11/04/2016, 12:13
(Última modificación: 11/04/2016, 12:14 por Uchiha Akame.)
El mercenario fulminó con la mirada a los dos gennin, y por un momento Anzu creyó que aquella invisible presa en torno a su cuello iba a cerrarse por fin, de forma mortuoria y definitiva. Sin embargo, tras unos momentos de tensión, el hombre relajó la crispada expresión de su rostro; como si aquella fuerza que los sometía fuese una extensión de él mismo, se debilitó hasta dejarlos en libertad. Anzu tomó una bocanada de aire con exagerado alivio, sintiendo sus pulmones hincharse sin impedimentos. Parece que no hubiera respirado bien en años. Estuvo a punto de caer de rodillas, pero se contuvo. Ya había ofrecido una imagen suficientemente patética ante Daruu.
—Una sala de torturas... —murmuró el mercenario, con cierta tristeza—. Parece que estáis diciendo la verdad. Pero entonces, ¿qué hacíais hablando con Satoru-sama en aquella plaza?
A la Yotsuki le pareció tan obvia la respuesta que no fue capaz de contener un bufido burlón. Agachó la cabeza cuando sintió la mirada dura y peligrosa de aquel hombre clavándose sobre ella.
—Ya te lo hemos dicho, ¡no conocemos de nada a ese 'raruno'! Este socio y yo estábamos comiendo ramen cuando se nos acercó balbuceando y pidiendo ayuda.
El mercenario le sostuvo la mirada largo rato, como si estuviera evaluando si Anzu decía la verdad o no.
—Ya veo. —calló durante unos instantes, y su rostro adoptó un gesto reflexivo que no le era nada propio; surcado de cicatrices y de aspecto curtido, aquel tipo parecía de los que nunca le daban dos vueltas a una misma idea—. Seré franco con vosotros, empezando desde el principio.
—Satoru-sama es el primogénito de Bayushi-sama, primo segundo de Daimyo-sama. Desde que era niño, siempre ha sido... —caviló un momento, buscando una forma respetuosa de explicarlo—. Peculiar. Cree que tiene poderes sobrenaturales y que los dioses le han maldecido, y con los años ha ido a peor. Ahora no pasan dos meses sin que intente escapar de la ciudad, Amaterasu sabe para qué. Él insiste en que tiene un 'don' y una misión que cumplir...
De repente se detuvo. La expresión dura y feroz del mercenario fue sustituída, durante un minúsculo instante, por la tristeza. Fue sólo un segundo; antes de que Anzu pudiera darse cuenta, volvía a ser el veterano corpulento, peligroso, y con un chakra con la fuerza de una tormenta en el mar.
—Sin supervisión, Satoru-sama es un peligro para sí mismo y para quienes le rodean —sentenció—. Así pues... Parece que él ha confiado en vosotros. ¿Me asistiréis en su búsqueda?
La Yotsuki se frotó las manos, nerviosa, con el recuerdo de aquella presa invisible cerrándole el pecho. ¿Podía negarse? No creo que este gorila sea de los que toleran un 'no' por respuesta... Resopló, resignada y molesta.
—En mi Aldea primero se da, y luego se pide —replicó, y no tardó en lamentarse de lo descarado de sus palabras—. Dinos al menos tu nombre. —agregó luego, esperando corregir lo anterior.
—Podéis llamarme Jin.
—Una sala de torturas... —murmuró el mercenario, con cierta tristeza—. Parece que estáis diciendo la verdad. Pero entonces, ¿qué hacíais hablando con Satoru-sama en aquella plaza?
A la Yotsuki le pareció tan obvia la respuesta que no fue capaz de contener un bufido burlón. Agachó la cabeza cuando sintió la mirada dura y peligrosa de aquel hombre clavándose sobre ella.
—Ya te lo hemos dicho, ¡no conocemos de nada a ese 'raruno'! Este socio y yo estábamos comiendo ramen cuando se nos acercó balbuceando y pidiendo ayuda.
El mercenario le sostuvo la mirada largo rato, como si estuviera evaluando si Anzu decía la verdad o no.
—Ya veo. —calló durante unos instantes, y su rostro adoptó un gesto reflexivo que no le era nada propio; surcado de cicatrices y de aspecto curtido, aquel tipo parecía de los que nunca le daban dos vueltas a una misma idea—. Seré franco con vosotros, empezando desde el principio.
—Satoru-sama es el primogénito de Bayushi-sama, primo segundo de Daimyo-sama. Desde que era niño, siempre ha sido... —caviló un momento, buscando una forma respetuosa de explicarlo—. Peculiar. Cree que tiene poderes sobrenaturales y que los dioses le han maldecido, y con los años ha ido a peor. Ahora no pasan dos meses sin que intente escapar de la ciudad, Amaterasu sabe para qué. Él insiste en que tiene un 'don' y una misión que cumplir...
De repente se detuvo. La expresión dura y feroz del mercenario fue sustituída, durante un minúsculo instante, por la tristeza. Fue sólo un segundo; antes de que Anzu pudiera darse cuenta, volvía a ser el veterano corpulento, peligroso, y con un chakra con la fuerza de una tormenta en el mar.
—Sin supervisión, Satoru-sama es un peligro para sí mismo y para quienes le rodean —sentenció—. Así pues... Parece que él ha confiado en vosotros. ¿Me asistiréis en su búsqueda?
La Yotsuki se frotó las manos, nerviosa, con el recuerdo de aquella presa invisible cerrándole el pecho. ¿Podía negarse? No creo que este gorila sea de los que toleran un 'no' por respuesta... Resopló, resignada y molesta.
—En mi Aldea primero se da, y luego se pide —replicó, y no tardó en lamentarse de lo descarado de sus palabras—. Dinos al menos tu nombre. —agregó luego, esperando corregir lo anterior.
—Podéis llamarme Jin.