12/04/2016, 15:19
Por un momento, creyó de verdad que Zetsuo iba a atacarle, pero sólo estaba cogiendo la rosa que había fabricado. «A ver si te pinchas».
¿Acaso crees que soy gilipollas, condenado mocoso? —preguntó, con los morros apretados como si acabase de chupar un limón—. A vuestra edad, emborrachados de hormonas, sois más peligrosos que perros en celo. ¿De verdad crees que no lo sé? —Le miró a los ojos. Daruu no apartó la mirada, desafiante. Inexplicablemente, cuando debía sentir miedo en realidad, no lo sintió. Zetsuo apretó el puño violentamente y desintegró la rosa sin siquiera sufrir un rasguño. Pero el muchacho no se amedrentó, a pesar de que la demostración de fuerza había sido impresionante—. Ayame no es una chica cualquiera. ¡Mientras viva bajo mi techo no permitiré que alguien tan debilucho como tú la seduzca de ninguna manera!
Daruu seguía en su posición, parcialmente sumergido y cruzado de brazos. levantó una ceja y miró a Zetsuo de arriba a abajo.
—La verdad es que sí que creo que eres gilipollas —espetó sin ningún pudor—. Como si tú no hubieras tenido mi edad. ¿Qué pasa, que te dedicabas a tirarle ficha a todas las que pasaban debajo de tu ventana?
Midió un silencio de dos segundos.
—Pues entonces no nos juzgues a los demás y concéntrate en tu vida. Y por cierto, ya que dices que Ayame no es una chica cualquiera, a lo mejor has creído que yo si lo soy. Te vas a tener que tragar lo de debilucho cuando te pegue una patada en el culo a ti y a tu estúpida apuesta.
Ayame se hundió aún más en el agua y casi empezaba a llorar. Definitivamente a aquella muchacha le pasaba algo, y Kiroe empezaba a sospechar de lo que se trataba. Hasta ahora había hablado socarronamente, casi en un tono burlón. Pero se acercó a Ayame con un semblante serio, y le apoyó la palma de la mano encima de la cabeza.
—¿Alguien te ha dicho algo horrible sobre esa luna? Te diré una cosa...
»Ahora mismo, tú y Daruu sois los más fuertes de tu promoción. Haz que se traguen sus palabras. Y sus dientes. Y no volverán a molestarte nunca más.
Kiroe dejó escapar una risilla juguetona pero escalofriante, y se dio la vuelta, canturreando y nadando sobre el onsen como si se tratase de una piscina. Volvió a la pared contraria, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás...
¿Acaso crees que soy gilipollas, condenado mocoso? —preguntó, con los morros apretados como si acabase de chupar un limón—. A vuestra edad, emborrachados de hormonas, sois más peligrosos que perros en celo. ¿De verdad crees que no lo sé? —Le miró a los ojos. Daruu no apartó la mirada, desafiante. Inexplicablemente, cuando debía sentir miedo en realidad, no lo sintió. Zetsuo apretó el puño violentamente y desintegró la rosa sin siquiera sufrir un rasguño. Pero el muchacho no se amedrentó, a pesar de que la demostración de fuerza había sido impresionante—. Ayame no es una chica cualquiera. ¡Mientras viva bajo mi techo no permitiré que alguien tan debilucho como tú la seduzca de ninguna manera!
Daruu seguía en su posición, parcialmente sumergido y cruzado de brazos. levantó una ceja y miró a Zetsuo de arriba a abajo.
—La verdad es que sí que creo que eres gilipollas —espetó sin ningún pudor—. Como si tú no hubieras tenido mi edad. ¿Qué pasa, que te dedicabas a tirarle ficha a todas las que pasaban debajo de tu ventana?
Midió un silencio de dos segundos.
—Pues entonces no nos juzgues a los demás y concéntrate en tu vida. Y por cierto, ya que dices que Ayame no es una chica cualquiera, a lo mejor has creído que yo si lo soy. Te vas a tener que tragar lo de debilucho cuando te pegue una patada en el culo a ti y a tu estúpida apuesta.
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Ayame se hundió aún más en el agua y casi empezaba a llorar. Definitivamente a aquella muchacha le pasaba algo, y Kiroe empezaba a sospechar de lo que se trataba. Hasta ahora había hablado socarronamente, casi en un tono burlón. Pero se acercó a Ayame con un semblante serio, y le apoyó la palma de la mano encima de la cabeza.
—¿Alguien te ha dicho algo horrible sobre esa luna? Te diré una cosa...
»Ahora mismo, tú y Daruu sois los más fuertes de tu promoción. Haz que se traguen sus palabras. Y sus dientes. Y no volverán a molestarte nunca más.
Kiroe dejó escapar una risilla juguetona pero escalofriante, y se dio la vuelta, canturreando y nadando sobre el onsen como si se tratase de una piscina. Volvió a la pared contraria, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás...