16/04/2016, 23:09
Por el rabillo del ojo vio la figura de su padre agacharse frente a ella, y justo después su mano bajo su barbilla le hizo alzar el rostro para que sus miradas se encontraran de nuevo. Sonreía.
—Tus disculpas te honran, Ayame —dijo él—. Pero acepta las mías también. Cada uno cargamos con la culpa de las decisiones que tomamos. Yo no soy una excepción.
Ayame se mordió el labio inferior, pero terminó por asentir quedamente. Ante aquello, Zetsuo se reincorporó y volvió a reanudar el paso hacia la entrada del valle.
—Lo más importante es saber cuándo dejarlas a un lado y continuar tomando más decisiones de las que arrepentirse —añadió, a modo de explicación, mientras Ayame trotaba junto a él—. Eso, hija... Es la madurez.
Finalmente llegaron a la entrada del valle. El viento parecía haberse calmado al fin y la luna volvía a iluminar su camino con su característica tenue luz, colgada del cielo. Ayame apenas fue consciente de que pasaron de nuevo frente a los samurais, apenas fue consciente de que atravesaron los mismos puentes que ella había cruzado con el falso Karoi hacía apenas algunas horas, y apenas habría sido consciente de que habían llegado a su destino si no fuera porque Zetsuo se detuvo en seco y gruñó por lo bajo. Cuando Ayame alzó la mirada para ver qué era lo que le había molestado, una temblorosa sonrisa aleteó en sus labios. El cartel de «El Patito Frito» les daba la bienvenida.
—Cuando vuelva tu hermano, iremos a un buen restaurante —le dijo, mientras se dirigían a su habitación—. Tenemos que estar unidos y ser fuertes. ¿Qué te parece, Ayame? Todavía espero mucho de ti en este torneo.
Ella sonrió, súbitamente emocionada, aunque algo dentro de ella se removió con nerviosismo ante la mención del torneo.
—¡Sí! He oído de un lugar que tiene bastante fama por aquí... «Los Ramones» creo que se llamaba.
Con un leve chasquido de llave, la puerta de la habitación se abrió. Ayame entró la primera, reprimiendo un bostezo al reparar en lo cansada que se sentía. Sin embargo, aquella sensación no le impidió reparar en un objeto que seguía esperándola en el mismo sitio donde lo había dejado al comienzo de aquella loca aventura. Se acercó con lentitud a la única mesita de la habitación, e igual de lento alzó la mano y acarició el metal de la bandana ninja que allí reposaba. Como si no hubiese sido más que un mal sueño, no había rastro de la nota que había escrito de su puño y letra para su padre y su hermano.
Había regresado al lugar que le pertenecía.
Fin de la cita.
—Tus disculpas te honran, Ayame —dijo él—. Pero acepta las mías también. Cada uno cargamos con la culpa de las decisiones que tomamos. Yo no soy una excepción.
Ayame se mordió el labio inferior, pero terminó por asentir quedamente. Ante aquello, Zetsuo se reincorporó y volvió a reanudar el paso hacia la entrada del valle.
—Lo más importante es saber cuándo dejarlas a un lado y continuar tomando más decisiones de las que arrepentirse —añadió, a modo de explicación, mientras Ayame trotaba junto a él—. Eso, hija... Es la madurez.
Finalmente llegaron a la entrada del valle. El viento parecía haberse calmado al fin y la luna volvía a iluminar su camino con su característica tenue luz, colgada del cielo. Ayame apenas fue consciente de que pasaron de nuevo frente a los samurais, apenas fue consciente de que atravesaron los mismos puentes que ella había cruzado con el falso Karoi hacía apenas algunas horas, y apenas habría sido consciente de que habían llegado a su destino si no fuera porque Zetsuo se detuvo en seco y gruñó por lo bajo. Cuando Ayame alzó la mirada para ver qué era lo que le había molestado, una temblorosa sonrisa aleteó en sus labios. El cartel de «El Patito Frito» les daba la bienvenida.
—Cuando vuelva tu hermano, iremos a un buen restaurante —le dijo, mientras se dirigían a su habitación—. Tenemos que estar unidos y ser fuertes. ¿Qué te parece, Ayame? Todavía espero mucho de ti en este torneo.
Ella sonrió, súbitamente emocionada, aunque algo dentro de ella se removió con nerviosismo ante la mención del torneo.
—¡Sí! He oído de un lugar que tiene bastante fama por aquí... «Los Ramones» creo que se llamaba.
Con un leve chasquido de llave, la puerta de la habitación se abrió. Ayame entró la primera, reprimiendo un bostezo al reparar en lo cansada que se sentía. Sin embargo, aquella sensación no le impidió reparar en un objeto que seguía esperándola en el mismo sitio donde lo había dejado al comienzo de aquella loca aventura. Se acercó con lentitud a la única mesita de la habitación, e igual de lento alzó la mano y acarició el metal de la bandana ninja que allí reposaba. Como si no hubiese sido más que un mal sueño, no había rastro de la nota que había escrito de su puño y letra para su padre y su hermano.
Había regresado al lugar que le pertenecía.
Fin de la cita.