfulló, incapaz de creer que su hija fuese incapaz de guardar silencio en un lugar de descanso y relajación como aquel. Y mira que le había advertido que no se encontraban en unas vulgares piscinas...
Cerca de él, Daruu seguía con aquel mismo gesto enfurruñado que había exhibido desde el mismo momento en el que decidieron darse unos baños. Tenía los ojos fijos en las rocas que los rodeaban, como si tratara de descifrar un mensaje en ellas que sólo él era capaz de leer.
Aquella era la misma cara de un niño al que no han llevado al parque...
—Parece que se te dan bien las flores. —Zetsuo entrecerró los ojos peligrosamente al romper el hielo—. Dime, Hanaiko, ¿a cuántas chicas has engatusado ya con ese truco tuyo?
Se había esforzado en mantener el tono de voz relajado y monótono. Pero el ambiente estaba lejos de estar igual de relajado...
Ayame se había hundido todo lo que había podido. El nivel del agua apenas rebasaba la punta de su nariz, pero eso no impedía ver que estaba roja como un tomate, avergonzada de lo exaltada de su reacción al subestimar las aguas del onsen.
Así pasaron varios minutos, en completo silencio, mientras sólo el correr del agua llenaba sus tímpanos. Kiroe se movió ligeramente, pero Ayame no volvió la mirada hacia ella. No la miraba desde que había entrado en los vestuarios y no tenía intención de hacerlo ahora.
—¿Por qué te tapas la luna? —preguntó de repente, y Ayame sintió que su corazón se olvidaba de latir durante un instante—. Si es preciosa, mujer. Ya me gustaría a mí tener una marca de nacimiento como esa. Los dioses sólo me dejaron una mancha marrón con forma de melocotón en el culo.
Se rio. Y Ayame lo habría hecho en cualquier otra ocasión. Sin embargo, se apretó con más fuerza aún la toallita sobre la frente y se mordió el labio inferior.
—D... ¿De qué... luna hablas? —replicó, con un hilo de voz, sus ojos fijos en las ondas de agua como si fueran lo más fascinante del universo. Estaba extendiendo su reflejo de no mirar a los ojos como si Kiroe fuera capaz de leerle el pensamiento como hacía su padre—. S... sólo mi padre tiene esa marca de nacimiento...
Repentinamente, había perdido todas las ganas de estar en aquel lugar. Y no sabía si se debía al hecho de encontrarse completamente desnuda frente a otra mujer a la que, pese a tener tanta familiaridad con ella, realmente no conocía en demasía o a que tendría que poner todo su esfuerzo en mantener oculta su marca de nacimiento con lo poco que podía llevar consigo.
El onsen era un lugar de paz y tranquilidad en el que todos se mostraban tal y como eran y se abandonaban a la pureza de las aguas...
Esa era la teoría. Pero Ayame no estaba preparada para mostrarse de aquella manera, de desvelarse por completo.
De hecho, cuando se levantó del taburete en el que había estado sentada durante todo el proceso y dio la vuelta, se alarmó al ver en su espalda el kanji 鉄 grabado en tinta sobre su piel. Debía dar gracias a que sólo estaban Kiroe y ella en aquel lugar, si no, no sabría qué hacer para ocultarlo.
Con un pesado suspiro, Ayame volvió a colocarse la toallita sobre la frente y abandonó los baños para dirigirse al fin a los estanques de aguas termales.
Y la belleza del lugar no tardó en cautivarla por completo. Algunos farolillos dispersos daban al ambiente una iluminación cálida y acogedora y la orilla del onsen estaba decorada con piedras irregulares naturales. El vapor emanaba directamente de las aguas del estanque, llenándolo todo de una humedad cálida y turbadora.
—Esto es una auténtica delicia, ya verás, Ayame... —suspiró Kiroe, ya dentro del agua.
Ayame se acercó con cierto reparo al extremo opuesto adonde se encontraba la mujer, sujetando la toallita sobre su frente como si le fuera la vida en ello. Con la torpeza de la inexperiencia, metió el pie directamente en el agua y un súbito pinchazo le hizo apartarse y saltar.
—¡AY, QUEMA!
...
El grito de la chiquilla debía de haberse escuchado en todo el onsen, y Zetsuo sacó una mano del agua para restregarse la frente con un pesado suspiro.
—Esta niña... —farfulló, incapaz de creer que su hija fuese incapaz de guardar silencio en un lugar de descanso y relajación como aquel. Y mira que le había advertido que no se encontraban en unas vulgares piscinas...
Cerca de él, Daruu seguía con aquel mismo gesto enfurruñado que había exhibido desde el mismo momento en el que decidieron darse unos baños. Tenía los ojos fijos en las rocas que los rodeaban, como si tratara de descifrar un mensaje en ellas que sólo él era capaz de leer.
Aquella era la misma cara de un niño al que no han llevado al parque...
—Parece que se te dan bien las flores. —Zetsuo entrecerró los ojos peligrosamente al romper el hielo—. Dime, Hanaiko, ¿a cuántas chicas has engatusado ya con ese truco tuyo?
Se había esforzado en mantener el tono de voz relajado y monótono. Pero el ambiente estaba lejos de estar igual de relajado...
...
Ayame se había hundido todo lo que había podido. El nivel del agua apenas rebasaba la punta de su nariz, pero eso no impedía ver que estaba roja como un tomate, avergonzada de lo exaltada de su reacción al subestimar las aguas del onsen.
Así pasaron varios minutos, en completo silencio, mientras sólo el correr del agua llenaba sus tímpanos. Kiroe se movió ligeramente, pero Ayame no volvió la mirada hacia ella. No la miraba desde que había entrado en los vestuarios y no tenía intención de hacerlo ahora.
—¿Por qué te tapas la luna? —preguntó de repente, y Ayame sintió que su corazón se olvidaba de latir durante un instante—. Si es preciosa, mujer. Ya me gustaría a mí tener una marca de nacimiento como esa. Los dioses sólo me dejaron una mancha marrón con forma de melocotón en el culo.
Se rio. Y Ayame lo habría hecho en cualquier otra ocasión. Sin embargo, se apretó con más fuerza aún la toallita sobre la frente y se mordió el labio inferior.
—D... ¿De qué... luna hablas? —replicó, con un hilo de voz, sus ojos fijos en las ondas de agua como si fueran lo más fascinante del universo. Estaba extendiendo su reflejo de no mirar a los ojos como si Kiroe fuera capaz de leerle el pensamiento como hacía su padre—. S... sólo mi padre tiene esa marca de nacimiento...