14/04/2016, 11:57
Sus palabras parecieron alarmar a Kōri, y Ayame se sobresaltó cuando su hermano se levantó de golpe y dio un paso hacia ella.
—¿Qué? Ayame, no deberías jugar con esas cosas. No hagas caso de nada de lo que te diga, ¿y si te trata de engañar? ¿Y si...?
A Kōri ni siquiera le dio tiempo a continuar. A Ayame ni siquiera le dio tiempo a responder. Una voz grave y férrea como el acero surgió de entre los matorrales.
—¿La trata de engañar, quién? —Cuando Ayame giró la cabeza, vio la figura de Zetsuo acercándose a ellos desde la oscuridad. Pero no venía solo. En aquella ocasión le acompañaban varios ANBU.
Por suerte, la Arashikage no se encontraba entre ellos.
—Nada, padre —replicó Kōri.
Zetsuo clavó sus ojos aguamarina en Ayame, los entrecerró en un gesto peligroso y ella se estremeció violentamente sin saber muy bien cómo debía actuar. Finalmente, su padre la liberó de la tensión de su mirada y dio un profundo suspiro.
—Kōri, ayuda a los hombres de Yui a escoltar a estos canallas hasta Amegakure, donde serán interrogados —ordenó, y Ayame se volvió hacia Kōri con cierta preocupación—. Enviaré una de mis águilas en tu busca dentro de tres días. ¡Te quiero aquí para las semifinales!
«Ya me había olvidado de eso...» Pensó, desganada.
—Sí, padre —Kōri le devolvió la mirada durante algunos segundos y Ayame se mordió el labio inferior.
—Ten cuidado —le pidió, antes de que sacudiera la cabeza y se diera media vuelta para seguir los pasos de los ANBU hacia los cuerpos de los Hōzuki que habían sido atrapados bajo el yugo del hielo de su hermano.
—¡Vamos, niña! —la voz de su padre la sobresaltó, pero no dudó en obedecerle.
Agotada tras aquella larga noche, Ayame se levantó algo tambaleante y luchó por ponerse junto a él. Sus pasos la dirigían de vuelta hacia el valle de los Dojos del Combatiente. Algo avergonzada por todo lo sucedido, mantenía la mirada clavada en el suelo.
—¿Qué pasará con ellos? —preguntó, refiriéndose a los Hōzuki, pasados varios minutos inundados de tenso silencio.
—¿Qué? Ayame, no deberías jugar con esas cosas. No hagas caso de nada de lo que te diga, ¿y si te trata de engañar? ¿Y si...?
A Kōri ni siquiera le dio tiempo a continuar. A Ayame ni siquiera le dio tiempo a responder. Una voz grave y férrea como el acero surgió de entre los matorrales.
—¿La trata de engañar, quién? —Cuando Ayame giró la cabeza, vio la figura de Zetsuo acercándose a ellos desde la oscuridad. Pero no venía solo. En aquella ocasión le acompañaban varios ANBU.
Por suerte, la Arashikage no se encontraba entre ellos.
—Nada, padre —replicó Kōri.
Zetsuo clavó sus ojos aguamarina en Ayame, los entrecerró en un gesto peligroso y ella se estremeció violentamente sin saber muy bien cómo debía actuar. Finalmente, su padre la liberó de la tensión de su mirada y dio un profundo suspiro.
—Kōri, ayuda a los hombres de Yui a escoltar a estos canallas hasta Amegakure, donde serán interrogados —ordenó, y Ayame se volvió hacia Kōri con cierta preocupación—. Enviaré una de mis águilas en tu busca dentro de tres días. ¡Te quiero aquí para las semifinales!
«Ya me había olvidado de eso...» Pensó, desganada.
—Sí, padre —Kōri le devolvió la mirada durante algunos segundos y Ayame se mordió el labio inferior.
—Ten cuidado —le pidió, antes de que sacudiera la cabeza y se diera media vuelta para seguir los pasos de los ANBU hacia los cuerpos de los Hōzuki que habían sido atrapados bajo el yugo del hielo de su hermano.
—¡Vamos, niña! —la voz de su padre la sobresaltó, pero no dudó en obedecerle.
Agotada tras aquella larga noche, Ayame se levantó algo tambaleante y luchó por ponerse junto a él. Sus pasos la dirigían de vuelta hacia el valle de los Dojos del Combatiente. Algo avergonzada por todo lo sucedido, mantenía la mirada clavada en el suelo.
—¿Qué pasará con ellos? —preguntó, refiriéndose a los Hōzuki, pasados varios minutos inundados de tenso silencio.