13/04/2016, 20:52
Tal y como había augurado el señor Soko, estar en el Torneo había ayudado de a la Hyuga a tener una perspectiva más amplia de lo que significa combatir. En todos aquellos días había visto combatir desde simples desconocidos, a compañeros de aldea e incluso amigos. Shinobis que se enfrentaban con todo lo que tenían estuviese quien estuviese frente a ellos, cada uno por motivos diferentes.
Detrás de cada luchador, había una historia, unos sueños, unas metas... y eso era lo que daba un significado... un objetivo a cada uno de sus golpes. Verlos luchar hasta más allá de sus límites, hasta desfallecer o vencer... había sido una experiencia reveladora de muchas cosas para la peliblanca.
En cierta forma, verlos mostrar tanta determinación y entrega, había destapado su propia falta de ellas. Desde que llegó al continente se había dedicado a ir de un lugar a otro, sin mostrar demasiado interés en los entrenamientos. Es más, desde que había llegado no había mejorado prácticamente nada su habilidad en el combate, ni siquiera tras los percances ocurridos tanto en el Valle del Fin como en los Templos abandonados. Aunque es cierto que tras este entendió que si no era capaz de protegerse así misma, jamás podría proteger a las gentes de Kusabi. Sin embargo no había hecho nada para remediarlo, pensando que con seguir adelante sería suficiente... pero al verlos sobre la arena, luchando con aquella determinación... se dio cuenta de que era lo que debía de hacer.
La joven Hyuga se encontraba sentada en la parte trasera de uno de los muchos dojos que poblaban aquel lugar, vestida con una cuidado kimono blanco con detalles florales en plateado, observaba el entrenamiento de un viejo maestro en un estilo muy parecido al Juken: Wing Chung. El señor Soko le había hablado de un viejo amigo que vivía en la ciudad, prácticante de este antigua disciplina de combate. Así que allí se encontraba, observando al anciano señor Cheng entrenando con el hombre de madera (un tocón con diferentes palos cruzados en alturas que se una para la práctica)
Yip Cheng, era un hombre de unos setenta años, algo encorbado por la edad pero de un cuerpo fornido. Calva reluciente, larga y cuidada barba, y ataviado con un traje tradicional negro de dos pieza: un pantalón y una camisa larga que llegaba hasta sus tobillos de mangas muy anchas.
A la joven Hyuga le costaba seguir los movimientos del anciano, era muy rapido. Sus golpes se alternaban con bloqueos y palmadas en determinados lugares (algunos muy similares a los de su juken), incluyendo algunas patadas.
Una vez el hombre acabo con su demostración se acerco lentamente hacia su espectado, con las manos cruzadas en su espalda y una amplia sonrisa
—¿Qué le ha parecido señorita?— pregunto con un pequeño temblor en su voz
—Verdaderamente impresionante— respondió la peliblanca devolviendo la sonrisa
—Me alegro de que le haya gustado— hizo una pequeña reverencia —Ahora me gustaría que la señorita me enseñase que es lo que es capaz de hacer—
—No me siento capaz tras haber visto de lo que es capaz usted...—
—No le he pedido que compita conmigo— dijo mientras la invitaba con un gesto a acercarse al hombre de madera —Le he pedido que me muestre lo que usted sabe hacer, no sea tímida—
—De acuerdo— se levanto con cuidado, mientras desde la manga derecha sacaba una cienta azul cielo que uso para recoger las mangas de su kimono pasandola por su dorso y finalmente atandola en su espalda. Avanzó lentamente hasta estar frente al tocón de madera, respiró hondo
—¡Adelante!— la ánimo el anciano
Mitsuki comenzó a con su sucesión de golpes, compuesta por infinida de palmadas de todo tipo. Había aprendido muy bien donde debía golpear, sin embargo, aquellos palos que tenía incrustados le impedían moverse libremente. Tras acabar su ejercicio se volvió hacia el señor Cheng
—Resulta difícil con esos travesaños— se quejó la Hyuga
—Por eso es tan útil, es como un adversario al fin y al cabo: Ninguno de los dos te deja golpear como quisieras. ¡De nuevo!— indicó el anciano
Mitsuki comenzó a realizar el ejercicio de nuevo mientras Cheng ejercía de maestro y le hacía correcciones en el momento. Cada corrección del anciano la hacia mejorar, sentirse más cómoda, a veces se equivocadaba pero no le importaba volvía una y otra vez a intentarlo. Algo le decía que había comenzado a cambiar de verdad, que quizás algún día podría sentirse tan llena de determinación como los demás...
Metida en la acción frenética, la peliblanca ni siquiera se percató qué varias personas se habían apostado en la rejas que rodeaban el jardín del dojo donde practicaba ensimismada.
Detrás de cada luchador, había una historia, unos sueños, unas metas... y eso era lo que daba un significado... un objetivo a cada uno de sus golpes. Verlos luchar hasta más allá de sus límites, hasta desfallecer o vencer... había sido una experiencia reveladora de muchas cosas para la peliblanca.
En cierta forma, verlos mostrar tanta determinación y entrega, había destapado su propia falta de ellas. Desde que llegó al continente se había dedicado a ir de un lugar a otro, sin mostrar demasiado interés en los entrenamientos. Es más, desde que había llegado no había mejorado prácticamente nada su habilidad en el combate, ni siquiera tras los percances ocurridos tanto en el Valle del Fin como en los Templos abandonados. Aunque es cierto que tras este entendió que si no era capaz de protegerse así misma, jamás podría proteger a las gentes de Kusabi. Sin embargo no había hecho nada para remediarlo, pensando que con seguir adelante sería suficiente... pero al verlos sobre la arena, luchando con aquella determinación... se dio cuenta de que era lo que debía de hacer.
La joven Hyuga se encontraba sentada en la parte trasera de uno de los muchos dojos que poblaban aquel lugar, vestida con una cuidado kimono blanco con detalles florales en plateado, observaba el entrenamiento de un viejo maestro en un estilo muy parecido al Juken: Wing Chung. El señor Soko le había hablado de un viejo amigo que vivía en la ciudad, prácticante de este antigua disciplina de combate. Así que allí se encontraba, observando al anciano señor Cheng entrenando con el hombre de madera (un tocón con diferentes palos cruzados en alturas que se una para la práctica)
Yip Cheng, era un hombre de unos setenta años, algo encorbado por la edad pero de un cuerpo fornido. Calva reluciente, larga y cuidada barba, y ataviado con un traje tradicional negro de dos pieza: un pantalón y una camisa larga que llegaba hasta sus tobillos de mangas muy anchas.
A la joven Hyuga le costaba seguir los movimientos del anciano, era muy rapido. Sus golpes se alternaban con bloqueos y palmadas en determinados lugares (algunos muy similares a los de su juken), incluyendo algunas patadas.
Una vez el hombre acabo con su demostración se acerco lentamente hacia su espectado, con las manos cruzadas en su espalda y una amplia sonrisa
—¿Qué le ha parecido señorita?— pregunto con un pequeño temblor en su voz
—Verdaderamente impresionante— respondió la peliblanca devolviendo la sonrisa
—Me alegro de que le haya gustado— hizo una pequeña reverencia —Ahora me gustaría que la señorita me enseñase que es lo que es capaz de hacer—
—No me siento capaz tras haber visto de lo que es capaz usted...—
—No le he pedido que compita conmigo— dijo mientras la invitaba con un gesto a acercarse al hombre de madera —Le he pedido que me muestre lo que usted sabe hacer, no sea tímida—
—De acuerdo— se levanto con cuidado, mientras desde la manga derecha sacaba una cienta azul cielo que uso para recoger las mangas de su kimono pasandola por su dorso y finalmente atandola en su espalda. Avanzó lentamente hasta estar frente al tocón de madera, respiró hondo
—¡Adelante!— la ánimo el anciano
Mitsuki comenzó a con su sucesión de golpes, compuesta por infinida de palmadas de todo tipo. Había aprendido muy bien donde debía golpear, sin embargo, aquellos palos que tenía incrustados le impedían moverse libremente. Tras acabar su ejercicio se volvió hacia el señor Cheng
—Resulta difícil con esos travesaños— se quejó la Hyuga
—Por eso es tan útil, es como un adversario al fin y al cabo: Ninguno de los dos te deja golpear como quisieras. ¡De nuevo!— indicó el anciano
Mitsuki comenzó a realizar el ejercicio de nuevo mientras Cheng ejercía de maestro y le hacía correcciones en el momento. Cada corrección del anciano la hacia mejorar, sentirse más cómoda, a veces se equivocadaba pero no le importaba volvía una y otra vez a intentarlo. Algo le decía que había comenzado a cambiar de verdad, que quizás algún día podría sentirse tan llena de determinación como los demás...
Metida en la acción frenética, la peliblanca ni siquiera se percató qué varias personas se habían apostado en la rejas que rodeaban el jardín del dojo donde practicaba ensimismada.