14/04/2016, 22:17
—Los llevarán a Amegakure —respondió Zetsuo—, y les interrogarán para saber dónde está la guarida y cuál es la identidad real de los Hōzuki que están conspirando contra la voluntad de Ame. Serán apresados, supongo, como todos sus compañeros en la guarida.
Los pasos de su padre se aceleraron con aquellas últimas palabras, y Ayame se vio obligada a trotar para seguirle el paso. No le pasó por alto el hecho de que llevaba apretados los puños y que los nudillos se le marcaban blancos de la tensión que mantenía en sus brazos. Estaba claro que no estaba contento con el resultado; y, a decir verdad, ni siquiera Ayame estaba muy segura de cómo debía sentirse al respecto. Ni siquiera era seguro que llegaran a encontrar esa supuesta guarida, incluso era posible que algún Hōzuki escapara antes de llegar a Amegakure o avisara a sus compañeros de alguna manera...
—¿Y tú? ¿Qué va a pasar contigo, Ayame? —intervino su padre, y la sorpresa de la pregunta detuvo sus pasos como si acabara de chocar contra un muro invisible. Zetsuo volvió a suspirar y se frotó la frente con gesto agotado.
—¿Q...?
—¿Me perdonas, hija?
Su corazón se olvidó de latir un instante cuando miró a los ojos aguamarina de su padre y, quizás por primera vez en su vida, no vio al hombre duro como el hierro de siempre. En su lugar, vio a un hombre terriblemente arrepentido, casi frágil, y a Ayame se le rompió el corazón en mil pedazos.
«Maldita sea mi debilidad.» Se maldijo, tratando de enjugarse las lágrimas que amenazaban con traicionarla por enésima vez en aquella noche. Pero fueron sus hombros los que se sacudieron en un sollozo silencioso.
—¿Perdonarte? ¿Por qué? —se obligó a responder. Se abrazó los costados pero terminó inclinando el torso en una pronunciada reverencia cargada de respeto—. Soy yo la que debe pedir perdón... por intentar marcharme de esta manera. ¡Lo siento muchísimo!
Los pasos de su padre se aceleraron con aquellas últimas palabras, y Ayame se vio obligada a trotar para seguirle el paso. No le pasó por alto el hecho de que llevaba apretados los puños y que los nudillos se le marcaban blancos de la tensión que mantenía en sus brazos. Estaba claro que no estaba contento con el resultado; y, a decir verdad, ni siquiera Ayame estaba muy segura de cómo debía sentirse al respecto. Ni siquiera era seguro que llegaran a encontrar esa supuesta guarida, incluso era posible que algún Hōzuki escapara antes de llegar a Amegakure o avisara a sus compañeros de alguna manera...
—¿Y tú? ¿Qué va a pasar contigo, Ayame? —intervino su padre, y la sorpresa de la pregunta detuvo sus pasos como si acabara de chocar contra un muro invisible. Zetsuo volvió a suspirar y se frotó la frente con gesto agotado.
—¿Q...?
—¿Me perdonas, hija?
Su corazón se olvidó de latir un instante cuando miró a los ojos aguamarina de su padre y, quizás por primera vez en su vida, no vio al hombre duro como el hierro de siempre. En su lugar, vio a un hombre terriblemente arrepentido, casi frágil, y a Ayame se le rompió el corazón en mil pedazos.
«Maldita sea mi debilidad.» Se maldijo, tratando de enjugarse las lágrimas que amenazaban con traicionarla por enésima vez en aquella noche. Pero fueron sus hombros los que se sacudieron en un sollozo silencioso.
—¿Perdonarte? ¿Por qué? —se obligó a responder. Se abrazó los costados pero terminó inclinando el torso en una pronunciada reverencia cargada de respeto—. Soy yo la que debe pedir perdón... por intentar marcharme de esta manera. ¡Lo siento muchísimo!