11/04/2016, 00:52
—Ese tío es un jodido monstruo ¿Qué nos ha pasado? Nunca había visto a nadie hacer algo así...
—No lo sé... —dijo Daruu, retirándose del borde del prisma de madera, secándose el sudor con la muñequera derecha, después de comprobar que el hombre aún no subía, o no pretendía hacerlo—. Pero más nos vale darn... o... s... Pri...
Aquella sensación de opresión había vuelto. La sintió primero en los pies, luego hizo que doblara las rodillas y que quedara con el cuerpo arqueado, los brazos caídos, y finalmente en el peso de la barbilla, que fue difícil levantar para contemplar el rostro de aquél que estaba provocando esa fuerza sobrehumana. Se sintió como si alguien acabara de poner un gigantesco imán debajo suyo, y comprendió que era inútil resistirse.
—¡No podéis escapar, criajos del demonio!
—Ngh...
El mercenario cogió el contenedor con ambas manos y lo levantó como quien coge un lápiz para escribir. Arrojó el recipiente de metal contra el suelo, y se desparramó el contenido por el suelo. El contenido no incluía a Satoru, claro.
«¿Qué hago? ¿Alegrarme porque el tal Satoru se ha escapado o cagarme en mi vida porque esto significa que nos va a caer la de Rikudo en bragas?», se preguntó Daruu genuinamente, casi por reír antes que llorar.
Pero estaba acojonadísimo.
—Así que sólo estábais distrayéndome para que Satoru-sama pudiera escapar...
—Pero qué... Cojones... Estás.... Diciendo... No sabemos... Nada de... Ese Satoru...
«Es inútil... Es evidente que lo sabíamos, joder. No vas a engañarle.»
—¡Mientes! —Y de pronto, Daruu notó sus ojos llenos de ira clavados en él—. ¡Y tú! Tú eres Hanaiko Daruu, de Amegakure. ¡Un guerrero prometedor como tú debería tener más dignidad! ¿Qué dirá tu Kage cuando sepa que estás negando ayuda al propio Machii Isao, pariente cercano de Daimyo-sama?
De pronto, sintió como si el mercenario acabase de arrojarle un cubo de agua helada por la cabeza. Como si el mundo se hubiera dado la vuelta. Sus intenciones fueran loables o no, lo cierto es que aquél tío trabajaba para el señor feudal.
—Estaba... muy mal... —balbuceó, triplemente cohibido: por la asfixia, por el miedo y por la metedura de pata—. Parecía... Salido... de una sala de... tortura.
—No lo sé... —dijo Daruu, retirándose del borde del prisma de madera, secándose el sudor con la muñequera derecha, después de comprobar que el hombre aún no subía, o no pretendía hacerlo—. Pero más nos vale darn... o... s... Pri...
Aquella sensación de opresión había vuelto. La sintió primero en los pies, luego hizo que doblara las rodillas y que quedara con el cuerpo arqueado, los brazos caídos, y finalmente en el peso de la barbilla, que fue difícil levantar para contemplar el rostro de aquél que estaba provocando esa fuerza sobrehumana. Se sintió como si alguien acabara de poner un gigantesco imán debajo suyo, y comprendió que era inútil resistirse.
—¡No podéis escapar, criajos del demonio!
—Ngh...
El mercenario cogió el contenedor con ambas manos y lo levantó como quien coge un lápiz para escribir. Arrojó el recipiente de metal contra el suelo, y se desparramó el contenido por el suelo. El contenido no incluía a Satoru, claro.
«¿Qué hago? ¿Alegrarme porque el tal Satoru se ha escapado o cagarme en mi vida porque esto significa que nos va a caer la de Rikudo en bragas?», se preguntó Daruu genuinamente, casi por reír antes que llorar.
Pero estaba acojonadísimo.
—Así que sólo estábais distrayéndome para que Satoru-sama pudiera escapar...
—Pero qué... Cojones... Estás.... Diciendo... No sabemos... Nada de... Ese Satoru...
«Es inútil... Es evidente que lo sabíamos, joder. No vas a engañarle.»
—¡Mientes! —Y de pronto, Daruu notó sus ojos llenos de ira clavados en él—. ¡Y tú! Tú eres Hanaiko Daruu, de Amegakure. ¡Un guerrero prometedor como tú debería tener más dignidad! ¿Qué dirá tu Kage cuando sepa que estás negando ayuda al propio Machii Isao, pariente cercano de Daimyo-sama?
De pronto, sintió como si el mercenario acabase de arrojarle un cubo de agua helada por la cabeza. Como si el mundo se hubiera dado la vuelta. Sus intenciones fueran loables o no, lo cierto es que aquél tío trabajaba para el señor feudal.
—Estaba... muy mal... —balbuceó, triplemente cohibido: por la asfixia, por el miedo y por la metedura de pata—. Parecía... Salido... de una sala de... tortura.