16/04/2016, 12:56
(Última modificación: 16/04/2016, 12:57 por Aotsuki Ayame.)
Unos tensos segundos de silencio acompañaron a su petición mientras Ayame aguardaba con el corazón en un puño. Finalmente, Kiroe suspiró.
—No deberías avergonzarte —insistió, pero Ayame respondió mordiéndose el labio inferior. Porque ella no podía comprenderlo. No conocía nada de lo que había tenido que pasar por aquella marca maldita de la que tanto se enorgullecía su padre—. Pero te prometo que no se lo diré a nadie, si es lo que quieres.
Muda como las piedras del onsen, Ayame simplemente inclinó la cabeza a modo de agradecimiento.
—Ahora, anima esa cara y relájate. Yo ya lo sé desde hace mucho, deja de preocuparte, no te voy a estar mirando fijamente a la toalla —bromeó—. Vamos, Ayamita-chan. Hemos venido a relajarnos. Estabas muy ilusionada, relájate un poco y disfruta, anda.
Kiroe volvió a cerrar los ojos y dejó que su cuerpo resbalara ligeramente empujado por las aguas. Ayame, ligeramente ruborizada, la miró durante algunos segundos hasta decidirse a seguir su consejo. Aún algo reticente, apoyó la cabeza sobre las rocas que quedaban detrás de su nuca, y tras varios segundos de indecisión apartó la mano de su frente y cerró los ojos. El vapor que constreñía su respiración, el susurro del agua arrullando sus oídos y la caricia del agua cálida sobre su piel no tardó en relajar sus músculos; y Ayame se dejó llevar con un suspiro...
Daruu fue incapaz de soportar por más tiempo los envites de Zetsuo. Se levantó, con un sonoro resoplido y el médico le dirigió una nueva mirada reprobatoria cuando salió del onsen de un salto como si se encontraran en una piscina. Con los ojos entrecerrados, le observó alejarse hacia la entrada de los baños. Pero intuía que el chico no se marcharía sin más sin volver a abrir aquella boca suya.
No le decepcionó.
—Me dices que soy un mocoso, pero el que está actuando con inmadurez eres tú —le espetó, ante su impasible mirada—. Una rosa no es un sinónimo de que quiera robarte a Ayame, deberías saberlo. Te tenía un poco más de respeto, Zetsuo-san, a pesar de cómo me mirabas desde el principio. Ah, y ganaré esa estúpida apuesta. No hará falta que mi madre me permita hacerlo o no.
Se metió en los vestuarios, y Zetsuo dejó escapar un tendido suspiro.
—Estúpido mocoso... Es igual que su condenado padre.
Se quedó un par de minutos más allí, con la mirada y pensamientos que sólo él conocía perdidos en el cielo que se extendía por encima de su cabeza. Los jirones de vapor le impedían ver las estrellas, pero no le importó en absoluto. Al final, él también se levantó, salió del agua y antes de entrar en los vestuarios se aseguró de secarse con la toallita que había traído consigo.
«Jodido mocoso...» Se repitió, chasqueando la lengua. «Habrá dejado los suelos encharcados.»
—A ti te gusta mi hijo, ¿verdad? —La pregunta, en forma de susurro, cayó sobre ella como un jarro de agua fría en mitad de aquel baño caliente.
—Q... ¡¿Qué?! —chilló, con un hilo de voz, pese a que había oído a la perfección la pregunta. Ahora que había conseguido relajarse, del sobresalto que se había llevado poco le faltó para que se le cayera de la frente la toallita. Asustada, apoyó la mano sobre las rocas—. A... ¿A qué viene... esa...?
Todo el onsen se distorsionó frente a sus ojos súbitamente. Había intentado incorporarse, pero lo había pasado tanto tiempo en el agua caliente y lo había hecho tan rápido que las piernas le fallaron en el último momento y terminó por caer de rodillas sobre el agua entre esforzados resuellos de angustia. Y, al final, tuvo que apoyar ambas manos sobre el suelo del estanque para no caer en redondo sobre él.
—¿...pregunta...?
—No deberías avergonzarte —insistió, pero Ayame respondió mordiéndose el labio inferior. Porque ella no podía comprenderlo. No conocía nada de lo que había tenido que pasar por aquella marca maldita de la que tanto se enorgullecía su padre—. Pero te prometo que no se lo diré a nadie, si es lo que quieres.
Muda como las piedras del onsen, Ayame simplemente inclinó la cabeza a modo de agradecimiento.
—Ahora, anima esa cara y relájate. Yo ya lo sé desde hace mucho, deja de preocuparte, no te voy a estar mirando fijamente a la toalla —bromeó—. Vamos, Ayamita-chan. Hemos venido a relajarnos. Estabas muy ilusionada, relájate un poco y disfruta, anda.
Kiroe volvió a cerrar los ojos y dejó que su cuerpo resbalara ligeramente empujado por las aguas. Ayame, ligeramente ruborizada, la miró durante algunos segundos hasta decidirse a seguir su consejo. Aún algo reticente, apoyó la cabeza sobre las rocas que quedaban detrás de su nuca, y tras varios segundos de indecisión apartó la mano de su frente y cerró los ojos. El vapor que constreñía su respiración, el susurro del agua arrullando sus oídos y la caricia del agua cálida sobre su piel no tardó en relajar sus músculos; y Ayame se dejó llevar con un suspiro...
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Daruu fue incapaz de soportar por más tiempo los envites de Zetsuo. Se levantó, con un sonoro resoplido y el médico le dirigió una nueva mirada reprobatoria cuando salió del onsen de un salto como si se encontraran en una piscina. Con los ojos entrecerrados, le observó alejarse hacia la entrada de los baños. Pero intuía que el chico no se marcharía sin más sin volver a abrir aquella boca suya.
No le decepcionó.
—Me dices que soy un mocoso, pero el que está actuando con inmadurez eres tú —le espetó, ante su impasible mirada—. Una rosa no es un sinónimo de que quiera robarte a Ayame, deberías saberlo. Te tenía un poco más de respeto, Zetsuo-san, a pesar de cómo me mirabas desde el principio. Ah, y ganaré esa estúpida apuesta. No hará falta que mi madre me permita hacerlo o no.
Se metió en los vestuarios, y Zetsuo dejó escapar un tendido suspiro.
—Estúpido mocoso... Es igual que su condenado padre.
Se quedó un par de minutos más allí, con la mirada y pensamientos que sólo él conocía perdidos en el cielo que se extendía por encima de su cabeza. Los jirones de vapor le impedían ver las estrellas, pero no le importó en absoluto. Al final, él también se levantó, salió del agua y antes de entrar en los vestuarios se aseguró de secarse con la toallita que había traído consigo.
«Jodido mocoso...» Se repitió, chasqueando la lengua. «Habrá dejado los suelos encharcados.»
...
—A ti te gusta mi hijo, ¿verdad? —La pregunta, en forma de susurro, cayó sobre ella como un jarro de agua fría en mitad de aquel baño caliente.
—Q... ¡¿Qué?! —chilló, con un hilo de voz, pese a que había oído a la perfección la pregunta. Ahora que había conseguido relajarse, del sobresalto que se había llevado poco le faltó para que se le cayera de la frente la toallita. Asustada, apoyó la mano sobre las rocas—. A... ¿A qué viene... esa...?
Todo el onsen se distorsionó frente a sus ojos súbitamente. Había intentado incorporarse, pero lo había pasado tanto tiempo en el agua caliente y lo había hecho tan rápido que las piernas le fallaron en el último momento y terminó por caer de rodillas sobre el agua entre esforzados resuellos de angustia. Y, al final, tuvo que apoyar ambas manos sobre el suelo del estanque para no caer en redondo sobre él.
—¿...pregunta...?