12/04/2016, 11:52
El chico no tardó ni un segundo en satisfacer las expectativas que tenía Zetsuo de él, y saltó como una verdadera exhalación ante su provocación.
—Pero bueno, hasta aquí podíamos llegar —protestó, indignado—. Escucha, intento respetar a mis mayores, pero estás pasando unas cuantas líneas. Yo no engatuso a nadie con flores, ni estaba intentando engatusar a Ayame. Déjame en paz, y de paso déjala en paz a ella también, que ya es mayorcita. Es más, el que debería madurar eres tú.
El chico se dejó caer de nuevo en el agua y sacó una mano. Zetsuo alzó una ceja al ver en ella una radiante rosa roja que Daruu no tardó en arrojar cerca de él.
—¿Tienes envidia? Toma, una flor, para engatusarte.
«Te rompes tan fácil como una simple ramita, Hanaiko.» Pensó, sin moverse un ápice, ni apartar sus entrecerrados ojos de los del muchacho. Súbitamente, el aire pareció crisparse aún más, como si una corriente de electricidad estática inundara el onsen.
Lentamente, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, Zetsuo tomó la rosa en la palma de su mano.
—¿Acaso crees que soy gilipollas, condenado mocoso? —preguntó, con el peligro rezumando en sus labios como el veneno de una serpiente—. A vuestra edad, emborrachados de hormonas, sois más peligrosos que perros en celo. ¿De verdad crees que no lo sé? —Zetsuo volvió a intentar atravesar su mente, pero aquella inexplicable barrera invisible le impedía seguir más allá y aquello sólo lo frustraba más. Apretó el puño con violencia, y la rosa se vio desintegrada en un sinfín de pétalos rojos. Ni siquiera notó las espinas clavarse en su mano—. Ayame no es una chica cualquiera. ¡Mientras viva bajo mi techo no permitiré que alguien tan debilucho como tú la seduzca de ninguna manera!
—¡Já! —rio Kiroe, con una ladina sonrisa de zorro—. Que te crees que no te he visto cuando sólo eras un bebé llorón y cagón. A ti y a Kōri. La marca la tenéis los tres. Por si no molase lo suficiente cada uno tenéis una distinta.
Ayame se hundió aún más en el agua. Por un momento se había olvidado de la marca de su hermano, y por un momento la envidió. Kōri era la luna nueva, y en su mano un apenas perceptible círculo lo señalaba como Aotsuki.
—Hace un tiempo empezaste a esconderla y no sé por qué leches lo haces. Es una pasada, además te favorecería, con ese trajecillo azul que siempre llevas puesto.
No tenía ninguna escapatoria. Ninguna excusa que dar.
Los ojos se le empañaron de lágrimas al recordar su particular infierno del pasado. Si ella hubiese tenido una marca como la de Kōri, nadie la habría notado jamás. Si ella hubiese nacido sin marca...
—Pero bueno, hasta aquí podíamos llegar —protestó, indignado—. Escucha, intento respetar a mis mayores, pero estás pasando unas cuantas líneas. Yo no engatuso a nadie con flores, ni estaba intentando engatusar a Ayame. Déjame en paz, y de paso déjala en paz a ella también, que ya es mayorcita. Es más, el que debería madurar eres tú.
El chico se dejó caer de nuevo en el agua y sacó una mano. Zetsuo alzó una ceja al ver en ella una radiante rosa roja que Daruu no tardó en arrojar cerca de él.
—¿Tienes envidia? Toma, una flor, para engatusarte.
«Te rompes tan fácil como una simple ramita, Hanaiko.» Pensó, sin moverse un ápice, ni apartar sus entrecerrados ojos de los del muchacho. Súbitamente, el aire pareció crisparse aún más, como si una corriente de electricidad estática inundara el onsen.
Lentamente, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, Zetsuo tomó la rosa en la palma de su mano.
—¿Acaso crees que soy gilipollas, condenado mocoso? —preguntó, con el peligro rezumando en sus labios como el veneno de una serpiente—. A vuestra edad, emborrachados de hormonas, sois más peligrosos que perros en celo. ¿De verdad crees que no lo sé? —Zetsuo volvió a intentar atravesar su mente, pero aquella inexplicable barrera invisible le impedía seguir más allá y aquello sólo lo frustraba más. Apretó el puño con violencia, y la rosa se vio desintegrada en un sinfín de pétalos rojos. Ni siquiera notó las espinas clavarse en su mano—. Ayame no es una chica cualquiera. ¡Mientras viva bajo mi techo no permitiré que alguien tan debilucho como tú la seduzca de ninguna manera!
...
—¡Já! —rio Kiroe, con una ladina sonrisa de zorro—. Que te crees que no te he visto cuando sólo eras un bebé llorón y cagón. A ti y a Kōri. La marca la tenéis los tres. Por si no molase lo suficiente cada uno tenéis una distinta.
Ayame se hundió aún más en el agua. Por un momento se había olvidado de la marca de su hermano, y por un momento la envidió. Kōri era la luna nueva, y en su mano un apenas perceptible círculo lo señalaba como Aotsuki.
—Hace un tiempo empezaste a esconderla y no sé por qué leches lo haces. Es una pasada, además te favorecería, con ese trajecillo azul que siempre llevas puesto.
No tenía ninguna escapatoria. Ninguna excusa que dar.
«¿Acaso eres un alien? ¡Mirad todos, Ayame es un extraterrestre! ¡ALIEN! ¡ALIEN!»
Los ojos se le empañaron de lágrimas al recordar su particular infierno del pasado. Si ella hubiese tenido una marca como la de Kōri, nadie la habría notado jamás. Si ella hubiese nacido sin marca...