16/04/2016, 16:36
—¿Cortarlos en pedacitos? Pedazo bruto. ¡Siempre tuviste más estómago que yo para esas cosas!
Anzu desvió la mirada del tuerto capo al cuarto personaje que entraba en escena; la kunoichi ni siquiera le había visto acercarse, sino que parecía que hubiese salido de entre las sombras que proyectaban los neones azules. Era un tipo pelirrojo, aunque más tirando a anaranjado pálido y no al color sangre de Katame, muy pálido. Parece que se conocen... La Yotsuki estaba tan paralizada de miedo que no supo qué decir. Cada vez la situación se volvía más surrealista, por no mencionar que Datsue seguía babeando como un recién nacido, con la mirada perdida en el infinito. ¿¡Cuánto tiempo más va a tardar ese jodido azucarillo en hacerle efecto!? ¿O es que...? De repente Anzu palideció —al menos, todo lo que podía una chica de piel color café como ella—; ¿y si el camarero ya estaba al tanto de sus disfraces y simplemente le había dado un terrón de azúcar? O aun peor, ¿y si había terminado de envenenar al Uchiha definitivamente?
—¿Uh? —Katame ladeó ligeramente el rostro para examinar al que le interpelaba, sin aflojar su presa en torno a Datsue—. ¿Y qué cojones haces tú aquí?
Su único ojo sano examinaba, entre iracundo y curioso, al recién llegado. Anzu creyó ver un destello feroz en él, como si fuese el orificio de un cañón preparado para abrir fuego.